CLASE
“Sexo contra Sexo o Clase contra Clase”
por
Evelyn Reed
Primera Edición
Diseño y Diagramación: Antonio Fonseca
Portada: Margarita Bellorini
PSOCA Editorial®
Centroamérica, 4 de Marzo del 2012
Reed
Presentación
La
festividad del 8 de Marzo comenzó como día internacional de lucha de la mujer
trabajadora, pero en el transcurso del tiempo fue institucionalizado por la
burguesía y el imperialismo, como el “Día de la Mujer”.
Las
luchas de las mujeres trabajadoras permitieron obtener mportantes conquistas
democráticas durante el siglo XX, que comienzan a ser revertidas por la crisis
del sistema capitalista.
En la
actualidad el feminismo ha sido intoxicado con las políticas de género y de
feminismo burgués y pequeño burgués que promueven el Banco Mundial y demás
organismos financieros internacionales, que no están interesados en la lucha
por la emancipación de la mujer, sino por aumentar la productividad y reducir
las tasas de natalidad en todo el mundo.
La
liberación de las mujeres no será producto de la lucha contra los hombres, sino
de la lucha conjunta de hombres y mujeres contra el sistema capitalista que
explota a ambos, pero que sume en una doble explotación a la mujer trabajadora.
El
Machismo es un producto directo del sistema explotador, envilece a los hombres
y perjudica directamente a las mujeres, pero el combate contra el Machismo y
por la verdadera emancipación de las mujeres, debe ser un combate, no de sexos
entre si sino de todos contra el sistema, que lo crea y recrea constantemente.
Por
ello, como homenaje a la mujer trabajadora, y para rescatar el verdadero significado
del 8 de marzo, como día de lucha internacional de la mujer trabajadora, el Partido Socialista Centroamericano (PSOCA) publica
este texto olvidado, escrito por la feminista marxista norteamericana, Evelyn
Reed (1905-1979).
Esperamos
que la lectura y estudio de este Cuaderno, ayude a los colectivos feministas y
organizaciones que luchan por los derechos de las mujeres, a encontrar el
análisis marxista sobre la opresión de la mujer, que fue enterrado por la
ofensiva ideológica de los explotadores.
La reunificación
socialista de Centroamérica será posible si logramos que las mujeres se
incorporen a la lucha revolucionaria.
Centroamérica,
4 de marzo del 2012
Julia
Barrientos Marroquín contra Clase
PREFACIO DE LA AUTORA
Después
de años de letargo y de sumisión a un statu quo, un número cada vez mayor de
mujeres americanas levanta cabeza para unirse a los negros rebeldes y a los
estudiantes radicales en su lucha contra el sistema capitalista.
Esta
vanguardia de mujeres militantes reclama el fin del estado de inferioridad al cual
ha quedado relegado nuestro sexo, y somete las instituciones y los valores de
la sociedad actual a una dura crítica. Sus reivindicaciones van desde la
abolición de las discriminaciones practicadas contra el sexo femenino en el
campo laboral, hasta la revisión de las leyes reaccionarias sobre el aborto,
sostenidas por la Iglesia y el Estado.
Los
grupos de liberación de la mujer, surgidos en torno a esta lucha por la
igualdad, debaten seriamente los diferentes problemas teóricos y prácticos que
surgen. Exactamente igual que lo hacen los afro-americanos cuando intentan
comprender por qué fueron relegados a un estado de esclavitud y cómo les será
posible liberarse rápidamente, del mismo modo estas mujeres recientemente
concienciadas quieren saber cómo y por qué han estado subyugadas por las leyes
machis-tas y qué puede hacerse para remediarlo.
Sin
embargo, cuando buscan una explicación, descubren con sorpresa que hay
poquísima información disponible sobre este tema. Existen muchos estudios que
tratan del desarrollo del género humano en su conjunto, desde
los
tiempos más antiguos hasta nuestros días. Pero ¿dónde encontrará, si quiere
llegar más allá en sus indagaciones, un sumario fiable dedicado a la evolución
de la mujer, que pueda servirle para arrojar alguna luz sobre ciertas
cuestiones desconcertantes que se refieren a su situación social
cambiante
a través de los tiempos?
La
escasez de datos sobre un tema que es del máximo interés para la mitad del
género humano, no debe sorprendernos. La historia ha sido escrita hasta
nuestros propios días desde el punto de vista de las clases 1905-1979 dominantes
y del sexo dominante.
Así ha
podido suceder que todavía esté por escribir una relación completa de las
contribuciones que ha realizado la mujer al progreso social.
La
documentación auténtica de todo lo que ella ha realizado hasta ahora ha sido
escamoteada, limitada, subvalorada; del mismo modo y por las mismas razones que
las luchas y las victorias de la población trabajadora y de las minorías
oprimidas.
Todos
los oprimidos, incluidas las mujeres, necesitan ahora urgentemente escribir y
reescribir su propia historia, para sacarla a la luz y corregir las falsificaciones.
Al mismo tiempo, esta tarea debe ser realizada en medio del calor de la lucha
por su emancipación y como instrumento para la misma.
Un
estudio amplio de la historia de la parte femenina del género humano, tendrá
que iniciarse necesariamente en los mismos orígenes de la sociedad. El período
más antiguo, el del estado salvaje, es, o debería ser, un campo muy específico
de la antropología. Como ciencia dedicada al estudio de la prehistoria o de la pre
civilización, la antropología tiene una enorme importancia para la “cuestión de
la mujer”, y esto es lo que intento exponer aquí. Sus descubrimientos,
interpretados y comprendidos en su justo valor, pueden servir para destruir
muchos de los mitos que todavía prevalecen y prejuicios que existen sobre la
mujer, y pueden convertirse en una valiosa ayuda para el movimiento de su
liberación.
Por
ejemplo, las mujeres de la sociedad pre civilizada eran tanto económicamente
independientes como sexualmente libres. No dependían de unos maridos, padres o
patronos para conseguir su subsistencia, y no eran humildes ni se mostraban
agradecidas por cualquier migaja que se les cediera. En la sociedad comunitaria
trabajaban junto con otras mujeres y otros hombres en beneficio de toda la
comunidad, y dividían los resultados de su labor sobre una base igualitaria.
Según las costumbres, decidían ellas mismas autónomamente acerca de su
comportamiento sexual. No eran objetos que se pudieran poseer, oprimir,
manipular y explotar. Como productoras y procreadoras eran la cabeza reconocida
de una sociedad matriarcal, y eran tenidas en el más alto honor y respeto por
los hombres.
Sin
embargo, cuando estos hechos fueron descubiertos por primera vez por los
antropólogos del siglo pasado, estas versiones de las formas primitivas de
organización social ofendieron y alarmaron a los guardianes del statu quo,
exactamente como sucede todavía en nuestros días. Sus objeciones han tenido
efectos negativos sobre el desarrollo sucesivo de la ciencia de la
antropología, y han servido incluso para impedir y retardar la elaboración de
una historia de la mujer que fuese auténtica y completa.nt
Existen
razones políticas para esta obstinada resistencia. El descubrimiento de que las
mujeres no siempre han sido consideradas como el “segundo sexo”, relegadas a un
estado de inferioridad, sino que por el contrario, han disfrutado en su día de
una inmensa capacidad creativa, social y cultural, contenía implicaciones
peligrosamente “subversivas”: amenazaba con minar la supremacía del hombre
tanto como el dominio capitalista. Porque si resultaba verdad que el sexo
femenino había tenido una participación fundamental en la construcción de la
sociedad comunitaria primitiva ¿por qué no iba a poder hacer lo mismo en la
reconstrucción de las relaciones sociales, a un nivel histórico más elevado? Una
vez que las mujeres actuales, frustradas y rebeldes, hubieran comprendido lo
que habían podido realizar sus antecesoras en su tiempo y cuál había sido la
posición influyente que poseían, difícilmente se contentarían con permanecer en
su actual estado de inferioridad. Las adeptas de los movimientos de liberación
de la mujer no solamente se sentirían reforzadas, sino mucho mejor equipadas en
su lucha por la abolición de la sociedad capitalista que las humilla, y por la
construcción de una nueva sociedad, una sociedad mejor, en la cual todos los
seres humanos y ambos sexos serían libres.
Los
escritos de los fundadores del socialismo científico, Marx y Engels, y de sus
discípulos, apuntaban en esta dirección. Ellos creían que la opresión y la
degradación a que están sometidas actualmente las mujeres, no pueden ser
consideradas aparte de la explotación de las masas trabajadoras por los
propietarios capitalistas. Por lo tanto, las mujeres podrían asegurarse un
pleno control sobre sus vidas y conformar su propio destino únicamente como
fuerza integrante de la revolución socialista mundial.
Este
libro desea constituir una pequeña contribución a la tremenda labor que espera
a la mujer en nuestra época revolucionaria. Al conformar nuestro presente y
nuestro futuro, tendremos que reconstruir también nuestro pasado, por difícil
que ello pudiera resultar. Conforme se extienda el actual proceso de
concienciación, no me cabe duda alguna que un número cada vez más amplio de
mujeres revisará críticamente la larga marcha del género humano, realizará
nuevos descubrimientos y divulgará todo aquello que ya se ha llegado a conocer
acerca de la verdadera historia de nuestro sexo.
15 de
junio de 1969
Evelyn
Reed
NOTA DE LA AUTORA A LA QUINTA EDICIÓN
NORTEAMERICANA
Cuando
el día 26 de Agosto de 1970 decenas de millares de mujeres o cuparon las calles
de todas las ciudades americanas para conmemorar el 50 Aniversario de su
conquista del voto, habíamos entrado en una nueva fase de la lucha por nuestra
liberación; y en el transcurso de un año, ésta ha adquirido dimensiones
nacionales y carácter de masa. Nadie que haya podido participar en la grandiosa
manifestación que tuvo lugar en el centro de Manhattan, cuando 35.000 mujeres
bloquearon la Quinta Avenida y marcharon orgullosamente hasta el gran centro de
reunión de Bryant Park, podría dudar de nuestro poder y nuestra unidad. Esta
convicción fué expresada mediante un altavoz por Kate Millet, que mirando la
vasta asamblea exclamó: “¡Realmente, ahora somos un movimiento!”.
En la
marcha y el encuentro de Nueva York había mujeres de todas las edades y de toda
la escala social. Participaron en aquella marcha no solamente mujeres negras y
puertorriqueñas, obreras y estudiantes, sino también numerosos hombres
simpatizantes. Somos una masa significativa e imponente que no puede ser
ignorada, ridiculizada o despreciada por más tiempo, como si no tuviese
importancia. Hemos afirmado en forma clara e inequívoca nuestra determinación
de introducir cambios fundamentales en la situación que ocupa la mujer en la
actual sociedad americana.
Nuestro
programa, ampliamente aceptado, se estructura en torno a las tres consignas
principales de la lucha de la mujer por la igualdad, y que son: 1) guarderías
gratuitas abiertas durante 24 horas, bajo control comunitario; 2) aborto libre;
3) oportunidades iguales de trabajo y de educación.
Estas
reivindicaciones son elementos para el progreso, pero también son algo más: en
el transcurso del año pasado, ha surgido una verdadera marea de literatura que
ha sido puesta en circulación para satisfacer la demanda de clarificación y de
información sobre este movimiento.
Podemos
presumir que esta labor no disminuirá, sino que se verá incrementada y abarcará
nuevos aspectos, ya que la lucha por la liberación implica cuestiones varias y
complejas, desde la reconstrucción de nuestra historia “escamoteada” hasta la
valoración de la naturaleza de la vida contemporánea y la transformación de las
relaciones humanas. Clase contra Clase
Este
libro intenta aclarar algunos de los problemas teóricos fundamentales que han
sido debatidos por el movimiento. Es natural que existan divergencias e incluso
conflictos de opinión en el ámbito de un movimiento tan joven y tan fluido, que
acoge a mujeres procedentes de los ambientes más dispares y por lo tanto con
puntos de vista muy diversos. Tendrá que transcurrir algún tiempo antes de que
el movimiento en su conjunto, y su vanguardia en particular, sepan definir
exactamente sus posiciones y elaborar una estrategia unitaria para llevar
adelante la lucha con la mayor eficacia.
Esta
quinta edición ampliada contiene dos apartados nuevos. El primero se titula: “Mujeres:
¿casta, clase o sexo oprimido?” y fue presentado en un seminario sobre “Las
causas de la opresión de la mujer”, que sostuvo la Sexta Conferencia de
Intelectuales Socialistas, celebrada en Nueva York del 13 al 14 de Junio de
1970, y que fue publicado después en septiembre de 1970 en “International
Socialist Review”; el otro, titulado “Cómo perdió la mujer su autonomía y cómo
podrá reconquistarla”, fue presentado durante una serie de conferencias
realizadas de una costa a otra del país, por más de treinta escuelas y
universidades, en primavera y otoño de 1970.
Ambos
son contribuciones marxistas para la clarificación de determinados problemas
muy urgentes que el movimiento de mujeres está intentando resolver. Las
respuestas que ofrecemos no pretenden ser definitivas o dogmáticas, sinó que
representan una parte del diálogo y de los intentos de investigación que se han
realizado en este sector complejo y controvertido.
Septiembre
1970
Evelyn Reed
LA MUJER:
¿CASTA, CLASE O SEXO
OPRIMIDO?
Evelyn Reed
En la
actualidad, el movimiento de liberación de la mujer está a un nivel
ideológico superior al del movimiento feminista en el siglo pasado.
Casi
todas las corrientes comparten el análisis marxista del capitalismo y se
adhieren a la clásica explicación de Engels sobre el origen de la opresión de la
mujer, basada en la familia, la propiedad privada y el Estado.
Pero aún
perduran notables equívocos e interpretaciones erróneas de la
posición marxista, que han conducido a algunas mujeres, que se consideran
radicales o socialistas, a desviaciones y a una desorientación teórica.
Influenciadas por el mito de que las mujeres han estado siempre condicionadas
por sus funciones reproductoras, tienden a concluir que las
raíces de la opresión femenina son, al menos en parte, debidas a diferencias
sexuales biológicas. En realidad, las causas son exclusivamente
históricas
y sociales.
Algunas
de estas teorías sostienen que la mujer constituye una clase especial
o una casta. Estas definiciones no sólo son ajenas al marxismo, sino que
llevan a la falsa conclusión de que no es el sistema capitalista, sino el
hombre, el principal enemigo de la mujer. Propongo poner a discusión
esta tesis.
Las
aportaciones del marxismo en este campo, fundamentales para explicar
la génesis de la degradación de la mujer, pueden resumirse así:
Ante
todo, las mujeres no han sido siempre el sexo oprimido o “segundo
sexo”. La antropología o los estudios de la prehistoria nos dicen todo lo
contrario. En la época del colectivismo tribal las mujeres estuvieron a la par
con el hombre y estaban reconocidas por el hombre como tales.
En
segundo lugar, la degradación de las mujeres coincide con la destrucción
del clan comunitario matriarcal y su sustitución por la sociedad clasista
y sus instituciones: la familia patriarcal, la propiedad privada y el Estado.
Los
factores clave que llevaron al derrocamiento de la posición social de la
mujer tuvieron origen en el paso de una economía basada en la caza y
en la recogida de comida, a un tipo de producción más avanzado, basado
en la agricultura, la cría de animales y el artesanado urbano. La primitiva
división del trabajo entre los sexos fue sustituida por una división social
del trabajo mucho más complicada. La mayor eficacia del trabajo permitió
la acumulación de un notable excedente productivo, que llevó,
primero,
a diferenciaciones, y después a profundas divisiones entre los distintos
estratos de la sociedad.
En
virtud del papel preeminente que habían tenido los hombres en la
agricultura extensiva, en los proyectos de irrigación y construcción, así como en
la cría de animales, se apropiaron poco a poco del excedente, definiéndolo
como propiedad privada. Estas riquezas potencian la institución
del matrimonio y de la familia y dan una estabilidad legal a la propiedad
y a su herencia. Con el matrimonio monogámico, la esposa fue colocada
bajo el completo control del marido, que tenía así la seguridad
de tener
hijos legítimos como herederos de su riqueza.
Con la
apropiación por parte de los hombres de la mayor parte de la actividad
social productiva, y con la aparición de la familia, las mujeres fueron
encerradas en casa al servicio del marido y la familia. El aparato estatal
fue creado para reforzar y legalizar la institución de la propiedad privada,
el dominio masculino y la familia patriarcal, santificada luego por la
religión.
Este es,
brevemente, el punto de vista marxista sobre el origen de la opresión
de la mujer. Su subordinación no se debe a ninguna deficiencia biológica
como sexo, sino que es el resultado de los acontecimientos sociales
que destruyeron la sociedad igualitaria de la gens matriarcal, sustituyéndola
por una sociedad clasista patriarcal que, desde sus inicios,se
caracterizó por la discriminación y desigualdad de todo tipo, incluida la
desigualdad de sexos . El desarrollo de este tipo de organización socioeconómica estructuralmente
opresiva, fue la responsable de la caída histórica
de las mujeres.
Pero la
caída de las mujeres no se puede comprender completamente, ni se
puede elaborar una solución social y política correcta para su liberación,
sin considerar lo que sucede actualmente con los hombres. Muy a menudo
no se tiene en cuenta que el sistema patriarcal clasista, que ha hecho
desaparecer el matriarcado y sus relaciones sociales comunitarias, ha
destruido también la contrapartida masculina, el fratriarcado .—esto es, la
fraternidad tribal de los hombres. La derrota de las mujeres anduvo pareja
con la dominación de las masas de trabajadores por la clase de los patronos.
La
esencia de este desarrollo se puede ver más claramente si se examina
el carácter fundamental de la estructura tribal que Morgan, Engels y
otros han descrito como “sistema de consumo primitivo”. El clan comunitario
era tanto una hermandad de mujeres como una hermandad de
hombres. La hermandad, esencia del matriarcado, tenía claramente caracteres
colectivos. Las mujeres trabajaban juntas como una comunidad de
hermanas; su trabajo social proveía ampliamente al mantenimiento de toda
la comunidad. Criaban a los hijos también en comunidad. Una madre no
hacía distinción entre sus hijos y los de otra mujer del clan, y los niños,
por otra parte, consideraban a todas las hermanas mayores como madres.
En otras palabras, la producción y la propiedad en común iban acompañadas
de la educación común de los hijos.
La
contrapartida masculina de esta hermandad era la fraternidad, modelada
según los mismos esquemas comunitarios. Cada clan, y el
conjunto de clanes que comprendía la tribu, se caracterizaba por la “fraternidad”
desde el punto de vista masculino, y por la “hermandad” o “matriarcado”
desde el punto de vista femenino. En esta fraternidad matriarcal,
los adultos de los dos sexos, no sólo producían para mantenerse, sino que
alimentaban y protegían a los niños de la comunidad. Estos aspectos
hicieron de la hermandad y fraternidad un sistema de “comunismo primitivo”.
Así,
antes de que la familia tuviera como cabeza un padre individual, la
función de la paternidad era social y no familiar. Además, los primeros hombres
que desarrollaron funciones “paternales” no fueron los compañeros o “maridos”
de las hermanas del clan, sino sus hermanos. Y esto no sóloporque
los procesos fisiológicos de la paternidad eran desconocidos, sino más bien
porque este hecho era insignificante en una sociedad fundada en el
colectivismo productivo y en el cuidado común de los hijos.
Aunque
actualmente nos pueda parecer extraño a nosotros, que estamos
acostumbrados a la forma particular de educación de los hijos, era
perfectamente natural en la comunidad primitiva, que los hermanos del
clan, o sea, los maternos, ejercieran estas funciones paternas hacia los hijos de
las hermanas, que más tarde fueron asunto del padre individual respecto
a los hijos de la esposa.
El
primer cambio en este sistema de clan hermano-hermana se debe a la
creciente tendencia de la pareja, o de la “familia a dos”, como lo han llamado
Morgan y Engels, a vivir juntos en la misma comunidad y casa. Sin embargo,
la simple cohabitación no alteró sustancialmente las relaciones colectivas
o el papel productivo de las mujeres en la comunidad. La división del
trabajo según el sexo, efectuada entre hermanas y hermanos del clan, se
transformó gradualmente en división sexual del trabajo entre marido y
esposa.
Pero
mientras prevalecieron las relaciones colectivas y las mujeres continuaron
participando en la producción social, permaneció, en mayor o e menor
medida, la originaria igualdad entre los sexos. La comunidad entera continuó
proveyendo a cada miembro de la pareja, quizás porque cada miembro
de la pareja contribuía también en la actividad laboral.
Por lo
tanto, la familia de pareja, tal como aparece en los albores del sistema
familiar, era radicalmente distinta del actual núcleo familiar. En nuestro
sistema capitalista, desordenado y competitivo, cada familia debe salvarse
o ahogarse, contando sólo con sus posibilidades y no puede contar con la
ayuda externa. La esposa depende del marido, y los hijos deben contar
con sus padres para su subsistencia, aunque estén sin trabajo, enfermos
o muertos. En el período de la familia de pareja no existía este tipo de
dependencia de la “economía familiar”, porque la comuna entera se hacía
cargo de las necesidades fundamentales de cada individuo desde la cuna
hasta la tumba.
Esta fue
la causa concreta de la ausencia, en la comunidad primitiva, de las
opresiones sociales y los antagonismos familiares, tan frecuentes actualmente.
Se ha
dicho a veces, explícita o implícitamente, que la dominación masculina
ha existido siempre y que las mujeres han sido siempre tratadas brutalmente
por los hombres. O también, a veces, se ha creído que las relaciones
entre los sexos, en la sociedad matriarcal, eran exactamente lo
contrario de las nuestras .—con las mujeres dominando a los hombres. Ninguna
de estas afirmaciones ha sido confirmada por los descubrimientos antropológicos.
No es mi
intención alabar la era salvaje ni auspiciar un retorno romántico
a alguna pasada “edad de oro”. Una economía basada en la caza y
el aprovisionamiento de comida representa el estadio más bajo del desarrollo
humano, y sus condiciones de vida eran desagradables, crueles y duras.
Sin embargo, debemos reconocer que las relaciones entre el hombre y
la mujer eran fundamentalmente distintas a las nuestras.
En el
clan no existía la posibilidad de que un sexo dominara al otro, de la
misma forma que una clase no podía explotar a la otra. Las mujeres ocupaban
un lugar preeminente porque eran las principales productoras de bienes y
de nuevas vidas. Pero esto no las indujo a oprimir a los hombres. Su
sociedad comunitaria excluía la tiranía de clase, de raza o de sexo.
Como ha
dicho Engels, con la aparición de la propiedad privada del matrimonio
monogámico y de la familia patriarcal, entraron en juego nuevas
fuerzas sociales, tanto en la sociedad en su conjunto, como en la organización
familiar, que abolieron los derechos que anteriormente tenía la
mujer.
Evelyn Reed
De la
simple cohabitación de la pareja, se pasó al matrimonio monogámico legal y
rígidamente regulado, que puso a la esposa y a los hijos
bajo el control completo del marido y padre, el cual daba su nombre a la
familia y determinaba sus condiciones de vida y su destino.
Las
mujeres, que habían vivido y trabajado juntas, educado en común a sus
hijos, se dispersaron como esposas de un sólo hombre, destinadas a su
servicio y al de una sola casa. La primitiva e igualitaria división sexual del
trabajo entre los hombres y las mujeres de la comunidad, cedió paso a una
división familiar del trabajo, en la cual la mujer era alejada cada vez más de
la producción social-, para convertirse en sierva del marido, de la casa y
de la familia./Así, las mujeres, en un tiempo “administradoras” de la
sociedad, con la formación de las clases fueron degradadas al papel de administradoras
de los hijos de un hombre y de su casa.
Esta degradación de las mujeres ha sido un aspecto permanente en los tres estadios de la sociedad de clases, desde la esclavitud, pasando por el feudalismo, hasta el capitalismo. Mientras las mujeres dirigían, o por lo menos, participaban en el trabajo productivo de la comunidad, fueron estimadas y respetadas, pero cuando se desmembraron en una unidad familiar separada y ocuparon una posición subalterna en la casa y en la familia, perdieron su prestigio, su influencia y su poder.
¿Nos puede extrañar que unos cambios sociales tan drásticos hayan llevado a un antagonismo tan profundo y duradero entre los dos sexos? Como dice Engels: “La monogamia no ha significado en absoluto, desde el punto de vista histórico, una reconciliación entre el hombre y la mujer, y menos aún, constituye la forma más alta de matrimonio. Por el contrario, ha representado el sometimiento de un sexo por el otro y la aparición de un antagonismo entre los sexos, desconocido en la historia precedente...
El
primer antagonismo de clase aparecido en la historia coincide con el desarrollo
del antagonismo entre hombre y mujer en la monogamia, y la
primera opresión de clase con la del sexo femenino por parte del masculino»
(El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado).
Es
necesario hacer una distinción entre los dos tipos de opresión que las
mujeres han sufrido en la familia monogámica y en el sistema basado en la
propiedad privada. En la familia productiva campesina de la era preindustrial,
las mujeres gozaban de un .‹status.› social más elevado y de un
respeto mayor del que goza actualmente en nuestras ciudades el núcleo
familiar doméstico.
Mientras la agricultura y el artesanado dominaron la economía, la familia campesina, que era numerosa o «extensa», continuaba siendo una unidad productiva vital. Todos sus miembros tenían funciones concretas ee importantes, según el sexo y la edad. Las mujeres ayudaban a cultivar la tierra y hacían trabajos en la casa, mientras los niños y los demás producían su parte según sus capacidades.
Todo esto cambió con el nacimiento del capitalismo industrial y monopolista y con la formación del núcleo familiar. Cuando grandes masas de hombres fueron expoliados de la tierra y de sus pequeñas empresas, y se convirtieron en trabajadores asalariados en las fábricas, no tuvieron para vender, y sobrevivir, más que su fuerza de trabajo. Sus mujeres, alejadas de las fábricas productivas y del artesanado, devinieron completamente dependientes de los maridos para su mantenimiento y el de sus hijos. De la misma manera que los hombres dependían de sus patronos, las mujeres dependían de sus maridos.
Privadas gradualmente de su autonomía económica, las mujeres perdieron también la consideración social. En las fases iníciales de la sociedad clasista fueron alejadas de la producción social y del liderazgo, para convertirse en productoras en el ámbito de la familia agrícola, trabajando con el marido para la casa y la familia. Pero con la sustitución de la familia campesina por el núcleo familiar propio de las ciudades industriales perdieron su último punto de apoyo en terreno sólido.
Las
mujeres se encontraron entonces frente a dos tristes alternativas: buscar
un marido que las cuidase y hacer de ama de casa en un apartamento de la
ciudad, criando la próxima generación de esclavos asalariados; o bien,
para las más pobres y desafortunadas, hacer los trabajos marginales de las
fábricas (junto con sus hijos), y ser explotadas como la fuerza de trabajo
más esclavizada y peor pagada.
En las generaciones pasadas, las mujeres trabajadoras lucharon por el empleo junto a los hombres, por aumentos salariales y mejoras en las condiciones laborales. Pero las mujeres, en calidad de amas de casa dependientes, perdieron estos medios de lucha social. Sólo podían lamentarse o pelearse con el marido y los hijos por la miseria de su vida. El contraste entre los sexos se vuelve más profundo y áspero con la degradante dependencia de las mujeres respecto a los hombres.
A pesar
del hipócrita homenaje rendido a las mujeres como «madres santas»
y devotas amas de casa, su valor disminuyó, alcanzando el punto
más bajo con el capitalismo. Puesto que las amas de casa no producen
bienes, ni crean ningún excedente para los explotadores, no son importantes
para los fines del capitalismo. En este sistema existen sólo tres justificaciones
para su existencia: el ser amas de cría, guardianas de la casa
y compradoras de bienes de consumo para la familia.
Evelyn Reed
Mientras
que las mujeres ricas pueden hacerse sustituir por las criadas en el
desempeño de los trabajos más aburridos, las pobres están ligadas a esta
inaguantable cadena para toda la vida. Su condición de servilismo aumenta
cuando están obligadas a un trabajo externo para contribuir al mantenimiento
de la familia.
Asumiendo dos responsabilidades, en lugar de una, están doblemente oprimidas.
Asumiendo dos responsabilidades, en lugar de una, están doblemente oprimidas.
Pero
incluso las amas de casa de la clase media son víctimas del capitalismo
del mundo occidental, a pesar de sus privilegios económicos. La
monótona condición de aislamiento y de aburrimiento en que se encuentran,
las induce a «vivir a través» de sus hijos .—relación que alimenta
muchas de las neurosis que afligen hoy en día la vida familiar.
Tratando
de aliviar su aburrimiento, son manipuladas y depredadas por los especuladores
del campo de los bienes de consumo. La explotación de la mujer
como consumista forma parte de un sistema que se desarrolló, en primer
lugar, con la explotación del hombre como productor.
Los
capitalistas tienen miles de razones para exaltar el núcleo familiar. Su
ambiente es una mina de oro para todos los especuladores, desde los
agentes inmobiliarios a los vendedores de detergentes y cosméticos. Si
producen automóviles para uso individual, en lugar de desarrollar adecuadamente
los transportes públicos, es porque es más rentable, como lo
es vender casas pequeñas en parcelas privadas, cada una de las cuales
necesita su lavadora, su frigorífico y otras cosas similares.
Por otra
parte, el aislamiento de las mujeres en casas particulares, ligadas
todas a las mismas tareas con la cocina y con los hijos, les impide unirse y
llegar a ser una fuerza social o una seria amenaza política para el poder
constituido.
¿Cuál es
la lección que se puede extraer de esta panorámica sobre el largo
cautiverio de las mujeres en la casa y con la familia, propia de la sociedad
clasista .—tan distinta de su situación de fuerza e independencia en la
sociedad preclasista?.
