martes, 20 de diciembre de 2011

La Crisis Mundial. Marx y Los Principales Dilemas De Los Economistas Marxistas Occidentales *

Claudio Lara Cortés
* Este trabajo es una versión corregida y ampliada de la presentación realizada en el VII

Seminario Internacional Marx Vive
que tuvo lugar del 27 al 29 de octubre de 2010, en la

Universidad Nacional de Colombia, en Bogotá-Colombia.
Se repite a menudo que con las crisis periódicas el viejo Marx reaparece cada vez más

rejuvenecido y que el marxismo encuentra nuevas oportunidades para revitalizar su

crítica trascendental al capitalismo. Si bien esto pareciera haber ocurrido en ciertas

ocasiones anteriores, hay dudas que sea así en los tiempos actuales. Precisamente,

cuando hoy la crisis se niega a abandonar a los países capitalistas desarrollados en

medio de grandes movilizaciones populares (principalmente en Europa), las ideas

marxistas tienen dificultades para salir de la marginalidad a la que fueron relegadas

por largo tiempo, a tal grado que algunos hablan de su dispersión o, peor aún, de su

desintegración.

No cabe duda que Marx realizó grandes aportes teóricos para entender las crisis

capitalistas, pero muchos de ellos fueron poco sistemáticos o simplemente

incompletos. De allí que la ‘teoría marxista de las crisis’ esté formada por un vasto y

complejo mundo de interpretaciones y corrientes que se contradicen y entrecruzan sin

cesar, donde una tiende a predominar sobre las otras. Así, el siglo XX comenzó con el

dominio de la ‘ortodoxia’ de la desproporcionalidad, que al poco tiempo fue sucedida

por la teoría del subconsumo, y desde los inicios de los años setenta ese lugar pasó a

ser ocupado por la ley de ‘la tendencia decreciente de la tasa de ganancia’.

Cada una de esas ortodoxias presenta de forma específica, y a veces unilateral, el

pensamiento ‘económico’ de Marx sobre la base de fragmentos dispersos y no

completamente consistentes. A lo largo del desarrollo de esas interpretaciones se ha

producido un forcejeo entre Marx y el marxismo, entre quienes defienden a toda costa

‘su’ ortodoxia y aquellos que intentan enriquecer la teoría de las crisis con nuevas

aportaciones a partir de la realidad. Este trabajo se propone reflexionar sobre este

forcejeo en el campo del marxismo occidental, hoy agudizado por la crisis global.


Aportes fundamentales de Marx para entender las crisis

Es interesante evaluar, retrocediendo un siglo y medio, hasta que punto el análisis de

Marx sobre las crisis entrega pistas relativas a las cuestiones anteriores, pero también

sobre otras más básicas de igual o mayor importancia. En ese sentido, vale la pena

comenzar recordando que las crisis son el punto de partida para los primeros estudios

‘críticos de la economía política’ de Marx y Engels. Habría que agregar que incluso la

crisis de 1857 lleva a Marx a retomar este tipo de estudios después de varias

interrupciones. En los años inmediatamente anteriores había escrito artículos

periodísticos sobre las crisis monetarias y políticas para el New York Daily Tribune.

Los primeros elementos de una teorización de las crisis por parte de Marx y Engels

pueden encontrarse en el período 1848-1853. Siguiendo a Simon Clarke (1994), estos

elementos surgen del examen de la relación entre sobreproducción, circulación y crisis

monetaria, cuya dinámica se despliega a escala mundial.
1

Este último punto expresa la idea que “cada crisis local tiene su propia dinámica y su

propia particularidad, pero detrás de las causas contingentes de tales crisis yace la

causa más fundamental relacionada al estado general del mercado mundial” (Ibid., pp.

112). Consecuentemente, gran parte de la investigación de Marx durante los años

cincuenta estará vinculada con el comercio internacional y con los movimientos

monetarios y financieros que hacen a la economía mundial.

Los análisis de la tan esperada crisis monetaria de 1857 constituyen un buen ejemplo

de aquello, a pesar de la forma predominantemente periodística que asumen. Éstos

tendrán como tema central “la relación entre crisis y forma monetaria”, proporcionando

“una clave para una reinterpretación de las instituciones políticas francesas” (régimen

bonapartista) y “del conjunto de la burguesía, del capital social total” (Sergio Bologna,

1993, pp. 33). Conviene destacar que los últimos artículos de Marx para el New York

1
Para Clarke, éstos se resumen en: i) la crisis es una fase del ciclo de acumulación capitalista;

ii) las crisis casi siempre son entendidas como crisis de sobreproducción; iii) estas crisis son

explicadas, en general, en términos de subconsumo (el crecimiento de la producción sobrepasa

el crecimiento del mercado); iv) si bien considera teóricamente la relación entre el capital

industrial, el capital comercial y el capital financiero; la fuente de las crisis yace en la tendencia

a la sobreproducción; v) el examen de la relación entre sobreproducción, circulación y crisis

monetaria lleva a Marx a considerar la tendencia a la sobreproducción en vínculo con la

tendencia a la desproporcionalidad; vi) esto implica que una crisis de sobreproducción se

manifestará primero en la esfera comercial y financiera; vii) ninguna medida de reforma

monetaria puede eliminar la tendencia a la crisis del capitalismo; viii) la dinámica de la crisis y

de la revolución se despliega a escala mundial, con su epicentro en Inglaterra. (pp. 110-112).

Daily Tribune estuvieron enfocados sobre las múltiples implicancias que emanaban de

Paris como centro de la especulación mundial, especialmente para Gran Bretaña. De

este modo, Marx reafirmaba la idea antes expuesta que la crisis local no tiene

significado en si misma, sino solo en su vinculación con el mercado mundial (Ibid, pp.

50).

Asimismo, Marx busca develar en estos trabajos “las conexiones entre el mundo de las

finanzas y el mundo de la producción”, recordando que “estos no se mueven dentro de

dos sistemas diferentes de leyes, sino dentro del mismo sistema dominado por la ley

del intercambio” (Ibid, pp. 51).

Previamente Bologna había subrayado la convergencia del trabajo teórico y práctico

de Marx, para quien “la crisis se convierte en el terreno privilegiado de una nueva base

estratégica para la organización revolucionaria” (pp. 39). Todas estas reflexiones son

para Bologna de una gran importancia e incluso se atreve a sugerir que ellas no sólo

tendrán una continuidad sino una centralidad política y teórica en sus escritos

posteriores, como los Grundrisse y El Capital.

Con respecto a los Grundrisse, el “problema fundamental” que Marx abordó allí “fue la

relación entre producción y circulación, como la base sobre la cual explorar la relación

entre la tendencia fundamental a la sobreproducción y la aparición de las crisis

comerciales y financieras” (Simon Clarke, pp. 122). El punto de partida de estos

Borradores son los problemas monetarios, donde Marx profundiza su análisis

mediante un nuevo ataque al proudhonismo, tomando el libro ‘De la réforme des

banques’ de Darimon como el principal blanco. En términos generales, puede decirse

que estos reformistas creían que los males del capitalismo podían ser superados

mediante ciertos cambios en el sistema monetario (mayor emisión de dinero) sin

transformar el sistema de producción, bajo la premisa de que los males del capital

derivan de la explotación de los productores por los banqueros. Además sostenían que

“los banqueros abusan de su control monopolístico del dinero para imponer altas tasas

de interés mediante la restricción del crédito, mal apropiándose así de la ganancia

legítima del productor”. Con ello precipitan crisis financieras y comerciales, que

exacerban la restricción del crédito justo cuando es más escaso (Simon Clarke, pp.

125). Por su parte, la crítica a Darimon apunta a su fracaso en comprender la

diferencia entre la necesidad de dinero como una forma de capital y la necesidad de

dinero como medio de circulación.

En análisis anteriores del dinero como medio de circulación, Marx había afirmado que

la separación del dinero de la mercancía es solamente una expresión de la separación

de la compra y venta, la cual es inherente a la forma más elemental del intercambio

mercantil. Esta separación contiene el germen de la crisis o al menos su posibilidad,

siendo la forma más abstracta de crisis o su ‘forma más simple’. Cabe subrayar que a

este nivel de abstracción no se está aludiendo ni a su causalidad ni a su contenido, por

esto mismo Marx distinguió claramente entre la ‘posibilidad’ (potencia abstracta) de la

crisis y la ‘realidad’ de la misma (Karl Marx, 1982b, pp. 439).

Teniendo presente este planteamiento básico, Marx distingue en el mismo contexto de

lo mercantil -aunque más desarrollado- una segunda forma abstracta de la crisis en la

función del dinero como medio de pago. Se compra antes de pagar, “el vendedor

deviene acreedor; el comprador, deudor”.
2 “La crisis pues, no puede existir sin manifestarse al mismo tiempo en su forma más simple: como contradicción entre las ventas y las compras y la contradicción del dinero como medio de pago” (Karl Marx, 1982b, pp. 438-439).

También Marx concibe otra forma abstracta de la crisis –suponiendo una circulación

plenamente desarrollada- que está dada por la emergencia de una actividad comercial

especializada donde el propósito del comerciante no es adquirir mercancías para su

uso, sino para hacer una ganancia. En este caso, el dinero pasa a convertirse en ‘un

fin en si mismo’ para el comerciante, adquiriendo una existencia relativamente

independiente de la circulación, y en esta nueva condición puede ser retirado y

provocar su interrupción.