Nos
muestra que el estado de inferioridad de las mujeres no ha sido el
resultado de un condicionamiento biológico ni del embarazo. Este no constituía
un handicap en la comunidad primitiva; lo ha empezado a ser, principalmente,
en el núcleo familiar de nuestros días. Las mujeres pobres están
destrozadas entre la obligación de cuidar a los hijos y la casa y, al mismo
tiempo, trabajar fuera para contribuir al mantenimiento de la familia.
Las mujeres, por lo tanto, han sido condenadas a su estado de opresión
por las mismas fuerzas y relaciones sociales que han llevado a la
opresión
de una clase sobre otra, de una raza sobre otra, de una nación sobre
otra.
Es el sistema capitalista .—último estadio del desarrollo de la sociedad de clases.— la fuente principal de la degradación y opresión de las mujeres. Algunas mujeres del movimiento de liberación critican estas tesis marxistas fundamentales. Dicen que el sexo femenino representa una casta distinta o una clase. Ti-Grace Atkinson, por ejemplo, sostiene que las mujeres son una clase aparte. Roxanne Dunbar afirma que son una casta aparte. Examinemos estas dos posiciones y las conclusiones que de ellas se derivan.
Es el sistema capitalista .—último estadio del desarrollo de la sociedad de clases.— la fuente principal de la degradación y opresión de las mujeres. Algunas mujeres del movimiento de liberación critican estas tesis marxistas fundamentales. Dicen que el sexo femenino representa una casta distinta o una clase. Ti-Grace Atkinson, por ejemplo, sostiene que las mujeres son una clase aparte. Roxanne Dunbar afirma que son una casta aparte. Examinemos estas dos posiciones y las conclusiones que de ellas se derivan.
Primero
consideremos si las mujeres son una casta. La jerarquía de castas
apareció antes y sirvió de modelo al sistema clasista. Surge después de la
desaparición de la comunidad tribal, con las primeras evidentes
de los estratos sociales, según la nueva división del trabajo y las funciones
sociales. La pertenencia a un estrato superior o inferior estaba garantizada
por el sólo hecho de nacer dentro de su ámbito.
Es
importante notar, además, cómo el sistema de castas llevaba en sí mismo,
desde el principio, al sistema de clases. Por otro lado, mientras el sistema
de castas alcanza su pleno desarrollo sólo en algunas partes del mundo,
como India, el sistema de clases se desarrolló hasta convertirse en
mundial y engullir al de castas. Esto se
puede ver claramente en India, donde cada una de las cuatro castas
fundamentales .—los brahamanes o sacerdotes, los soldados, los propietarios
terratenientes o mercantiles y los trabajadores, junto a los «sin
casta» o parias.— tienen un lugar preciso en la sociedad explotadora.
En la
India actual, donde el viejo sistema de castas sobrevive de forma decadente,
las relaciones y el poder capitalistas prevalecen sobre las instituciones
precapitalistas heredadas del pasado, comprendidos los vestigios
de la sociedad estructurada en castas.
Por otro
lado, aquellas regiones del mundo que se han desarrollado más
rápidamente y de forma más consistente, han abolido el sistema de casta.
La civilización occidental, iniciada con la antigua Grecia y Roma, se
desarrolló pasando por la esclavitud, y el feudalismo, hasta llegar al estadio
más maduro de la sociedad de clases, el capitalismo.
Ni en el
sistema de castas ni en el clasista .—y ni siquiera en la combinación
de los dos.— las mujeres han constituido una clase o casta aparte.
Las mismas mujeres han estado divididas en las distintas castas y clases
que han formado el sustrato social.
El hecho
de que las mujeres tuvieran una posición de inferioridad, como
sexo, no implica, ipso fado, que fueran una casta o una clase inferior. En la
antigua India, las mujeres pertenecían a castas distintas. En un caso, su
.‹status.› social venía determinado por el nacimiento en una casta, en el otro era
determinado por su riqueza o por la del marido. Y esto es válido para los
dos sexos, que pueden pertenecer a una casta superior y tener más
dinero, y poder y consideración social.
¿Qué
entiende entonces Roxanne Dunbar cuando dice que todas las mujeres
(sin tener en cuenta su clase) pertenecen a vina casta aparte? El contenido
exacto de sus afirmaciones y de sus conclusiones no me resulta claro, y
quizá tampoco a los demás. Hagamos entonces un estudio más profundo.
En
términos de poder, nos podemos referir a la mujer como una «casta» inferior
.—como se hace a veces cuando se definen como «esclavas» y «siervas».—
cuando se tiene simplemente la intención de señalar que han ocupado
una posición subordinada en la sociedad masculina. El uso de la
palabra «casta» serviría, pues, sólo para indicar la pobreza de nuestra lengua,
que no tiene una palabra precisa para indicar el sexo femenino como
sexo oprimido. Pero parece que el escrito de Roxanne Dunbar, en febrero
de 1970, tenía implicaciones más amplias respecto a sus anteriores posiciones
sobre esta cuestión.
En aquel
documento dice que su caracterización de las mujeres como casta no
representa nada nuevo: que incluso Marx y Engels «juzgaron de la misma
forma la posición del sexo femenino». Pero esto no es realmente así: ni
Marx en El Capital ni Engels en El origen de la familia, la propiedad privada
y el Estado, ni otros notables marxistas, desde Lenin a Luxemburg, han definido
nunca a la mujer como perteneciente a una casta en virtud de su
sexo. Por lo tanto, no se trata simplemente de una confusión verbal en torno
al uso de una palabra, sino de un claro alejamiento del marxismo, si bien
presentado con carácter marxista.
Me
gustaría poseer clarificaciones de Roxanne Dunbar sobre las conclusiones
que ella extrae de su teoría; puesto que si todas las mujeres pertenecen
a uña casta inferior, y todos los hombres a una casta superior, de ello
se desprende que el punto central de la lucha por la liberación consistiría
en una «guerra de castas» de todas las mujeres contra todos los
hombres. Esta conclusión parecería confirmada por la afirmación de que
«nosotras vivimos en un sistema internacional de castas».
Tampoco esta afirmación es marxista, ya que los marxistas dicen que vivimos en un sistema clasista internacional y que por lo tanto no se requiere.› una guerra de castas, sino una lucha de clases de todos los oprimidos, hombres y mujeres, para obtener la liberación de las mujeres junto con la liberación de todas las masas oprimidas. Roxanne Dunbar, ¿está de acuerdo o no con esta posición respecto al papel determinante de la lucha de clases?
Tampoco esta afirmación es marxista, ya que los marxistas dicen que vivimos en un sistema clasista internacional y que por lo tanto no se requiere.› una guerra de castas, sino una lucha de clases de todos los oprimidos, hombres y mujeres, para obtener la liberación de las mujeres junto con la liberación de todas las masas oprimidas. Roxanne Dunbar, ¿está de acuerdo o no con esta posición respecto al papel determinante de la lucha de clases?
Su
confusión replantea la necesidad de usar un lenguaje preciso en una
exposición científica. Si bien las mujeres están explotadas bajo el capitalismo,
no son esclavas ni siervas de la gleba o miembros de una casta
inferior. Las categorías sociales de esclavo, siervo y casta se refieren a
estadios y aspectos concretos de la historia pasada, y no definen correctamente
la posición de las mujeres en nuestra sociedad.
Si
queremos ser exactos v científicos. las mujeres deberían definirse como un
«sexo oprimido».
La otra
posición, que caracteriza a las mujeres como «clase» especial, podemos
definirla como aún más errónea. En la
sociología marxista una clase puede definirse según dos consideraciones
independientes: el papel que juega en el proceso productivo
y si posee la propiedad de los medios de producción. Los capitalistas
tienen mayor poder porque poseen los medios de producción, y por lo
tanto, controlan el Estado y dirigen la economía. Los trabajadores que
crean la riqueza no tienen más que su fuerza de trabajo para vender a los
patronos y poder vivir.
¿En qué relación se encuentran las mujeres con estas dos clases opuestas? Pertenecen a todos los estratos de la pirámide social Las pocas que están en la cima pertenecen a la clase de los plutócratas; algunas pertenecen a la clase media, la mayoría al proletariado. Existe una enorme diferencia entre las pocas Rockefeller, Morgan y Ford, y los millones que viven con subsidios de todo tipo. Resumiendo, las mujeres, como los hombres, son un sexo ínter clasista.
No se
trata de un intento de dividir a las mujeres, sino simplemente de
reconocer una división que ya existe. La idea de que todas las mujeres, como
sexo, tienen en común más de lo que tienen los» miembros de una misma
clase, es falsa. Las mujeres de la alta burguesía no son simplemente compañeras
de cama de sus ricos maridos. Generalmente existen otros lazos
más fuertes: son colaboradoras económicas, sociales y políticas, unidas
al marido en la defensa de su propiedad privada, del beneficio, del militarismo,
del racismo y de la explotación de las otras mujeres.
Para
decir verdad, existen excepciones individuales a esta regla, especialmente
entre las jóvenes. Recordemos que la señora Frank Leslie, por
ejemplo, renunció a la herencia de dos millones de dólares para sostener
la causa del sufragio femenino, y otras mujeres de la alta burguesía han
entregado su dinero en favor de la causa de los derechos civiles de
nuestro sexo. Pero una cosa completamente distinta es esperar que muchas
mujeres ricas sostengan una lucha revolucionaria que amenaza
sus
intereses y privilegios capitalistas. La mayor parte de ellas se burlan del
movimiento de liberación, diciendo explícitamente o implícitamente: «Pero,
¿de qué cosa nos tenemos que liberar»? ¿Es
realmente necesario insistir en este punto? Decenas de miles de mujeres
participaron en la manifestación de Washington, en noviembre de 1969
y después en mayo de 1970. ¿Tenían más cosas en común con los
hombres militantes que marchaban a su lado, o con la señora Nixon,
sus hijas y la esposa del procurador general, señora Mitchell, que miraban
con desagrado desde su ventana y veían en aquella masa una nueva
revolución rusa? ¿Quiénes serán los mejores aliados de la mujer en el
combate por la liberación, las esposas de los banqueros, de los generales,
de los abogados hacendados, de los grandes industriales, o los trabajadores
negros y blancos que luchan por su propia liberación? ¿No serán,
tanto los hombres como las mujeres de ambas partes? Si no es así, la lucha
¿debe volverse contra los hombres, más que contra el sistema capitalista?
Es
cierto que todas las sociedades clasistas han sido dominadas por el
hombre y que los hombres han sido adiestrados, desde la cuna, para que sean
chovinistas. Pero no es cierto que los hombres, como tales, representen
el principal enemigo de las mujeres. Esto no tendría en cuenta a la
masa de hombres explotados que están oprimidos por el principal enemigo
de las mujeres, el sistema capitalista. Estos hombres tienen un lugar en
la lucha por lá liberación de la mujer; pueden convertirse y se convertirán
en nuestros aliados.
Si bien
la lucha contra el chovinismo masculino es una parte esencial de los
objetivos que tienen las mujeres del movimiento, no es correcto hacer de ello
el eje principal. Esto nos llevaría a no tener en cuenta o infravalorar el papel
del poder constituido que no sólo alimenta y se aprovecha de toda
forma de discriminación y opresión, sino que además es responsable del
chovinismo masculino. Recordemos que la supremacía masculina no existía
en la comunidad primitiva, basada en la relación entre hermanas y hermanos.
La discriminación sexual, así como la racial, tienen sus raíces en la
propiedad privada.
Una
posición teórica errónea lleva fácilmente a una falsa estrategia en la lucha
por la liberación de la mujer. Este es el caso de una fracción de las
«Redstockings» que dicen en su Manifiesto que «las mujeres son una clase
oprimida». Si todas las mujeres forman una clase, entonces todos los hombres
deben constituir la clase opuesta .—la de los opresores.—, ¿Qué conclusión
se puede deducir de esta premisa? ¿Que no existen hombres en la
clase oprimida? ¿Dónde colocamos a los millones de obreros blancos oprimidos
que, como los negros oprimidos, puertorriqueños y otras minorías,
son explotados por los capitalistas? ¿No tienen todos ellos un lugar
primordial en la lucha por la revolución social? ¿Dónde y bajo qué bandera
estos pueblos oprimidos de todas las razas y de ambos sexos se unen
por una acción común contra su enemigo común? Oponer las mujeres
como clase a los hombres como clase sólo puede constituir una desviación
de la auténtica lucha de clases.
¿No
existe una relación con la afirmación de Roxanne Dunbar de que la
liberación de la mujer es la base de la revolución social? Estamos muy lejos de
la estrategia marxista, puesto que se invierte la situación real.
Los
marxistas dicen que la revolución social es la base para una total liberación
de las mujeres .—como es la base de la liberación de toda la clase trabajadora.
En última instancia, los verdaderos aliados de la liberación de la mujer
son todas aquellas fuerzas que están obligadas por sus propios intereses
a luchar contra los imperialistas y a romper sus cadenas.
La causa
profunda de la opresión femenina, que es el capitalismo, no puede
ser abolida jamás solamente por las mujeres, ni por una coalición de
mujeres de todas las clases. Es preciso una lucha mundial por el socialismo
por parte de la masa trabajadora, hombres y mujeres, unidos a todos
los grupos Oprimidos, para derribar el poder del capitalismo, que actualmente
tiene su máxima expresión en los Estados Unidos.
En
conclusión, lo que debemos preguntarnos es cuáles son los nexos entre la
lucha por la liberación de las mujeres y la lucha por el socialismo. Ante
todo, si bien los últimos objetivos de la liberación de las mujeres no
podrán ser realizados antes de la revolución socialista, esto no significa que la
lucha por las reformas deba posponerse hasta entonces. Es necesario
que las mujeres marxistas luchen, desde ahora, codo a codo, con
todas las mujeres militantes por sus objetivos específicos. Esta ha sido nuestra
política desde que se presentó una nueva fase del movimiento de liberación
de la mujer, hace cer.ca de un año e incluso antes.
El
movimiento feminista empieza, como otros movimientos de liberación,
planteando algunas reivindicaciones elementales como son: igualdad
de oportunidades para hombres v mujeres en lo que respecta a la
educación y al trabajo: a trabajo igual, salario igual; derecho al libre aborto
para quien lo solicite; guarderías financiadas por el Estado, pero controladas
por la comunidad. La movilización de las mujeres por estos objetivos
no sólo nos da la posibilidad de obtener mejoras, sino también pone en
evidencia, domina y modifica los peores aspectos de nuestra subordinación
en la sociedad actual.
Reed
En
segundo lugar, ¿por qué las mujeres deben llevar a cabo su lucha por la
liberación si, en última instancia, para la victoria de la revolución socialista
será necesaria la ofensiva de toda la clase trabajadora? La razón es que
ningún sector oprimido de la sociedad, tanto los pueblos del Tercer Mundo
como las mujeres, pueden confiar a otras fuerzas la dirección y desarrollo
de su lucha por la libertad .—aunque estas fuerzas se comporten como
aliados. Nosotros rechazamos la posición de algunos grupos políticos que se
dicen marxistas, pero que no reconocen que las mujeres deben dirigir
y organizar su lucha por la emancipación, de la misma forma que no llegan a
comprender porqué los negros deben hacer lo mismo.
La
máxima de los revolucionarios irlandeses .—»quien quiere ser libre debe
luchar personalmente».— se adapta perfectamente a la causa de la
liberación de la mujer. Las mujeres deben luchar personalmente para conquistar
la libertad, y esto es cierto tanto antes como después del triunfo
de la revolución anticapitalista.
En el
curso de nuestra lucha y como parte de la misma, reeducaremos a los
hombres que han sido inducidos a creer ciegamente que las mujeres
son por naturaleza el sexo inferior debido a alguna tara en su estructura
biológica. Los hombres deberán aprender que su chovinismo y su
superioridad son otra de las armas en manos de los patronos para conservar
el poder. El trabajador explotado, viendo la condición, aún peor que la
suya, en que se encuentra su esposa, ama de casa y dependiente, no puede
estar satisfecho de ello .—se les debe hacer ver la fuente del poder
opresor que les ha envilecido a los dos.
En fin,
decir que las mujeres constituyen una casta o clase aparte, lleva
lógicamente a conclusiones extremadamente.› pesimistas respecto al antagonismo
entre los sexos, en contraste con el optimismo revolucionario de los
marxistas. Ya que, a menos que los dos sexos estén completamente separados
y los hombres sean exterminados, parece que están destinados a una
guerra perenne entre ellos.
Como
marxistas, nosotras tenemos un mensaje más realista y lleno de
esperanza. Negamos que la inferioridad de la mujer esté determinada por su
estructura biológica, y que haya existido siempre. Lejos de ser eterna,
la subordinación de las mujeres y la amarga hostilidad entre los sexos no
tienen más que unos pocos miles de años. Fueron producto de los
drásticos cambios sociales que introdujeron la familia, la propiedad privada
y el Estado.
La
historia nos enseña que es necesaria una revolución que altere radicalmente
las relaciones socio-económicas, para extirpar la causa de las desigualdades
y obtener una plena emancipación de nuestro sexo. Este es el fin
prometido por el programa socialista por el que nosotras luchamos.
International Socialist Review, septiembre 1970
Evelyn Reed
¿SEXO CONTRA SEXO O
CLASE CONTRA CLASE?
Reed
El
chovinismo masculino suscita gran indignación entre las mujeres y
fomenta un profundo antagonismo entre los dos sexos. Existen dos maneras
distintas de tratar este aspecto de la liberación de la mujer.
Una es
la marxista. Sabemos que las mujeres están obstaculizadas y humilladas
en una sociedad dominada por el hombre, y también que están plenamente
capacitadas para organizarse activamente contra estos males. Al mismo
tiempo el marxismo nos enseña que la subordinación de un sexo es parte
y consecuencia de una opresión más amplia y de la explotación de la
masa trabajadora por parte de los capitalistas detentadores del poder y
la propiedad. Por lo tanto, la lucha por la liberación de las mujeres es
inseparable de la lucha por el socialismo.
El otro
punto de vista sostiene que todas las mujeres, como sexo, están en
la misma barca y tienen objetivos e intereses idénticos, independientemente
de su posición económica y de la clase a que pertenecen.
Por lo tanto, para obtener la emancipación, todas las mujeres deberían
unirse y llevar a cabo una guerra basada en la diferencia de sexo contra
los machos chovinistas, sus enemigos acérrimos.
Esta conclusión, unilateral y desviada, puede causar un gran daño a la causa de la libertad de la mujer.
Esta conclusión, unilateral y desviada, puede causar un gran daño a la causa de la libertad de la mujer.
Es
cierto que las mujeres en general, incluso las de clases superiores, sufren
de alguna forma el chovinismo masculino. En algunas ocasiones y para
algunos objetivos es útil y necesario que las mujeres pertenecientes a
estratos sociales distintos constituyan organizaciones propias y actúen unitariamente
para eliminar injusticias y desigualdades impuestas a su sexo. Un
ejemplo es el movimiento para la legalización del control de natalidad
y del derecho al aborto.
Sin
embargo, ni siquiera la garantía de ver realizadas estas reformas urgentes
eliminará las causas fundamentales de la opresión de la mujer, que
radican en la estructura de clase de nuestra sociedad. Respecto a todas
las cuestiones fundamentales, concernientes a la propiedad privada, las
mujeres ricas están a favor del mantenimiento del statu quo y de su posición
privilegiada, exactamente igual que los hombres ricos. Cuando esto
sucede, traicionan a su sexo en favor de sus intereses y privilegios de
clase.
Por lo
tanto, clase contra clase debe ser la línea directiva de la lucha por la
liberación de la humanidad en general, y de la mujer en particular. Solamente
una victoria revolucionaria sobre el capitalismo, dirigida por los
hombres y mujeres trabajadoras y apoyada por todos los oprimidos, puede
rescatar a las mujeres de su estado de opresión y garantizarles una vida
mejor en una nueva sociedad. Esta afirmación teórico-política marxista
ha sido confirmada por la experiencia de todas las revoluciones victoriosas,
Rusia, China y Cuba. Cualesquiera que sean sus límites, las mejoras
que estas revoluciones han garantizado a la condición de la mujer han sido
realizadas no a través de un lucha entre los sexos, sino a través de una
lucha de clases.
No
importa lo radical que pueda parecer; la sustitución de la lucha de clases
por la hostilidad entre sexos, por parte de las mujeres activistas, sería
una peligrosa desviación de la verdadera vía de liberación. Esta táctica
sólo podría hacer el juego a los peores enemigos de las mujeres y de la
revolución social.
Este
error ultrarradical, que contrapone sexo contra sexo, en lugar de clase
contra clase, se puso de manifiesto en una controversia en el partido socialista
(Socialist Workers Party) en 1954. Durante aquel debate fueron tratados
temas importantes sobre el uso de los cosméticos, la moda y todos
los medios dedicados a proporcionar a las mujeres el patrón de belleza
deseado o exigido, y hacerlas así atractivas a los hombres. Se produjo
una curiosa condescendencia por parte de las mujeres que más gritaban
en contra de esto, frente al chovinismo masculino, y, sin embargo, éste
debería ser un aspecto interesante para las mujeres radicales que se ocupan
actualmente del problema.
Lo que
sigue es una parte de mi contribución en aquella discusión (que fue
publicada originariamente en octubre de 1954).
COSMETICOS Y MODA EN EL
COMERCIO DE LA BELLEZA
Las
distinciones de clase entre las mujeres trascienden su identidad como
sexo. Esto es cierto principalmente en la sociedad capitalista moderna,
en la que la polarización de las fuerzas sociales es más fuerte.
Históricamente,
la lucha entre los sexos formó parte del movimiento feminista
burgués del siglo pasado. Se trataba de un movimiento reformista,
llevado a cabo dentro del sistema y no contra el mismo. Fue, sin embargo,
una lucha progresista, puesto que las mujeres se rebelaron en contra
del dominio casi total del hombre. Con el movimiento feminista, las mujeres
obtuvieron un considerable número de reformas. Pero aquel tipo de
movimiento feminista hizo ya su labor, alcanzó sus limitados objetivos, los
problemas que actualmente se nos presentan debemos situarlos en el
contexto de la lucha de clases.
La
“cuestión femenina” puede resolverse solamente con la alianza de los
hombres y de las mujeres trabajadoras, contra los hombres y las mujeres
que detentan el poder. Esto significa que los intereses comunes de los
trabajadores, como clase, son superiores a los intereses de las mujeres
como sexo.
Las
mujeres pertenecientes a las clases dominantes tienen exactamente el mismo
interés en la conservación de la sociedad capitalista que el que
tienen sus maridos. Las feministas burguesas lucharon, entre otras cosas,
por el derecho de las mujeres, a tener propiedades registradas a su
nombre igual que los hombres. Y obtuvieron este derecho. Hoy, las mujeres
plutócratas poseen fabulosas riquezas registradas a su nombre. Sobre
temas políticos y sociales fundamentales no simpatizaron ni se aliaron
con las mujeres trabajadoras, cuyas necesidades pueden ser satisfechas
solamente con la desaparición de este sistema. Por esto la emancipación
de las mujeres trabajadoras no se obtendrá a través de una alianza
con las mujeres de la clase enemiga, sino por el contrario, con una lucha
contra ellas, como parte de la lucha total contra el capitalismo.
El
intento de identificar los intereses de las mujeres como sexo toma una de
sus formas más insidiosas en el campo de la belleza femenina. Surgió
el mito de que, puesto que todas las mujeres quieren ser bellas, tienen
todas el mismo interés por los cosméticos y la moda, considerados hoy
indispensables para la belleza. Para sostener este mito se ha dicho que el
deseo de ser bellas se ha dado en todas las épocas de la historia y en
todas las mujeres. Los traficantes en el campo de la moda daban como
testimonio de ello el hecho de que, incluso en la sociedad primitiva, las
mujeres pintaban y decoraban su cuerpo. Para destruir esta creencia, veamos
brevemente la historia de la cosmética y de la moda.
En la
sociedad primitiva, en la que no existía la competencia sexual, no eran
necesarios los cosméticos ni la moda como subsidios artificiales de la
belleza. Los cuerpos y las caras, tanto de los hombres como de las mujeres
eran pintados y “decorados”, pero no por razones estéticas. Estas costumbres
nacieron de distintas necesidades relacionadas con la vida primitiva
y con el trabajo.
En
aquella época, cualquier individuo que perteneciese a un grupo familiar
necesitaba estar “marcado” como tal, según el sexo y según la edad.
Estas “marcas” comprendían no sólo ornamentos, anillos, brazaletes, refajos,
etc., sino también grabados, tatuajes y otros tipos de decoración del
cuerpo, e indicaban no sólo el sexo de cada individuo, sino también la edad y
el trabajo de los miembros de la comunidad, a medida que pasaban de la
infancia a la edad madura y a la vejez. Más que decoraciones, estas contraseñas
se pueden considerar como una forma primitiva de evidenciar la
historia de la vida de cada individuo, como actualmente hacemos nosotros
con los álbumes de familia. Puesto que la sociedad primitiva era
comunitaria, estas señales indicaban también una completa igualdad social.
Después
vino la sociedad de clases. Las marcas, símbolos también de igualdad
social en la sociedad antigua, fueron transformadas en su opuesto. Se
convirtieron en modelos y decoraciones, símbolo de desigualdad social,
expresión de la división de la sociedad entre ricos y pobres, entre gobernantes
y gobernados. La cosmética y la moda empezaron a ser prerrogativa
ie la aristocracia.
Un
ejemplo concreto se puede encontrar en la Corte francesa, antes de la
Revolución. Entre los reyes, los príncipes y la aristocracia terrateniente, tanto
los hombres como las mujeres vestían según los dictados de la moda. Eran “dandis”
con las caras pintadas, los cabellos empolvados, cintas coloradas,
ornamentos de oro y todo lo demás. Los dos sexos eran “bellos” según
los estándares en boga. Pero ambos sexos de la clase dominante se
distinguían, particularmente por sus cosméticos y sus vestidos, de los campesinos
pobres, que sudaban por ellos en la tierra y que, ciertamente, no eran
bellos, según los mismos estándares. La moda en aquel período fue
símbolo de distinción de clase, y abarcaba a los dos sexos de la clase privilegiada
contrapuestos a los dos sexos de la clase trabajadora.
Más
tarde, cuando las costumbres burguesas sustituyeron a las feudales
por diversas razones históricas, los hombres dejaron el campo de la
moda principalmente a las mujeres. Los hombres de negocios afirmaban
su posición social con la exhibición de esposas adornadas, y abandonaron
los pantalones dorados y las cintas coloreadas. Entre las mujeres,
sin embargo, la moda aún distinguía a Judy O.’Grady (Referencia a un poema de Rudyard Kipling) de la mujer de un
coronel.
Con el
desarrollo del capitalismo, se produjo una enorme expansión de la
producción, y con ella la necesidad de un mercado de masas. Puesto que las
mujeres constituían la mitad de la población, los capitalistas empezaron
a explotar el campo de la belleza femenina. Así, el capítulo de la
moda salió del estrecho marco de los ricos y se impuso a toda la población
femenina. Para
corresponder a las exigencias de este sector industrial, las distinciones
de clase fueron suavizadas y escondidas tras la identidad del
sexo. Los agentes de publicidad difundieron la propaganda: Todas las mujeres
quieren ser bellas, por lo tanto, todas las mujeres tienen interés por los
cosméticos y la moda. La moda se identificó con la belleza y a
todas
las mujeres se les vendieron estos accesibles productos de belleza sobre la
base de su “necesidad” y “deseo” común.
Actualmente,
el campo de la “belleza” alimenta miles de industrias: cosméticos,
vestidos, pelucas postizas, productos para adelgazar, institutos de
belleza, joyas verdaderas y falsas, etc. Se ha visto que la belleza es una fórmula
muy flexible. Todo lo que debe hacer un empresario para hacerse rico es
descubrir un nuevo producto y convencer a las mujeres de que “tienen
necesidad” de él y lo “quieren”. Ver cualquiera de las campañas de publicidad
de Revlon.
Para
mantener y aumentar esta ganga hacía falta propagar otros mitos en apoyo
de los capitalistas. Estos son:
1..—
Desde tiempo inmemorial las mujeres han competido con las otras mujeres
para atraer sexualmente al hombre. Esta es virtualmente una ley biológica,
de la cual nadie se sustrae, y, puesto que siempre ha existido y siempre
existirá, las mujeres se someten a su destino y están en perenne competición,
una con la otra, en el mercado del sexo capitalista.
2..— En
la sociedad moderna, la belleza natural de las mujeres, en realidad,
no cuenta. Se insinúa, incluso, que la naturaleza ha abandonado a las
mujeres en lo que respecta a su belleza. Para superar su falta de atractivo
y sus deformaciones, deben recurrir a ayudas artificiales, que gentiles
industriales han puesto a su disposición. Examinemos esta propaganda.
LA COMPETICION ENTRE LOS
SEXOS: ¿NATURAL O SOCIAL?
El
estudio de la biología y de la antropología nos demuestra que la competencia
sexual entre las mujeres no existe ni en la naturaleza ni en la
sociedad primitiva. Es exclusivamente un producto de la sociedad de clases,
y era desconocida antes de su existencia.
En el
mundo animal no existe competencia entre las hembras para reclamar
la atención de los machos. La única competencia sexual que existe
en el mundo animal es aquélla que la naturaleza impone a los machos
que luchan uno contra otro por la posesión de la hembra. Esto es, simplemente,
un modo natural de asegurar la perpetuación de la especie.
Pero a
causa de sus efectos destructivos para la cooperación social, este aspecto
de la competición sexual masculina fue eliminado cuando se formaron
y consolidaron las primeras organizaciones sexuales comunistas. La
ausencia de la competencia sexual en la naturaleza fue una de las
razones que permitieron a las mujeres tener un papel determinante en la
creación de un sistema social carente de relaciones competitivas destructivas.