Este análisis de la relación entre el dinero y la circulación llevará a Marx directamente

al problema del capital y, particularmente, a la fuente de la plusvalía. Hasta ese

entonces nunca había mostrado de manera precisa como la explotación del trabajador

podía ser reconciliada con el discurso de la libertad y el intercambio de equivalentes,

que proporcionaban el fundamento de las ilusiones de Bastiat y Proudhon. Para

resolver esta paradoja, Marx introdujo el concepto de fuerza de trabajo como fuente

creadora de valor y plusvalor.

A partir de aquí, Marx discutirá las tendencias a la crisis en el contexto de su propio

análisis del proceso de acumulación. En su avance por apropiarse cada vez más de

plusvalía, el capital impulsará la productividad del trabajo social a través del desarrollo

de las fuerzas productivas. Esta tendencia secular, estudiada en profundidad en el

primer volumen de El Capital, se traducirá a su vez en un aumento de la composición

2
En este caso el dinero funciona, primeramente, como medida de valor y después como medio

ideal de compra; y solo al vencerse el plazo de la promesa de pago, el dinero como medio de

pago entrará efectivamente en la circulación.

orgánica del capital, que expresa el crecimiento tanto de productividad como de escala

de la producción capitalista. “La tendencia histórica de la acumulación capitalista es

por tanto una tendencia a la concentración y centralización del capital, al desarrollo del

mercado mundial, y a la creación de excedente relativo de población” (Simon Clarke,

pp. 125).

Pero el curso de la acumulación capitalista no es nunca expedito, pues el capital

encontrará todo tipo de barreras para su auto-expansión, aparentemente sin límites.

Este capital está obligado a intentar superarlas; ya sea las que existen en el propio

proceso de producción, que fuerza al capital a maximizar la extracción de plusvalía

relativa, como también las que surgen en la realización de la plusvalía, en un mercado

limitado por la multiplicidad de capitales –consumo productivo- y la masa de

consumidores finales. En el primer caso, su superación se debe sustentar en la

disminución de su propia fuente, el trabajo necesario y, en el segundo, mediante el

desarrollo del mercado mundial.

De allí que para Marx sea fundamental estudiar ambos lados de la contradicción que

implica la unidad de producción y circulación, sin caer en posturas reduccionistas que

privilegian una mirada sobre el carácter permanente del capitalismo a su expansión (a

lo Ricardo), o sobre su limitación ‘externa’, el mercado (a lo Sismondi). El capital es

una ‘contradicción viva’ que tiende a separar los polos que la integran, constituyendo

así una posibilidad más desarrollada de la crisis. Sin embargo, ésta también es

definida por Marx –a pesar de su mayor nivel de concreción- como una forma

abstracta, ya que “la crisis real sólo puede representarse a partir del movimiento real

de la producción capitalista, la competencia y el crédito” (Karl Marx, 1982b, pp. 439).

No sólo importa investigar cómo la posibilidad de la crisis puede convertirse en

realidad, sino además su regularidad aparentemente periódica. Esto nos lleva a dos

cuestiones que fueron tratadas en detalle en los volúmenes dos y tres de El Capital,

pero que no alcanzaron el nivel de sistematización deseado: el rol del crédito y del

capital fijo en el ciclo económico. La economía clásica explicaba la regularidad cíclica

a partir de la periocidad del ciclo crediticio, en el sentido que su fase de sobreexpansión

era seguida por una de contracción. Marx reconocía que la expansión del

crédito puede estimular la acumulación y prevenir la crisis, pero “al precio de

internalizar las contradicciones dentro de sí mismo”. Esto es, “puede del mismo modo

desestabilizar o estabilizar el capitalismo” (David Harvey, 1982, pp. xvi). Buscando otro

camino, Marx identificó tentativamente el ciclo de reemplazo del capital fijo como base

de la periocidad del ciclo económico. Sin embargo, en opinión de Simon Clarke (1994)

“tal teoría está reñida con el espíritu del análisis de Marx, y es realmente una nosolución

a un no-problema: en ningún caso el ciclo económico tiene una periocidad

cuasi-natural, de modo que no hay nada que explicar” (pp. 261). Más tarde, el propio

desarrollo del capitalismo se encargará de demostrar que las crisis pueden

posponerse o desplazarse mediante varios mecanismos o medidas.

La Ley de la tendencia de la tasa de ganancia a caer, vinculada al incremento de la

composición orgánica del capital, completa en El Capital la reflexión del proceso de

acumulación del capital. El énfasis estará puesto ahora en la tendencia del capital a

expandir constantemente las fuerzas de producción más allá de los límites de

rentabilidad y en el papel de dicha ley en la aparición de las crisis, pero sin indicar de

manera precisa como ella podría precipitarla. Esto tal vez porque la ley está formulada

sólo al nivel más abstracto de las relaciones internas del ‘capital en general’, mientras

que la tendencia a la crisis puede realizarse solamente a través de las vinculaciones

concretas entre capitales particulares que tienen lugar en el campo de la competencia.

Por lo demás, la relación entre esta ley y las crisis no es directa, sino que tiene una

serie de mediaciones.

En definitiva, Marx intentó demostrar que “el ‘desarrollo’ del concepto de crisis

comienza como mera posibilidad, abstracción, en general, en la esencia del capital, y

se ‘desarrolla’ posteriormente hasta llegar a su ‘realidad’ de cosa existente como

‘fenómeno’” (Enrique Dussel, 1988, pp. 201). Dado que esto último nos sitúa en el

campo de los aspectos más concretos, reales y complejos; el desafío teórico para los

‘marxistas’ será presentar las crisis como parte de procesos reales de acumulación y

reproducción capitalista. Para el alemán Michael Heinrich (2008), por ejemplo, “estos

procesos dependen de las circunstancias concretas del momento” (pp. 178).
3

Esta pareciera ser quizás una de las mayores dificultades que surgen en los estudios

marxistas de la crisis, despertando grandes controversias a lo largo de toda su historia.

Si bien casi todos los marxistas reconocen que Marx en varias oportunidades parece

asociar las crisis con la ‘tendencia decreciente de la tasa de ganancia’; en otras, con

tendencias a la sobreproducción, o al subconsumo, o a la desproporcionalidad o a la

sobreacumulación con respecto al trabajo; pero se dividen al priorizar por alguna de

ellas. Las posturas son múltiples; desde quienes opinan que Marx en ningún momento

3
Tales como la evolución técnica y organizativa, la estructura del sistema crediticio, la situación

de un país en el mercado mundial (hacia donde se dirige el capital especialmente en tiempos

de crisis), la organización y las luchas de la clase trabajadora, el modo en que intervenga el

Estado en la evolución coyuntural, etc.

prioriza por una u otra teoría,
4 hasta quienes afirman que la ley de la tendencia

decreciente de la tasa de ganancia presupone e integra a las otras (Daniel Bensaïd,

2009).

La presente crisis: la explicación de la ortodoxia marxista y sus

problemas

A estas alturas nadie coloca en cuestión que la actual crisis global es la crisis más

importante experimentada por el capitalismo mundial desde la Gran Depresión de los

años treinta del siglo pasado y que su estallido se produjo en el sector financiero

estadounidense, el epicentro de las finanzas mundiales. Habiéndose iniciado como

una crisis de los créditos ‘basura’, se transformó rápidamente en una crisis financiera

de gran envergadura y luego en una ‘Gran recesión’.

El eslabón más débil de la cadena financiera era el mercado de la vivienda, que

estaba atrapado por una inmensa burbuja especulativa que explotó a mediados de

2007, provocando el colapso de la industria inmobiliaria. En los 18 meses siguientes,

no sólo el sistema bancario estadounidense sino también el europeo, incurrieron en

más y más pérdidas. Después del derrumbe de Lehman Brother, la circulación global

del crédito inter-bancario se paralizó, al igual que los créditos bancarios a

comerciantes e industriales. La amenaza de quiebra de bancos en casi todos los

mayores países occidentales se propagó con gran celeridad. Al mismo tiempo, los

mercados bursátiles de las principales plazas del mundo se hundían de manera

estrepitosa.

Este caos financiero conllevó rápidamente a una profunda recesión en las economías

capitalistas desarrolladas, cuyas manifestaciones se hacen patentes a partir del último

trimestre de 2008. Más tarde, gran parte de las economías del Sur serán arrastradas

por la vorágine de la crisis, especialmente por la violenta contracción de la demanda

externa. Así, en 2009 el producto interno bruto (PIB) mundial cayó en un 0,9% y el

comercio global lo hizo en nada menos que un 11% (FMI, 2010).

Los Estados no pudieron evitar la caída, pero ayudaron a detenerla a través de

grandes infusiones de dinero público, impidiendo que alcanzara los niveles de la Gran

4
Esta conclusión es compartida no sólo por Simon Clark, sino también por James O’Connor

(1987), quien sostiene que “ningún concepto dominante o particular o una teoría de las crisis

puede ser encontrado en los propios trabajos de Marx” (pp. 59).

Depresión y que el sistema financiero colapsara. Este gigantesco gasto extra,

agregado al impacto de la Gran Recesión sobre los ingresos públicos, terminó

generando una deuda sideral y un galopante déficit en las cuentas fiscales,

especialmente de las naciones capitalistas centrales.
5 A comienzo de 2010 la sombra

de una insolvencia de pago generalizada apareció en varias naciones europeas,

obligando a la Unión Europea a ir al rescate de Grecia y luego de Irlanda.

Desde entonces la mayoría de los gobiernos están implementando drásticas

reducciones en los déficit presupuestarios y, en consecuencia, severos cortes en los

servicios públicos, afectando principalmente a subsidios, al empleo estatal, los salarios

y las pensiones. Este programa de ‘ajuste’ también fue hecho suyo por los ministros de

finanzas del G 20. Como consecuencia, el descontento popular creció y se han

multiplicado las movilizaciones masivas y las huelgas generales. No hay duda que

esto, junto a los recortes de gastos y aumento de impuestos que supone el ‘ajuste

fiscal’, sumados al retiro progresivo de los estímulos económicos a bancos y

empresas; hacen peligrar la anémica recuperación de las economías desarrolladas.

La aparición de numerosos escritos durante los últimos años tratando de dar cuenta de

éstos y otros fenómenos, llevó a pensar dentro del marxismo que por fin podría

aceptarse la idea “que una teoría de la crisis debe ser conciente de la especificidad

histórica de las crisis capitalistas y de las dificultades de la acumulación” (Ben Fine,

Costas Lapavitzas, Dimitris Milonakis; 2001, pp. 131-132).

Sin embargo, no todos los economistas marxistas comparten este planteamiento, pues

las construcciones ‘lógicas’ y abstractas construidas a priori parecieran ser mucho más

importantes. Entre ellos se encuentran quienes defienden la Ley de la Tendencia

Decreciente de la Tasa de Ganancia (LTDTG), que durante el último tercio del siglo

veinte pasaron a ocupar un lugar central dentro de la ‘economía marxista’.

Como es sabido, ya en los Grundrisse Marx da los primeros pasos en el tratamiento

del problema de la caída de la tasa de ganancia. No conforme con la solución dada

por los clásicos, particularmente por Ricardo, propone un razonamiento muy simple:

esta tasa disminuye “por el descenso del capital variable en relación con el capital

5
Las proyecciones del FMI señalan que al 2014 la deuda pública excederá el 100% del PIB en

los países desarrollados, un incremento cercano a los 35 puntos porcentuales desde los inicios

de la crisis. Téngase en cuenta que Japón es la economía que presenta los mayores

problemas fiscales, con un asombroso 219% en su ratio deuda/PIB. El déficit del presupuesto

global equivale ahora al 6% del PIB mundial, desde apenas un 0,3% antes de la crisis.

constante” (Roman Rosdolsky, 1978, pp. 416).
6 Dicho en otros términos, a medida que

crece el volumen del capital en función, también lo hace la proporción de capital

constante a su interior en desmedro del capital variable; por lo que el trabajo vivo

generador de plusvalor disminuye en relación con la masa de trabajo objetivado

(muerto), resultando en una tendencia decreciente de la tasa de ganancia.

Si bien el planteamiento de la LTDTG contiene una serie de variables (composición del

capital, tasa de explotación, rotación del capital y costos de elementos materiales que

forman parte del capital variable y constante), su postura más ortodoxa asume que la

principal es la composición orgánica del capital. Esto es así, porque la ‘norma’ básica

de la producción capitalista es la maximización del incremento en la producción por

unidad de tiempo de trabajo (productividad), debido al permanente “revolucionamiento

de la técnica de producción” (Roman Rosdolsky, 1978, pp. 416).

En los grandes debates de los años setenta aparecieron duras críticas a esta

corriente. Ben Fine y Laurence Harris (1979) hacían ver su fracaso “en comprender la

compleja unidad entre producción, intercambio y distribución” (pp. 60),
7 cayendo

curiosamente en el mismo énfasis unilateral que cometían las corrientes criticadas por

ellos: sub-consumo o desproporcionalidad. La única diferencia está que para la teoría

de la LTDTG lo determinante es la producción, mientras que para las otras son el

intercambio y la distribución. Obviamente, la teoría de la LTDTG, concentrada casi

exclusivamente en las condiciones de producción, tendrá grandes dificultades para

explicar las crisis, puesto que por lo general éstas toman la forma de un quiebre en el

proceso de circulación del capital y en particular en el sistema financiero, como ocurre

en la actualidad. De aquí su ‘obsesión’ por aferrarse a las ‘causas’ de las crisis.

Uno de los principales defensores de la teoría de la LTDTG, Chris Harman, reconoce

abiertamente la existencia de esta dificultad entre sus propios adherentes, por lo que

6
Marx desecha la solución ricardiana al problema, por atribuir su causa a la naturaleza, esto

es, a “la disminución de la fertilidad de la agricultura” que presiona al alza a los salarios, y como

éstos están en relación inversamente proporcional a la ganancia, ésta última inevitablemente

cae.

7
La razón de este fracaso estaría en no tomar adecuadamente en cuenta la diferencia entre la

composición orgánica (basada en valores previos) y la composición de valor (valores nuevos),

lo que supone la unidad entre las esferas de producción e intercambio. “Los nuevos niveles de

productividad son creados en la esfera de producción, pero solamente llegan a ser nuevos

valores a través del intercambio de las mercancías implicadas” (pp. 61).

no pueden dar “cuenta cabal de la trayectoria real del capitalismo”.
8 Este mismo autor

(2009), consecuente con sus comentarios, hará un tremendo esfuerzo en su última

obra por historizar el contexto de la teoría de la LTDTG sobre la base que “una

explicación coherente de la crisis tiene que mirar al conjunto del sistema, y a la

manera en que sus diferentes componentes reaccionan sobre los otros (pp. 298). Para

ello, “esta visión necesita enriquecerse tomando en cuenta el extraordinario desarrollo

de las finanzas, de las instituciones financieras y de las crisis financieras de finales del

siglo XX y de comienzos del XXI” (Ibid). Por lo mismo, Harman no tiene problemas en

utilizar el concepto de ‘financiarización’, pero lo hace entendiendo que las finanzas son

simplemente una ilusión, un parásito o un cheque que nunca podrá ser pagado por la

economía real. Esta es la razón del porque Harman, al igual que muchos otros

marxistas (Robert Brenner, por ejemplo), hablen de ‘burbujas’; por lo que el desafío

teórico será entender su surgimiento y su estallido que nos hace volver al ‘momento de

la verdad’ que está en la producción industrial (‘economía real’).

En rigor, el desafío no es tan grande, ya que la trayectoria que siguen las burbujas

tiende a repetirse.
9 Sin embargo, Harman al menos reconoce que el reciente estallido

de la burbuja inmobiliaria presenta una particularidad al tener dos ‘momentos de

verdad’ decisivos. El primero fue en agosto de 2007, cuando algunos Hedge Funds

controlados por los bancos descubrieron que no podían seguir pagando sus deudas y

los bancos dejaron de prestarse por temor a no recuperar el dinero. Su propagación no

pudo evitar el segundo momento a mediados de septiembre de 2008, pues el

derrumbe de Lehman Brothers fue seguido a los pocos días por una amenaza de

colapso bancario en casi todas las mayores naciones occidentales (pp. 290).

8
Para este autor, la economía marxista está dominada en gran parte por dos grandes

tendencias; una está conformada por los historicistas que abandonan algunos conceptos de

Marx y la otra, por “aquellos que se especializan en la teoría del valor, defendiendo los

conceptos básicos del marxismo y usualmente las conclusiones de Marx acerca de la tendencia

decreciente de la tasa de ganancia. Pero pocas veces buscan explicar el desarrollo concreto

del capital durante el último siglo y sugerir tendencias para el siglo por venir”.

9
Por lo general, comienzan con las masivas ganancias obtenidas por los bancos, luego ocurre

un declive en los precios de los activos poseídos, generando dificultades para pagar sus

deudas, a no ser que consigan liquidez en otros lugares. Como esto implica vender activos

adicionales, cuestión que hacen todos los bancos, el precio de éstos cae todavía más,

resultando en un deterioro mayor en sus ‘Estados Financieros’. “La burbuja estalla y el boom se

convierte en un
crash” (Chris Harman, 2009, pp. 289).

En una mirada de largo plazo, Harman argumenta que “la financiarización proporcionó

por varias décadas un motor substitutivo, en la forma de deuda, para la economía

mundial después que la economía de armamentos de Estados Unidos perdiera una

buena parte de su efectividad” (pp. 289). Pero también deja en claro que “la vasta

expansión de las finanzas había creado la ilusión de un nuevo ‘largo ascenso’ en la

acumulación productiva que la crisis financiera hizo que desapareciera con efectos

traumáticos” (Ibid. pp. 290). Como la financiarización surgió de un largo período de

estancamiento crónico con bajas tasas de ganancia y acumulación, “las finanzas son

un parásito en la espalda de otro parásito” (Ibid. pp. 300).