La ausencia de competencia sexual y de celos entre las mujeres
primitivas no la ponen en duda ni los antropólogos conservadores, aunque a
veces la ven con sorpresa, o como una “rareza” o costumbre original.
Después
aparece la sociedad de clases, basada en un espíritu adquisitivo
y competitivo, sobre la dependencia de las mujeres respecto al hombre.
Con la lucha competitiva entre los hombres por la propiedad y la riqueza,
surge la lucha competitiva entre las mujeres para poseer hombres ricos y
poderosos. Pero esta lacra social no tiene nada de natural; es exclusivamente
artificial, históricamente creada y condicionada.
La
competencia sexual entre las mujeres surge con el “mercado” del sexo o
con el matrimonio. El mercado del sexo es un aspecto parcial del mercado
comercial en general, fundamental en la sociedad capitalista de clase.
Al difundirse el sexo como mercancía, el estándar de la belleza femenina
se transformó gradualmente, llegando a ser artificial y “a la moda”.
Este proceso ha llegado a su punto más alto en la sociedad contemporánea.
En el
primer período de la economía de trueque, las mujeres eran cambiadas
por animales, y los animales por mujeres. La belleza natural y la salud
de la mujer constituían un valor de la misma forma que lo era la salud de
los animales. Los dos eran necesarios y fundamentales para la vida
productiva y reproductora de la comunidad, en la que los ejemplares más
bellos y sanos estaban en condiciones de desarrollar mejor sus funciones.
Más
tarde, con la consolidación del patriarcado y de la sociedad de clases,
algunas mujeres fueron “acumuladas” por los hombres ricos, como
cualquier forma de propiedad. Nace la costumbre de embellecer a estas
esposas y concubinas con decoraciones y ornamentos, de la misma manera y
por las mismas razones por las que se adornaban y decoraban los
palacios. Un ejemplo extremo lo encontramos en los palacios y los harenes
asiáticos. Las mujeres eran consideradas propiedad sexual del príncipe
o Khan, y cuanto mayor era la cantidad de estos artículos de lujo que
poseía, más quedaba resaltada su condición de hombre rico y poderoso.
En esa época, la competencia sexual entre las mujeres estaba a la
sombra de la competencia entre los hombres por la acumulación de tales
propiedades. La mujer misma era un “bien” o una mercadería.
Reed
Cuando
la monogamia sustituyó a la poligamia y las condiciones materiales
se convirtieron en la base del matrimonio, las mujeres ricas tuvieron,
respecto a las pobres, ventaja en la competencia sexual. Una rica
heredera que cuidara su belleza y su salud, continuaba siendo todavía una
esposa deseable para un hombre que quisiera acumular propiedad y viceversa.
Un hombre, teniendo posibilidad de elección, hubiera preferido una
mujer más bella, pero las consideraciones económicas, en general, tenían
preferencia. Estos matrimonios, que implicaban fusiones de propiedad,
se efectuaban como negocios entre las familias de la pareja
y sólo
tenían en cuenta incidentalmente los deseos de las dos partes implicadas.
Este matrimonio, realizado mediante pactos entre las familias y con
intermediarios, estuvo en vigor durante todo el largo período agrícola, cuando
la propiedad era principalmente la de la tierra.
Aparece
más tarde el capitalismo con sus relaciones monetarias y la “libre
empresa”. Esta se introduce, no sólo en el “libre trabajo” competitivo y en la
competencia comercial, sino también en la competencia sexual femenina.
Entre los ricos, realmente, los matrimonios-fusión continuaron como
forma de fusión de la propiedad, y las dos cosas, a menudo, no se podían
distinguir. Después, con el surgir del capitalismo monopolista, los dos
tipos de fusión llevaron a los plutócratas al poder, hasta llegar a las sesenta
Familias Americanas*.
(* Alusión a la concentración y centralización de la riqueza en manos de las sesenta familias más poderosas de los Estados Unidos.)
Sin
embargo, aunque América fue fundamentalmente burguesa desde su
nacimiento, se dieron ciertas peculiaridades. Las barreras de clase podían
ser infringidas por un hombre rico, a diferencia de lo que sucedía en la
Europa feudal, donde las distinciones de clase venían establecidas al
nacer. Así, en los inicios del capitalismo, un trabajador o un burgués podían
por suerte o casualidad, hacerse ricos y cambiar así su posición social.
Lo mismo
podía sucederle a una mujer. Por casualidad o por belleza podía
casarse con un millonario y cambiar su condición. Esta Cenicienta, estilo
América capitalista, está muy bien representada por Bobo Rockefeller, hija de
un minero, que se casó con uno de los hombres más ricos de América
y después se divorció, obteniendo una pensión de dos millones de
dólares.
Estas peculiaridades de la vida americana prepararon el terreno sociopsicológico para un mercado de consumo de masas, el mercado de masas del sexo y la competencia sexual de masas entre las mujeres. De la misma forma en que los relatos de Horario Alger se convirtieron para los hombres en un manual de cómo pasar del establo a las estrellas, los relatos para mujeres enseñaban cómo atrapar y casarse con el hijo del amo, o incluso con el mismo amo. Todo lo que debían hacer era correr a la perfumería y comprar todos los productos necesarios para transformar una Cenicienta en una Princesa.
El mundo de la cosmética y de la moda se convierte en una mina de oro, con perspectivas virtualmente ilimitadas. Los empresarios del ramo sólo debían cambiar la moda con suficiente frecuencia e inventar productos de belleza cada vez más numerosos y nuevos para llegar a ser cada vez más ricos.
Así, en
el capitalismo moderno, la venta de las mujeres como mercancía ha sido
sustituida por la venta de mercancías a las mujeres. Actualmente se ha
difundido el mito de que la belleza depende de la moda, y que todas las
mujeres tienen la misma necesidad de seguirla, puesto que todas tienen
las mismas exigencias estéticas.
ESPECULADORES DEL CUERPO
FEMENINO
Existen
tres clases fundamentales de especuladores que persuaden, explotan
e inducen a la gran mayoría de mujeres a tirar el dinero en la búsqueda
de la belleza:
1) Los
que se aprovechan de la manipulación del cuerpo femenino para
reducirlo a la talla y a la medida de la moda.
2) Los
que pintan y llenan de crema el cuerpo ya manipulado, por medio de
cosméticos, tintes, lociones, perfumes, etc.
3) Los
que adornan el cuerpo manipulado y pintado con vestidos de moda,
joyas, etc. Según la
primera categoría, una mujer para ser bella tiene que tener un cierto
tipo, pesar un tanto, y ni un gramo de más ni de menos, tener unas determinadas
medidas de cadera, cintura y pecho. Las que se apartan de estos
esquemas establecidos no son bellas.
Esto es
causa de enormes aflicciones para las mujeres que no entran en los
cánones establecidos. Oprimidas y frustradas por las dificultades reales
de la vida en el mundo capitalista, cuyas raíces no comprenden, las mujeres
que trabajan, principalmente, tienden a identificar su “deformidad” imaginaria
con la fuente de sus problemas. Se convierten en víctimas de los
complejos de inferioridad. Y por ello acuden a los miles, decenas de miles y
millones de manipuladores y decoradores del cuerpo femenino, dejando
en manos de estos aprovechados el dinero que ganan con su sudor.
Estos
patrones corporales son mantenidos y presentados como modelo,
por medio de las divas cinematográficas y los concursos de belleza. “Bellezas”
seleccionadas son exhibidas ante los ojos hipnotizados de gran parte de
las mujeres, por todos los medios: en el cine, en la televisión, o en las
revistillas para hombres. Pero la monótona uniformidad de estas “bellezas”
es empalagosa. Cualquier sombra de variedad, característica de la
verdadera belleza, ha sido eliminada. Como si se tratara de galletas, hechas
todas con la misma pasta y el mismo molde.
La
categoría siguiente comprende a los vendedores de cosméticos, tintes y
cremas para estos cuerpos uniformes. Seguramente, sólo los que trabajan
en las fábricas de estos productos saben que la misma materia prima,
de coste irrisorio, se encuentra también en frascos de 50 céntimos. Sin
embargo, a las mujeres ingenuas y crédulas, les parece que el frasco de 10
dólares contiene algún potente filtro mágico que no posee el más barato.
Así lo dice la publicidad, y así debe ser. Estas pobrecitas disminuyen sus
recursos financieros para obtener el producto milagroso, esperando
transformarse
asi de trabajadoras en ricas herederas.
Finalmente,
se impone a las mujeres, en el campo de la moda, una dolorosa
elección. ¿Deben comprar un vestido por su duración o teniendo en
cuenta los caprichos de la moda momentánea? Las mujeres ricas pueden
hacer las dos cosas y tener vestidos para cada circunstancia y ocasión:
para la mañana, para el mediodía, para el cocktail, para la tarde y
también numerosos conjuntos para la noche. Además, se necesita una gran
cantidad de accesorios para “acompañar” cada tipo de vestuario.
Y toda
esta montaña de modelos, impuestos a las mujeres, pueden considerarse
pasados de moda con la imposición de nuevos modelos a la semana,
mes, o temporada siguiente. En un artículo publicado en el “New York
Times” viene .—resuelto claramente.— el dilema de si las mujeres compran
aquello de lo que tienen necesidad o están forzadas a tener necesidad
de aquello que compran. El artículo decía que Christian Dior, el
famoso sastre para mujeres ricas, cuyo estilo copian en versiones más baratas
para las pobres, tenía el poder de alargar o acortar la falda a
cincuenta
millones de americanas ¡en el transcurso de una noche!
Una diferencia de tres o cuatro centímetros en el dobladillo puede ser un drama para las mujeres que sienten la exigencia de estar constantemente a la moda. Para la mujer rica puede ser divertido tirar todo su vestuario y renovarlo, pero es demasiado costoso para la mujer pobre. Clase}
De esta manera, cuando se sostiene que las mujeres tienen el derecho de usar cosméticos, vestidos elegantes, etc., sin distinguir claramente este derecho de la presión social que obliga a someterse a esta explotación, se cae directamente en la trampa de la propaganda capitalista. Las mujeres de vanguardia, que luchan por las transformaciones sociales, no deberían nunca, ni siquiera contra su voluntad, reforzar a los aprovechados de este campo. Su misión, por el contrario, debería ser la de desenmascarar a quienes se benefician de esta esclavitud de las mujeres.
Una diferencia de tres o cuatro centímetros en el dobladillo puede ser un drama para las mujeres que sienten la exigencia de estar constantemente a la moda. Para la mujer rica puede ser divertido tirar todo su vestuario y renovarlo, pero es demasiado costoso para la mujer pobre. Clase}
De esta manera, cuando se sostiene que las mujeres tienen el derecho de usar cosméticos, vestidos elegantes, etc., sin distinguir claramente este derecho de la presión social que obliga a someterse a esta explotación, se cae directamente en la trampa de la propaganda capitalista. Las mujeres de vanguardia, que luchan por las transformaciones sociales, no deberían nunca, ni siquiera contra su voluntad, reforzar a los aprovechados de este campo. Su misión, por el contrario, debería ser la de desenmascarar a quienes se benefician de esta esclavitud de las mujeres.
OPOSICIÓN – INADAPTACIÓN
Se
sostiene que, mientras impere el capitalismo, nosotras, como mujeres,
debemos someternos a los decretos de la moda y de la cosmética; pues de
lo contrario se nos dejará en la retaguardia económica y social.
Es
cierto que para mantener el empleo y por otras razones debemos tener en
cuenta la dura realidad. Pero
esto no significa que debamos aceptar estos condicionamientos,
arbitrarios
y costosos, con complacencia y sin protestar. Los obreros que
trabajan en las máquinas están muchas veces obligados a aceptar incrementos
de ritmo, disminución de salarios y ataques a sus sindicatos, pero lo
aceptan protestando y continuando la lucha contra ello .— organizándose
en movimientos que contraponen sus necesidades a los deseos
de sus explotadores.
La lucha
de clases es un movimiento de oposición y no de adaptación, y esto
deberá ser cierto no sólo para los obreros de las fábricas, sino también
para las mujeres, trabajadores o amas de casa. En el campo de las
mujeres, consideradas como sexo, las metas no son tan claras, y por ello
algunas han caído en la trampa de la adaptación.
A este respecto debemos cambiar nuestra línea. Expliquemos que los modernos estándares de belleza no han existido siempre y que las mujeres trabajadoras pueden
A este respecto debemos cambiar nuestra línea. Expliquemos que los modernos estándares de belleza no han existido siempre y que las mujeres trabajadoras pueden
y deben
decir alguna cosa sobre esta cuestión. Podemos
decir, por ejemplo, que el uso de los cosméticos es una innovación
bastante reciente.
En el siglo pasado, una mujer en busca de marido veía disminuir su posibilidad si usaba cosméticos, que entonces eran una prerrogativa de las prostitutas. Ningún hombre respetable se habría casado con una “mujer pintada”.
En el siglo pasado, una mujer en busca de marido veía disminuir su posibilidad si usaba cosméticos, que entonces eran una prerrogativa de las prostitutas. Ningún hombre respetable se habría casado con una “mujer pintada”.
También
en el campo del vestuario femenino se verificaron cambios radicales
después de la entrada de un gran número de mujeres en la industria
y las oficinas, durante y después de la Primera Guerra Mundial.
Aquellas
eliminaron los corsés con varillas, las innumerables enaguas almidonadas,
los peinados voluminosos y los enormes sombreros, adoptando
vestidos más adecuados a sus exigencias laborales. Los hermosos
trajes “desaliñados” que usamos actualmente, nacieron de estas
exigencias de las mujeres trabajadores y fueron, posteriormente,
adoptados
por las mujeres ricas para los deportes y las diversiones.
Actualmente,
incluso los monos de los trabajadores se han convertido en
prendas prestigiosas. Seguramente, las mujeres ricas, fascinadas por el
aspecto sexualmente atrayente de las que usaban monos y maillot, decidieron
adaptarlos para la vida en el campo y en sus fantásticas fincas.
Con este
ataque al chanchullo de la moda no quiero expresar un rechazo por los
vestidos bonitos, ni discutir los cambios necesarios y previsibles en el
tipo de vestuario que queremos llevar. Nuevos tiempos, nuevas condiciones
sociales y productivas, traerán cambios de todo tipo. Estoy en contra
de la carrera indiscriminada detrás de la moda y el desperdicio de tiempo,
atención y dinero que requiere. El tiempo es la más valiosa de las materias
primas, puesto que el tiempo es vida, y nosotras tenemos cosas
mejores
que hacer que malgastarla en esta costosa, deprimente y vulgar manía de
andar tras la moda.
Con el
socialismo, el hecho de si una mujer quiere o no pintarse y adornarse
no tendrá mayores consecuencias sociales que las que tienen las
máscaras de los niños en la fiesta de Carnaval u otras, el maquillaje de los
actores en el escenario o de los payasos en el circo. Algunas mujeres se
sentirán más bonitas pintadas y otras no, pero será solamente una opinión
personal y nada más. Someterse a estas costumbres ya no será
una
obligación económica o social para todas las mujeres. Es por todo ello que no
defendemos a los buitres que explotan a las mujeres en nombre de la
“belleza”.
LA PROPAGANDA MASIVA
En estos
últimos años se ha prestado cada vez más atención a las mujeres
como importantes compradoras de artículos de consumo de todas clases:
casas y objetos de decoración, automóviles, frigoríficos, vestidos, objetos
para las madres y así sucesivamente. Muchos de estos productos son
útiles y necesarios, y por lo tanto no necesitan ser “vendidos” con una publicidad
intensa que aumenta luego los costes.
Pero en el anárquico sistema capitalista, con su enorme y dispersa proliferación de productos, las industrias compiten una con la otra para sacar una tajada mayor en este lucrativo mercado. Así, la industria de la publicidad, apéndice parasitario del mundo de los negocios, se ha convertido ella misma en una gran industria.
Pero en el anárquico sistema capitalista, con su enorme y dispersa proliferación de productos, las industrias compiten una con la otra para sacar una tajada mayor en este lucrativo mercado. Así, la industria de la publicidad, apéndice parasitario del mundo de los negocios, se ha convertido ella misma en una gran industria.
Todos
los medios de comunicación sociales, la radio, la televisión y la
prensa, que plasman la opinión pública, se basan y están sostenidos por los
publicitarios que, a su vez, están apoyados por los traficantes capitalistas.
En todos los sectores de la industria se presiona para la venta de
artículos de consumo, incluso para la propaganda que difunde la ideología
y la psicología necesarias para conservar el sistema capitalista y su poder
de explotación.
Las
mujeres, debilitadas a causa de numerosos conflictos y frustraciones,
son muy susceptibles a estas manipulaciones sicológicas que las
empujan a comprar cosas como solución a sus problemas. Por otra
parte, en la prensa en general un número cada vez mayor de revistas se
dedican exclusivamente a las mujeres, principalmente en el campo
de la
moda y la belleza. Se trata, generalmente de productos buenos, imprimidas
en papel de calidad, pero de contenido muy ambiguo, puesto que no
sólo venden belleza a paladas y otras ventajosas mercancías, sino también
un incentivo a la compra altamente eficaz .—aquello de que las mujeres
que más compran son las más felices y las que tienen más éxito.
La
publicidad nos ofrece sugestivas fotos de productos de lujo de todo
tipo junto a mujeres bellísimas. El Gran Sueño Americano se convierte
realidad para las bellas mujeres que pueden comprar coches aerodinámicos,
televisores o cualquier otra cosa e incluso, parece, una vida sexual
fantástica y una familia ideal. Las que no llegan a poder comprar todas
estas cosas se preguntan en qué han fallado como mujeres para ser excluidas
de este Gran Sueño Americano. Y se reprochan a sí mismas el no haber
nacido ricas y bellas.
Esta
sensación de inferioridad personal es alimentada por las novelas y
artículos que llenan los espacios que deja la publicidad. Los escritores capaces
de explicar el origen capitalista de esta sensación que masas de
mujeres notan, no son nunca invitados, por supuesto, a difundir sus opiniones
en estas revistas. Las opiniones “científicas” que en ellas se expresan
están destinadas a conservar la explotación capitalista de las mujeres,
y no a eliminarla.
Así,
especialistas comprados para escribir artículos para las angustiadas amas de
casa, les aconsejan ocuparse lo máximo posible de los niños, ser madres
amorosas, ocuparse de la familia, y todo esto, que quede bien claro,
se puede hacer adquiriendo múltiples y costosos objetos. También discuten
los problemas de las mujeres que estudian una carrera y dan a entender,
insidiosamente, que sus felices hogares y su vida emotiva han sido
dañados por el trabajo exterior. Incluso en estos casos parece que el peligro
se puede evitar incrementando el número de adquisiciones.
Al contraponer la mujer que trabaja a la mujer ama de casa y viceversa, se deja a las dos con sentimientos de culpa, conflictos y frustraciones.
Cuando,
además, una mujer trabaja y hace las tareas domésticas, estas sensaciones
se hacen gigantescas. Estas mujeres están perpetuamente carcomidas
por un conflicto de intereses que no llegan nunca a resolver.
Pero
este malestar y esta sensación de derrota que sienten las mujeres
son extremadamente ventajosas para los especuladores, puesto
que empujan a las mujeres a nuevas compras, con la pretensión de
superar su ansiedad e inseguridad. Muy a menudo, para recuperar rápidamente
la fe en sí mismas, corren a comprar un vestido nuevo o cualquier
milagroso producto de belleza.
Resumiendo,
primero el sistema capitalista degrada y oprime a la masa de
mujeres, luego explota el descontento y el miedo para así fomentar
ventas y beneficios. Tampoco este inexorable abuso ejercido sobre
las mujeres se puede superar con una guerra entré los sexos, sino con la
lucha de clases.
Nuestra
misión es, por lo tanto, la de clarificar que la fuente de estos males es
el sistema capitalista, junto a la máquina propagandística que hace
creer a la ¿mujeres que el camino que lleva al éxito y al amor pasa por
la adquisición de objetos. Pasar por alto y aceptar los modelos capitalistas
en todos los campos .—desde la política a la cosmética.—
significa
perpetuar este desordenado sistema, basado en la explotación, y por lo
tanto, hacer de las mujeres unas víctimas.
El
artículo fue escrito hace quince años y es interesante y gratificante ver cómo
en este período de tiempo incluso el campo de la moda ha sido
sacudido por una nueva rebelión que ha alterado los viejos esquemas
estéticos y ha creado otros nuevos.
Muchas mujeres jóvenes han abandonado el uso de los cosméticos y la “permanente”. Llevan los cabellos largos, lacios e incluso desgreñados, o se los cortan muy cortos, de la forma que prefieren o como creen más conveniente. Las rodillas, que antes eran consideradas como la parte “fea” de la mujer y había que
Muchas mujeres jóvenes han abandonado el uso de los cosméticos y la “permanente”. Llevan los cabellos largos, lacios e incluso desgreñados, o se los cortan muy cortos, de la forma que prefieren o como creen más conveniente. Las rodillas, que antes eran consideradas como la parte “fea” de la mujer y había que
ocultar,
han sido descubiertas implacablemente con la minifalda, y así sucesivamente.
En lugar
de ser los Reyes de la Moda los que manejaban a las mujeres, se ha
dado el caso contrario, por lo menos durante algún tiempo. Los diseñadores
de la moda seguían los gustos de las jóvenes descuidadas y desaliñadas,
adaptándolos de tal forma que hicieran los productos igualmente
caros. Como consecuencia, el precio se ha convertido más claramente
en símbolo de “belleza”, esto es, de distinción de clase; por lo tanto,
si una mujer quiere pertenecer al “gran mundo”, como llaman a los ricos,
lo poco o mucho que lleve de vestido debe ser visible y claramente costoso.
Reed
LA MUJER Y LA FAMILIA:
UNA VISIÓN HISTÓRICA
Reed
Todos
los que están presentes aquí son conscientes de que estamos viviendo
en un período de creciente agitación y tensión sociales. Esto resulta
evidente por las manifestaciones de protesta y por los movimientos de
liberación que desde hace tiempo ocupan los titulares de los periódicos.
En
primer lugar figura la repulsa contra la guerra de Vietnam, en la cual Washington
está derrochando miles de millones de dólares, mientras descuida
las necesidades más elementales del pueblo americano en lo que se refiere
a viviendas, educación, cuidados médicos, bienestar social, etc.
Tenemos
las revueltas en las comunidades negras, que buscan el fin de su pobreza
y del racismo. Los estudiantes, ofendidos por el sistema prevalente de
coerción y de lavado de cerebro, intentan liberar las universidades y las
escuelas de la injerencia de la gran industria y las personalidades poderosas.
Por lo tanto, no resulta nada sorprendente que junto con estas olas de
descontento y de militancia, haya vuelto a despertar el interés y se hayan
desarrollado de nuevo los movimientos por la liberación de la mujer.
En la
vanguardia figuran las jóvenes de hoy, sobre todo las universitarias, que
cuestionan las antiguas normas y costumbres que constriñen la vida de la
mujer al marido, al hogar y a la familia. Sospechan que han sido engañadas
cuando se las ha hecho creer que las mujeres representan el
segundo sexo, algo inferior, algo que debe darse por satisfecho con ser un
poquito más que una mujercita hacendosa de su casa o vivir una vida
ociosa. Ellas creen con toda justicia que poseen cerebro y talento suficientes,
tanto como órganos sexuales y reproductores, y que han sido defraudadas
y despojadas de su libertad para expresar sus capacidades creadoras
en casi todas las esferas de la vida social.
Sin
embargo, se encuentran con dificultades cuando se trata de articular
sus quejas y formular sus demandas por una vida más rica en significado
y unas perspectivas más amplias que aquellas a las cuales se han
visto restringidas. Esto no resulta sorprendente en vista de la magnitud
y del alcance del problema. La “cuestión femenina” no afecta a un
grupo minoritario; las mujeres representan la mitad de la especie humana.
Por otra parte, toca temas importantes y muy sentidos como
son las
relaciones sexuales, los lazos familiares y otros problemas íntimos entre
las personas.
Clase contra Clase
Uno de
los mayores obstáculos con que nos encontramos, es la falta de
información concreta sobre el trasfondo histórico de la mujer y de la familia.
Esto resulta útil para mantener a la mujer en su ignorancia y su sometimiento
a los mitos que se propagan en torno a ella. Las jóvenes rebeldes
sienten instintivamente que de algún modo, en algún momento y por
medio dé unas fuerzas invisibles, han sido arrojadas a la esclavitud y
relegadas a un estado de inferioridad. Ellas no saben cómo ha podido suceder
esto, y tienen necesidad de saber cómo hemos llegado a este punto y
quién o qué es responsable de ello.
La mayoría de las mujeres no comprenden que su problema no existía antes de que la sociedad clasista fuera instaurada y las desclasara de la elevada posición de igualdad que disfrutaban en la sociedad primitiva.
La mayoría de las mujeres no comprenden que su problema no existía antes de que la sociedad clasista fuera instaurada y las desclasara de la elevada posición de igualdad que disfrutaban en la sociedad primitiva.
Sólo
vagamente se dan cuenta del hecho de que la actual sumisión de las mujeres
va pareja con la explotación de la clase obrera en su conjunto, y con
las discriminaciones practicadas contra los negros y otras minorías.
Por esta
razón, ellas mismas no entienden que una vez abolida la sociedad capitalista,
e instauradas unas relaciones de tipo socialista, las mujeres se verán
emancipadas como sexo por las mismas fuerzas que liberarán a todos
los obreros y minorías raciales de su opresión y alienación.
Por
estas razones he presentado la “cuestión de la mujer” empezando por la
prehistoria de la humanidad. Esta nos lleva al campo de la antropología,
con sus importantes descubrimientos sobre la evolución de la
mujer, la familia y la humanidad en su conjunto. Daremos primero un breve
repaso al desarrollo de la propia antropología, para comprender por qué
tantos de estos conceptos han sido distorsionados y mistificados. La antropología
es una de las ramas más jóvenes de las ciencias sociales.
Tiene
poco más de cien años. En sus comienzos era considerada por sus fundadores
como ciencia de los orígenes sociales y de la evolución. A través de su
investigación, esperaban poder trazar el desarrollo de la humanidad desde
los orígenes prehistóricos hasta la civilización, o sea hasta llegar al
período histórico. La antropología, por lo tanto, puede definirse como estudio
de la “prehistoria”.
Pero
precisamente porque era una ciencia de la evolución, la antropología
ha sido objeto de violentas controversias. Al igual que la biología,
que se ha desarrollado contemporáneamente en el curso del siglo
XIX, esta ciencia ha hecho tambalearse los conceptos erróneos que prevalecían
acerca del pasado de la humanidad, y, además, empezó a derrumbar
los prejuicios existentes en torno a la cuestión de la mujer.
Por esta
razón fue considerada por las fuerzas conservadoras como una ciencia
potencialmente subversiva, y se construyeron bastantes barreras en el
camino de su libre y completo desarrollo.
Reed
La
primera batalla entre el dogmatismo trasnochado y los descubrimientos
científicos se ha desarrollado en el campo de la arqueología.
Según el
Antiguo Testamento, la humanidad no solamente tenía un origen
divino, sino que su historia pasada era breve, contaba menos de cinco
mil años. No obstante, los huesos fósiles y útiles excavados por los arqueólogos
pioneros, demostraban que la vida humana se había iniciado muchos
milenios más atrás. Esto representaba un desafío a los dogmas religiosos
y a las ideas petrificadas que prevalecían en el último siglo, y al principio
estos hallazgos fueron acogidos con rencor y desconfianza. Tan sólo
después de varias décadas y después de haber acumulado pruebas concluyentes
se desvaneció esta resistencia. Actualmente es aceptado por todo el
mundo científico que la vida humana empezó un millón o más de años
antes, y que otras formas subhumanas u homínidas precedieron a la evolución
del hombre hacia el homo sapiens.
La
siguiente gran batalla contra el oscurantismo se produjo en torno a la
teoría darwiniana de la evolución orgánica, que puso en evidencia el
origen animal de la humanidad. Este fue un golpe mucho más serio al dogmatismo
místico religioso, que el de extender simplemente la historia de la
humanidad hacia tiempos más remotos, porque implicaba que el hombre
no es la creación de un ser divino, sino que se deriva de la evolución de una
rama evolucionada de los primates. La ira y la furia que rodearon esta
teoría anti-religiosa duraron varias generaciones. En algunos Estados, la ley
prohibió enseñar la teoría de la evolución en las escuelas. Tan sólo este
mismo año el Estado de Arkansas ha sido empujado a la fuerza, entre puntapiés
y gritos, hacia el siglo XX, gracias al coraje y al espíritu de lucha de una
maestra que forzó al Estado a que admitiera la enseñanza de la teoría
de la evolución en sus escuelas. Esta resistencia fue rota mucho antes en
los estados más progresistas del mundo, y hoy día la teoría darwiniana
es aceptada como premisa fundamental en la investigación científica
sobre los orígenes de la humanidad.
El
término de estas luchas, que entraban en conflicto fundamental con los
dogmas teológicos, no resolvió todas las disputas surgidas en torno a la joven
ciencia de la antropología. La batalla más áspera, que continúa todavía
hoy, no fue la que tuvo que sostenerse contra la religión, sino la que se
da en el campo de la sociología. Las conclusiones que sacaron los fundadores
de la antropología demostraban que anteriormente a nuestro sistema
existía un tipo de sociedad totalmente diferente, y que en ciertas esferas
de las relaciones humanas, aunque no en otras, aquella había sido superior
a la nuestra, ya que la organización social primitiva se basaba en una
democracia auténtica y en una igualdad completa, incluida la igualdad sexual.
Las
autoridades constituidas en la sociedad capitalista no pueden tolerar
unas ciencias, desde la antropología a la economía, que proclamen abiertamente
toda la verdad de lo que representa nuestra sociedad, como una
sociedad que explota y oprime tanto a los obreros como a las mujeres.
Por lo
tanto, no resulta sorprendente que hayan surgido nuevas escuelas de
antropólogos, en el transcurso del siglo XX, que rechazan los métodos y descubrimientos
de sus predecesores, desviando esta ciencia por caminos y en
dirección completamente diferentes.
En manos
de estos revisionistas, la antropología decayó desde sus
comienzos prometedores, como ciencia de la evolución social, convirtiéndose
en un simple catálogo descriptivo de una “variedad” de culturas.
Dado que muchas personas, incluidos los estudiantes de la antropología,
son poco conscientes de este desarrollo, veamos cómo es posible
que esto llegara a verificarse.
Los dos
más célebres investigadores de la antropología, en el siglo XX, fueron
Lewis Morgan, en los Estados Unidos, y Edward Taylor, en Inglaterra.
Estos y
sus colegas partían de un punto de vista evolucionista, y procedían sobre la
base del hecho de que la humanidad se había desarrollado a través
de una serie de estados progresivamente ascendentes, desde el mundo
animal hasta la civilización. Eran también sustancialmente materialistas,
es decir, empezaban por considerar las actividades laborales que
suministraban los, géneros de primera necesidad o que servían para que la
vida fuese más cómoda, y sobre esta base económica analizaban las instituciones
superestructurales, las costumbres, las ideas y las creencias de los
pueblos primitivos.
El más
notable exponente de este método evolucionista y materialista fue
Lewis Morgan, que lo utilizó para caracterizar los tres estados principales del
progreso humano: desde el estadio salvaje hasta la civilización pasando a través
de la barbarie. Hoy día podemos establecer incluso la duración de cada una
de estas tres épocas. La primera, el estadio salvaje, fue la más prolongada,
pues ocupa casi el 99°/o de la vida humana sobre la tierra. La barbarie
empezó con la agricultura y la cría de ganado hace unos 8.000 años, y
la civilización se inició más o menos 5.000 años atrás.
Es digno
de observar el hecho de que Marx y Engels, los creadores del socialismo
científico, se vieran influenciados e inspirados por los estudios tanto de
Darwin como de Morgan. Marx quedó tan impresionado con los
descubrimientos de Darwin que incluso quería dedicarle la obra más importante
de su vida, El Capital. Engels retomó más adelante la cuestión clave,
planteada por Darwin, a la cual él mismo no había podido dar respuesta:
¿cómo habían conseguido nuestros progenitores, los primates, realizar
el paso hacia la etapa de los seres prehumanos? En su ensayo El papel del trabajo en la transformación del mono en hombre, Engels
explica que fue la actividad laboral sistemática lo que convirtió a los antropoides
en humanoides. Con esta exposición, Engels fue el primero en
presentar lo que puede llamarse propiamente la “teoría del trabajo como
origen de la sociedad”. Y como veremos más adelante, esto tuvo implicaciones
muy importantes para la “cuestión de la mujer”.
En el
caso de la antropología, el libro de Morgan, denominado La Sociedad
antigua, le llegó a Marx desde los Estados Unidos, por mano del sociólogo
ruso Maxim Kovalevsy. Marx empezó inmediatamente a tomar notas
sobre el mismo, para sacar sus propias conclusiones sobre el primer período
de evolución social. Después de la muerte de Marx, estas notas fueron
publicadas por Engels en su famosa obra Origen de la familia, la
propiedad privada y el Estado, publicada en 1884. Como dijo en su introducción
a la primera edición, “en América, Morgan había redescubierto a su
manera el concepto materialista de la historia, elaborado por Marx 40 años
antes”.
El libro
de Engels subrayaba los ásperos contrastes entre la sociedad primitiva
sin clases y nuestra sociedad clasista, y sacaba las inevitables conclusiones
sociológicas del material recogido por los antropólogos.
Morgan,
Tylor, Rivers y otros no buscaban una sociedad igualitaria, y no se
imaginaban ni lejanamente que esta sociedad hubiese existido jamás, pero
siendo investigadores escrupulosos, que informaban honestamente y con
exactitud acerca de los resultados de sus estudios, redescubrieron que las
instituciones clasistas fundamentales de nuestra sociedad brillaban por su
ausencia en la sociedad salvaje. Estos puntos fueron elaborados por
Engels en su obra.
En
primer lugar, los medios dé producción eran de propiedad común, y cada
miembro de la comunidad trabajaba sobre bases igualitarias con todos
los demás. Esto es fundamentalmente diferente de lo que sucede en
nuestra sociedad. No existía una clase rica dominante que explotara a la
clase obrera para acrecentar su poder. Por lo tanto, Morgan y otros definieron
a la sociedad primitiva como un sistema de “comunismo primitivo”.
En
segundo lugar, no existía un aparato estatal coercitivo, con sus cuerpos
de hombres armados y de policías que sirvieran de brazo armado a la
clase rica gobernante, para mantener sojuzgado al pueblo trabajador.
La
sociedad primitiva tribal era autónoma y democrática, una sociedad en la cual
todos los miembros eran iguales, incluidas las mujeres.
En
tercer lugar, mientras nuestra sociedad clasista es patriarcal en su constitución,
con la familia paterna como unidad fundamental, la sociedad primitiva
era matriarcal, y su unidad estaba constituida por la gens materna o el
clan. Además de esto, la supremacía machista, que se sustenta sobre el mito
de que las mujeres representan un sexo inferior, existe únicamente en
nuestra sociedad patriarcal clasista. En el primitivo sistema matriarcal, basado
en principios comunistas, no existía ninguna forma de dominación de un
sexo sobre el otro, al igual que no existía el dominio de una clase rica
sobre la masa de trabajadores.
Finalmente,
los primeros antropólogos descubrieron que la unidad familiar,
tal como nosotros la conocemos, tampoco existía. La sociedad tribal
estaba compuesta por una red de clanes, formado cada uno por los
hermanos y las hermanas correspondientes. Con este sistema de clasificación
a través del parentesco, todos los miembros se identificaban no por
medio de sus propios lazos familiares, sino a través de sus relaciones tribales
y del clan.
De este modo, al aplicar su método histórico comparativo, los primeros antropólogos pusieron involuntariamente en evidencia las instituciones clave de nuestra sociedad capitalista, descubriendo su total ausencia en la sociedad primitiva. Gracias a estas consideraciones, el título del libro de Engels resultó tan extraordinariamente indicativo: Origen de la familia, de la propiedad privada y del Estado. Engels subrayó
también
el hecho de que cuando no existían estas instituciones clasistas, las
mujeres ocupaban una posición relevante, gozando de gran libertad e independencia,
en abierto contraste con el papel subordinado y degradante que les
asigna la sociedad de clases.
El descubrimiento de esta notable diferencia entre ambos sistemas sociales .—el primitivo sistema igualitario y nuestro opresivo sistema capitalista.— descargó un fuerte golpe sobre algunas de las ficciones más importantes que circulan en nuestro sistema cultural. Sería difícil decir qué resultaba más doloroso para el poder constituido: el hecho de que la sociedad primitiva fuera colectivista, igualitaria y democrática, o el hecho de que fuera matriarcal y que las mujeres ocuparan en ella posiciones influyentes y respetadas por la comunidad. Igualmente aparecía como revulsivo el hecho de que la familia paterna, de la cual se había afirmado que siempre ha existido, se había instituido de hecho muy tarde en la historia, y que su origen coincidía con el paso del sistema social matriarcal al patriarcal.
Fueron estos descubrimientos, y todavía más las conclusiones radicales que de ello sacaban los marxistas, lo que provocó largas y amargas luchas entre las diversas escuelas antropológicas. Las nuevas tendencias que surgieron en el siglo XX repudiaron los métodos y descubrimientos de los precursores, tachando a Morgan, Tylor y los demás de ser “anticuados y estar fuera de lugar”. Aunque se dividen a su vez en varias tendencias, los “difusionistas”, los “funcionalistas” y los “estructuralistas”, las diferencias entre ellos son menores, en comparación con su oposición común a cualquier apreciación histórico materialista de la antropología.
Sus
posiciones quedan perfectamente representadas por los discípulos de Franz
Boas en los Estados Unidos, Radcliffe Brown en Inglaterra, y Levi-Strauss
en Francia.
Todos estos interpretadores, de diversa orientación, han rechazado cualquier concepto unificado del progreso histórico del hombre, y se limitan principalmente a estudiar las culturas y las costumbres de grupo separados de pueblos primitivos, comparando unos con otros o con la sociedad civilizada. Su objetivo principal es establecer que siempre ha existido una variedad o diversidad de culturas. Este hecho es desde luego innegable. Pero una observación elemental de este tipo no excluye la necesidad científica, más avanzada, de establecer las etapas de desarrollo
social
que la humanidad ha atravesado en el curso de su larga y compleja evolución.
Como dice de estos “descripcionistas”, el profesor Leslie A. White,
de la Universidad de Michigan: “Además
de ser antimaterialistas, son antiintelectuales y antifilosóficos
.—porque
miran con desprecio cualquier teorización.— y son también antievolucionistas.
Su misión ha sido demostrar que no existen leyes ni significados
en la etnología, que no hay un ritmo o una razón en los fenómenos
culturales, que la civilización es .—en las palabras de R. H. Lowie, el
exponente más ilustre de esta filosofía”.— más que una, “mezcolanza sin planificación
un “embrollo caótico “(filosofia del futuro).
De
hecho, este “embrollo caótico” no existe ni en la historia ni en la
propia prehistoria, sino en las mentes y en los métodos de estos antropólogos.
Estos han tomado un proceso histórico unitario y lo han desmembrado,
para obtener una “mezcolanza sin sentido” de datos descriptivos.
Al hacerlo así, se han dejado fuera el período más prolongado y más
temprano de la historia de la humanidad, que es el período del sistema
matriarcal dev organización social. Pero es precisamente este período
el que nos proporciona la información esencial para comprender los
problemas relacionados con la mujer y la familia. Sigamos examinando, pues,
este aspecto de la prehistoria.
Una de
las fábulas favoritas de nuestra sociedad es la de que las mujeres
son por naturaleza un sexo inferior, y que son inferiores debido a sus
funciones reproductoras. La historia se explica así: la mujer está obligada
a quedarse en casa porque tiene que cuidar de su hijo, por lo tanto,
su puesto está en el hogar. Como “cuerpo doméstico”, naturalmente representa,
desde el punto de vista social, un “cero”, el “segundo sexo”; mientras
que los hombres, que sobresalen en la vida económica, política e intelectual,
representan el sexo superior. De acuerdo con esta propaganda patriarcal,
las funciones maternas de la mujer se instrumentalizan para justificar
las desigualdades existentes - entre los sexos en nuestra posición subalterna
que ocupa la mujer.
El descubrimiento del papel dominante asumido por la mujer en la sociedad matriarcal primitiva destruye este mito capitalista. La mujer de la época salvaje daba a luz a sus hijos y seguía siendo libre, independiente, y representaba el centro de la vida social y cultural. Esto toca un punto muy doloroso, porque no solamente afecta a la “cuestión femenina”, sino también a la “sagrada familia”. El contraste queda agravado por el hecho de que esta igualdad y estas libertades iban emparejadas también con unas relaciones sexuales libres, tanto por parte de las mujeres como de
los
hombres, en agudo contraste con las rígidas restricciones sexuales impuestas
a la mujer en nuestra sociedad dominada por el hombre.
Otro
aspecto de la sociedad primitiva, difícil de aceptar para los conservadores,
es el hecho de que los primitivos no sabían y no se preocupaban
de saber quién era el padre de cada uno de los hijos que nacían.
Los niños no eran una propiedad como los demás artículos de propiedad
privada, ni eran extraños uno al otro, según la riqueza, la clase o la
raza de la familia. Todos los adultos de un clan se consideraban padres sociales
de todos los niños, y se preocupaban de ellos por un igual. No existía una
situación tan trágica y anormal como la de un niño sobrealimentado por un Lado
y niños abandonados, enfermos o hambrientos por el otro.
En la
sociedad comunitaria, en la que no existía todavía la familia como núcleo
aislado, era irrelevante e inútil saber quién era el padre biológico, o
incluso la madre biológica.
Estos
descubrimientos fastidiosos eran difíciles de digerir y tropezaron con gran
resistencia. Las objeciones presentadas por los disidentes pueden resumirse
en dos puntos: 1) no ha existido jamás una sociedad matriarcal constituida;
las mujeres de la época salvaje estaban tan degradadas como sus
hermanas civilizadas de hoy. Lo que puede afirmarse como máximo es que,
en la “variedad” de culturas, algunos grupos habían adoptado la curiosa
costumbre de la descendencia y del parentesco matrilineal, aunque queda
por explicar el cómo y por qué se puso en práctica esta situación tan
extraña; 2) el núcleo familiar tal como lo conocemos hoy no es un producto
histórico tardío, como afirman los primeros antropólogos y los marxistas:
siempre ha existido y siempre ha habido un padre de familia.
Estas
dos afirmaciones, la de que el matriarcado nunca ha existido y en
cambio sí ha existido siempre un padre de familia, van parejas. Forman el
bloque principal que dificulta el futuro avance teórico en el campo de la
antropología, y la adquisición de un cuadro verdadero de la historia primitiva
de la mujer. Por lo tanto, vamos a resumir brevemente algunas pruebas
que hablan en favor de la existencia inicial del sistema matriarcal de
organización social.
El
término “matriarcado” fue acuñado después de ser publicado, en el año
1861, el estudio de Bachofen, Das Mutterrecht, en el cual el autor subrayaba
la posición predominante que tenía la mujer en la sociedad antigua.
Intentando comprender la razón de ello, sacó la conclusión de que
puesto que habían prevalecido unas relaciones sexuales libres y los padres
de los niños eran desconocidos, esto proporcionaba a la mujer su estado
privilegiado, en un período que él llamó de “derecho materno”.
En lo
esencial, esta tesis acentúa las funciones maternales de la mujer
como fuente de poder. Esto resulta paradójico, porque en nuestra sociedad
la razón principal que se aduce para justificar el estado de inferioridad
de la mujer, es precisamente su función procreadora. ¿Cómo puede
ser entonces que aquello que nosotros consideramos como el más grave handicap
de la mujer, su función materna, pueda haber dado lugar a una
posición preeminente en las sociedades primitivas? Este enigma desconcertante
permaneció sin respuesta hasta el año 1927, cuando Robert
Briffault publicó su estudio Las Madres. En el demostró que las mujeres
habían adquirido su posición de privilegio en la sociedad primitiva no
solamente porque eran procreadoras, sino porque, como resultado de esta
función específica, se habían convertido en primeras productoras de géneros
esenciales para vivir. En otras palabras, en un determinado punto de la
lucha por la supervivencia y por nutrir y cuidar de sus pequeños, habían
emprendido la vía de la actividad laboral, y esta nueva función les dio la
capacidad de organizar y dirigir las primeras formas de vida social.
Muchos
estudiosos, como V. Gordon Childe, Sir James Frazer, Otis Tufton
Masón y Briffault, han citado detalladamente la amplia gama de actividades
productivas que desarrollaron las mujeres primitivas, y el papel
crucial que tuvieron con ello en la elevación del género humano por encima
de la modesta economía de la edad salvaje. Para resumir, durante un
período en el cual los hombres se ocupaban exclusivamente de la caza y de la
guerra, las mujeres desarrollaron la mayor parte de los instrumentos, de los
conocimientos y las técnicas que estaban en la base del progreso social.
De la recogida espontánea de frutos pasaron a la horticultura sencilla
y después a la agricultura. Entre la gran variedad de artes que practicaban,
se incluye la alfarería, el curtido, los tejidos, la construcción de
viviendas, etc.; fueron ellas las que desarrollaron los rudimentos de la botánica,
la química, la medicina y otras ramas del conocimiento científico.
De este
modo las mujeres fueron no solamente las primeras trabajadoras industriales
y las primeras agricultoras, sino que desarrollaron también su mente y
su inteligencia gracias a la variedad de sus labores, convirtiéndose en las
primeras educadoras al trasladar sus conocimientos y su herencia cultural
a nuevas generaciones de productores.
Según
puso en evidencia Engels, todas las sociedades se han basado en los
dos pilares de producción y procreación. Así pudo ser que las mujeres .—productoras
tanto de nueva vida como de los medios para satisfacer las necesidades
materiales de la vida.— se convirtieran en cabeza social y dirigente
de sus comunidades. Y si pudieron realizar esta tarea es porque trabajaban
juntas, como comunidad colectiva de productoras, sin estar dispersas
en hogares separados, donde cada mujer puede ser encerrada para que
realice las mismas tareas para sus propios hijos. Podían hacerlo porque
no existía un poder dominante que las obligara a hacer lo que se
les
mandara; o restringiera sus esfuerzos.
Esto
explica también por qué la sociedad primitiva era matriarcal en su
estructura, y por qué las mujeres ocupaban un lugar central en la misma.
Sus actividades productivas eran la fuente de su poder social.
En
América, los aborígenes llamaban a sus mujeres “gobernadoras” del clan y
de la tribu, y las tenían en la más alta consideración. Cuando los
primeros conquistadores llegaron procedentes de las naciones patriarcales
civilizadas de Europa, donde las mujeres hacía tiempo que estaban
subordinadas, se quedaron sorprendidos de que estos “salvajes” no
pudieran tomar decisiones colectivas importantes sin el acuerdo y el consenso
de sus mujeres.
Aquí
tenemos pues, con el testimonio del pasado, una negación del mito de
que las mujeres siempre han sido un sexo inferior, y de que su puesto
siempre ha estado en el hogar. Si pasamos a sumar la teoría de Briffault
sobre el matriarcado, con la teoría del trabajo en los orígenes de la
sociedad de Engels, nos encontraremos con que lejos de ser “cuerpos domésticos”,
las mujeres fueron las creadoras y custodiadoras de la primera
organización social de la humanidad.
Según
demostró Engels, fue a través de las actividades productivas como la
humanidad pudo evadirse del mundo animal. Más concretamente, fue la
mitad femenina de la humanidad la que inició y condujo estas actividades
productivas, por lo cual se nos debe el crédito de una mayor participación
en el gran acto de creación y de elevación del género humano.
Esta es una visión de la participación que ha tenido la mujer en la
historia, muy diferente de la visión bíblica de Eva, que en la posterior era
patriarcal fue considerada responsable de la “caída del hombre”. En realidad,
lo que sucedió en el punto más importante de la evolución social fue la
caída de la mujer.
¿Cómo
pudo producirse esta inflexión tan grave? La realidad es que se
inició con la introducción de grandes cambios en la estructura de la sociedad,
y con la ruptura del original sistema comunista. Mientras las mujeres
mantuvieron sus instituciones colectivistas, no pudieron ser desposeídas;
pero cuando surgió el nuevo sistema de propiedad privada, el
matrimonio monógamo y la familia, las mujeres se dispersaron, y cada una se
convirtió en esposa solitaria y madre confinada en un hogar aislado.
Mientras
se mantuvieron unidas, representaron una gran fuerza social. Separadas
y aisladas unas de otras y confinadas a la cocina y al cuidado de los
niños, perdieron todo su poder. Este proceso histórico, sin embargo, ha sido
negado y oscurecido por aquellos que desean mantener los mitos que afirman
la existencia eterna de la institución matrimonial y la familia.
Edward
Westermark, que ha sido considerado durante mucho tiempo como la
máxima autoridad en el campo del estudio del matrimonio y de la
familia, ha intentado trazar las raíces de esta institución hasta el
propio mundo animal. Su tesis es errónea porque no distingue entre necesidades
naturales y funciones que compartimos con los animales, y las
instituciones sociales exclusivamente creadas por el ser humano. Así, mientras
compartimos con los animales las funciones fisiológicas del sexo y la
procreación, no hay nada en el mundo animal que se parezca a la institución
del matrimonio o de la familia patriarcal. Es posible hablar hasta cierto
punto de una familia materna, aunque debería denominarse más exactamente
«descendencia materna». En la naturaleza, es la madre la que alimenta
y se cuida de sus descendientes, hasta que son suficientemente mayores
para ocuparse de sus propias necesidades. Entonces se rompe incluso
esta familia matriarcal y los individuos se dispersan cada uno por su lado.
Cuando
pasamos del mundo animal al mundo humano antiguo, tampoco
nos encontramos todavía con la familia. Nos encontramos con la gens
materna o clan. Se trata de un grupo de personas que viven y trabajan
juntos, como hermanos y hermanas, dentro de un clan. En otras palabras,
la sociedad antigua no solamente era un matriarcado, sino una hermandad
de hombres. Para los niños, todas las mujeres mayores eran madres,
y todos los hombres mayores eran hermanos de las madres o tíos maternos.
De hecho en muchas lenguas primitivas el término clan también se
traduce como parentesco materno o fraterno.
Esta
sociedad basada en el clan representa una diferencia significativa frente a
las condiciones de vida animal. No existe una hermandad de hombres
en el mundo animal, por el contrario, el mundo de la naturaleza está
sometido a las discordias y a la lucha de los animales que compiten entre sí
por arrebatarse los alimentos y las parejas. En la sociedad tribal, por otra
parte, todos los hombres del clan estaban unidos solidaria y fraternalmente
sobre la base de los principios colectivistas de la vida productiva
y social.
Esta
posición de los hombres como hermanos de las madres, es una de las
pruebas más significativas de la prioridad del sistema matriarcal. En todo el
mundo primitivo, y mientras no había aparecido todavía la familia paterna
o estaba poco desarrollada, son los hermanos de las madres los que
realizan aquellas funciones que en nuestra sociedad son asumidas por los
padres. Una buena descripción de esta institución nos la proporciona el antropólogo
E. Adamson Hoebel: «La base nuclear del susu (matriarcado) es la
relación de parentesco entre hermano y hermana. El marido no tiene
allí nada que ver... su papel, excepto como procreador, es sustituido total o
parcialmente por el hermano de la madre... el peso principal de la educación
de los muchachos para que asuman el trabajo de los hombres, recae
sobre el hermano de la madre. Sus sobrinos heredan de él casi todos
sus bienes... allí donde el susu está
fuertemente institucionalizado, el
padre, tal como nosotros lo conocemos, queda totalmente fuera de juego”
(El hombre en el mundo primitivo).
Estos
datos sobre el clan madre-hermano, como unidad económica original
de la sociedad tribal, niegan la afirmación de que siempre haya existido
el padre de familia. Normalmente esta afirmación se asienta sobre la
base de la dependencia económica de la mujer: si no tuviera marido
¿quién mantendría a la mujer y a sus hijos? En otras palabras, nos hacen
creer que las mujeres siempre han sido unos seres indefensos y dependientes,
y que sin un padre a la cabeza de cada una de las pequeñas
unidades
familiares, la sociedad acabaría prácticamente en un colapso.
Pero los
hechos de la primera historia de la humanidad nos prueban lo
contrario. La sociedad primitiva no solamente sobrevivía, sino que prosperó,
.y ello porque en el sistema comunitario todas las mujeres cumplían
colectivamente con sus funciones maternas, y todos los hombres cumplían
colectivamente con sus funciones paternas, frente a todos los niños de
la comunidad. Ninguna mujer dependía de un hombre para su sustento,
y ninguna criatura dependía de un padre o incluso de una madre para
mantenerse.
En el
transcurso del tiempo aparecieron las primeras “parejas maritales” o “familias
emparejadas”, y los maridos de las mujeres consiguieron suplantar
a los hermanos del clan como nuevos participantes económicos en el
sistema. No obstante, mientras la comunidad retuvo sus principios colectivistas,
no llegó a existir una dependencia o desigualdad familiar.
Toda la
sociedad proveía a las necesidades de cada uno de sus miembros, y todos
los adultos eran, hablando socialmente, “madres y padres” de todos
los niños de la comunidad. La hermandad seguía formando la base de las
relaciones sociales.
Reed
Cuando
los conquistadores europeos llegaron a América buscando oro y
encontraron a los aborígenes que lo habitaban, ninguna de estas dos partes
pudo comprender el punto de vista, las costumbres y el nivel de desarrollo
de la otra; hablaban diferentes lenguajes sociales. Por ejemplo, cuando
el padre Le Jeune pregunta a un indio iroqués cómo podía amar tanto a
unos niños, que admitía que no eran suyos, el indio le miró insolentemente
y le respondió: “Tú eres insensato. Tú amas solamente a tus
propios hijos, nosotros amamos a todos los niños de la tribu... somos todos
padres y madres para ellos”.
Otro
misionero jesuita, confundido por el contraste entre la sociedad civilizada,
estúpida y ávida de dinero que había dejado atrás en Europa, y la
generosidad de los aborígenes entre los cuales se había establecido, escribe
lo siguiente: “Estos salvajes no distinguen entre lo que es mío y tuyo,
por lo cual puede decirse que lo que le pertenece a uno, le pertenece también
al otro... sólo los cristianos que viven a las puertas de nuestras ciudades
utilizan el dinero. Los demás no lo tocan. Ellos lo llaman la “serpiente
de los franceses”, y dicen que entre nosotros la gente roba, calumnia,
traiciona y vende al otro por dinero... consideran extraño que alguien
pueda tener más bienes que otro, y que aquellos que poseen más sean
más estimados que aquellos que poseen menos. Ellos nunca se pelean
ni luchan entre sí, ni se roban unos a otros ni se calumnian” (citado por
Robert Briffault en: Las madres).
La
desintegración de esta sociedad comunal se inició hace unos seis u ocho mil
años, con la introducción de la agricultura y la ganadería a gran escala.
Estos sistemas permitieron una acumulación material necesaria para
llegar a Una economía más eficiente y a un nuevo modo de vida. La agricultura
exige grupos de personas estabilizados en tomo a un trozo de tierra,
para cultivar el suelo, criar el ganado y trabajar en las industrias de la
localidad. La antigua comuna tribal, ya en plena descomposición, empezó a
ceder en todo. Se formaron primero clanes separados, después familias
que vivían en granjas separadas, denominadas frecuentemente “familias
amplias”, y finalmente la familia individual, que hoy llamamos la “familia
nuclear”. Fue en el transcurso de este proceso cuando la familia paterna llegó a reemplazar totalmente al clan como unidad fundamental de la
sociedad.
Resulta
significativo el hecho de que en el primer período agrícola muchas
familias patriarcales operaban todavía sobre la base de los principios
de igualdad y de democracia heredados del pasado. Siendo familias
agrícolas, constituían amplios grupos productivos, y todos sus miembros
trabajaban conjuntamente para mantenerse a sí mismos, a sus propios
hijos y a los viejos. Además, toda la familia de una comunidad agrícola
cooperaba en las empresas de mayor proyección, como lapreparación
de nuevas tierras, en sembrar y guardar el grano y la cosecha, la
construcción de viviendas, los* proyectos de riego, etc. Los padres de estas
familias constituían los padres del lugar, que supervisaban estos proyectos
y se preocupaban del bienestar de toda la comunidad. En estas condiciones
de vida familiar colectiva, las mujeres seguían manteniendo una
posición relativamente prestigiosa en la vida productiva y social.
No
obstante, empezaron a introducirse en el juego nuevas fuerzas sociales
procedentes de Oriente Medio, aquel sector del mundo que ha sido
llamado “cuna de la civilización”, y que minaron y destruyeron las relaciones
colectivistas, introduciendo todo un nuevo sistema basado en la
propiedad privada, la familia y el estado. La parte mayor de las riquezas cayó en
manos de una minoría privilegiada que consiguió dominar y hacerse
con el mando, para así someter a explotación al mayor número de los
trabajadores. De entre los antiguos padres- del lugar empezaron a surgir
los reyes-sacerdotes, los nobles, los guerreros y sus séquitos, los cuales
vivían en templos y palacios y gobernaban al resto de la población.
Empezando
con reinos de tipo agrícola y madurando con las civilizaciones griegas
y romana, surgieron los poderes opresivos del Estado, para así legalizar
y perpetuar el gobierno de la clase rica sobre la masa trabajadora.
Este
proceso no solamente destruyó la hermandad o “fraternidad entre
los hombres”, sino también al matriarcado. Los juristas romanos que codificaron
las leyes sobre la propiedad privada, formularon también al
principio de la “patria potestas”, es decir, dieron todo el poder al padre.
Briffault nos dice lo siguiente sobre los orígenes de la constitución patriarcal
de la sociedad de clases: “El principio patriarcal, la ley por la cual el
hombre transmite la propiedad a su hijo, fue evidentemente una innovación
de los patricios, es decir, de los partidarios del orden patriarcal, los
ricos, los propietarios. Estos desintegraron el primitivo clan materno formando
familias patriarcales que “condujeron fuera del clan”. Los patricios
establecieron la línea de descendencia paterna, y consideraron al padre y
no a la madre como base de parentesco” (Las madres).
Más
graves que este cambio en la base del parentesco fueron las nuevas
leyes sobre la propiedad. Antes, toda la propiedad era comunitaria y era
entregada por los clanes maternos a los clanes de las hijas, en ventaja
y beneficio de todos los hermanos y hermanas que pertenecían al clan.
Ahora la propiedad era sólo del padre individual, y era transmitida, dentro
de la línea familiar, de padre a hijo. Los miembros femeninos de la familia
eran mantenidos por el padre hasta que contraían matrimonio, y entonces
la responsabilidad de su sustento pasaba a sus maridos. Sucede, pues,
que el dominio y el poder del hombre no se deriva de ninguna superioridad
biológica, física o mental del macho sobre la hembra, sino de las
exigencias socio-económicas de su reciente adquisición del monopolio de la
propiedad, y de su transmisión a través de la línea de descendencia masculina.