Esta influyente explicación de la presente crisis, que hemos representado en Harman,

ha reabierto el debate dentro del marxismo no sólo sobre las burbujas y las finanzas

(tema que luego retomaremos), sino además sobre la propia LTDTG. En este caso, la

discusión ha girado en torno a los métodos de medición así como a cuestiones de

orden empírico y conceptual. No es nuestra intención ahondar sobre esto último,

puesto que todas las cuestiones importantes de este tipo ya han sido largamente

discutidas en los debates sobre Brenner y antes en las discusiones de los años

setenta.
10 Baste decir, que han reaparecido en las controversias actuales temas como

la poca importancia que le conceden los teóricos de la LTDTG a las tendencias

contrarrestantes, que es precisamente la crítica que hace Jim Kincaid (2008) a

Harman;
11 o de la indeterminación de la composición orgánica del capital planteada por

Michel Husson (2010), ya que las mismas causas (productividad) que provocan un

descenso de la tasa de ganancia moderan la efectivización de esa tendencia en la

realidad; por lo que “no hay ninguna razón a priori para pensar que la tendencia

domine sistemáticamente sobre la contratendencia” (pp. 7-8). El mismo Husson

(1999), en su crítica a Brenner, había colocado otro tema que es recurrente en la

10
Un recuento detallado sobre el debate de los setenta se encuentra en los libros de Simon

Clarke, y de Ben Fine y Laurence Harris, ya citados. Un artículo reciente de Guglielmo Carchedi

(2010) repasa estas mismas críticas. En tanto, la revista británica Historical Materialism,

números 4 y 5, recopila numerosos trabajos acerca del debate Brenner. Tres argumentos

críticos a la ley captaron una mayor atención en ambos debates: el ‘progreso tecnológico

neutral’, la relación entre la creciente composición técnica y la estable composición orgánica, y

la elección de la técnica (teorema de Okishio).

11
En realidad, conviene recordar que este descenso de la tasa de ganancia tiene lugar sólo

“tendencialmente, como todas las leyes económicas”, siendo inhibido por numerosas “causas

de acción contraria (Roman Rosdolsky, 1978, pp. 419). Marx sólo enumera estos factores en

los Grundrisse, los que serán tratados en profundidad en el Tomo III de El Capital.

discusión de hoy, referido a la “teoría cuantitativa de la tasa de ganancia” que

considera a ésta como un simple indicador de ‘umbral’. “Bajo cierto valor, la tasa de

ganancia implica recesión, y solamente después de cruzar cierto umbral, la

acumulación puede reiniciarse”. Pero esta correspondencia lineal tasa de gananciatasa

de acumulación ha sido refutada incluso empíricamente, no sólo en los 15 años

previos a 1999, sino además en los años siguientes anteriores a la crisis actual.
12

De todas formas, este debate tiende a concentrarse en cuestiones empíricas,

especialmente si en el período previo a la crisis puede verificarse una

baja/estancamiento de largo plazo de la tasa de ganancia, tal cual lo plantea la visión

de la LTDTG. Como es de suponer, no todos los marxistas aceptan esta ortodoxia,

muchos de ellos como Dumenil y Levy, Michel Husson, Jim Kincaid, Costas

Lapavitzas, Greg Albo, Sam Lindin, Leo Panitch, David Mc Nally; además de

conocidos defensores de la propia LTDTG como Fred Moseley, Anwar Shaikh y en

cierta forma Andrew Kliman; constatan más bien un importante aumento en las tasas

de ganancias de las principales economías nacionales en los años inmediatamente

anteriores a la crisis.

En opinión de Moseley (2007), “ha tomado un largo tiempo, pero la tasa de ganancia

está ahora aproximándose al tope máximo alcanzado en los 1960s…Los últimos años,

especialmente desde la recesión de 2001, han visto una recuperación muy fuerte de

las ganancias, dado que los salarios reales no han aumentado en nada y la

productividad ha crecido rápidamente”. Además, precisa que estas estimaciones no

incluyen las ganancias que obtienen las corporaciones estadounidenses de sus

operaciones en el exterior, y de incorporarlas, “la recuperación de la tasa de ganancia

sería mucho más acentuada” (pp. 4).

Más tajante aún es Husson, quien asevera que las ganancias vienen ascendiendo

desde mucho antes: “hoy día la evidencia es flagrante: la tasa de ganancia aumenta

tendencialmente desde mediados de los años 1980. Todas las fuentes estadísticas

conducen a una constatación idéntica.” (Michel Husson, 2009, pp. 2). Esta posición es

12
Ya en 1999, al calor del debate Brenner, Husson escribía que “el restablecimiento de la tasa

de ganancia no ha puesto en movimiento la acumulación” (pp. 90). En este debate, las críticas

relativas a la tasa de ganancia están presente sobre todo en los trabajos de Anwar Shaikh,

Michel Husson, John Weeks y Fred Moseley. Más recientemente, la propia New Left Review,

que antes publicó el trabajo de Brenner, ahora en su número 54 trae artículos de Michel

Aglietta, Kozo Yamamura y Nicholas Crafts, que cuestionan la trayectoria estancacionista de la

tasa de ganancia, así como su aseveración de que ésta sea el determinante fundamental de la

economía.

compartida por otros autores, entre ellos Gerard Dumenil y Dominique Levy (2004) y

Anwar Shaikh (1989). Este último precisa que si bien las tasas de ganancias de los

años ochenta y noventa no fueron tan altas como las de los cincuenta y sesenta, han

sido suficientes para sostener una larga onda expansiva.

Lamentablemente los defensores de la ortodoxia no han actualizado sus datos para

los años dos mil, por lo que el debate ha caído en ataques y descalificaciones mutuas.

Una clara ilustración de esta situación ha sido el reciente intercambio entre los ya

citados Husson (2009) y Harman (2010). El primero acusa que las contribuciones de

Harman y otros son muestra de “un dogmatismo contraproducente y bastante

desalentador”; y agrega que “para mantener el dogma de la caída tendencial hace falta

corregir las estadísticas de manera que restituya la ‘verdadera’ tasa de ganancia, la

que desciende. Aunque esto sólo es posible al precio de errores conceptuales.” (Ibid,

pp. 1 y 2)
13 En tanto, Harman replica objetando los datos utilizados por Husson para

Estados Unidos y Japón, así como para algunos países europeos.

Esa objeción apunta principalmente a problemas de medición de la tasa de ganancia,

cuya discusión al interior del marxismo ha sido igualmente intensa. Más allá de las

dificultades planteadas por Andrew Kliman para construir una ‘tasa marxista de

ganancia’ (Marx habría empleado distintas tasas de ganancia en sus escritos); hay al

menos tres cuestiones que dividen a los economistas marxistas: i) si el stock de capital

fijo debe ser valorizado a su precio histórico (el precio al momento de la compra) o a

su precio corriente (actual); ii) si la tasa de ganancia es medida solo contra el stock de

capital fijo o contra el conjunto del capital, incluyendo salarios, capital constante

circulante, depreciación y el stock de capital fijo; iii) si la tasa de ganancia está basada

sobre la ganancia manufacturera no-financiera o sobre toda la ganancia, incluyendo

renta, ingreso de los propietarios, ganancias del exterior, ganancias financieras y

ganancias no-financieras.

Algunos marxistas solo incluyen las ganancias de corporaciones no-financieras en sus

estimaciones de la masa de ganancia, dejando de lado las otras formas señaladas.

Extrañamente, estas formas excluidas corresponden a los sectores que más han

13
“Así, Alan Freeman exhibe una tasa de ganancia a la baja olvidando que el capital constante

transmite su valor al producto. Robert Brenner liquida la teoría del valor a partir de un modelo

en el que las ventajas de productividad hacen bajar los precios y recortan la ganancia en

proporción. El propio Chris Harman, aún deseoso de restablecer el dogma, se ve obligado a

admitir que “las tasas de ganancia se han recuperado desde alrededor de 1982 –aunque sólo

en torno a la mitad del declive que había tenido lugar en el período precedente” (Ibid., pp. 2).

crecido durante esta etapa de globalización capitalista, en particular las ganancias

financieras y las ganancias extranjeras.
14

Robert Brenner es uno de los marxistas que construyó una serie para la tasa de

ganancia basada solamente en los movimientos de las ganancias no-financieras

(relativa al monto de inversión en activos fijos e inventarios) en ciertas economías

nacionales. Después de excluir alrededor de la mitad de las ganancias de sus cálculos

por las razones ya entregadas, este autor llega a la no sorprendente conclusión que

las tasas de ganancias de las corporaciones no financieras de Estados Unidos,

Alemania y Japón han permanecido estancadas y bajas desde los inicios de la década

de los setenta. De este modo, para Brenner (2009), al igual que para la mayoría de los

ortodoxos, la crisis actual es simplemente un síntoma del “fracaso en recuperar la tasa

de retorno del capital, resultante en gran parte –aunque no solamente- de una

persistente tendencia a la sobre-capacidad; esto es, sobre-oferta, de la industria global

de la manufactura” (pp. 2).

Obviamente la polémica no termina aquí, pero los serios problemas de medición y las

profundas diferencias en cuanto al signo de la evolución de la tasa de ganancia

durante el período previo a la crisis, han sido suficientes para sembrar el desconcierto

entre los economistas de la ortodoxia que los ha llevado a hablar incluso de la

“desintegración de la escuela marxista” (Andrew Kliman, 2010).