Han sido
los drásticos cambios sociales impuestos por las instituciones de la clase
patriarcal, en forma de familia, propiedad privada y Estado, lo que
ha conducido al derrocamiento histórico del sexo femenino. En la nueva
sociedad los hombres se convirtieron en principales productores, mientras
las mujeres eran encerradas en casa y quedaban limitadas a la servidumbre
familiar. Desposeídas de su antiguo puesto en la .‘sociedad, no
solamente se vieron privadas de su independencia económica, sino incluso
de su antigua libertad sexual. La nueva institución del matrimonio monogámico
surgió para servir las necesidades de la propiedad que a partir
de entonces poseía el hombre.
Un
hombre rico necesita de una mujer que le proporcione herederos legales,
que sean portadores de su nombre y hereden su propiedad. Por esta
razón se introdujo y pudo prevalecer la monogamia. De hecho, significó
siempre monogamia Sólo para la mujer, ya que únicamente la mujer es
gravemente castigada por el esposo o por la ley cuando rompe los
votos matrimoniales. Reprimida por todos, la mujer se convirtió en un animal doméstico,
cuya función fundamental en la vida es la de servir al marido,
que es su señor y patrono. El propio término “familia”, que empezó a
utilizarse al establecerse el sistema de propiedad privada, significa originalmente
esclavitud doméstica. Engels dice: “Famulus significa esclavo
doméstico, y familia es el conjunto de esclavos que pertenecen a un
solo hombre... esta expresión fue inventada por los romanos para designar
a un nuevo cuerpo social, cuyo jefe tenía una mujer, hijos, y un número
de esclavos sometidos a él y sobre los cuales poseía, de acuerdo con la
ley romana, el derecho a disponer de su vida y su muerte” (El origen
de la familia...).
Generalmente
no es conocido que el matrimonio legal fue instituido originalmente
tan sólo para las clases poseedoras. La gente trabajadora que se
mantenía mediante sus labores agrícolas, se juntaba sencillamente, tal como
habían hecho en el pasado, ya que en la sociedad primitiva el matrimonio
legal no era necesario ni deseable. Pero con el surgimiento de la vida
urbana y de la iglesia, el matrimonio se extendió gradualmente a la población
industrial, con el fin de obligar legalmente a los que trabajaban a
mantener a su mujer y a sus hijos, que no tenían otros medios de subsistencia.
Las consecuencias fueron, según los sociólogos americanos Reuter y
Runner, las siguientes: “Cuando la mujer dejó de producir, se convirtió
en un ser dependiente. El mantenimiento total de la mujer y de la
familia fue confiado al hombre, y el matrimonio, por primera vez en la existencia
de la humanidad, se convirtió en un peso económico grave. La ley y la
religión lo apoyaron y lo propagaron y reforzaron con una nueva idea: la
de que el mantenimiento de las mujeres y de los hijos era una obligación
natural y un deber del hombre” (La familia).
En otras
palabras, surge un nuevo mito para ocultar el hecho de que no
solamente las mujeres, sino también los trabajadores eran sometidos a
explotación y al robo por la sociedad capitalista. Antiguamente era toda la
comunidad la que mantenía y protegía a sus miembros, adultos y niños,
desde la cuna hasta la tumba. A partir de ahora, esta inmensa responsabilidad
es asignada a cada unidad familiar aislada, que debe arreglárselas
sola como mejor pueda. Lejos de ser aquello que se dice que representa,
el matrimonio y la familia se han convertido en una cárcel, en la
cual todo el peso del mantenimiento de la familia de dependientes recae
sobre un progenitor, y como máximo sobre ambos padres. Peor aún, no
existe ninguna garantía de qué el padre y la madre tengan un trabajo garantizado
o un salario adecuado para cumplir con sus obligaciones.
He aquí,
pues, el panorama histórico que nos permite observar la gran
importancia que tiene la antropología como guía para el estudio de la
situación de la mujer y de la familia. Es capaz de destruir muchos mitos que han
sido propagados acerca de este tema, y nos ofrece una visión de la
realidad de los hechos.
Por
ejemplo, de acuerdo con el Antiguo Testamento, nos dicen que el mundo
empezó a existir hace unos cinco mil años, cuando en realidad tan sólo
el mundo patriarcal fue el que se inició en aquellos tiempos, y fue
precedido por casi un millón de años de historia matriarcal. Asimismo nos
dicen que nuestra sociedad, basada en la propiedad privada, con sus discriminaciones,
opresiones, su egoísmo y su avidez, han existido siempre, y que
sus males son debidos a una “naturaleza humana” inmutable. La antropología,
sin embargo, nos enseña que existió en las sociedades primitivas
una forma totalmente diferente de naturaleza humana, y precisamente
existió así porque aquella era una sociedad colectivista.
Finalmente,
nos dicen que las mujeres han sido siempre el sexo inferior, y que
ello es debido a sus funciones procreadoras. Se hace responsable a la madre
naturaleza de la degradación de las madres de la raza humana.
Una vez
más, la antropología nos enseña exactamente lo contrario. No ha sido
la naturaleza, sino la sociedad de clases la responsable de la desigualdad
sexual. Únicamente cuando su propia sociedad comunitaria quedó
derrocada, fue cuando estas antiguas gobernantas de la sociedad quedaron
derrocadas y fueron remitidas, dispersas y separadas, a sus hogares
solitarios, y quedaron limitadas a las tareas sofocantes de la cocina y
de la crianza de los niños.
Todos
estos conocimientos, que podemos conseguir a través del estudio
de la prehistoria, no solamente ayudarán a la mujer a comprender su
actual dilema, sino que proporcionarán también directrices sobre cómo proceder
en la lucha por la emancipación de la mujer, que está surgiendo ahora.
Se han escrito muchos artículos y se han alzado muchas voces en demanda
de la liberación de la mujer. Más importante todavía, las mujeres han
empezado a salir de.’ sus pequeños hogares aislados para reunirse en las
calles en manifestaciones de protesta, tanto contra la guerra como en pro
de otras demandas que afectan específicamente a la mujer. Todos estos
desarrollos están todavía en su fase inicial, pero son signos de otros sucesos
más importantes que se van a producir.
En esta
nueva fase de la lucha es imperativo para las mujeres elaborar una
teoría y un programa que respondan a sus necesidades y les permitan realizar
sus objetivos. Esto todavía está por hacer. Por ejemplo, el “New York
Times” realizó el año pasado una entrevista a ciertas mujeres del grupo de
liberación denominado NOW, la National Organisation for Women, encabezada
por Betty Friedan, autora de La
mística de la feminidad. El artículo
del “Times” se titula “La segunda ola feminista”. La primera surgió el siglo
pasado, con el movimiento de las sufragistas. En aquel momento las mujeres
conquistaron cierto número de importantes reformas: el derecho a
inscribir propiedades a su propio nombre, el derecho al voto, etc. Y este artículo
se pregunta: “Qué es lo que quieren ahora estas mujeres?”.
De
acuerdo con las pancartas que las mujeres llevan en sus manifestaciones,
lo que quieren son más derechos: el derecho a mejores puestos
de trabajo y mejores salarios; el derecho al aborto; más puestos en las
comisiones del gobierno, etc. En general, el artículo resume sus demandas
como de “plena igualdad para todas las mujeres de América, en real
y auténtica paridad con los hombres, AHORA. “ Pero no menciona las
fuerzas clasistas que han impedido esta igualdad, ni se exponen en el
artículo los métodos de lucha que se necesitan para conquistar estas demandas.
Otras
tendencias, y entre ellas el Movimiento de Liberación de la Mujer con base
en Boston, están buscando seriamente un programa básico y una
orientación correcta. Algunas, como la organización llamada SCUM (Sociedad
para la Exclusión de los Hombres), poco tienen que ofrecer, fuera de
una filosofía de “odio al hombre”. Los nombres pintorescos y las actitudes
agresivas de grupos como WITCH (Las Brujas), o Internacional de
Conspiración Terrorista de las Mujeres del Infierno, han originado cierto escándalo.
Esto no está del todo mal, porque llama la atención sobre el hecho de
que las mujeres se oponen conscientemente a la supremacía machista,
y desafían abiertamente el mito de la superioridad del hombre.
Las
ideas nuevas y los pasos activos que se dan, generalmente provocan
escándalo precisamente porque rompen con el statu quo y molestan
a aquellos que están satisfechos con que las cosas se queden como
están. No obstante, no es suficiente causar sensación. Es esencial conseguir
una firme base teórica para ejercer una acción consistente, dirigida
hacia la consecución de un importante cambio social. Y esto es lo que he
intentado hacer con este discurso.
(Este discurso
fue pronunciado el 9 de Mayo de 1969 en una reunión patrocinada
por los Estudiantes por una Sociedad Democrática* en Emory University,
Atlanta, Georgia, y al mismo tiempo, y esto es curiosamente interesante,
en que Se celebraba el concurso para la elección de “Miss” Emory.
El discurso formaba parte del programa de la primera Conferencia Socialista
Meridional, celebrada en aquel fin de semana por la Alianza de Jóvenes
Socialistas).
* SDS.: Students
for a Democratic Society.
Evelyn
Reed
EL MITO DE LA INFERIORIDAD
DE LA MUJER
Una de
las principales características del capitalismo y de la sociedad clasista
en general es la desigualdad de los sexos. Los hombres son los amos
en la vida económica, cultural, política e intelectual, mientras que las
mujeres tienen un papel de subordinadas e incluso de sumisas.
Sólo muy
recientemente la mujer ha empezado a salir de la cocina y del cuidado
de los niños para protestar contra el monopolio del hombre. Pero la
desigualdad inicial permanece.
Esta
desigualdad de los sexos ha caracterizado la sociedad de clases desde su
inicio, hace unos dos mil años, permaneciendo a través de sus tres
períodos más importantes: esclavismo, feudalismo y capitalismo.
Por esta
razón, la sociedad de clases se caracteriza esencialmente por.’ la dominación
masculina, y esta dominación ha sido difundida y perpetuada por el
sistema de la propiedad privada, por el Estado, la Iglesia y las instituciones
familiares, que sirven a los intereses del hombre. Sobre la base de
esta situación histórica se ha divulgado el mito de la pretendida superioridad
social del sexo masculino. Se dice, generalmente, como un axioma
inmutable, que los hombres son socialmente superiores porque son
naturalmente superiores. Según este mito, la supremacía masculina no es un
fenómeno social, característico de un momento particular de la historia,
sino una ley natural. Los hombres, se afirma, han sido dotados por la
naturaleza de atributos físicos y mentales superiores.
Para la
mujer se ha propagado un mito equivalente, defendiendo así esta
pretendida superioridad del hombre. Se afirma, como axioma inmutable,
que las mujeres son socialmente inferiores, porque son naturalmente
inferiores a los hombres. Y, ¿cual es la prueba? Que las mujeres
son madres. La naturaleza, se afirma, ha condenado al sexo
femenino
a una posición inferior.
Esto es
una falsificación de la historia, natural y social. No es la naturaleza,
sino la sociedad de clases la que ha rebajado a la mujer y elevado
al hombre. Los hombres han obtenido su supremacía social a través de la
lucha contra la mujer y su conquista. Pero esta lucha entre los sexos era sólo
una parte de la gran lucha social: la desaparición de la sociedad primitiva
y la institución de la sociedad de clases. La inferioridad de la mujer es
el producto de un sistema social que ha causado y promocionado otras
innumerables desigualdades, inferioridades, discriminaciones y degradaciones.
Pero esta realidad histórica ha sido disimulada tras el mito de la
inferioridad femenina.
No es la
naturaleza, sino la sociedad de clases la que ha robado a la mujer
su derecho a participar en las tareas más altas de la sociedad, exaltando
sólo sus funciones animales de maternidad. Y este robo ha sido perpetrado
mediante una doble mistificación. Por un lado, la maternidad se
presenta como una aflicción biológica que le corresponde a la mujer como
tal. Por el otro, este materialismo vulgar se presenta como una cosa
sagrada. Para consolar a las mujeres de su posición de ciudadanas de
segunda clase, las madres son santificadas, adornadas de una aureola y
dotadas de “intuiciones” especiales, sensaciones y percepciones por encima
de la comprensión masculina. Santificación y degradación son simplemente
dos aspectos de la explotación social de la mujer en la sociedad
de clases.
Pero
ésta no ha existido siempre; tiene sólo unos pocos millares de años.
Los hombres no han sido siempre el sexo superior, puesto que no han sido
siempre los dirigentes industriales, intelectuales y culturales. Por el
contrario, en la sociedad primitiva, en donde no eran santificadas ni degradadas,
las mujeres eran las dirigentes de la sociedad y de la cultura.
La
sociedad primitiva era un matriarcado, lo que significa, como la misma
palabra indica, un sistema en el cual quien organizaba y dirigía la vida
social no eran los hombres, sino las mujeres. Pero la distinción entre los dos
sistemas sociales va más allá de este cambio del papel dirigente de los dos
sexos. La dirigencia social de las mujeres en la sociedad primitiva no
estaba fundada sobre la opresión del hombre. Por el contrario, la sociedad
primitiva no conocía desigualdades sociales, inferioridades o discriminaciones
de ningún género. Se fundaba sobre una base de igualdad completa.
Por lo tanto, realmente a través de la dirección de las mujeres los
hombres han pasado de unas condiciones atrasadas a un papel social y
cultural más elevado.
En esta
sociedad primitiva,” la maternidad, lejos de ser vista como una aflicción
o un signo de inferioridad, se consideraba como un gran don de la
naturaleza. La maternidad investía a las mujeres de poder y prestigio; y había
buenas razones para que así sucediese.
La
humanidad nace del reino animal. La naturaleza ha dotado sólo a uno de
los dos sexos, al sexo femenino, de los órganos y funciones procreadoras.
Este don biológico ha sido el que ha hecho posible la transición
del reino animal al humano. Gracias a alimentar, cuidar y proteger a los
pequeños, como Robert Briffault ha demostrado ampliamente en su trabajo
The Mothers.
Sin
embargo, como Marx y Engels han demostrado, todas las sociedades
tanto pasadas como presentes, se basan en el trabajo. No era sólo
la capacidad de las mujeres de reproducir lo que tuvo un papel decisivo,
puesto que, realmente, todas las hembras animales paren.
Lo decisivo para la especie humana fue el hecho de que la maternidad impulsa al trabajo, y sobre la fusión de la maternidad y el trabajo se fundó, verdaderamente, el primer sistema social.
Lo decisivo para la especie humana fue el hecho de que la maternidad impulsa al trabajo, y sobre la fusión de la maternidad y el trabajo se fundó, verdaderamente, el primer sistema social.
Fueron
las madres las primeras que tomaron el camino del trabajo, y con el
trabajo se inició el camino de la humanidad.
Fueron
las madres quienes se convirtieron en la mayor fuerza productiva; las
obreras y las campesinas, las dirigentes de la vida científica, intelectual y
cultural. Y lograron convertirse en todo esto precisamente porque eran madres:
y al principio, la maternidad se fundía con el trabajo. Esta unión permanece
aún hoy día en el lenguaje de los pueblos primitivos, donde el término “madre”
significa “procreadora-productora”.
Pero no
concluimos de todo ello que las mujeres, por naturaleza, son el sexo
superior. Cada sexo fue el producto de una evolución natural y cada uno
tiene su papel específico e indispensable. Sin embargo, si tuviéramos que
hablar en términos de dirigencia social, para las mujeres del pasado como
para los hombres de hoy, diríamos que las mujeres, en la sociedad, fueron
dirigentes mucho antes que los hombres y por un período más largo.
Nuestro
objetivo en esta presentación es la de destruir, de una vez por todas,
el mito perpetuado por la sociedad de clases de que Tas mujeres son
naturalmente inferiores. La forma más eficaz para demostrarlo es, ante
todo, analizar detalladamente el trabajo de las mujeres primitivas.
CONTROL SOBRE LOS
ALIMENTOS
Para
cualquier tipo de sociedad la búsqueda de comida ha sido siempre la
preocupación más inmediata, precisamente porque si los hombres no
hubieran estado alimentados habría sido imposible cualquier tipo de trabajo.
Mientras los animales han vivido siempre procurándose la comida día a
día, la humanidad ha tenido que establecer algunas normas de control
sobré sus provisiones para poder progresar y desarrollarse. Control significa
no sólo alimento suficiente para hoy, sino un excedente para mañana y
la capacidad de conservarlo para un futuro. Desde este punto de vista
la historia humana puede dividirse en dos períodos principales, el
período de la recogida de alimentos, que dura unos cien mil años, y el período
de la producción de alimentos, que se inicia con la invención de la agricultura
y la domesticación de animales, no hace más de ocho mil años. a Clase
En la
época de la recogida de alimentos, la división del trabajo era muy
simple. Se describe generalmente como una división entre los sexos o
división del trabajo entre macho y hembra (los niños daban su aportación
enseguida que podían hacerlo; las niñas se educaban para trabajos
femeninos y los niños para trabajos masculinos). Esta división del trabajo
determinaba una diferenciación entre los sexos en los métodos y en la
manera de recoger comida. Los hombres eran cazadores, ocupación a tiempo
completo que los tenía lejos de la casa o del campamento durante
períodos más o menos largos. Las mujeres recogían los productos vegetales
del campo y de las cercanías de las viviendas.
Debemos
por lo tanto comprender que, a excepción de áreas particulares en el
mundo y en un período histórico determinado, la fuente más segura de
provisiones de alimentos no eran los animales (proporcionados por el hombre),
sino los vegetales (proporcionados por la mujer).
Otis
Tufton Masón escribe: “En todas las partes del mundo en que la raza
humana ha adelantado, las mujeres descubrieron que los productos típicos
de aquella tierra se convertirían en su seguridad. En Polinesia, el taro
o árbol del pan, en África la palmera y la tapioca, el mijo y la patata
dulce. En Europa, los cereales. En América, el trigo y la patata, etc,” (Women.’s
Share in Primitive Culture).
Alexander
Goldenweiser puntualiza: “En todas las partes del mundo, el
sostenimiento de la familia ha sido garantizado con mayor regularidad y certeza
por las tareas de la mujer, ligada a la casa, que por las del marido o hijos
cazadores que estaban lejos. Realmente, en los pueblos primitivos era un
espectáculo habitual el hombre que volvía a casa, después de una cacería
más o menos ardua, con las manos vacías y muerto de hambre. Las provisiones
de vegetales debían, por lo tanto, bastar para sus necesidades
y para
las del resto de la familia” (Anthropology).
Las
provisiones alimenticias con que se podía contar eran, por lo tanto,
las que recogía la mujer, y no el hombre. Pero las mujeres eran también
cazadoras, si bien practicaban otro tipo de caza distinto. Además de
desenterrar raíces, tubérculos, etc., recogían gusanos, cucarachas, lagartijas,
moluscos y otros pequeños animales como liebres, marsupiales, etc.
Esta actividad de las mujeres era de fundamental importancia, por el hecho
de que parte de esta pequeña selva la llevaban al campamento aún
viva, y estos animales fueron la base de las primeras experiencias de domesticación.
Fue, por
lo tanto, bajo la guía de las mujeres que se iniciaron las técnicas
más importantes de domesticación de animales, técnicas que alcanzaron
luego el nivel más alto con la cría de animales. El hecho de que
la mujer domesticara animales tiene relación con su instinto materno.
Sobre este punto, Masón escribe: “La primera domesticación es
simplemente la adopción de crías abandonadas. El cazador lleva vivo a casa al
pequeño cabrito, cordero o ternero. La mujer y los niños lo cuidan y
acarician, e incluso lo amamanta con su pecho. Se pueden aportar ejemplos
interminables de cómo las mujeres sabían capturar y domesticar los
animales de la selva. Las mujeres, de todas formas, se han ocupado mayormente
de aquellos animales que dan leche y lana”. (Op cit.).
Vemos
que, mientras un aspecto de la actividad femenina en el campo, la
recolección de alimentos, nos ha llevado a la domesticación de los animales,
otro aspecto nos conducirá al descubrimiento de la agricultura.
Uno de los trabajos de la mujer era excavar con la estaquilla —uno de los primeros utensilios de la humanidad— el terreno para buscar alimentos.
Uno de los trabajos de la mujer era excavar con la estaquilla —uno de los primeros utensilios de la humanidad— el terreno para buscar alimentos.
Aun
actualmente, en algunas zonas subdesarrolladas del mundo, la estaquilla
se considera una parte inseparable de la mujer, casi como su hijo.
Por ejemplo, cuando los hombres blancos descubrieron a “los indios shoshones
dé Nevada y de Wyoming, les llamaron “los excavadores” (The Diggers)
porque incluso hoy usan esta técnica para procurarse alimentos.
Precisamente
gracias a esta actividad, las mujeres descubrieron finalmente
la agricultura. Sir James Frazer nos da una bonita descripción de este
proceso en sus primeros estadios.
Poniendo
como ejemplo a los nativos del Victoria Central en Australia, escribe:
“El instrumento que usaban para sacar las raíces era un palo que medía
cerca de 7 a 8 pies de largo, endurecido al fuego, y con una punta al final,
que les servía de arma, tanto ofensiva como defensiva. A partir de aquí
podemos descubrir cuáles fueron los pasos que se dieron hasta llegar al
cultivo sistemático del suelo.
“Un
largo palo se hunde en la tierra y se sacude varias veces para remover
la tierra que, a su vez, es recogida con la mano izquierda y lanzada hacia
otra parte. De esta manera excavan rápidamente, pero la cantidad de
trabajo es- demasiado grande en relación a los resultados. Para coger una
patata de una circunferencia de media pulgada, aproximadamente, deben
excavar un agujero de un pie cuadrado por dos de profundidad como
mínimo. Las mujeres y los niños dedican una parte considerable de tiempo a
este trabajo.
“En los
terrenos fértiles, donde la patata dulce crece en abundancia, la
tierra se criba y se pasa literalmente por el cedazo. El efecto de excavar la
tierra alrededor de las raíces y la patatas dulces fue el de enriquecer y
fertilizar el suelo, y de esta manera aumentar la recolecta de raíces y hierbas.
La caída de la semilla, en la tierra anteriormente revuelta con el palo,
contribuyó a obtener el mismo resultado; además, las que el viento se
llevaba, mientras hacían el hoyo, daban otros frutos poco después”. (The
Golden Bough).
Con el
paso del tiempo, las mujeres aprendieron a ayudar a la naturaleza
extirpando los hierbajos de los campos y protegiendo las plantas
que estaban creciendo. Finalmente, aprendieron también como plantar
y sembrar.
No
solamente se mejoró la cantidad y la calidad, sino que también fueron
descubiertas nuevas especies de plantas y vegetales. Chapple y Coon
dicen: “Con el cultivo, el proceso selectivo produjo muchas nuevas especies
de vegetales o alteró profundamente las características de las ya existentes.
En Melanesia llegan a hacer crecer patatas de 6 pies de largo y cerca
de 1 pie de espesor, e incluso más. Mientras que las míseras raíces que los
australianos excavaban de la tierra no eran más grandes que un garbanzo”
(Principies of Anthropology).
Veamos
cómo Masón resume los pasos dados en la agricultura: “La evolución
de la agricultura primitiva pasa por la búsqueda de vegetales, el aposentamiento
cerca de los mismos, la excavación del terreno, la siembra,
el cultivo, primero a mano y finalmente con el uso de animales domésticos”.
(Op. cit.).
Según
Gordon Childe, todas las plantas comestibles, como también el lino
y el algodón, fueron descubiertas por las mujeres en la época primitiva.
(What Happened in History).
El
descubrimiento de la agricultura y la domesticación de animales permitió
al género humano superar la época de la búsqueda de alimentos para
pasar a la de su cultivo; ello representó para la humanidad la primera
victoria sobre el problema del aprovisionamiento de víveres. Esta conquista,
fue realizada por la mujer. La gran Revolución agrícola, que proporcionó
alimento a los hombres y a los animales, fue la coronación del trabajo femenino
desde el día en que usó el palo para excavar.
De todas
formas, poder controlar las provisiones alimenticias, significó mucho
más que confiar simplemente en la fertilidad de la naturaleza. Significó,
principalmente para la mujer, entregarse a su trabajo, a la experiencia,
a sus capacidades de inventiva y de innovación. Las mujeres tuvieron
que descubrir todos los métodos particulares de cultivo adaptados a cada
especie de planta o semilla. Tuvieron que aprender las técnicas de la
trilla, de la limpieza del grano, de la molienda, etc., e inventar todos los
utensilios
adecuados para cultivar el terreno, recoger y guardar la cosecha, y finalmente
transformarla en comida.
En otras
palabras, la lucha por controlar los productos alimenticios trajo no sólo
el desarrollo agrícola, sino que puso las bases para la producción y la
ciencia.
Masón
escribe: “Toda la vida industrial de la mujer se construyó a partir
de la provisión de alimentos. Desde el primer viaje a pie para buscarlos,
hasta el momento de cocinarlos y comerlos, realizaron una serie de
experiencias y experimentaciones propios de las circunstancias” (Op.
cit.).
LA MUJER EN LA INDUSTRIA,
EN LA CIENCIA Y EN LA MEDICINA
La
primera división del trabajo entre los sexos se describe, a menudo, de una
forma muy simplificada y deformada. Los hombres, se dice, eran
cazadores y guerreros mientras las mujeres permanecían en el campamento
o en la casa para cuidar a los niños y hacerles la comida.
Esta
descripción da la impresión de que la familia de entonces fuera el equivalente,
en primitivo, de la familia moderna. Mientras los hombres se
ocupaban de todas las necesidades sociales, las mujeres lo hacían solamente
de la cocina y los niños. Este concepto es realmente una gran distorsión
de los hechos.
Con
excepción de la división en la búsqueda de alimento, no existía, entre
los sexos, ninguna otra diferencia ni en las formas más altas de producción,
por la simple razón de que toda la actividad industrial en la sociedad
estaba en manos de las mujeres. Cocinar, por ejemplo, no debe entenderse
como lo entendemos nosotros ahora en la familia moderna. Cocinar
era sólo una de las técnicas que las mujeres habían adquirido
como
resultado del descubrimiento y del uso del fuego y de la capacidad de
utilizar el calor.
Todos
los animales de la naturaleza temen al fuego y se apartan de él. Y
sin embargo, el descubrimiento del fuego tiene por lo menos medio millón
de años, antes incluso de que la humanidad hubiera alcanzado un nivel
completamente humano. Sobre esta cuestión, Gordon Childe escribe: “Logrando
utilizar el fuego, el hombre controlaba una potente fuerza física y una
importante transformación química. Por primera vez en la historia, un ser
vivo lograba controlar una de las grandes fuerzas de la naturaleza.
Y el uso
de una potencia condiciona a quien la controla... “Al encender y apagar
el fuego; al transportarlo y usarlo, el hombre logró apartarse completamente
del comportamiento de los otros animales. El hombre afirmó
su humanidad, y se convirtió en Hombre” (Man Makes Himself).
Todas
las bases técnicas de la cocina, que siguieron al descubrimiento del
fuego, fueron inventadas por las mujeres: cocer, asar, hervir, etc. Estas técnicas
implicaban experimentos constantes sobre las propiedades del fuego y
la utilización del calor. Fue precisamente gracias a estas continuas experiencias
como la mujer logró desarrollar las técnicas de conservación de los
alimentos para el futuro. Con la aplicación del fuego y del calor, logró
desecar y conservar, para las exigencias futuras, tanto los vegetales
como los
animales.
Pero el
fuego representó mucho más. El fuego es el instrumento por excelencia
de la sociedad primitiva; puede equipararse al control y al uso de la
electricidad e incluso de la energía atómica en la edad moderna. Y fue la
mujer la que desarrolló las primeras formas de industria y, al mismo tiempo,
la que descubrió el uso del fuego como instrumento de su trabajo.
La
primera actividad industrial de la mujer estaba centrada en la búsqueda
de toda clase de alimentos. Preparar y conservar la comida presupone
la invención de todo el equipamiento subsidiario: vasijas, utensilios,
hornos, almacenes, etc. Las mujeres fueron quienes construyeron inicialmente
las primeras despensas, graneros, depósitos para alimentos.
Algunos
de estos graneros consistían en agujeros excavados en la tierra y luego
revestidos de paja. En los terrenos húmedos o acuosos plantaron palos y
encima construyeron los depósitos. La necesidad de proteger, de los
reptiles y otros pequeños animales, los alimentos de los graneros, fue resuelto
con la domesticación de otro animal, el gato. Masón escribe: “Para la
invención de los graneros y la protección de los alimentos, de los pequeños
animales, el mundo debe agradecer a la mujer la domesticación del gato...
La mujer amansó al gato salvaje para la protección de su granero”.
(Op. cit.)
Fue
siempre la mujer la que logró distinguir las sustancias nocivas o
venenosas de los alimentos. Con el uso del fuego transformaba los alimentos,
que en su estado natural no eran comestibles, en un alimento nuevo.
Citando
nuevamente a Masón: “Plantas que en su estado natural son venenosas
o demasiado ásperas y picantes, las mujeres de estos países comprendieron
que haciéndolas cocer o simplemente hervir se podían convertir
fácilmente en comestibles” (Idem).
La
mandioca, por ejemplo, es venenosa en su estado natural. Pero la mujer
logró transformarla en un alimento-base a través de un complicado proceso
de compresión mediante una prensa primitiva, para eliminar así las
sustancias venenosas, cociéndola después para eliminar cualquier otro residuo
desagradable.
Muchas
otras plantas y sustancias no comestibles fueron usadas por las
mujeres en sus actividades industriales o transformadas en medicinas.
Evelyn Reed
El Dr.
Dan Mckenzie ha catalogado un centenar de medicinas homeopáticas descubiertas
por las mujeres, precisamente por su profundo conocimiento de la
vida vegetal. Algunas de estas medicinas se usan todavía hoy sin haber
sido modificadas. Otras han sido sólo ligeramente mejoradas. Entre éstas
hay muchas sustancias usadas por sus propiedades narcóticas.
La
mujer, por ejemplo, descubrió la propiedad de la resina de pino, de la
trementina y del aceite de chaulmoogra que se
usa aun actualmente como
remedio contra la lepra. Descubrió elementos medicinales en la acacia,
en las almendras, en el caucho, en la cebada, y así sucesivamente.
Estos
descubrimientos se dieron en Sudamérica, en China, en Europa, en Egipto,
etc., según donde se encontraban estas sustancias naturales. Las mujeres
lograron incluso transformar sustancias animales en fármacos.
Por ejemplo, transformaron el veneno de la serpiente en un suero
contra las mordeduras de serpiente (el preparado equivalente se llama en
la actualidad antiveneno).
En la
industria ligada a la conservación de los alimentos se empezaba a tener
necesidad de recipientes y vasijas de todo tipo para conservar, transportar
y cocer los alimentos. Y nacieron los primeros recipientes de madera,
de piel, de corteza, según fuese en una u otra parte del mundo.
Sólo
posteriormente la mujer descubrió la técnica de hacer vasijas de
arcilla.
El fuego
se usaba también en la fabricación de utensilios de madera.
Masón
nos describe esta técnica y se puede comprender fácilmente cómo
de este
procedimiento se pasará luego a la construcción de las primeras
canoas y
embarcaciones.
“Quemaban
con cuidado la parte cóncava controlando la llama. Luego, estas
maravillosas y versátiles mujeres alejaban el fuego, e improvisando una
escoba de madera cortaban los residuos. Con un rascador de piedra quitaban
la resina hasta obtener una superficie de madera completamente lisa. La
parte cóncava era rascada y quemada hasta obtener la forma requerida.
Completada la pileta, estaba lista para ser usada como olla para cocinar”.
(Op. cit).
Con esta
transformación, una sustancia como la madera, que es fácilmente
consumida por el fuego, podía ser usada como recipiente para cocinar
y, por lo tanto, ser puesta al fuego.
Pero
estas primeras actividades femeninas que nacieron precisamente de la
lucha por la conservación de los alimentos, sobrepasaron muy pronto
este limitado horizonte. Apenas una necesidad era satisfecha, en seguida
nacían otras y éstas, a su vez, eran satisfechas en una espiral siempre
creciente de nuevas necesidades y nuevos productos. Y fue en este
continuo reproducirse las necesidades, y las soluciones a las mismas, como las
mujeres pusieron las bases para una futura cultura más elevada.
La
ciencia se desarrolló al mismo tiempo que la industria. Gordon Childe puntualiza
que para transformar la harina en pan se necesita una larga serie de
descubrimientos colaterales que terminan con el conocimiento de la
bioquímica y el uso de un microorganismo, la levadura. El mismo conocimiento
de la bioquímica que hizo posible la producción del pan, hizo
posible también los primeros licores fermentados y una serie de otros descubrimientos.
DE LA CUERDA AL TEJIDO
El
construir cuerda puede parecer quizás una ocupación muy humilde, pero
entrelazar estas fibras fue solamente el principio de una larga cadena de
actividades que culminaron con la industria textil. Construir estas cuerdas
requiere no sólo habilidad manual, sino también un conocimiento de qué
material escoger y cómo tratarlo.
Chapple
y Coon escriben: “Todos los pueblos usan la cuerda, sea para ligar
las asas de los utensilios, o para hacer redes para los conejos, bolsas o
brazaletes. En los lugares en que se usan más frecuentemente las pieles de
animales, como entre los esquimales, estas cuerdas consisten por lo general
en tiras de cuero cortadas de las pieles de los animales o de tendones
de los mismos animales. Los pueblos que viven en el campo usan, por el
contrario, fibras vegetales como el hibisco o raíces delgadas que no necesitan
ningún tratamiento para ser utilizadas. Otras fibras, demasiado cortas,
son enroscadas entre sí hasta formar una cuerda larga”. (Op. cit.).
De la
técnica del entrelazamiento nace la industria de la cestería. Según la
localidad, los cestos se hacían de mimbre, cortezas, hierbas, raíces o
pelos. Algunos eran entrelazados y cosidos id mismo tiempo. La variedad
de canastos y otros artículos entrelazados es enorme. Robert H. Lowie
enumera algunos: cestas para transporte, botijos de agua, tazones, escudos,
sombreros, abanicos, zurrones, esteras, etc. Algunas de estas canastas
estaban tan estrechamente entrelazadas que eran impermeables y se
usaban para cocinar o para conservar los alimentos. (An Introduction to
Social Anthropology).
Algunos
son tan bonitos, escribe Briffault, que no pueden ser reproducidos
ni siquiera por la moderna tecnología: “Los llamados sombreros
de Panamá, los más bonitos de los cuales pueden comprimirse hasta
hacerlos pasar a través de un anillo, son quizás el ejemplo más típico”
(The Mothers).
En este tipo de industria las mujeres utilizaron todos los recursos que la naturaleza ponía a su disposición. En la tierra donde nacía la nuez de coco se hacían las cuerdas mas bonitas, utilizando los filamentos de las cáscaras.
En las
Filipinas, una especie de banana no comestible producía la
famosa abacá, o cáñamo de Manila, también para la fabricación de cuerdas.
En Polinesia se cultivaba expresamente una especie de morera cuya
corteza se batía largamente hasta transformarla en una especie de tejido del
que las mujeres lograban fabricar camisas para ellas y para los hombres,
además de correas, bolsas, etc.
La
industria textil nace con la gran Revolución agrícola. En esta compleja
actividad vemos la fusión de las técnicas aprendidas en la agricultura
y en la industria.
Gordon
Childe escribe: “La industria textil no sólo requiere el conocimiento
de sustancias particulares como el algodón, el lino y la lana, sino
también la cría de ciertos animales y el cultivo de plantas especiales” (Man
Makes Himself).
La
industria textil requiere un alto grado de capacidad técnica y mecánica
y una larga serie de invenciones colaterales. Para desarrollar esta
industria, continúa Childe, “se necesita una compleja serie de descubrimientos
e invenciones y un conocimiento científico igualmente complejo.
Entre las invenciones prioritarias, el telar es la más importante.
“Debemos
considerar que el telar es un instrumento más bien complicado,
demasiado complicado para poderlo describir aquí. Y su uso no es
menos complejo. La invención del telar fue uno de los grandes triunfos
del ingenio humano. Sus inventores no tienen nombre, pero realizaron
una contribución esencial al bagaje cultural del hombre” (Ídem)
La caza,
sin tener en cuenta su importancia en cuanto contribuía a aumentar
las provisiones de productos alimenticios, fue un factor de gran valor
para el desarrollo humano. En la caza organizada, el hombre debía colaborar
con otros hombres, actitud desconocida en el mundo animal, en el que
la competencia individual es la regla.
Sobre
esta cuestión, Chapple y Coon escriben: “La caza es un óptimo ejercicio
tanto para el cuerpo como para la mente. Estimula la cooperación, el
autocontrol, la contención de la agresividad, el ingenio y la inventiva y, por
último, un algo grado de destreza manual. El género humano no habría
podido tener una mejor escuela en su período formativo” (Op. cit.).
Sexo contra Sexo
o Clase contra Clase
TRABAJADORAS DE LA PIEL
Puesto
que la caza era una actividad típicamente masculina, los historiadores
están siempre dispuestos a glorificarla sin límites. Sin embargo,
para ser sinceros, los hombres contribuían realmente con la caza en
las provisiones, pero eran las mujeres las que preparaban y conservaban
la comida y utilizaban los productos derivados para sus actividades.
Fueron las mujeres las que desarrollaron las técnicas del curtido
y la conservación de las pieles y quienes fundaron la primera gran industria
de pieles.
Trabajar
la piel es un proceso largo, difícil y complicado. Lowie describe la
primera forma de este tipo de actividad, que es la que aún emplean
las
mujeres Ona de la Tierra del Fuego: “Cuando los cazadores traen al
campamento
la piel de un guanaco, la mujer .—escribe.— se arrodilla sobre
la piel
desoliada y rasca laboriosamente, con su hoja de cuarzo, los tejidos
grasos y
la capa transparente que tiene debajo. Luego, con los puños,
amasa la
piel trozo a trozo, yendo de arriba a abajo muchas veces a lo
largo de
toda la superficie e incluso masticándola con los dientes para
reblandecerla.
En caso de que se le tenga que cortar el pelo, se usa el
mismo
método que para rascarla.”
El
rascador del que habla Lowie es, juntamente con el palo o bastoncito,
uno de
los más antiguos utensilios de la humanidad. Al mismo tiempo que
el palo
de madera, usado para recolectar verduras, nace este trozo de
piedra,
rascador o hacha de puño, usado en las más variadas actividades.
A este
respecto, Briffault escribe: “Estas especies de rascadores, que
constituyen
la mayor parte de los utensilios primitivos, fueron usados e
inventados
por la mujer. Nacieron muchas controversias sobre los posibles
usos de
estos objetos, pero es un hecho que aun actualmente las mujeres
esquimales
emplean utensilios idénticos a los que sus hermanas europeas
dejaron
en gran abundancia en la época de la Era Glaciar.
“Los
rascadores o cuchillos, usados por las mujeres esquimales,
están
generalmente muy elaborados y montados artísticamente con
empuñaduras
de hueso. En África del Sur la tierra esta llena de estos
objetos,
idénticos a los que se encontraron en Europa, pertenecientes a
la era
paleolítica. Según testimonios de personas que conocían bien las
costumbres
de los bosquimanos, estos objetos eran fabricados por las
mujeres”
(Op. cit.).
Masón
añade: “El rascador es el utensilio que primero se usa en
Evelyn Reed
cualquier
menester. Su utilización entre las mujeres aborígenes de
Montana
se transmite de madres a hijas, de generación en generación,
y así
sucesivamente desde el nacimiento del género humano” (Op. cit.).
CURTIDO
Trabajar
las pieles, como la mayor parte de las demás actividades requería
mucho más que el simple trabajo manual. También
para desarrollar este trabajo la mujer tuvo que aprender los secretos
de la química, y, de experiencia en experiencia, aprendió incluso
a
emplear una sustancia para transformarla en otra.
El
curtido es esencialmente una alteración química de la piel en crudo. Entre
los esquimales, escribe Lowie, esta transformación química fue descubierta
dejando macerar las pieles en un recipiente lleno de orina. En América
del Norte, por el contrario, las mujeres indias usaban el cerebro de los
animales, preparado especialmente, con el que empapaban las pieles.
El verdadero curtido, sin embargo, requiere el uso de la corteza de encina u
otras sustancias vegetales que contengan ácido tánico.
Una
parte del proceso para trabajar la piel era ahumarla al fuego lento.
Los escudos de los indios de Norteamérica eran tan resistentes que estaban
a prueba, no sólo de las flechas, sino incluso de los proyectiles. Los
productos de piel alcanzan una extensa gama, principalmente en lo que
se refiere a recipientes. Lowie cita algunos de los usos de la piel. Los asiáticos
la utilizaban para hacer una especie de botellitas; los africanos
orientales
como escudos o estofas; entre los indios norteamericanos se usaba a
veces para vestidos, camisas, mocasines o pantalones. Sólo más tarde se
utilizó la piel para hacer chozas y cunas. El elaborado surtido de productos
en piel de las mujeres indias no ha cesado nunca de maravillar a los
visitantes de los museos en donde están expuestos estos objetos.
Briffault
puntualiza que las mujeres debían conocer primero la naturaleza
de las pieles que debían preparar, y decidir qué productos serían
los más adecuados: “El producto que se debe emplear varía según el
uso que se le quiera dar. Las pieles blandas se alisaban hasta conseguir
un espesor uniforme, y también se empleaba la capa a la que
quedaba
pegado el pelo. Las pieles más duras se usaban para cabañas, escudos,
canoas o botas. Las más ligeras y lavables, para vestidos. Todo esto
requería especiales trabajos técnicos que habían sido elaborados precisamente
por las mujeres.”
Masón
escribe: “En el continente americano, sólo las mujeres sabían cómo
tratar cualquier tipo de piel de animal, como gatos, zorros, lobos, hurones,
osos, ovejas, antílopes, cocodrilos, tortugas e incluso reptiles y peces”.
(Op. cit.)
ALFARERAS Y ARTISTAS
La
cerámica, a diferencia de las demás industrias femeninas, lleva a la creación
de sustancias completamente nuevas que no existen en estado natural.
Sobre
este punto, Gordon Childe escribe: “La cerámica es quizá la primera
utilización consciente de un proceso químico por parte de la humanidad...
El factor esencial del arte de la alfarería es que la mujer pudo
modelar el trozo de arcilla como deseaba y luego, utilizando el fuego, darle la
forma definitiva (calor por encima de 600 grados centígrados). A los
hombres primitivos este cambio de la calidad de un material les debió parecer
una especie de transustanciación mágica. La conversión del barro o la
tierra en piedra...
“El
hecho esencial de este descubrimiento consiste en lograr controlar y
utilizar el proceso químico que antes hemos citado. Pero, al igual que los
otros descubrimientos, la aplicación práctica implica otros nuevos. Para que la
arcilla esté en condiciones de ser trabajada, se tiene que mojar, pero si
se pone el objeto aún húmedo en el fuego, se rompe. El agua que lleva la
arcilla debe secarse poco a poco al sol o cerca del fuego antes de cocerse.
También la arcilla debe cortarse, ser preparada, y lavada para eliminar
todos los residuos de otras sustancias.
“Durante
la cocción de la arcilla cambia no sólo su consistencia física, sino
incluso el color. El hombre ha tenido que aprender a controlar estos cambios
y a utilizarlos para mejorar la belleza del vaso...
“El arte
de la alfarería, incluso en su estadio más burdo y generalizado, era ya
compleja. Implicaba un cierto número de procesos muy distintos y la
aplicación de numerosos descubrimientos. Construir un vaso fue un magnífico
ejemplo de la creatividad humana” (Man Makes Himself).
La mujer
primitiva, como primer alfarero, cogió el polvo de la tierra y modeló
una infinita gama de nuevos productos. Las artes decorativas, también
en manos de las mujeres, se desarrollaron a la par con esta industria.
El arte nace del trabajo.
Lowie
escribe: “Un fabricante de cestas puede convertirse en un decorador
sin tener intención de hacerlo, pero en el momento en que un modelo
determinado deslumbra los ojos, se busca ya expresamente. La cuerda
retorcida de un cesto puede parecer una espiral, unos arabescos, etc. El
hecho esencial es que una vez considerada decorativa esta forma geométrica,
se aplica también a otras formas de arte. Un alfarero puede pintar figuras
en su vaso, un escultor puede imitarle en su madera”. (Op. cit.).
Los
objetos de piel hechos por las mujeres son muy apreciados no sólo por su
aspecto práctico, sino también por la belleza de su decoración. Y cuando
la mujer empezó a hacerse los vestidos, empezó también a tejer bellísimos
dibujos en las telas e inventó el color y la técnica de la tintura.
CONSTRUCTORAS Y
ARQUITECTAS
Quizás
la actividad menos conocida de las mujeres primitivas eran sus
trabajos de construcción, arquitectura e ingeniería. Briffault escribe: “No
estamos acostumbrados a pensar que el arte de construir casas o la arquitectura
fueran ocupaciones tan femeninas como la fabricación de botas u
objetos de terracota. Y sin embargo, las cabañas de los australianos, de los
isleños de Andaman, de los habitantes de la Patagonia, los toscos refugios
de los Seri, los habitáculos de piel de los indios de América, la “yurta”
de los nómadas de Asia Central, la tienda de piel de camello de los
beduinos,
son todos ellos trabajos exclusivamente femeninos.
“A veces
estas viviendas, más o menos estables, eran muy elaboradas. La “yurta”,
por ejemplo, es generalmente una casa muy grande, construida sobre un
armazón de árboles en forma de círculo que tiene encima una especie
de enrejado de madera, todo ello recubierto de una espesa capa de fieltro
que da a la casa una estructura de cúpula. El interior está dividido en
numerosas estancias. A excepción de la madera, todo lo demás ha sido construido
y puesto por las mujeres turcomanas.
“Los “pueblos”
de Nuevo Méjico y de Arizona recuerdan las formas pintorescas
de las ciudades orientales. Son grupos de casas construidas una
encima de la otra; el techo llano de una sirve de base a la que hay encima.
Los pisos más altos son accesibles con escaleras de poleas o con escaleras
exteriores, y los muros son bastiones con merlos ornamentales...
Patios,
plazas, calles y curiosos edificios públicos que sirven tanto de lugares
de reunión como de templos... como testimonian las innumerables ruinas”
(Op. cit.).
Los
misioneros españoles que se establecieron entre el pueblo indio
quedaron atónitos frente a la belleza de las iglesias y conventos que
aquellas mujeres habían construido para ellos. Y escribieron a sus compatriotas
europeos: “Ningún
hombre ha contribuido lo más mínimo en erigir una casa. Estos
edificios han sido construidos solamente por las mujeres, las niñas y las
jóvenes de la misión. Entre estos pueblos era costumbre que fueran las
mujeres las que construyeran las casas” (Briffault, Op. cit.).
Bajo la
influencia de los misioneros, los hombres emprendieron también
esta actividad, pero sus primeros esfuerzos fueron recibidos con gran
hilaridad por la misma gente. Como escribió un misionero español: “Los pobres
fueron rodeados por una alegre multitud de mujeres y niños
que reían y les tomaban el pelo, y pensaban encontrarse ante la cosa más
divertida que nunca habían visto, ¡un hombre ocupado en la construcción
de una casa!” (Ibidem). Hoy es
justamente lo contrario, se ridiculiza a la mujer arquitecto o ingeniero.
SOBRE LOS HOMBROS DE LA
MUJER
La mujer
no era solamente la experta trabajadora de la sociedad antigua,
sino que se ocupaba también de trabajos muy duros y pesados, como
transportar mercancías, equipajes, etc.
Antes de
que los animales domésticos aliviaran a las mujeres de estas cargas,
al menos en parte, eran ellas las que transportaban sobre sus hombros
todo lo necesario. Y no sólo transportaban las materias primas para su
industria, sino también depósitos enteros de mercancías, cuando la tribu
entera se trasladaba de un lugar a otro.
Cuando
la tribu emigraba, y esto sucedía con mucha frecuencia antes de
que se desarrollaran los pueblos estables, eran las mujeres quienes
desmontaban y montaban las tiendas y cabañas. Las mujeres transportaban
los objetos más pesados y a sus hijos de un campamento a otro.
Y en la vida diaria era también la mujer la que transportaba los grandes
trozos de leña para el fuego, el agua, los alimentos, y todos los demás
productos esenciales. Incluso hoy, las mujeres de la tribu Ona de la
Tierra de Fuego, como escriben Chapple y Coon, transportan pesos de más de
100 libras cuando emigran. Entre los Akikuyus de África Oriental, escriben
los Routledge, los hombres no estaban en condiciones de soportar esos de
más de 40 o 60 libras, mientras que las mujeres soportaban pesos de
100 libras o más:
“Cuando
un hombre dice: esta carga es demasiado pesada, está hecha para ser
soportada por una mujer y no por un hombre, no hace más que expresar
una realidad” (Scoresby y Katherin Routledge, With a Prehistoric People).
Sobre
este aspecto del trabajo femenino, Masón escribe: “De los
hombros de la mujer, al carro y a la majestuosa nave, he aquí la
historia del más grande de los artificios que empuja a nuestra raza a
explorar el mundo entero. No me extraña que el carpintero tallara en
madera la cabeza de una mujer sobre la proa de su nave, y que la locomotora
fuera nombrada en femenino” (Op. cit.).
¿Indican
acaso estas intensas actividades laborales que la mujer estaba
oprimida, explotada o degradada? De ningún modo. Totalmente al contrario.
Sobre este punto, Briffault escribe: «La
fantasiosa opinión de que las mujeres estuvieron oprimidas en la sociedad
primitiva deriva, en parte, de la complacencia del hombre civilizado y, en
parte, del hecho que las mujeres trabajaban duramente. Puesto que las
mujeres realizaban trabajos fatigosos, su estado era considerado como de
esclavitud y opresión. No podía existir mayor equívoco...
«La mujer
primitiva es independiente, y no a pesar de su trabajo. En
general, es justamente entre los pueblos en que trabajaban más duramente,
en los que las mujeres son más independientes y tienen mayor influencia.
En los que las mujeres gandulean y el trabajo lo realizan los
esclavos, son, por lo general, poco más que esclavas sexuales...
«En la
sociedad primitiva, todos los trabajos, incluso los más insignificantes,
eran voluntarios, y nunca la mujer hizo ningún trabajo teniendo
que obedecer órdenes arbitrarias.
«Hablando
de las mujeres zulúes, un misionero escribe: «Cualquiera que
hubiese observado el comportamiento de las mujeres atentas a su trabajo,
su alegría, su cháchara, su risa y sus canciones, no podía menos que
compararlo con el de nuestras mujeres que trabajan» (Op. cit.).
No es el
trabajo sino la explotación y el trabajo forzoso lo que atormenta a los
seres humanos.
Cuando
las mujeres empezaron a trabajar nadie les había enseñado cómo
hacerlo. Tuvieron que aprender de la manera más difícil, con su coraje y
perseverancia. Algunas primeras nociones las obtuvieron probablemente de la
misma naturaleza. Masón escribe: «Las
mujeres aprendieron de las arañas el hacer redes, de las abejas y las
hormigas a conservar los alimentos y a trabajar la arcilla. Esto no significa
que estos animales crearan escuelas para enseñar a trabajar a aquellas
obtusas mujeres, sino que sus mentes despiertas estaban siempre a punto
de apoderarse de cualquier experiencia que viniera de aquella fuente.
Fue en la época de la industrialización cuando la mujer demostró mayormente
su talento. Estableció desde el principio el camino que era necesario
recorrer, y se atuvo a él sin reservas». (Op. cit.)
LAS PRIMERAS COMUNIDADES
Precisamente
por la humildad con que la mujer inició las primeras actividades,
muchos historiadores presentan la industria femenina como básicamente
familiar o artesanal. Es importante, sin embargo, tener en cuenta
que antes de que se desarrollaran las máquinas no existía ninguna forma de
arte que no fuera el artesanado. Antes de que surgieran las fábricas
especializadas, en los países y en las ciudades no existía otra fábrica
que la casa.
Sin
estas formas artesanales primitivas no habrían nacido, sin duda, las grandes
corporaciones de la Edad Media. Y ni siquiera el mundo moderno se
habría desarrollado con sus haciendas agrícolas mecanizadas y sus innumerables
industrias.
Cuando
las mujeres empezaron a trabajar, elevaron al género humano por
encima del reino animal. Fueron las primeras trabajadoras y las fundadoras
de la industria, la primera fuerza que elevó a la humanidad por
encima de su estado de simio. Junto con el trabajo nace el lenguaje.
Como
Engels escribe: «El
desarrollo del trabajo, al multiplicar los casos de ayuda mutua y de
actividades sociales, hacía, necesariamente, que se reunieran cada vez más
los miembros de la sociedad... La única teoría correcta sobre el origen
del lenguaje es la de que nace y se desarrolla junto al proceso del trabajo.
Primero nació el trabajo y luego, en consecuencia, se desarrolló el lenguaje
articulado». (El papel del trabajo en la transformación del mono en
hombre).
También
el hombre, sin duda, empezó a articular alguna palabra durante
la caza organizada, pero el desarrollo decisivo del lenguaje nació de la
actividad laboral femenina. Como escribe Masón: «La
mujer, precisamente porque cada día se ocupaba de todas las actividades
industriales, inventó y fijó un lenguaje en relación a las mismas.
El Dr.
Brinton escribe en una carta privada que, en muchos lenguajes primitivos,
no sólo se encuentran una serie de expresiones propias de las
mujeres, sino que en muchas partes del mundo se encuentran, con frecuencia,
lenguajes usados solamente por las mujeres y completamente distintos
a los de los hombres.
«Los
hombres primitivos, cuando iban a cazar o a pescar, estaban generalmente
solos, y estas actividades les imponían el silencio. Las mujeres,
por el contrario, estaban juntas y hablaban todo el día, y esto es tan
cierto que, prescindiendo de los ambientes culturales, las mujeres tienen
aún hoy un vocabulario más rico y son las mejores oradoras y escritoras»
(Op. cit.).
El
trabajo y el lenguaje, más que cualquier otra cosa, representan el nacimiento
de la colectividad. Los animales están obligados por las leyes de la
naturaleza a una continua competencia individual. Las mujeres, a través del
trabajo, sustituyeron las relaciones establecidas por la naturaleza por nuevas
relaciones humanas, gracias al trabajo colectivo.
LA FAMILIA - LA COMUNIDAD
La
familia era toda la comunidad. No existía individualismo, sino colectivismo
social. Sobre este punto, Gordon Childe escribe: «El arte
en el Neolítico aparece como una ocupación familiar. Ni siquiera
las tradiciones artesanales son individuales, sino colectivas. La experiencia
y la sabiduría se pone constantemente en evidencia y, con ejemplos
y explicaciones, se transmite de padres a hijos. La hija ayuda a la madre
a trabajar los vasos, la mira atentamente, la imita y recibe de ella las
explicaciones, las advertencias y los consejos necesarios. Las ciencias aplicadas,
en el Neolítico fueron transmitidas por lo que actualmente llamamos
sistema de aprendizaje.
«En un
pueblo moderno de África, la mujer no se aisla para modelar o cocer
sus vasos. Todas las mujeres del pueblo trabajan juntas, hablan, confrontan
sus experiencias y se ayudan mutuamente. Todas las actividades son
públicas, sus reglas son el resultado de experiencias comunes... Y la economía
neolítica en su conjunto no habría podido existir sin esfuerzos comunes»
(Man Makes liimself).
Así, el
resultado más importante de las actividades femeninas fue la fundación
y la consolidación del primer gran colectivo humano. La vida colectiva
y el trabajo, sustituyendo al individualismo animal, abrieron un abismo
insuperable entre la sociedad humana y la de los animales. Hicieron posible
la primera gran conquista de la humanidad, la domesticación de los
animales.
A través
de estas experiencias, las mujeres se convirtieron en las primeras
trabajadoras y labradoras, las primeras científicas, doctoras, arquitectas,
ingenieras; las primeras maestras, educadoras y artistas, y transmitieron
la herencia social y cultural. Las familias que dirigían no eran simplemente
cocinas colectivas o salas de cocinar, sino que eran también las
primeras fábricas, los primeros laboratorios científicos, centros médicos, escuelas
y centros sociales y culturales. El poder y el prestigio femenino que
surge de las funciones procreadoras alcanza su punto máximo con la
primacía de sus actividades socialmente útiles (L'emancipazione del l'huomo).
Durante
todo el tiempo en que la caza a tiempo completo fue una ocupación
indispensable, el hombre estuvo relegado a una experiencia de
segundo orden. La caza alejaba a los hombres, durante períodos muy largos,
de la comunidad y de la participación en las formas más altas de trabajo.
El
descubrimiento de la agricultura y de la domesticación de animales por
parte de la mujer supuso también la emancipación de los hombres.
La caza
ya no era socialmente indispensable, y esta actividad se redujo muy
pronto a un simple deporte; los hombres estuvieron entonces libres para
participar en la vida cultural e industrial de la comunidad. Con el aumento
de las provisiones de alimento creció también la población. Los campamentos
nómadas se transformaron en pueblos estables y más tarde en
villas y ciudades.
En el
primer período de su emancipación, los hombres eran menos capaces
que las mujeres en las actividades laborales; se limitaban, por lo tanto, a
cortar los hierbajos de los campos y a preparar el terreno para los cultivos
que hacían las mujeres. Cortaban árboles y abastecían de madera para los
trabajos de construcción. Sólo más tarde empezaron a trabajar en la
construcción, así como en el cuidado de los animales y su crianza.
Pero, al
contrario que las mujeres, no debieron empezar desde el principio.
En poco tiempo lograron aprender, no sólo aquellos menesteres en los
que hacía falta una cierta habilidad, sino que efectuaron grandes mejoras
en lo que respecta a los utensilios de trabajo, enseres y tecnología en
general. La agricultura se incrementó considerablemente con la invención
del arado y el uso de los animales ya domesticados.
Durante
un breve período de tiempo, históricamente hablando, la división
del trabajo entre los sexos fue una realidad. Hombres y mujeres juntos
aumentaron el bienestar social y consolidaron los primeros pueblos estables.
Pero la
Revolución agrícola, promovida por la mujer, que divide la época de la
recogida de alimentos de la época de la producción de los mismos, separa
de la misma forma la barbarie de la civilización y, más adelante aún,
señala el desarrollo de un nuevo sistema social y una inversión de la dirigencia
económica y social de los sexos.
Estas
nuevas condiciones de vida, que empezaron con la abundancia
de
alimentos necesarios para una población creciente, liberaron una nueva
fuerza
productiva y, con ella, nuevas relaciones productivas. La vieja división
del
trabajo entre los sexos fue reemplazada por una nueva división social
del
trabajo. El trabajo agrícola se separó del trabajo industrial urbano, el
trabajo
intelectual del trabajo manual. Y las actividades femeninas pasaron
gradualmente
a los hombres.
Con el
torno, por ejemplo, los especialistas del oficio se apoderaron
del arte
artesanal femenino de modelar los vasos. Como Childe escribe:
«La
etnografía nos demuestra que los alfareros que usan el torno son en
general
hombres, no mujeres, y el antiguo método artesanal de modelar
los
vasos, para ellos no es más que un deber familiar, como cocinar o hilar.