La Economía Política de la Financiarización

Aparte de la ortodoxia, la mayoría de los economistas marxistas occidentales han

optado por teorizar la historia del desarrollo reciente del capitalismo y la severa crisis

que está sufriendo. Como sostiene Costas Lapavitzas (2010), la crisis que golpea al

mundo entre 2007 y 2009 pareciera no tener paralelo histórico, “está repleta de

características peculiares debido al rol del sector financiero. Su explosión refleja la

ascendencia de las finanzas en las economías contemporáneas o, más precisamente,

de la financiarización”. Para este autor, “el análisis empírico de la crisis es vital para

navegar en medio de los distintos enfoques teóricos de la financiarización” (pp. 5). De

allí la importancia de destacar ciertos ‘hechos estilizados’.

14
Por ejemplo, para el caso de Estados Unidos, las ganancias extranjeras registran un aumento

de su participación en la masa total de ganancia corporativa, desde un 22% en 2002 a un 31%

en 2008 (tercer trimestre), según el Bureau Economic Análisis.

Primero, sobresale el espectacular aumento de los activos financieros mundiales.

Entre 1980 y 2007, estos activos –incluyendo acciones, deuda pública y privada, y

depósitos bancarios- casi se cuadriplicaron en relación al Producto Interno Bruto (PIB),

alcanzando un monto de 186 trillones de dólares en 2007 (Mc Kinsey Global Institute,

2009, pp. 7).
15

Segundo, en cuanto a la deuda propiamente tal, su proporción aumentó casi de un

200% del PIB en 1995 a 300% en 2008 en las principales economías desarrolladas o

‘maduras’. Gran Bretaña lidera el grupo con una proporción impresionante que alcanzó

un 469% en 2008. Es conveniente tener presente que, en términos de variación anual

(en moneda local), la deuda total creció entre 2000 y 2008 a tasas mucho más

elevadas en los llamados países emergentes que conforman el grupo BRICs (Mc

Kinsey Global Institute, 2010, pp. 20).

Tercero, los flujos globales de capital también se expandieron de manera

extraordinaria durante este mismo período, sobre todo los que tenían por destino a las

llamadas ‘economías emergentes.
16

Finalmente, tenemos la sorprendente modificación que presentan las relaciones

financieras entre los países. La expansión de los flujos mundiales de capital ha forzado

a los países subdesarrollados a acumular vastas reservas internacionales en años

recientes, incluyendo a varios países latinoamericanos, los que se han convertido en

‘exportadores netos’ de capital.
17

Con estas evidencias, no es difícil comprender porque el término financiarización del

capitalismo ha logrado tanta aceptación. Para Costas Lapavitzas (2010), este

concepto “conlleva una considerable promesa teórica. Es una de las pocas ideas

15
De acuerdo a este mismo instituto, la explosión de la crisis financiera marcó un quiebre de

esta tendencia, pues estos activos cayeron en 16 trillones de dólares en 2008, quedando en

170 trillones de dólares. Las caídas accionarias explican virtualmente toda esta pérdida, siendo

el revés más grande del que se tenga registros. (pp. 7 y 10).

16
Según el Fondo Monetario Internacional (2010b), los flujos de capitales privados netos hacia

las ‘economías emergentes’ ascendieron desde 90 billones de dólares en 2002 a 600 billones

de dólares en 2007 (pp. 5). Por la crisis, estos flujos se contrajeron significativamente en 2008

(pp. 15).

17
Estas reservas, que en gran parte están en dólares, alcanzaron el 13% del PIB global en

2009, representando un aumento de tres veces en los últimos diez años. Sólo cinco países

(China, Japón, Rusia, S. Arabia y Taiwán) concentran un poco más de la mitad de tales

reservas (Fondo Monetario Internacional, 2010b, pp.4).

innovativas que han emergido en la economía política radical en los últimos años” (pp.

4). Por cierto, el concepto todavía “está en un estado primario y subdesarrollado” y es

comprendido de manera muy distinta por los economistas heterodoxos y marxistas.

Así, para las visiones convencionales de la financiarización (más próximas al neokeynesianismo),

el sector financiero comenzó a dominar y determinar el

funcionamiento del ámbito productivo a partir de las reformas estructurales y del fin de

los acuerdos de Bretón Woods. Este predominio de las finanzas sobre lo productivo ha

estado acompañado por mayores rentabilidades en el sistema financiero que en la

esfera productiva. Entre los principales enfoques que defienden esta posición se

encuentra la ‘escuela de la regulación’. Los autores de este grupo (M. Aglietta, R.

Boyer, R. Guttman y E. Stockhammer, entre otros) postulan un “régimen de

acumulación con dominación financiera” que representa lo antes dicho.

Una posición cercana a esa escuela es presentada por el marxista francés François

Chesnais (2001), para quien el funcionamiento de este tipo de régimen de

acumulación “está ampliamente organizado por las operaciones y las opciones de un

capital financiero más concentrado y centralizado que en ningún otro período anterior

del capitalismo” (pp. 289). Afirma, además, que “las finanzas y los mercados

financieros están en la cima del sistema; ocupan los
‘conmmandings heights’ o altos

puestos de comando
” (pp. 290). Chesnais concluye, a modo de hipótesis, que por

primera vez en la historia del capitalismo, en el centro del sistema, la acumulación del

capital industrial ya no está orientada hacia la reproducción ampliada” (pp. 293).

Énfasis similares en las finanzas teniendo intereses fuertemente opuestos a aquellos

del capital productivo pueden encontrarse en otros autores, tales como Duménil y

Levy, James Crotty o Peter Gowan.
18 Todas estas versiones de la ‘financiarización’

varían considerablemente en sus detalles, pero comparten la opinión que la actual

recesión tiene su origen en el sistema financiero. Expresando esta postura, Greg Albo,

Sam Lindin y Leo Panitch (2009) aseveran que “los orígenes de la actual crisis

financiera basada en los Estados Unidos no están enraizados en una crisis de

rentabilidad en la esfera de la producción como fuera el caso con la crisis de 1970”;

sino más bien en “la dinámica de las finanzas”. Por esto mismo, Gowan (2009) llama a

efectuar una ‘ruptura epistemológica”, ya que “una comprensión de la contracción

crediticia exige que trascendamos la idea predominante de que los cambios en la

18
Téngase en cuenta que Duménil y Levy (2005) caracterizaron al neoliberalismo como “la

expresión ideológica de la reafirmación del poder de las finanzas” que “dicta sus formas y

contenidos en la nueva etapa de internacionalización” (pp. 17).

denominada economía real producen resultados en una supuesta superestructura

financiera” (pp. 5).

En cuanto al desarrollo de la crisis, Guttman (2009) sostiene que “ha seguido el patrón

clásico de sobreextensión basada en la euforia, un momento de inestabilidad aguda

que marca un punto de inflexión, y una retirada de posiciones especulativas de pánico”

(pp. 43). Por cierto, se reconocen ciertos ‘rasgos únicos’ en este desarrollo, como “su

extraordinaria amplitud y su enorme intensidad”. Parte importante de la explicación de

esto último se encuentra en la espectacular expansión de los derivados, cuya función

original era proporcionar una suerte de seguro a las compañías (a cambios repentinos

en las tasas de interés o tipos de cambio, por ejemplo), y que podían comprarse o

venderse en el mercado, incluso con fines especulativos.
19

Asimismo, en este período puede verificarse una creciente financiarización de las

empresas ‘productivas’. Proceso caracterizado no sólo porque comenzaron a mirar a

las finanzas como una vía para obtener ganancias (General Motors, Ford o General

Electric), sino además por el surgimiento del llamado valor del accionista -‘shareholder

value’ o ‘
dictadura de los accionistas’ según Aglietta- que subraya la necesidad de las

firmas de entregar retornos rápidos a los accionistas a través del pago de elevados

dividendos, lo que a su vez supone una presión sobre los gobiernos y los bancos

nacionales para que mantuvieran altas tasas de interés. Crotty, Pollin y Epstein se

refieren a este proceso como un crecimiento de los ingresos de los rentistas y el ‘poder

del rentista’ en perjuicio de las ganancias industriales. De esta manera, la

financiarización ha provocado un pobre resultado no sólo de la inversión, sino también

del producto y el crecimiento de los países desarrollados.

Por su parte, la versión marxista de la financiarización intenta superar la oposición

entre producción real y finanzas, proponiendo el concepto de ‘financiarización de la

acumulación’. Así, para el ya citado Husson, “uno de sus rasgos más significativos,

que está en el origen de la financiarización, es que la tasa de ganancia crece, pero la

tasa de acumulación no la sigue. Dicho rápidamente: el capitalismo prefiere no

responder a las necesidades sociales si no le garantizan una hiper-rentabilidad”. En

tanto, en una mirada algo diferente, Alfredo Saad-Filho plantea que este fenómeno no

es resultado de una distorsión de un ‘capitalismo puro’, o de un ‘golpe del sector

financiero’ contra el capital productivo. Tampoco las finanzas son una estructura

parasitaria que captura primeramente una parte de las ganancias industriales o los

19
El comercio de derivados alcanzó los US$ 6,2 trillones por día en abril de 2007, comparado al

US$ 1,4 trillón de 1998.

ingresos de los trabajadores, trabando así la acumulación real. “La financiarización es

un aspecto estructural de la reproducción social bajo el neoliberalismo. Comprende la

reproducción del capital industrial, la reproducción del Estado, y la reproducción de la

clase trabajadora. En consecuencia, juega un rol constitutivo (esto es, causalmente

determinante) en la relación del capital en la fase actual (neoliberalismo) del

capitalismo”. (pp. 249).