(What
Happened in History).
El
hombre se apoderó de los hornos inventados por las mujeres y los
transformó en fraguas y forjas para fundir los metales en bruto y obtener
cobre, oro y hierro. La edad del metal fue como el alba de la edad del hombre.
Y el apellido más común actualmente, Mr. Smith, tiene sus orígenes
justamente en aquella época (de smithies: herrería). Las
mismas causas que llevaron a la emancipación del hombre
condujeron
a la caída del matriarcado y a la esclavización de la mujer. En el
momento en que el hombre se apropió de los medios de producción, la mujer
fue relegada exclusivamente a sus funciones biológicas de madre y se le
negó toda forma de participación en la vida social productiva. Los hombres
tomaron las riendas de la sociedad y fundaron un nuevo sistema social
al servicio de sus necesidades. De la destrucción del matriarcado nació la
sociedad de clases.
En este
resumen de las actividades laborales de la mujer en el sistema social
primitivo, hemos visto como los dos sexos contribuyeron a la edificación
de la sociedad y al progreso de la humanidad hasta el estadio actual.
Pero esta contribución no se dio al mismo tiempo ni de la misma forma.
El desarrollo de los sexos fue, indudablemente, desigual. Y esto no es
más que una expresión del desarrollo desigual de la sociedad en
general.
Durante
el primer gran período de desarrollo social, fue la mujer quien logró
hacer progresar a la humanidad hasta levantarla por encima del reino animal.
Y puesto que los primeros pasos son siempre los más difíciles, no podemos
más que considerar decisiva la contribución social y productiva de las
mujeres. Fueron sus descubrimientos en el campo productivo y cultural
los que hicieron posible la civilización. Fueron necesarios cientos de miles
de años para que las primeras mujeres pudieran poner las bases
sociales,
pero justamente porque colocaron estas bases tan sólidamente, han sido
necesarios menos de 4.000 años para que la civilización alcanzase su
estado actual.
Por ello
no es científico querer discutir la superioridad del hombre o de la
mujer sin tener en cuenta la experiencia histórica. En el transcurso de la
historia asistimos a una gran inversión en la superioridad social de los
sexos. El papel dirigente perteneció primero a la mujer, biológicamente dotada
por la naturaleza, y luego a los hombres, socialmente dotados por las
mujeres. Entender estos hechos históricos significa evitar caer en la trampa
de valoraciones arbitrarias basadas solamente en el instinto y en los
prejuicios. Y comprender estos hechos significa destruir el mito que hace de
las mujeres seres naturalmente inferiores.
Fourth International, primavera de 1954
¿ES EL FACTOR BIOLÓGICO EL QUE HA
CONDICIONADO A LA MUJER?
Reed
Muchas
mujeres del movimiento de liberación, principalmente aquellas que han
estudiado El origen de la Familia, la
propiedad privada y el Estado, de Engels, han comprendido que las raíces del envilecimiento y la opresión
de la mujer están en la sociedad de clases. Correctamente, han aplicado
el término de «sexista» para describir el sistema social capitalista, último
estadio de la sociedad de clases, que discrimina a la mujer en todos los
sectores.
Lo que
aún no tienen claro las mujeres, es si su estructura biológica
había influido
en que se les considerase y mantuviese como sexo inferior
o
«segundo sexo». Esta duda es muy comprensible en una sociedad
dominada
por el hombre, en la cual, no sólo la historia está escrita de
manera
que mantiene el statu quo, sino que además toda la ciencia está
en sus
manos. Dos de estas ciencias, la antropología y la biología, son
fundamentales
para comprender a las mujeres y su historia. Y las dos están
decididamente
orientadas a favorecer el sexo masculino, escondiendo en
vez de
revelar la verdad sobre la mujer.
Quizá la
propaganda seudocientífica más perjudicial, sobre la
inferioridad
del sexo femenino, es la que se ha hecho en nombre de la
biología.
Según los fabricantes de mitos en este campo, las mujeres están
biológicamente
impedidas por los órganos y las funciones reproductoras.
Se dice
que este handicap se remonta al mundo animal y convierte a las
mujeres
en indefensas y dependientes del sexo masculino superior por
abastecerlas
a ellas y a sus pequeños. La naturaleza es la responsable de
la
eterna condena a la inferioridad infinita de las mujeres.
Es obvio
que las mujeres son biológicamente distintas a los hombres
por el
hecho de que solamente el sexo femenino posee los órganos y las
funciones
aptas para la maternidad. Pero no es verdad que la naturaleza
sea la
responsable de la opresión de la mujer; esta degradación es
exclusivamente
el resultado de las instituciones, de las leyes hechas por
el
hombre en una sociedad de clases patriarcal. No existía en la sociedad
primitiva,
ni existe en el mundo animal.
Esta
falsificación de la historia natural y social ha sido difundida para
disculpar
una sociedad sexista. La opresión de la mujer se justifica sobre
la base
de su estructura biológica. La consecuencia es obvia: ¿Por qué las
mujeres
deben luchar contra su opresión y buscar la liberación si sus males
derivan
de cuestiones genéticas? ¿Qué se puede esperar del cambio de la
sociedad,
si no se puede cambiar la estructura biológica? Este sonsonete
Sexo contra Sexo
o Clase contra Clase
viene
martilleando nuestras cabezas por todos los medios. Si queremos
creer a
los machos dominantes que se expresan como científicos, el factor
biológico
es el que ha condicionado a la mujer, y por lo tanto es mejor que
lo
reconozcamos y nos sometamos a ello.
En
realidad, no es más falso decir que el factor biológico condiciona
a la
mujer que decir que condiciona a los hombres. Ello reduce a los
seres
humanos al nivel de los animales. Porque, si las mujeres no son
más que
amas de cría, los hombres no son más que sementales. Pero
este
concepto no tiene en cuenta las diferencias fundamentales que
existen
entre los seres humanos y los animales. Los seres humanos son,
primordialmente,
seres sociales que se han alejado desde hace mucho
tiempo
de sus orígenes animales. Para entender la diferencia entre los
sexos,
examinemos primero la que existe entre los seres humanos y los
animales,
y que hace de la humanidad una especie completamente nueva
y única.
LOS SERES HUMANOS, UNA
ESPECIE ÚNICA
Desde
que Darwin demostró que los seres humanos derivaban de los
primates,
se han hecho numerosos estudios sobre las analogías entre los
hombres
y los animales. Pero existen aún muy pocos estudios sobre un
aspecto
aún más importante: las enormes diferencias que existen entre
los seres
humanos y los animales, y que hacen de nosotros una especie
única,
más allá y por encima de cualquier forma de vida animal.
La
fuente que determina esta unicidad fue dada por los marxistas. Es
la
capacidad de trabajar y producir lo necesario para vivir. Ninguna especie
animal
lo hace. Esta «teoría del trabajo» sobre los orígenes humanos fue
expuesta,
por primera vez, por Engels en el ensayo El papel del trabajo en
la
transformación del mono en hombre.
Todos
los acreditados arqueólogos y antropólogos como Sherwood
Washburn,
William Howells, Kenneth Oakley, V. Gordon Childe y otros,
usan
como criterio de distinción entre los hombres y los animales la
capacidad
de fabricar utensilios. Como dice Washburn, «Fue la utilización
de los
utensilios más simples la que marcó el inicio de la evolución humana
y llevó
a la civilización actual». (Scientific American, septiembre de 1960).
Gordon
Childe sostiene la .‹tesis de Engels diciendo: «La arqueología
prehistórica
nos demuestra cómo el hombre se convierte en humano a
través
del trabajo»... (What Happened in History, Penguin Books, p. 27).
Aquellos
que atribuyen escasa importancia al trabajo afirman, a
menudo,
que hasta los simios usan objetos naturales como instrumentos
y que,
por lo tanto, el trabajo no puede considerarse como el factor
Reed
principal
de la humanización de nuestra especie. Pero lo importante no es
lo
hábiles que sean los primates en el uso de las manos .—enjaulados se
les
puede enseñar un considerable número de cosas.— el punto clave está
en que
ninguna especie animal, incluidos los primates, son capaces de
fabricar
instrumentos. No existe división del trabajo entre los sexos en los
primates,
y ninguna especie prehumana depende de una actividad laboral
sistematizada
para su supervivencia. «Les bastan las manos para recoger
y los
brazos para llevarse a la boca la presa comestible. Esta es la técnica
usada
por nuestros antepasados antropoides», dice E. Admson Hoebel (El
hombre
en el mundo primitivo, Mc Graw Hill Book Co., Inc p. 92).
Por el
contrario, los seres humanos dependemos de una forma tan
total
del trabajo, que si cesara esta capacidad productiva, muy pronto
pereceríamos
como especie. El trabajo, por lo tanto, ha comportado
una
nueva forma de desarrollarse y sobrevivir para una sola especie: la
humanidad.
Nosotros no somos solamente reproductores, sino también
productores
de los bienes vitales.
La
importancia de la producción se puede comprender por los drásticos
cambios
que la actividad laboral ha comportado en las relaciones entre
los
seres humanos y la naturaleza. Los animales, fundamentalmente, son
esclavos
de la naturaleza, sujetos a fuerzas y a procesos biológicos sobre
los que
no ejercen ningún control. Los seres humanos, por el contrario,
han
invertido esta relación. Con el trabajo han influido en la naturaleza.
En otras
palabras, una especie, la humana, no sólo se ha liberado de
un
control biológico directo, sino que se ha convertido en el controlador
de su
ex-amo, la naturaleza. La historia de los animales se hace a pesar
de
ellos; sólo los seres humanos empezaron también a crear nuevas
necesidades,
las cuales tampoco existen en el mundo animal. Mientras los
animales
se limitan a satisfacer las mismas viejas necesidades de alimento
y
procreación, los seres humanos han desarrollado una serie infinita de
nuevas
necesidades, todas ellas superiores culturalmente (por lo menos
en el
sentido de que son más sofisticadas). Para dar un ejemplo en el
campo
técnico: de la primera hacha de mano surge la necesidad de un
hacha
con mango. Del primitivo bastón para cavar se pasó al invento
del
arado. De la simplicidad del huso y del telar, se llegó a la compleja
industria
textil. La exigencia de tener un cobijo ha producido las primeras
cabañas
cubiertas de paja y, más tarde, los rascacielos. El carro tirado por
bueyes
fue dejado de lado cuando la necesidad de transportes rápidos,
surgida
después de la revolución industrial, creó el tren, el automóvil, el
jet y
las naves espaciales.
Exigencias
culturales de todo tipo, en la educación, en el arte, y en la
ciencia,
surgen como parte de la nueva actividad y de las nuevas relaciones
humanas
en la vida social. Incluso las exigencias biológicas fundamentales
Sexo contra Sexo
o Clase contra Clase
de
nutrición y sexo fueron alteradas y adaptadas a la vida humana. Los
seres
humanos no comen, se emparejan y procrean como los animales,
sino
según sus mudables niveles culturales. Como ha escrito Marx: «La
mujer es
la mujer: pero aquélla, satisfecha con carne cocida, comida con
cuchillo
y tenedor, es muy distinta de la mujer que devora carne cruda,
con las
manos, las uñas y los dientes» (Contribución a la crítica de la
economía
política, Charles H. Kerr, p. 279).
Con los
notables cambios en la naturaleza externa, o sea, el
ambiente,
los seres humanos realizaron también importantes cambios en
su
propia naturaleza interna. Se nota también que, en lo que respecta
a su
apariencia física, los seres humanos perdieron el pelo y otras
características
simiescas. Pero más importante aún es la pérdida de sus
primitivas
reacciones animales, que fueron sustituidas por una naturaleza
social
humanizada. Hoy hemos perdido casi todos los instintos animales,
que han
sido sustituidos por un comportamiento inducido. (Ver Evelyn
Reed,
Una respuesta al «mono desnudo», Pathfinder Press).
Este
breve examen de algunas de las diferencias vitales entre los seres
humanos
y las demás especies refuta la tesis de que los humanos «no
son más
que animales» con alguna cosa de más. Es mucho más exacto
decir
que, aun teniendo alguna característica biológica en común con los
animales,
estamos muy por encima de su limitada existencia. Nosotros
hemos
sido formados y transformados por nuestra actividad productiva
y por
las fuerzas sociales que nos han liberado de nuestra estructura
biológica.
Como dice el antropólogo Marshall Shlins: «La liberación de la
sociedad
humana de un directo condicionamiento biológico ha sido su gran
fuerza
evolutiva... La vida social humana está cultural y no biológicamente
determinada
(«Scientific American», septiembre 1960, p.77). Este es el
punto de
partida para destruir el mito de que el destino de la mujer está
determinado
por los factores biológicos. Empezando por la afirmación
principal
de esta propaganda, encontramos lo que yo llamo la «Teoría
uterina»
de la inferioridad femenina.
La biología,
como la antropología, es una ciencia joven e igualmente
sujeta a
malentendidos, a conclusiones superficiales y a equívocos reales y
propios
sobre cuestiones que tienen implicaciones sociales y políticas muy
graves.
Esto ha hecho que fuera doblemente difícil descubrir la verdad
sobre el
sexo femenino, y también porque muchos biólogos y antropólogos
están
sujetos a la ideología capitalista. Estos dicen que puesto que la mujer
ha
nacido con un útero, no podrá liberarse nunca del condicionamiento
biológico
directo y permanecerá para siempre esclava de sus funciones
reproductoras.
Esta
«teoría del útero» no es más válida que su corolario, «la teoría del
Reed
pene»
sobre la superioridad masculina. Por misteriosas y extrañas razones,
se
supone que estos órganos sexuales y reproductivos han determinado
todos
los demás aspectos. La mujer se vuelve estúpida por sus funciones
uterinas,
y es incapaz de desarrollar su cerebro, su talento y su capacidad
cultural.
El hombre, por otra parte, con su órgano sexual prominente, en
lugar
del ignominioso útero, ha podido desarrollar la inteligencia y todas
las
capacidades que de ella se desprenden. Ambas afirmaciones forman
parte de
la fantasía, no de la ciencia.
En
realidad es el macho y no la hembra quien tiene handicap en el
mundo
animal. Ello se debe a las características destructivas de la sexualidad
del
macho en la naturaleza. Los machos son fuertemente competitivos y
se
pelean con los otros machos para poseer a la hembra. A esto se le
llama
también «celosía», pero no son celos en el sentido que nosotros le
damos al
término, o sea, al deseo de poseer una mujer en particular. Se
trata
más bien de un instinto brutal, combativo, no modificado por ningún
sentimiento
de preferencia individual o de cariño, lo que lleva al macho a
intentar
poseer una hembra cualquiera. Los animales de algunas especies
pueden
luchar entre ellos simplemente para defender su territorio. Otros
animales
luchan incluso en ausencia de las hembras. Como dice Sir Solly
Zuckerman,
«la combatividad de los animales excitados es la expresión
de su
condición sicológica y no está necesariamente determinada por
la
presencia de las hembras» (The Social Life of Monkeys and Apes,
Routledge
and Kegan Paul Ltd., p. 69).
Debido a
esta característica de su sexualidad, los animales machos
son
separatistas, individualistas e incapaces de unirse en grupos para
cooperar
recíprocamente. Como máximo llegan a tolerar la presencia de
otro en
el mismo territorio de caza. En alguna especie, como los grandes
carnívoros,
son depredadores solitarios. En estado natural, la incapacidad
de los
machos para cooperar es un serio obstáculo para el desarrollo de
las
relaciones de grupo.
La
hembra, por el contrario, gracias a sus funciones maternales, no
tiene
estos problemas. Ellas son parte de un núcleo, formado por la madre
y los
pequeños, en el que existe la cooperación y se desarrollan lazos
filiales.
En alguna especie, como los primates e incluso entre las leonas,
se
reúnen un cierto número de hembras con sus pequeños formando
un grupo
más amplio. Por otra parte, mientras el macho debe tenerse
en
cuenta sólo a sí mismo en la lucha por la supervivencia, la hembra,
debido a
sus funciones maternales, debe alimentar y proteger a los
pequeños,
además de a sí misma. Con el ejercicio constante de estas
funciones
de grupo, normalmente es la hembra la más inteligente, sagaz,
astuta y
capaz. Este hecho lo reconocen hasta los mismos cazadores, que
consideran
a la hembra, especialmente la que está con sus crías como más
contra Clase
peligrosa;
y ante.› la que, por lo tanto, deben tomar mayores precauciones.
Esta
sutil sagacidad de las hembras está desarrollada al máximo en los
mamíferos
superiores .—porque las funciones maternales de cuidado de
los
pequeños dura más tiempo.— y alcanza la cima en los primates. Incluso
Robert
Ardrey, ardiente partidario de la superioridad masculina, admite:
«Cuanto
menos se abandona el reino animal más aumenta el poder de la
hembra...
la torpeza de los machos ha sido una fuente de poder para las
hembras
durante mucho tiempo» (African Genesis, Dell Publishing Co., p.
125).
Robert Briffault define claramente a los animales machos como más
estúpidos
que las hembras.
Estas
consideraciones demuestran que en la naturaleza no existe
ningún
fundamento a la «teoría uterina» de la inferioridad femenina. En
todo
caso, la naturaleza ha favorecido al sexo femenino, porque es la
base de
la perpetuación de la especie. La realización de las funciones
maternales
ha aventajado a la hembra en la lucha por la supervivencia,
porque
ha hecho a los antropoides capaces de pasar de la supervivencia
natural
a la humana, a través de la actividad laboral. En el paso del mono al
hombre,
fueron las hembras y no los machos las que llevaron la delantera.
Habiendo
desarrollado sus tendencias a la cooperación, la hembra empezó
la vida
productiva y fundó la especie humana, nueva y única. (Ver «El mito
de la
inferioridad de la mujer»).
Y he
aquí por qué de los lazos maternos en el mundo animal surge el
sistema
de clan materno o «matriarcado» en el antiguo mundo humano.
Solamente
en la sociedad clasista patriarcal, que aparece un millón de
años
después de nacer la especie humana, la mujer fue reducida al nivel
animal,
obligada a ocuparse de sus funciones maternales con perjuicio
de los
más altos valores humanos, al margen del curso de la vida social.
En una
sociedad fundada sobre la propiedad privada, la familia y la
superioridad
masculina, las dotes naturales de la mujer .—su útero y las
funciones
maternales.— fueron transformados en elementos de explotación
y de
opresión. Pero esta es una situación creada por la sociedad, y no por
la
naturaleza.
Generalmente
aquellos que sostienen la «teoría uterina» intentan
apoyar
sus falsas conclusiones sobre la mujer con una teoría igualmente
falsa
sobre la eterna superioridad del macho. Convirtiendo la biología en
fantasía
científica, proyectan la imagen de la familia patriarcal moderna
en el
mundo animal. Para ellos, la «familia» animal, como la humana,
tiene un
macho que la guía, alimentando y protegiendo a la hembra y
a los
cachorros que dependen de él, y esto es lo que lo hace superior. A
este
heroico animal, se le llama, generalmente, «el macho dominante».
Así
descrito por los fantasiosos escritores, es la contrapartida animal del
esposo y
padre de la sociedad patriarcal. Los más caprichosos lo describen,
Reed
además,
como una especie de príncipe soberano, rodeado de un harén de
esposas,
concubinas o esclavas a las que controla su vida y su destino.
¿Cual es
la verdad que se esconde tras estas fantasías?
EL «MACHO DOMINANTE»:
REALIDAD Y FANTASÍA
El
fenómeno llamado «macho dominante» existe en la naturaleza,
puesto
que los machos, como hemos dicho antes, son muy competitivos
y
combativos. En el campo sexual, cada uno intenta ser el primero,
eliminando
a los rivales. El animal que gana domina a los otros machos,
por lo
menos durante un cierto tiempo, o bien hasta que es sustituido por
un macho
más fuerte.
Pero
generalmente no se considera, o se distorsiona, la cuestión más
importante
en esta lucha por el poder. Se trata de una lucha entre machos,
pero
incluso después que el vencedor ha eliminado a sus rivales, esto no
le confiere,
también, el dominio sobre la hembra del grupo o sobre la que
se ha
ganado el acceso. Por lo que respecta a las hembras, éstas pueden
aceptar
al macho vencedor como semental, pero nada más. Aún más, esta
aceptación
termina cuando la hembra queda embarazada, abandonando
a los
machos para ocuparse del parto y del cuidado de los pequeños.
Cualquiera
que sea el resultado de la lucha entre los machos, las hembras
permanecen
completamente autónomas y proveen a los pequeños, sin
tener
necesidad de la aportación de los machos.
Contrariamente
a todas las fábulas que se cuentan sobre este
argumento,
escritas además por hombres que se dicen científicos, no
existe nada
parecido a la familia paterna en el mundo animal. En algunas
especies
de pájaros y peces, los machos pueden participar en la incubación
de los
huevos, pero ello no los convierte en parte integrante de la familia,
sino que
se trata más bien de una forma especial de procreación. En
la gran
mayoría de las especies, particularmente en los mamíferos, que
son los
ascendentes directos del hombre, es solamente la madre la
que
desempeña todas las funciones inherentes al cuidado de los recién
nacidos.
Como subraya Briffault, «todos los animales adultos, machos o
hembras,
se proveen por sí solos de sus necesidades económicas, y la
única
excepción es la ayuda de la madre a los pequeños».
En otras
palabras, la sexualidad masculina en el mundo animal no
comporta
funciones paternas; al contrario, la combatividad que conlleva la
sexualidad
masculina es un obstáculo para el desarrollo de estas funciones.
Solamente
en el mundo humano encontramos una real contrapartida
a la
maternidad, que llamamos paternidad. Esta apareció cuando los
contra Clase
machos
empezaron a emanciparse del condicionamiento biológico directo
.—instinto.—
y cultivaron nuevas relaciones humanas. Ha sido en la vida
social y
a través de la misma como los hombres han adquirido funciones
paternas.
A veces
se dice o se sobreentiende que, puesto que los machos son
combativos,
también son «los protectores» de su hembra. También esto
es pura
fantasía.
Entre
ciertas especies de primates, algunos machos giran alrededor de
un
núcleo central de hembras y crías y, de una manera indirecta, forman
un grupo
externo de «centinelas» que dan la alarma en caso de peligro.
Pero los
animales machos no luchan para proteger su hembra y sus crías,
sino
solamente por defender su propia vida.
En el
mundo animal todos se defienden con la lucha o la huida. La única
excepción
a esta regla es la hembra que lucha por defender a sus crías.
Por lo
tanto, la llamada familia animal no es más que la prole protegida
y
alimentada por la madre. No existe ni la más mínima semejanza con la
familia
patriarcal de nuestra sociedad, en la que el padre provee a la mujer
y a los
hijos, gobernando por encima de ellos.
Otro de
los argumentos familiares que, se supone, debe probar la
superioridad
natural y el predominio del sexo masculino sobre el femenino,
se basa
en el hecho de que en alguna especie (aunque ciertamente no
en
todas) los machos son más grandes que las hembras y tienen una
fuerza
muscular superior. No hay duda que la tendencia combativa de los
machos
ha contribuido a esta musculatura extraordinaria. Como ha dicho
Henry W.
Nissen, de los Laboratorios Yerkes, sobre los machos primates:
«El
animal más grande logra apropiarse de la mayor cantidad de comida,
el más
fuerte de la mayor cantidad de hembras» (Scientific American,
septiembre
1960).
Pero es
erróneo pensar que la musculatura representa una fuente de
superioridad
de los machos sobre las hembras: se trata solamente de la
superioridad
del riacho más fuerte sobre los más débiles. En la naturaleza
son las
hembras quienes deciden admitir o no al macho en su ámbito, y
ocurre
así incluso para los machos más fuertes. Cuando esta admisión se
realiza,
es válida solamente durante el período en que las hembras están
en celo
y mientras consideran útil su presencia. Ello se deduce del hecho
de que,
cuando una hembra se retira, como en el momento del parto, los
machos
la dejan completamente sola.
Es, por
lo tanto, una grosera mistificación de la vida animal, pintar
a la
hembra como una criatura dependiente e indefensa, que no puede
sobrevivir
sin el cuidado y la protección de un macho dominante, que
Reed
asume el
papel de marido y padre. La familia paterna es una institución
exclusivamente
humana que, además, apareció muy tarde en la historia
social,
coincidiendo con el desarrollo de la propiedad privada y la división
en
clases. Así, el mito de la «familia paterna» animal va a la par con la
«teoría
del útero», a fin de ratificar la inferioridad de la mujer. La verdad
biológica
es distorsionada y falsificada para ocultar las raíces sociales de
la
opresión de la mujer.
Veamos
ahora cómo se distorsiona la antropología para sostener una
biología
falsificada. Yo lo llamo la «teoría de la caza» sobre la inferioridad
de la
mujer».
Esta
teoría se basa en la primera división del trabajo entre los sexos,
que
habitualmente se describe así: los hombres eran cazadores y guerreros,
mientras
las mujeres recogían el alimento y trabajaban en el campo o en
la casa.
La caza realizada por el hombre está descrita, naturalmente, como
el
trabajo de gran duración más importante, mientras que el trabajo de
las
mujeres es considerado inferior. A causa del handicap que sufren por
haber
nacido con un útero, debían quedarse en el campamento y en su
casa
para cuidar a los niños.
Esta
interpretación invierte la situación real. La labor más importante
en la
división del trabajo primitivo no la hacían los machos cazadores, sino
las
mujeres en la casa. Empecemos con el aprovisionamiento de comida, el
requisito
primero y fundamental, puesto que la gente debe comer primero
para
poder hacer cualquier otra cosa. Eran las mujeres recolectoras, y no
los
machos cazadores, quienes suministraban provisiones más abundantes
y menos
precarias. Cuando la caza era, aún insegura y los hombres volvían
a menudo
del campo con las manos vacías, el hambre de la comunidad
era
satisfecha con la comida que habían recogido las mujeres. Por otro
lado,
las mujeres controlaban las provisiones, no sólo porque preparaban
la
comida cada día, sino porque guardaban una parte para el futuro. Las
mujeres
eran el sostén de la comunidad primitiva.
Esto era
solamente el comienzo del trabajo femenino. No es necesario
detenerse
aquí sobre los numerosos testimonios del enorme trabajo de
las
mujeres primitivas (Ver «El mito de la inferioridad de la mujer»).
Mientras
los hombres estaban ocupados en la búsqueda de animales de
caza,
las mujeres desarrollaban distintas formas de producción, desde la
elaboración
del cuero curtido, a la vajilla, a las manufacturas y todo tipo de
construcciones,
la medicina y los primeros rudimentos científicos.
Mientras
un aspecto del trabajo femenino, el cultivo del suelo con
bastones
de cavar, llevó a la agricultura, otro aspecto, la domesticación de
animales
salvajes, llevó a la cría de ganado. Estos importantes progresos
Clase contra Clase
no sólo
pusieron las bases de la civilización, sino que liberaron al hombre
de la
necesidad de cazar, dándole una participación .—y eventualmente
la
dirección.— en estas formas superiores de producción. No fueron,
por lo
tanto, los hombres cazadores, sino las mujeres productoras, precientí
ficas,
ganaderas, maestras y transmisoras de una herencia social,
cultural
y técnica, las que hicieron la parte más importante en esta primera
división
sexual del trabajo.
El gran
error cometido por los que están ofuscados con la presunta
superioridad
del sexo masculino, ha sido el no tener en cuenta esta amplia
producción
social de las mujeres primitivas, y considerarla como simples
tareas
domésticas al servicio del pequeño ámbito familiar. En el sistema
primitivo
de clan no existían familias aisladas y autoabastecidas, así como
no
existía una clase rica dominante que redujera a la mujer al estado de
servidumbre
doméstica. Los núcleos familiares primitivos eran el pilar de
la vida
comunitaria y representaron las primeras fraguas, laboratorios,
centros
médicos, escuelas y centros sociales. Las mujeres de la comunidad
matriarcal,
que trabajaban colectivamente, no se parecen en nada a sus
actuales
descendientes, que viven arrastrándose en el restringido ámbito
familiar.
Esto no
significa que queramos infravalorar la capacidad y la técnica que
desarrollaron
los hombres yendo a cazar. Simplemente restablecemos un
equilibrio
justo y colocamos el trabajo de los hombres en el lugar correcto
y en la
perspectiva adecuada. De hecho, no sólo ha sido despreciado el
trabajo
de la mujer, sino que tampoco el trabajo del hombre, la caza, ha
gozado
de su merecida consideración. El aspecto más importante de los
grupos
de cazadores no es el que se refiere a la fuerza bruta del hombre ni
tampoco
a la exigencia de aumentar las provisiones; se trata del progreso
cualitativo
que hicieron los hombres respecto a los animales, colaborando
mutuamente
en una actividad.
Se ha
dicho también que la caza requiere menos fuerza que habilidad
para
vencer a los animales grandes y peligrosos, y esto es verdad. Por el
contrario,
lo que muy raramente se ha dicho, y es un aspecto aún más
importante,
es que el hombre ha tenido que superar su innata naturaleza
animal,
la rivalidad, el separatismo y el individualismo para poder unirse
al grupo
de los cazadores. Ha tenido que transformar sus relaciones
animales
competitivas y agresivas en relaciones humanas de acercamiento
y
cooperación. La superioridad de los grupos de cazadores respecto a una
manada
de animales deriva del inderogable principio de que los hombres
que
cazan no deben nunca, en ninguna circunstancia, cazar y matar a
uno de
su misma especie. Esta es una regla exclusivamente humana que
no
existe en el mundo animal. Igualmente, respecto al aumento de las
provisiones
de comida para la comunidad, solamente pudo alcanzarse este
Evelyn Reed
objetivo
cuando los hombres empezaron a ejercitar la caza en colaboración.