Es debido a esta posición estratégica en el centro de la acumulación, y más en general

en la reproducción social, que las instituciones financieras –incluyendo los bancos,

compañías de seguro, fondos mutuos, hegde funds, stock brokers, y muchas otras

firmas financieras, así como el brazo financiero del capital industrial, especialmente las

industrias automotrices, supermercados, y otros conglomerados- se han apropiado de

una parte creciente de la plusvalía. (Alfredo Saad-Filho, pp. 249).

Como se ve, el sector financiero está ahora presente en todos los aspectos de la

sociedad de los países desarrollados, aunque también ha crecido fuertemente en el

mundo en desarrollo. Pero “el cambio más significativo ha sido, quizás, el aumento de

la expropiación financiera de los trabajadores y otras capas de la población” (Costas

Lapavitzas, 2009, pp. 34), convirtiendo “las rentas personales ... en una fuente

significativa de beneficios bancarios” (Ibid. pp. 38). Téngase en cuenta que desde el

año 2000 las familias en casi todas las economías desarrolladas elevaron sus

préstamos de forma significativa en relación al PIB, especialmente los hipotecarios

(subprime).
20 La crisis financiera detonó precisamente en este segmento crediticio.

Algo que sirvió de catalizador en este proceso fue la combinación entre la derogación

de leyes regulatorias claves que favorecieron a la banca y la introducción de una serie

de medidas que buscarán promover la ‘financiarización’ de las personas (fondos de

pensiones, seguros, salud, etc.);
21 por lo que las personas han terminado pagando a

20
Si bien la deuda de las familias norteamericanas alcanzó el 96% del PIB en 2008, para el

caso de Gran Bretaña y Suiza los montos fueron mayores, de 102% y 121% del PIB,

respectivamente. Por su parte, los préstamos bancarios para hipotecas residenciales equivalían

en 2007 al 81% del PIB en Gran Bretaña y a 73% en Estados Unidos. Asimismo, los préstamos

hipotecarios en la Europa occidental explicaron en gran parte el crecimiento de los préstamos

totales (Mc Kinsey Global Institute, 2010, pp. 21-22).

21
En 1978 fue impuesta la regulación 401K en los EE.UU., que permitió invertir en Bolsa el

dinero de los fondos de pensiones; mientras que en el Reino Unido se introdujeron en la

década siguiente los Planes Personales de Pensiones (Personal Equity Plans, PEP) y las

Cuentas de Ahorros Individuales (Individual Saving Accounts, ISA), que reciben un tratamiento

fiscal favorable y permiten canalizar los ahorros hacia los mercados financieros.

las administradoras financieras una proporción creciente de su renta por concepto de

comisiones. El crecimiento de los mercados financieros ha ampliado así el ámbito para

la expropiación financiera” (Costas Lapavitzas, 2009, pp. 67), en base al cobro de

elevadas comisiones a usuarios ‘cautivos’.

Pero también los bancos y otras instituciones financieras se han beneficiado con la

comercialización de deudas y con la especulación, sobre todo cambiaria, más que

mediante el interés cobrado por sus préstamos. De hecho, “los bancos invierten cada

vez más masivamente en títulos” antes de la crisis, tras unirse a la tendencia

acelerada de la titularización del crédito. “En caso de encontrar barreras

reglamentarias, financian a inversores y a intermediarios financieros que operan en

esos mercados” (Robert Guttman, 2001, pp. 94). De esta forma contribuyeron a un

cambio histórico en la forma del crédito desde los préstamos hacia los títulos.

Como contrapartida al auge de las finanzas personales en la circulación, los

préstamos bancarios al comercio y empresas apenas alcanzó al 46% del PIB en Gran

Bretaña y a 36% en Estados Unidos durante el año 2007. Estas proporciones

relativamente bajas estarían expresando el hecho que en los años previos a la crisis

las empresas no-financieras disfrutaban de ganancias crecientes (Mc Kinsey Global

Institute, 2010, pp. 25). De este modo, “las grandes corporaciones pasaron a ser

menos dependientes del financiamiento bancario”, dado que ahora financian sus

inversiones en capital fijo no sólo a través de las ganancias retenidas, sino además

pidiendo prestado directamente en los mercados abiertos (Costas Lapavitzas, 2009b,

pp. 8).

De lo anterior, puede deducirse, siguiendo a Lapavitzas, que la financiarización

“representa un cambio en la balanza entre producción y circulación” (Costas

Lapavitzas, 2009b, pp. 13). No sólo por el mayor peso que exhibe el capital financiero

(hipertrofia financiera), sino también porque el capital industrial intenta por todos los

medios maximizar sus ganancias en la esfera de la circulación. Esta mayor

importancia de la circulación (no confundir con determinación) es precisamente una de

las características estructurales de la financiarización.

Pero no se trata sólo de un cambio cuantitativo, también en el curso de la

financiarización se ha modificado el interés. Junto con haber sido arrinconado por

otras formas de ingresos financieros, ahora presenta una fuerte complejización. La

gran mayoría de los bancos no sólo prestan dinero sino también piden prestado,

puesto que están implicados en la intermediación entre prestamistas y prestatarios. A

ellos no les preocupa la tasa de interés absoluta sino el diferencial existente entre

diferentes tasas, particularmente entre tasas de largo y corto plazo. Igualmente, la

industria está preocupada de prestar y pedir prestado. Tipicamente acumulan

excedentes durante el lapso de tiempo transcurrido entre una nueva inversión y otra

(fondo de amortización), que pueden ser empleados como capital que devenga

interés. También avanzan créditos a los mayoristas que adquieren sus productos. Por

lo visto, los ingresos por interés en tiempos de financiarización no son patrimonio

absoluto del ‘capitalista dinerario’, ya que “también tienden a acumularse por los

capitalistas industriales y comerciales, y ya no pueden ser el fundamento exclusivo de

un grupo social” (Makato Itoh y Costas Lapavitzas, 1999, pp. 60).

Con el capital industrial asumiendo algunos de los atributos del capital financiero, hoy

más que nunca resulta erróneo oponer a los mercados financieros (‘especulativos’)

una positiva producción capitalista, o hacer una distinción radical entre producción

verdadera (‘economía real’) y ‘sistema financiero’ falso y malo. Por lo demás, el mismo

avance del capital ficticio y de los derivados en particular ha influido en la erosión de

las fronteras entre el capital productivo y el sector financiero. De este modo, el

principal problema teórico no se reduce a optar por cual de los dos polos es

predominante/ determinante en la explicación causal de la crisis, sino en recuperar la

noción de Marx que el capital es un movimiento social de (re)producción, pero no

anclado a espacios nacionales, sino con ‘vocación mundial’.

El Dilema de la Economía Mundial

Llama la atención que los análisis ortodoxos de la LTDTG y de la financiarización

intenten dar cuenta de la crisis mundial a partir de una concepción de la acumulación

definida generalmente en referencia a unidades nacionales, que resultan ser en la

mayoría de los casos los países capitalistas desarrollados. Esto implica que tanto el

aparato conceptual como los métodos de medición utilizados por ambas visiones

suponen la primacía de la dimensión nacional (economía nacional).

La opción por esta primacía no significa de ningún modo desconocer la existencia de

una economía mundial o internacional, sino más bien entender que ésta está

constituida sólo por las ‘vinculaciones externas’ de las naciones y sus regimenes de

acumulación (Alan Lipietz, 1986, pp. 22). Siendo esto así, el siguiente paso consistirá

en aceptar su naturaleza jerárquica, pudiendo dar lugar a un modelo de hegemonía y,

en ciertas visiones, a un esquema centro-periferia o a un sistema imperialista.

Sin embargo, las corrientes teóricas que defienden la primacía nacional parecieran

encontrar su principal soporte no tanto en Marx o en las características del capitalismo

contemporáneo, sino más bien en las teorías clásicas del imperialismo. En particular,

dos de sus proposiciones han sido heredadas y convertidas en principios teóricos en el

análisis reciente del desarrollo capitalista y la crisis mundial: la noción de

sobreproducción y el concepto de capital financiero.
22

El trabajo de Martijn Konings y Leo Panitch (2008) sobre la expansión de las finanzas

muestra ser una buena aplicación de aquello. Para estos autores el punto de partida

de su análisis es el “poder financiero norteamericano” en vez del “sistema global de

mercados financieros”. “En muchos sentidos, la globalización financiera es mejor

comprendida no como la re-emergencia de las finanzas internacionales, sino como un

proceso a través del cual la dinámica expansiva de las finanzas americanas adquiere

dimensiones globales” (pp. 3).

Las reflexiones de Gowan (1999) y de Chesnais (2001) no son muy distintas. Mientras

el primero afirma que el ‘Régimen Dólar-Wall Street’ ha tenido éxito al ‘exportar’ el

modelo estadounidense a las zonas dominadas por esta potencia; el segundo sostiene

que “la pretensión del capital financiero de dominar el movimiento de capitales en su

totalidad es paralela a la reafirmación del lugar central que ocupan los Estados

Unidos”; agregando que “el principal mecanismo de regulación del modo de

acumulación financiarizado mundial es la política monetaria y, en primer lugar, la de

ese país” (pp. 290).

Esta primacía manifiesta de la dimensión nacional en los teóricos de la financiarización

también esta presente en los análisis de quienes conforman la corriente de la LTDTG.

Así, Harman (2009) afirma que “las décadas de la gran desilusión fueron las décadas

en que el capital rompió violentamente los confines nacionales en el comercio, la

inversión y la producción” (pp. 255). Claro que este proceso de internacionalización no

significó la desaparición de los estados nacionales ni de la jerarquización entre ellos;

por el contrario, hoy, a diferencia del viejo imperialismo, “hay una gran desigualdad

incluso entre los estados más grandes en cuanto a la capacidad que tienen para

avanzar los intereses de sus capitales basados domésticamente. En la cima de la

jerarquía está… Estados Unidos” (pp. 270).

22
Para el desarrollo de este punto véase el libro de Dick Bryan (1995, pp. 50-52). De acuerdo a

la tradición subconsumista, la noción de sobreproducción en los países capitalistas avanzados

requiere una ‘salida’ hacia otros mercados nacionales.

A la hora de analizar la crisis ‘internacional’, estas posiciones tienden a interpretarla

como un mero ‘desorden’.
Esta es precisamente la idea central del libro “Desórdenes

en el capitalismo mundial” del economista francés Michel Aglietta (2007).
Según Hugo

Radice (1984), si las crisis son interpretadas como desordenes –a la Aglietta- “el

camino de salida de la crisis debe implicar primero y sobre todo la estabilización de los

ordenes económicos nacionales (monedas nacionales, estrategias industriales, etc.), y

sobre esa base se funda un nuevo orden internacional (hegemonía)” (pp. 114).

Es en este sentido que debe entenderse el reciente cambio de postura de Chesnais

(2008) con respecto a la jerarquización geo-económica, cuando señala que “la crisis

en gestación debe ser pensada en un marco donde Asia ha pasado a ser un

componente esencial” (pp. 73). Pero para otros autores
estos desordenes no tienen

porque traducirse en “
una pérdida relativa directa del poder americano”, ya que por

tratarse de una “crisis del imperio es una crisis de todos los Estados capitalistas en el

imperio” (Greg Albo, Sam Lindin y Leo Panitch, 2009). Es decir, todo cambia para que

todo dominio siga igual.

También Harman (2009) aborda dicha problemática, claro que lo hace en el contexto

particular de los remedios anti-crisis aplicados por los gobiernos nacionales,

aseverando que “los estados más grandes podrían posiblemente salvar a una buena

parte de su sistema financiero nacional”, pero “los estados más pequeños tendrían

muy pocas oportunidades de hacerlo” (pp. 301).

Por otra parte, la primacía nacional que defiende la mayoría de los teóricos de la

LTDTG y de la financiarización pareciera no verse alterada por el alto nivel de

expansión y densidad mundial alcanzado por el capital después de la posguerra,

principalmente en las dos últimas décadas. En efecto, aunque interrumpido por crisis

sucesivas, el PIB global registra una trayectoria ascendente durante ese período, con

tasas anuales reales que promediaron un 4,7% entre 2003-2007, junto a un comercio

mundial que se triplicó como proporción del PIB mundial y una inversión extranjera que

creció diez veces en los últimos veinte años (UNCTAD, 2008). Cabe resaltar que el

incremento de la IED obedece en gran medida a mayores tasas de acumulación y a

altas tasas de rentabilidad en muchas partes del mundo.
23

23
La reinversión de utilidades representó alrededor del 30% de las entradas totales de IED de

resultas “del incremento de los beneficios de las filiales extranjeras, sobretodo en los países en

desarrollo” (UNCTAD, 2008, pp. 1).

Los grandes protagonistas de esta extraordinaria expansión no son las ‘economías

nacionales’, sino las empresas transnacionales (ETN).
24 Si bien el universo de las ETN

está ampliándose, durante el último tiempo se han verificado importantes cambios en

las mayores empresas según su orientación sectorial y localización de sus casas

matrices.
25

Sin embargo, lo que más llama la atención es el hecho que tales flujos de IED están

explicados mayormente por operaciones transfronterizas de fusiones y adquisiciones

de empresas, reflejo de un impresionante proceso de concentración y centralización

de capitales a nivel mundial (90% del total de IED global en 2007). Estas operaciones

de fusiones y adquisiciones, además de tener rasgos de naturaleza transnacional,

también han venido adquiriendo cada vez más una orientación multisectorial como

resultado del avance de la financiarización.
26 Según Claude Serfati (2009), ya no

estamos frente a ETN ‘industriales’, sino cada vez más a verdaderos ‘holding’

financieros con actividades industriales que se inscriben en estrategias y gobernanzas

de su cadena de valor globales (pp. 111).

Este proceso de ‘globalización’ tiene como trasfondo no sólo la relocalización espacial

del capital-productivo, sino igualmente el acelerado movimiento expansivo del capitaldinero

y del capital-mercancía. A través de este movimiento, los propios capitales

individuales se están internacionalizando, ya sea convirtiéndose en corporaciones

transnacionales o siendo integrados a los mercados globales de mercancía y dinero.

De esta forma están entrelazándose los unos con los otros y se presuponen

mutuamente, conformando así a nivel mundial el circuito del capital social total y una

nueva división internacional del trabajo.

24
De acuerdo a la UNCTAD (2008), en 2007 existían 79.000 ETN con 790.000 filiales

extranjeras y cuyo acervo de inversión equivalía al 36% del PIB global, muy superior al 4% de

1950.

25
En 2007, 167 de las 500 compañías más grandes del mundo tenían su sede en América del

Norte, 184 en la UE y 64 en Japón. Mientras la proporción estadounidense en el total ha

disminuido durante los últimos años, la europea aumenta significativamente desde 146 en 1993

al 184 señalado.

26
Esto ha implicado una mayor participación de capitales financieros (bancarios y no-bancarios)

que ha hecho aumentar la importancia de dicha orientación desde fines de los años noventa

(donde 3 de cada cinco operaciones eran multisectoriales comparada a una en 1994). Incluso

al interior del propio sistema financiero se han venido derribando las fronteras entre segmentos

del sector.

Como es de suponer, este movimiento expansivo del capital presenta una serie de

contradicciones y desigualdades. El papel del capital-dinero es central, puesto que ha

logrado convertirse en un capital realmente mundial, sobre todo mediante la provisión

de crédito y otras formas de inversión –que Marx denominó capital ficticio- en el

mercado de capitales. Este capital ficticio, hoy predominante, adquiere un desarrollo

infinitamente mayor en relación a todos los períodos anteriores del capitalismo, cuyos

nuevos vehículos mundiales, como los derivados o los títulos respaldados por activos,

son alejados por varios grados de cualquier actividad creadora de valor (capital

productivo).
27

El hecho que se trate de ‘derechos circulantes’ (títulos y acciones), no quiere decir que

el capital ficticio sea una forma de fetichismo o una ‘falsa apariencia’, tal cual sostiene

la mayoría de los teóricos de la LTDTG. Estos derechos pueden hacerse efectivos y

jugar un rol decisivo en la acumulación y centralización del capital dinero que es parte

de la lógica reproductiva del capital. En este sentido, como esclarece Marx en Teorías

de la Plusvalía, “el capital puramente ficticio no es más que una simple transferencia

de riqueza de unas manos a otras” y, en conjunto, puede tener “resultados favorables

en lo que se refiere a la producción”. También podría tenerlo para el consumo (efecto

riqueza), generando una demanda que de lo contrario no existiría, denominada

“keynesianismo privatizado” por el marxista italiano Ricardo Bellofiore.

La creciente movilidad del capital ficticio y del crédito bancario ha servido no sólo para

someter a todas las actividades que implican dinero a un criterio internacional de

rentabilidad, sino además para potenciar las posibilidades de una crisis realmente

mundial como la que estamos viviendo.
28 Esto significa, en otras palabras, que el

capital estaría alcanzando su madurez en cuanto a su desarrollo, conformando un

espacio mundial de manifestación de las contradicciones del proceso de acumulación

y reproducción bajo la forma de crisis capitalista. El extraordinario auge del capitaldinero

a escala planetaria no hace más que amplificar ese potencial.

27
Para un tratamiento profundo de este concepto, ver François Chesnais (2009).

28
Respecto a esto último, Bryan (1995) propone considerar al menos tres cuestiones: i) el

dinero se ha expandido crecientemente más allá de los regimenes nacionales y de los bancos

centrales; ii) la rentabilidad de los mercados de capitales diversificados e internacionalmente

integrados tiende a sobrepasar la rentabilidad de la producción industrial; iii) debido a la

creación de nuevas fuentes de crédito asociadas a las recientes formas de intermediación

financiera global, los flujos de dinero y la relocalización de la producción han seguido múltiples

direcciones, tanto dentro como fuera de los países.

Pero para analizar la crisis en el plano de la economía global, “habría que reconstruir

la acumulación del capital también categorialmente en el contexto del mercado

mundial” (Claudia von Braunmühl, 1983, pp. 8). Si bien las categorías desarrolladas

por Marx en el tercer tomo de El Capital (como la tendencia a la caída de la tasa de

ganancia, la tasa media de ganancia, la composición orgánica del capital, etc.) son

derivadas del concepto de capital en general en su concreción al marco nacional; ellas

desde un punto de vista lógico conducían a la conformación del mercado mundial. En

el capítulo VI del Tomo III de El Capital, Marx lo intenta dejar en claro: “Los fenómenos

que investigamos en este capítulo presuponen, para su pleno desarrollo, el sistema

crediticio y la competencia en el mercado mundial”.

De acuerdo a Tony Smith, “la categoría ‘mercado mundial’ está implícita en cada uno y

en todos los mayores niveles teóricos de El Capital, así como en la forma Estado”. Se

trata, por tanto, “de ‘empujar’ (
push) la teoría hacia delante a una nueva etapa”, donde

“lo inicialmente implícito pasa a ser lo plenamente explícito” o donde lo que aparece

como “supuesto” inicial (mercado mundial) ahora “es resultado de la producción

capitalista” (Karl Marx, 1982b, pp. 226). Este debe ser precisamente el punto de

arranque del análisis de los movimientos del capital y de las crisis.

Siendo esto así, la anterior etapa del capital “se revela como una particularidad

histórica” ante su “manifestación nueva, concreta e histórica” (Claudia von Braunmühl,

1983, pp. 8). Es decir, todas las consideraciones anteriores pasan a ser abstracciones

de la nueva totalidad capitalista. Por esto mismo, la categorización elaborada por Marx

no puede ‘verificarse’ o ‘refutarse’ simplemente mediante datos estadísticos

compilados en escala nacional (la tasa de ganancia de un país dado, por ejemplo).

Con un capital desplegado a nivel mundial, de forma altamente desigual, estos

cálculos se convierten en ejercicios estériles con escaso poder explicativo. Si a ello

adjuntamos la unilateralidad analítica, que es un atributo de varias corrientes marxistas

(al fijarse en un solo momento del ciclo del capital o sólo en la primacía del proceso de

acumulación nacional), ese poder se ve reducido todavía más.

Así ocurre con las tesis del ‘estancamiento’ o del ‘largo declive’ o de ‘bajas tasas de

acumulación’, que aparecen como visiones eurocentristas incapaces de explicar

porque la ‘pérdida de vitalidad’ del capitalismo en las economías desarrolladas no se

tradujo en una caída general del ritmo de expansión del capitalismo a nivel mundial

durante las dos últimas décadas, sino más bien en una diseminación en Asia (China) y

en parte en América Latina de los centros de acumulación del capitalismo.
29 Estas tesis

que no han podido dimensionar los desplazamientos de las placas tectónicas –al decir

de Harvey- de la economía mundial, tampoco logran captar la particularidad del

desarrollo de la actual crisis que ha combinado una impresionante sincronización en

sus inicios con una gran disparidad en la fase de recuperación del ciclo, marcando una

clara diferencia a lo sucedido tras la crisis asiática. Según las últimas proyecciones del

FMI, el 75% del crecimiento mundial en 2011 vendrá de las naciones en desarrollo.
30

Este problema teórico es de gran significación, ya que a la par de tal redistribución de

los centros dinámicos de acumulación ocurren importantes modificaciones del papel

del Estado y de la estructura de clases de esas sociedades, lo que puede incidir de

manera decisiva en el curso de la lucha de clases a nivel mundial.

Por un lado, ante la recurrencia de las crisis, el Estado se ve en “la necesidad de

administrarlas a nivel nacional e internacional” con el fin de “asegurar con éxito la

rotación del capital”. Pero el Estado ya no representa de modo inequívoco los

intereses del ‘capital nacional’” (Peter Burnham, 2001, pp. 110). Ilustración concreta de

ello son los llamados ‘desbalances globales’ que tienen como eje, desde el punto de

vista de las finanzas, la relación entre el enorme déficit comercial estadounidense y el

superávit de China y otros países exportadores. Estos últimos han estado dispuestos a

reciclar a Estados Unidos sus gigantescos excedentes comerciales (con el fin de

seguir obteniendo acceso a los mercados occidentales y a su capital, así como a su

know-how y tecnologías), contribuyendo de este modo con liquidez a la expansión de

nuevos instrumentos de deuda en el país del Norte que posibilitaron la burbuja ‘subprime’

y el boom del consumo interno.
31

29
Entre 2003 y 2007 los llamados países en desarrollo registraron un crecimiento muy superior

al de los países industrializados (7,4% versus 2,7%) y mayor al promedio mundial (4,7%),

destacando Asia (9,2%) y América Latina (5,0%). Como trasfondo se encuentran elevadas

tasas de inversión y acumulación.

30
De acuerdo al FMI (2010), aproximadamente el 32% del total provendrá de China y otro 18%

de las demás naciones asiáticas; mientras que el aporte de las economías latinoamericanas

superará el próximo año al de los que conforman la Zona Euro (0,35% contra 0,26%). A

comienzos de la década de los 2000, las naciones industrializadas de todo el planeta

explicaban alrededor del 60% del crecimiento mundial, cifra que se reducirá al 25% en 2011; en

tanto China contribuía en ese año sólo con el 11%.

31
Sobre este tema, ver libro de Andrew Glyn (2007), capítulo IV.

Con la crisis mundial esta forma de interdependencia se ha visto alterada, siendo

inviable su regreso al pasado. Un nuevo auge de consumo sostenido en deuda ya no

puede ser el principal motor de una eventual expansión económica norteamericana y

mundial. El precio de evitar un colapso de este desbalance ha sido la tendencia a la

devaluación que sufre el dólar desde el estallido de la burbuja inmobiliaria, colocando

seriamente en cuestión su rol como moneda mundial y resguardo de valor. Es tal la

gravedad de la crisis, que cada vez más las materias primas devienen en objetos de

especulación a la vez que refugios de valor. Todo esto evidencia que tras el telón de

fondo del ciclo económico mundial continúa desenvolviéndose “no sólo una ‘crisis

financiera’ vinculada con instituciones financieras y su solvencia, sino también una

‘crisis monetaria’ relacionada con lo que es usado como dinero en los mercados

financieros” (Dick Bryan, 2009). Su última expresión es la llamada ‘guerra de divisas’.

Por otro lado, el surgimiento de nuevos centros de acumulación mundial, ha supuesto

la incorporación de trabajadores asalariados adicionales a la producción capitalista.

Entre 1990 y 2007, cerca de 300 millones de campesinos chinos fueron transformados

en fuerza de trabajo asalariada que podría ser explotada por el capital. Este proceso

de ‘acumulación primitiva’ es parte del “dramático colapso del comunismo en el ex

bloque soviético y gradualmente en China, que desde entonces agregó algo de dos

billones de personas a la fuerza de trabajo asalariada mundial” (David Harvey, 2010,

pp. 16). Gran parte de ésta se ubica en los países en desarrollo, sumando 2.400

millones de trabajadores en 2005, pudiendo aumentar a 3.600 millones en 2040 (OIM,

2010). “Incluso, alrededor del 60% de los trabajadores industriales del mundo están

fuera de los países ‘avanzados de la OCDE” (Chris Harman, 2009, pp. 337). Junto a

este crecimiento extraordinario del trabajo asalariado, principalmente de bajo costo y

precarizado, las tasas de urbanización e inmigración aumentaron masivamente.

Con la expansión de las finanzas mundiales no sólo han cambiado las condiciones de

trabajo y salariales para millones de trabajadores,
32 sino además las condiciones de su

propia reproducción. El extraordinario auge del crédito de consumo e hipotecario ha

llevado a que el capitalista prestador de dinero también se relacione con los

trabajadores asalariados.
33 Por lo cual, además de “una acumulación de deuda sobre

la producción futura de plusvalía”, hay “una acumulación de deuda sobre el futuro

32
Según Máximo De Angelis (2008), “de los viejos ‘tratos de productividad’ que vinculaban los

incrementos salariales al aumento absoluto de la productividad, se ha pasado a relacionar los

aumentos salariales con el precio de las acciones, que significa atarlos a los diferenciales de

productividad existentes entre los trabajadores de una empresa con aquellos de las empresas

de la competencia” (pp. 6).

ingreso salarial” (Werner Bonefeld, 1995, pp. 6). No sólo eso, asistimos adicionalmente

a una creciente privatización y financiarización de la protección social, en particular de

la salud y las jubilaciones, quedando sujeta en última instancia a las subidas y bajas

de los mercados financieros.

En definitiva, el capitalismo mundial no es, ni puede ser interpretado como un mero

agregado de economías nacionales, menos aún cuando la presente crisis ha develado

que son entidades discretas. En las corrientes marxistas analizadas, hemos

constatado en su tratamiento de la crisis una pérdida de visión de la realidad del

proceso de acumulación y reproducción del capital como una totalidad mundial, y con

ello la realidad de su propia génesis social: las mutaciones que ha sufrido el mundo del

trabajo. Es urgente recuperar un horizonte de
visibilidad donde importe no sólo la

reproducción del capital global, sino también el mostrar aún en ella al trabajador objeto

de explotación y precarización; pero un trabajador que también cuenta con algún

poder para revertir y redefinir este capitalismo en crisis.

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