¿Cómo se
verificó este cambio tan decisivo? Todo hace pensar que
proviene
de la sociedad colectivista creada por el clan materno. Como
escribe
Robert Briffault sobre esta cuestión: “En las sociedades humanas
existe
siempre la forma de crear sistemas de comunicación y de seguridad,
y
siempre son posibles lazos de amistad y fraternidad que no existen ni
pueden
existir entre los animales. Por lo tanto, la humanidad primitiva no
tiene la
misma necesidad de satisfacer sus instintos sexuales por medio de
una
lucha puramente competitiva... Los animales destruyen por la comida
a sus
propios compañeros, e incluso a sus parejas-hembras, mientras
que
cualquier componente de un grupo social, incluso el más primitivo e
incivilizado,
moriría de hambre antes de no compartir con sus compañeros
su parte
de comida... De la misma forma, en ninguna sociedad humana,
por
primitiva que sea, existe una lucha sin cuartel para la posesión de la
hembra»
(The mothers, George Alien y Unwin, vol. II p. 118).
Era
necesaria una Sociedad comunista, que abasteciese las necesidades
de todos
sus miembros por igual, para inducir a los hombres, aislados y
hostiles
como los animales, a colaborar. En aquella sociedad, los hombres
y las
mujeres realizaban una parte del trabajo, según la división que los
pueblos
primitivos consideraban más práctica en aquellas condiciones
de vida
y en aquel estadio de desarrollo socio-económico. Muchos
escritores
han subvalorado la importancia real del trabajo desarrollado
por las
mujeres, exaltando, por el contrario, el de los hombres, o sea,
la caza.
El arqueólogo Graha-me Clark, por ejemplo, ve a las mujeres
como
seres inferiores porque «igual que sus antepasadas simias» son
solamente
recolectoras de comida, mientras describe la brillante figura
del
«Hombre cazador», prototipo del «Hombre Guerrero», como sexo
superior.
(From Savagery to Civilization, Corbett Press, p. 8). Estos son
prejuicios
masculinos.
Elman R.
Service, antropólogo de Michigan, tiene una visión similar,
pero aún
más mezquina, sobre esta cuestión. Sostiene que los machos
fueron
los cazadores, no solamente porque “eran probablemente más
fuertes,
veloces y combativos, sino, esencialmente, porque las mujeres
están
frecuentemente imposibilitadas a causa del embarazo y del cuidado
de los
hijos” (Primitive Social Organization, Random House, p. 39).
Podemos
aceptar la deducción de que la mayor combatividad de los
machos
les había convertido en más aptos para la caza; pero refutamos la
conclusión
de que las mujeres fueran incapaces de cazar porque estaban
imposibilitadas,
desde el punto de vista biológico, a causa de sus úteros.
Basta
observar el comportamiento de los carnívoros, animales cazadores,
para ver
la falacia de este argumento, ya que las hembras son cazadoras
Sexo contra Sexo
o Clase contra Clase
tan
hábiles y veloces como los machos. No existen obstáculos uterinos que
conviertan
en inferiores a las leonas y tigresas.
Para ser
exactos, la especie humana derivó de los primates, recolectores
de
comida, y no de los carnívoros, cazadores. Por lo tanto, las mujeres
que
quieran poner en duda la «teoría de la caza» sobre la inferioridad
femenina,
no están obligadas a esclarecer las complejas razones por las
que las
mujeres no fueron cazadoras en la primitiva división del trabajo.
Basta
mostrar la enorme variedad de trabajos desarrollados por la mujer,
comparado
con el de los hombres cazadores. La exclusión de una sola
ocupación
.—cualquiera que fuese la razón.— significa simplemente que
las
mujeres no la consideraron como parte de sus múltiples actividades
laborales.
En fin,
la «teoría de la caza» sobre la inferioridad femenina es absurda
e
insostenible, al igual que la del útero, de la que deriva. La primera es
una
distorsión de la antropología, y la otra de la biología. Sin embargo, las
dos
juntas constituyen una plataforma seudocientífica sobre la habladuría
de que
las mujeres han sido siempre inferiores.
LAS MUJERES, ¿HAN ESTADO
SIEMPRE OPRIMIDAS?
Hasta el
nacimiento del movimiento de liberación de la mujer, algunas
escritoras
y antropólogas estaban influenciadas hasta tal punto por estas
afirmaciones
acientíficas, que llegaban a una conclusión muy pesimista.
Las
mujeres, decían, han sido el sexo oprimido no sólo en la sociedad
patriarcal,
sino en toda la historia humana. Según este punto de vista,
si bien
las mujeres no estuvieron sujetas a sus maridos y padres,, como
sucede
en los estados patriarcales, en la comunidad primitiva estaban
sometidas
a los hermanos y tíos. Esta puede definirse como la «teoría del
tiarcado»
sobre la opresión femenina. ¿Cuál es la verdad?
Existen
comunidades primitivas muy parecidas, esparcidas por todo
el
mundo, en las que las prácticas y costumbres matriarcales sobreviven
en mayor
o menor medida. Habitual-mente se les llama comunidades
«matrilineales»,
puesto que la línea de ascendencia y descendencia se
traza
teniendo en cuenta solamente a las madres. Más aún, en estas
regiones,
la figura del padre de familia está aún muy poco desarrollada. Un
hombre
puede ser reconocido como el marido de la madre y, sin embargo,
no como
el padre de sus hijos; y aunque lo sea, tiene con ellos unos lazos
muy
débiles. Como se dice vulgarmente, los hijos pertenecen a la madre
y a su
familia.
Esto
significa que los hijos pertenecen no sólo a la madre, sino
también
a los hermanos de la comunidad matrilineal. En otras palabras,
Reed
los
hermanos de la madre, o tíos maternos, desarrollan aquellas funciones
paternas
con los hijos de su hermana, que más tarde se convertirán en
asuntos
del padre respecto a los hijos de la esposa. Por esta razón, a esta
comunidad
se le llama también «tiarcado». El término «tiarca» se refiere
al
hermano de la madre, como el término «patriarca» se refiere al padre.
Estas
comunidades matrilineales son supervivencias de la época
matriarcal,
y aunque han sido alteradas por la aparición del patriarcado,
testimonian
la prioridad de aquel antiguo sistema social. En efecto, cuando
se
empezaron los primeros estudios antropológicos del siglo pasado, la
mayor
parte de los clanes primitivos habían alternado en cierta forma
su
composición. Las parejas, o lo que Morgan ha llamado «familia de
pareja»,
hicieron su aparición en comunidades que anteriormente estaban
compuestas,
exclusivamente, de madres y hermanos del clan (o hermanas
y
hermanos).
Pero la
familia de pareja, que era también una parte del sistema
materno
colectivista, era completamente distinta de la familia patriarcal,
aparecida
con la sociedad de clases. Un hombre nuevo, extraño al clan, se
introducía
en el grupo materno .—el marido de la mujer que se convertía
en su
esposa. Sin embargo, aunque participaban en el sostenimiento de la
esposa y
de los hijos, mientras prevaleció el sistema de clan, los maridos
permanecieron
subordinados y marginados respecto a los hermanos de la
madre.
Los hermanos de las madres continuaron siendo los colaboradores
económicos
fundamentales de las hermanas y los tutores de sus hijos.
Los
antropólogos que rechazan las aproximaciones históricas, se
encuentran
en un serio dilema cuando estudian esta comunidad primitiva.
Por
ejemplo, Malinowski, en sus estudios sobre los indígenas de la isla
Trobriand,
describe este pueblo y sus «principios del derecho materno»
como
sigue: «Encontramos en Trobriand una sociedad matrilineal, en
la que
la descendencia, la parentela y todas las relaciones sociales son
reconocidas
legalmente solo a través de la madre, y las mujeres participan
activamente
en la vida tribal, teniendo un papel directivo en la economía,
las
ceremonias y las actividades mágicas...» (The sexual life of Savages,
Brace
and World, Inc. p. 3).
Pero,
puesto que “estos nativos tienen una institución matrimonial bien
definida”,
cohabitando por parejas, Malinowski se adentra en una tortuosa
búsqueda
del padre. Pero, el marido de la madre no se ha convertido aún
en el
padre, en el verdadero sentido de la palabra. Según los mismos
nativos,
el tama, que Malinowski insiste en
llamar “padre”, no es más que
“el
marido de mi madre”. En algunos casos no es ni siquiera esto; es un
tomakava, un “extranjero”, o, como dice más correctamente Malinowski,
un “extraño”
(Ibid, p. 6). En otras palabras, el hombre extraño al clan,
que ha
sido reconocido como marido por la madre, no ha asumido aún un
papel
paterno propio y verdadero.
Existe,
sin embargo, un hombre que desempeña las funciones paternas
para los
hijos de la hermana, en particular para los hijos masculinos, y
es el
hermano de la madre. Malinowski escribe: “La posición social se
transmite,
a través de la línea materna, de un hombre a los hijos de la
hermana,
y esta concepción exclusivamente matrilineal de la parentela es
de
primordial importancia... las personas unidas por lazos de parentela
materna
forman un grupo estrechamente unido, con una identidad de
sentimientos,
de intereses y de atracciones sexuales. E incluso quienes
se unen
a ellos, con el matrimonio o con una relación padre-hijo, son
drásticamente
excluidos del grupo... (Idem, p. 4).
Es significativo
que el mismo Malinowski describa lo que llama “doble
influencia”
o “dualidad.’ que impera en la comunidad matriarcal, como
resultado
de la imposición del matrimonio sobre la matrilinealidad. Los
hijos
masculinos ven dos hombres adultos ligados a la madre, y se sienten
divididos
entre ellos. Por una parte, está la vieja institución del hermano
de la
madre, por la otra, el recién llegado, el marido de la madre. Lo
que
Malinowski no dice es que los isleños de Trobriand representan una
comunidad
matrilineal en transición hacia una forma patrilineal.
Los
primeros antropólogos del siglo pasado encontraron muchos
ejemplos
de comunidades matrilineales en transición hacia formas de
organización
social patrilineales y patriarcales. Como subraya E. Sidney
Hatland,
el sistema patriarcal “realizaba intrusiones continuas sobre el
derecho
materno en todo el mundo; por lo tanto, casi todas las instituciones
matrilineales
se encontraban en estadio de transición” (Primi-tive Society,
Methuen
and Co., p. 34).
La
posición de la mujer en algunas de estas comunidades en transición
ha
permanecido casi inalterada, y en ellas continuaba gozando de la
independencia
económica y de la estima social. En otras regiones, sin
embargo,
particularmente en las que las relaciones de clase, el sistema
patriarcal
y la supremacía masculina se impusieron a una economía
rudimentaria,
las mujeres fueron consideradas inferiores, como sus
compañeras
en la sociedad clasista. En estas regiones, las mujeres podían
estar
oprimidas por sus hermanos y por sus maridos o padres.
Australia
se cita a menudo como prueba de la condición inferior de
las
mujeres primitivas. Pero, según Spencer y Gillen, las más eminentes
autoridades
en estudios sobre las tribus centrales, existe una “gran
diferencia”
entre el viejo período tradicional y el actual. Dicen que la mujer,
anteriormente,
tenía una posición muy distinta y más importante que en
los
tiempos recientes. (The native tribes of Central Australia, MacMillan
and Co.,
Ltd, pp. 195-196).
Robert
Briffault, sobre la base de éste y otros informes, sostiene que
el
sistema matriarcal, el dominio masculino y la condición de inferioridad
de la
mujer “son características de origen relativamente tardío” que han
sustituido
a las anteriores condiciones.de influencia y consideración que
tenían
las mujeres. “Los indígenas australianos son, no solamente primitivos,
sino que
en muchos aspectos, son también una raza oprimida”, y esto lo
dice
porque la dominación masculina, una vez establecida, ha llegado “a
sus
consecuencias más extremas” (The Mothers, vol. I p. 338). Esto no
debería
sorprendernos en un continente en el que, por enfermedades y
otras
calamidades, la población aborigen de 500.000 habitantes ha sido
reducida
a 50.000, en el transcurso de un siglo, después de la llegada del
hombre
blanco.
Existen
otras regiones que contrastan profundamente, en las que
las
costumbres matrilineales se han conservado y no existe una tal
infravaloración
ni del hombre ni de la mujer. Ejemplos de este tipo se
pueden
encontrar entre los indios de América del Norte, donde no existía
la
supremacía del hombre ni la opresión de la mujer, hasta que no fueron
introducidos
el whisky y los fusiles por los civilizadores europeos. Briffault
cita del
misionero J.F. Lafitau: “Nada es más real que la superioridad de
las
mujeres. En la mujer se basa la realidad de la nación, la nobleza de la
sangre,
el árbol genealógico, el orden de las generaciones, la conservación
de la
familia. En ella descansa la autoridad real: los bosques, los campos
y todo
lo que se recolecta le pertenece. Ella es el alma de los consejos, el
árbitro
de la guerra y de la paz” (Ibid. p. 316).
Según
Alexander Goldenweise, la influencia de la mujer era decisiva en
la
elección de los jefes, que era seguida y controlada por las “matronas”,
especialmente
en las cuestiones referentes a la guerra, y si su actividad
no
satisfacía a las mujeres, se procedía a la destitución del jefe. En el
período
de la Confederación iroquesa, dice, “las mujeres tenían una
influencia
mayor que los hombres en la elección de los jefes, más que
en su
destitución... La opinión del grupo estaba influenciada, de una
forma
mucho más decisiva, por las mujeres que por los hombres.” Muchas
guerras
devastadoras, añade, “fueron evitadas por los sabios consejos de
las
matronas”. (Anthropológy, F.S. Crofts and Co., p. 365). El poder real
de las
mujeres se demuestra por el hecho de que las actas de traspaso de
las
tierras del Gobierno Colonial, están casi todas firmadas por mujeres.
Briffault
hace una de las comparaciones más interesantes, entre los
hombres
iroqueses, y los blancos que consideraban a las mujeres como
sexo
inferior. El selecto orador de los iroqueses, “Good Peter”, se dirigió al
gobernador
Clinton, para explicarle la gran consideración que los nativos
americanos
tenían hacia las mujeres, con estas palabras: “¡Hermanos!,
nuestros
antepasados consideraban una gran ofensa despreciar los
consejos
de sus mujeres, en particular de las Gobernadoras. Estas
eran
consideradas como dueñas de la tierra. ¿Quién, decían nuestros
antepasados,
nos ha dado la vida? ¿Quién, sino la mujer, cultiva la
tierra,
tiene acceso al fuego, prepara nuestra comida? Nuestras mujeres,
hermano,
dicen que están preocupadas... Esperan que la veneración que
nuestros
antepasados tenían hacia las mujeres no se olvide y no sean
despreciadas:
el Gran Espíritu las ha creado. Las Gobernadoras piden
licencia
para hablar con la libertad concedida a las mujeres y deseada
por el
espíritu de nuestros antepasados... Porque ellas son la vida de la
nación.
(Briffault, The Mothers, pp. 316-7).
Briffault
cita también a W.W. Rockhill, que había dicho: “Es un
problema
digno de consideración el modo en que habían generalizado su
papel
directivo, y cómo habían logrado que fuera aceptado por una raza
de
bárbaros sin leyes que se sometían de mala gana a sus jefes”. (Ibid.
p. 327).
Estas no
son descripciones de mujeres “eternamente oprimidas”.
El hecho
de que algunas mujeres en las regiones primitivas estuvieran
oprimidas
como las de las naciones civilizadas patriarcales, no prueba que
las
mujeres hayan estado siempre oprimidas. Lo único que demuestra es
que en
algunas regiones no en todas, la degradación de las madres y de
las
hermanas comportó la degradación de los hermanos de las madres.
Algunos
hermanos ejercieron la supremacía y oprimieron a las mujeres
exactamente
igual como los hombres patriarcales que les servían de
modelo.
Pero
históricamente, antes del patriarcado, no existía la supremacía
del
hombre sobre la mujer .—ni al contrario, la supremacía femenina sobre
los
hombres. El clan era comunitario y comunista: hermandad de hombres
y
mujeres. El hecho clave de toda la estructura social era la igualdad en
todos
los sectores de la vida, el económico, el social y el sexual. Por lo
tanto,
las mujeres no estuvieron siempre oprimidas. Su opresión empezó
como
parte integrante de una sociedad opresora que destruyó y suplantó
la vieja
comunidad matriarcal. La “teoría del tiarcado” para demostrar la
eterna
opresión femenina es, simplemente, una variante más sofisticada
de la “teoría
del útero” sobre la inferioridad femenina. Tanto una como otra
tienen
que ser rechazadas por las mujeres del movimiento de liberación.
Desgraciadamente,
esto no ha sucedido en algunas influyentes
escritoras
como Kate Millet. Si bien ella no comparte la afirmación de que
el
factor biológico condiciona a la mujer, está aún influenciada por los
antropólogos
antihistóricos. En su libro Sexual Politics (Doubleday and.
Co.),
escribe que “tanto el mundo primitivo como el civilizado son mundos
masculinos”
(p. 46) y que las mujeres han estado siempre oprimidas, si no
por el
patriarca, por el “tío”. Es muy extraño, sin embargo, que afirme esto
cuando
admite no saber si ha existido o no un período matriarcal.
Shulamith
Firestone en su libro “The Dialectic of Sex” (William
Morrow
and Co.), persevera en el error de la eterna opresión de la mujer.
Repite
la letanía masculina sobre este argumento. Según Firestone, la
opresión
femenina es más antigua que la historia; llega hasta “el mismo
mundo
animal” (p. 2). A causa de su estructura biológica, dice, el trabajo
productivo
estaba por encima de las fuerzas femeninas .—mostrando así
su
ignorancia sobre los testimonios de los numerosos trabajos hechos por
la mujer
primitiva. Dice también la autora, que, debido a su estructura
biológica,
la mujer “permanecía encadenada a los misteriosos procesos
vitales”
(p. 82). Firestone repite pura y simplemente las afirmaciones
hechas
por otros hombres en lo que respecta al cuidado y alimentación de
los
hijos. Así, concluye, las mujeres han estado “siempre a merced de su
estructura
biológica”, que las ha hecho “dependientes de los machos”, ya
fuera de
los hermanos, del clan, o de los esposos y padres.
Firestone
ha caído de lleno en la “teoría uterina” sobre la inferioridad
femenina.
Dejando aparte a Marx y Engels, que “no saben casi nada”
sobre la
mujer como “clase oprimida”, sostiene que “ha sido el ciclo
reproductor
de la mujer el que ha determinado originalmente su opresión
y la ha
prolongado hasta la no imprevista, ni mejor identificada, revolución
patriarcal”,
(p. 83). Firestone, feminista, repite como un papagayo el tema
antifeminista
de que “el factor biológico ha determinado el destino de la
mujer”,
sin preocuparse por examinar críticamente los hechos.
Es una
desgracia que incluso mujeres antropólogas hayan caído en
semejantes
errores, a pesar de sus estudios sobre esta cuestión. Influidas
o quizás
intimidadas por la supremacía masculina y la ideología burguesa
que
empapa la antropología, hasta ellas defienden el mito de la eterna
inferioridad
y opresión de las mujeres. La antropóloga inglesa Lucy Mair
dice: “En
la sociedad más primitiva, así como en la industrializada, no
son
nunca completamente independientes...”. Siempre han tenido que
depender
de los machos, hayan sido hermanos, maridos o padres. (An
Introduction
to Social Anthropology, Oxford University Press p. 83).
Esta afirmación
no es ni siquiera cierta en lo que respecta a algunas
supervivencias
matrilineales de tiempos recientes, en las que las mujeres
han
conservado su independencia económica y la consideración social.
Y
tampoco es, en absoluto, cierta por lo que respecta a la época de
organización
social matriarcal, antes de que apareciera la supremacía
masculina.
Kathleen
Gough Aberle, de Vancouver, ha hecho la mejor aportación
con el
libro Matrilineal Kinship (University of California Press), publicado
en 1961,
centenario del libro Das Mutterrecht de Bachofen. A pesar de
que
piensa, aún, que las mujeres han estado sitmpre oprimidas. En un
reciente
artículo escrito para el movimiento de liberación de la mujer dice:
“El
poder de los hombres de explotar sistemáticamente a las mujeres nace
de la
existencia de una riqueza acumulada, apoyada por el poder estatal”.
Esto
coincide con el punto de vista marxista, pero luego se separa del
materialismo
histórico cuando dice, “incluso en la sociedad basada en la
caza
parece que las mujeres fueron, de todos modos, el “segundo sexo”,
con una
mayor o menor subordinación al hombre” (Up from Under, enerofebrero
1971).
Mientras
esto podría ser cierto en alguna comunidad cazadora,
modificada
en tiempos recientes, no es en absoluto verdad en las antiguas,
existentes
en el período de comunidad matriarcal. Dejadme repetir que
no fue
la caza la que dio al hombre la superioridad sobre la mujer .—fue
la
introducción de la propiedad privada, de la división en clases y de la
familia
patriarcal, lo que condujo a la supremacía masculina y a la opresión
femenina.
LA DIVISIÓN DEL TRABAJO
SOCIAL CONTRA LA FAMILIA
Esto nos
conduce al punto concluyente en el embrollo de mitos
destinados
a probar que las mujeres han sido siempre el segundo sexo.
Se trata
de la distinción entre la división del trabajo por sexos, en la
comunidad
primitiva y en la civilizada. Según la opinión más difundida, la
división
del trabajo entre los sexos ha sido la misma, con el trabajo de las
mujeres
limitado a la casa y a la familia. Se cree que la división del trabajo
entre
los sexos, desde el inicio de la historia humana hasta nuestros días,
ha sido
siempre la división del trabajo entre marido y mujer de una familia.
El
marido se va fuera a trabajar mientras la esposa se queda en casa para
ocuparse
de las labores domésticas y de los hijos. Algunas mujeres del
movimiento
de liberación están indignadas porque ai marido se le paga por
su
trabajo, mientras que a la mujer no. Pero la injusticia es más profunda,
y se refiere
también a la vida embotada, dependiente y culturalmente
estéril
de la mujer encerrada en la jaula doméstica, desarrollando tareas
embrutecedoras.
Las
mujeres están privadas del trabajo social que les daría su
independencia
económica: este trabajo está, en su mayor parte, reservado
a los
hombres. El matrimonio y la familia se, consideran la mejor carrera
que
puede seguir una verdadera mujer. Las leyes reaccionarias sobre la
contracepción
y el aborto obligan a las mujeres a tener hijos, tanto si los
quieren
como si no, y en ausencia de guarderías, nadie les aligera del peso
de su
crianza.
Según la
Iglesia y los defensores del orden establecido, el lugar de la
mujer
está en casa, al servicio del marido y de los hijos, porque la familia
siempre
ha existido. Pero no es cierto que la procreación, que es una función
natural,
se identifique con la familia, que es una institución inventada por
el
hombre. Las mujeres, aunque siempre han sido procreadoras, no han
estado
siempre aisladas y encerradas en sí mismas, cada una al servicio
de un
marido y de una familia. La tomadura de pelo de “la eterna familia”
no es
más que la expresión final de la “teoría uterina” sobre la inferioridad
femenina.
La
primera división del trabajo entre los sexos no fue, como hoy en
día, una
división entre el marido y la esposa, con el hombre que desarrolla
el
trabajo externo y la mujer que permanece en casa. En la sociedad
primitiva,
los dos sexos hacían un trabajo social. Esto era posible porque
en su sistema
de producción comunitario se le encomendaba a la comuna
el
cuidado y la educación de los niños. Las niñas eran adiestradas por las
mujeres
en sus ocupaciones futuras, y los machos, a partir de una cierta
edad,
eran ahijados por los hombres que se convertían en sus tutores y
guardianes.
Tanto la producción como el cuidado de los hijos eran, en un
principio,
funciones sociales, desarrolladas tanto por las mujeres como
por los
hombres. Fue solamente a la caída de la comunidad matriarcal y
de sus
relaciones igualitarias entre los sexos, cuando las mujeres fueron
excluidas
de la producción social y relegadas a la esclavitud doméstica.
Los
hombres perdieron su lugar en la nueva división del trabajo.
Los
historiadores señalan, también, que con el advenimiento de la
nueva
economía, basada en la agricultura y la cría del ganado, surgieron
nuevas
divisiones del trabajo, que sustituyeron la vieja división según el
sexo.
Para dar algunos ejemplos, las actividades inherentes a la ganadería
fueron
separadas de la agricultura: la metalurgia, la construcción de casas
y
barcos, la industria textil, de utensilios de cocina y otras manufacturas,
se
especializaron. Con esta división del trabajo artesanal, surgieron
especializaciones
en la esfera social, de los sacerdotes a los poetas, de los
científicos
a los artistas.
Los
papeles de los sexos fueron radicalmente transformados en
este
proceso. Y estas divisiones y subdivisiones del trabajo crecieron y
proliferaron
concentrándose siempre más .—y al final exclusivamente.—
en manos
de los hombres. Las mujeres fueron excluidas del trabajo
social y
cultural, y relegadas a la casa y a la familia. Con la aparición del
poder
estatal y eclesiástico, se enseñó a las mujeres que su vida debía
desarrollarse
entre las cuatro paredes, y que las mejores mujeres eran las
que
servían a sus maridos y a la familia sin añoranza. Con esta exaltación
del
hombre y degradación de la mujer, ésta fue obligada a renunciar no
sólo a
su papel en la producción social, sino también al antiguo sistema de
educación
comunitaria de los hijos.
A decir
verdad, las mujeres de las clases pobres, “el pueblo”, siempre
han
trabajado. Durante el largo período agrícola trabajaron en los campos
y en la
producción de objetos de artesanía, y esto lo hacían al mismo
tiempo que
cuidaban de los hijos y de la casa. Pero trabajar solamente en
y por
una casa, un marido y una familia no significa, realmente, participar
en un
trabajo socializado de una sociedad comunitaria. La participación en la
producción social desarrolla el cuerpo y la mente; el aislamiento y las
ocupaciones domésticas lo debilitan y restringen la visión de las cosas.
En otras
palabras, la división del trabajo entre los sexos no ha sido siempre
la misma. La división del trabajo hecha por los hombres y aparecida con la
sociedad de clases, la propiedad privada y la familia patriarcal, representó
una colosal expoliación de las mujeres. Y esto es aún más cierto
actualmente, con la transformación de la gran familia campesina y productiva
en el núcleo familiar consumidor de la era urbana.
Refutar
los mitos que han contribuido a la opresión de las mujeres .—desde
la “teoría uterina” a “la eterna familia”.—, no quiere decir simplemente
hacer una corrección científica e histórica. Esto tiene profundas
implicaciones para el movimiento de liberación de la mujer.
El
argumento de que la estructura biológica de la mujer es responsable de su
inferioridad social es el caballo de batalla de los defensores de la supremacía
masculina. Si se demuestra que esta afirmación es infundada, se
derrumba todo el edificio.
Las
mujeres, por naturaleza, no están obstaculizadas, respecto a los hombres,
por sus funciones biológicas. Y en la sociedad preclasista, las mujeres
no fueron inferiores a causa de su papel materno. Se las tenía en gran
consideración por su doble función de procreadoras-productoras.
La
posición de la mujer en la sociedad, por lo tanto, ha sido determinada y
redeterminada por notables condiciones históricas. La drástica transformación
que sufrió el comunismo matriarcal trajo consigo la caída del sexo
femenino. Fue al surgir la sociedad de clases patriarcal cuando la
estructura biológica de la mujer se convirtió en el pretexto ideológico que
justifica proseguir con el alejamiento de las mujeres de la vida social y cultural,
y el mantenimiento de las mismas en un estado de servidumbre.
Solamente
reconociendo esto, las mujeres podemos tener clara la causa
real de nuestra esclavitud y degradación, que hoy están ligadas a la
estructura del sistema capitalista. Nuestra lucha por la liberación estará obstaculizada
mientras que nosotras nos dejemos convencer de que es la naturaleza,
y no la sociedad, la fuente de nuestra opresión.
Una
pancarta llevada por mujeres en una reciente manifestación decía: “El
factor biológico no constituye un condicionamiento para la mujer”. Esta debería
convertirse en una frase obligatoria del movimiento feminista.
International
Socialist Review,
Diciembre
de 1971
Evelyn Reed
¿COMO PERDIÓ LA MUJER
SU AUTONOMÍA Y COMO
PODRÁ RECONQUISTARLA?
Los
problemas del sexo, del matrimonio y de la familia, que afectan
profundamente
el destino de la mujer, son particularmente importantes
para el
movimiento de liberación. ¿Se trata de cuestiones puramente
privadas
o tienen acaso algún interés público? Esta pregunta podrá
sorprender
a muchos, que consideran que estas relaciones íntimas son
asuntos
suyos personales, que deberían mantenerse estrictamente en
privado.
Incluso pueden sentirse consternados por la idea de que estas
cuestiones,
que implican frecuentemente experiencias personales penosas
y conflictivas,
puedan ser consideradas como de interés público. Pero ¿cuál
es la
situación real en las presentes condiciones de vida de la sociedad
capitalista?
En su
libro The Sociological Imagination*, C. Wright Mills aclara este
punto.
Al hablar de la diferencia entre “problemas personales” y “temas
públicos”,
dice que “un problema es un asunto particular cuando afecta
únicamente
a un solo individuo y al estrecho círculo que le rodea”. En
cambio
los “temas de interés público se refieren a cuestiones que
trascienden
de la esfera individual y afectan a toda la estructura social”.
Nos
ofrece muchos ejemplos para mostrarnos la diferencia entre ambos.
Tomemos
el ejemplo del problema del paro. Mills dice que cuando
en una
ciudad de 100.000 habitantes hay un solo hombre desocupado,
éste es
su problema personal. Este caso podría incluso explicarse a
través
del carácter particular de aquel hombre, su falta de habilidad o de
oportunidades
inmediatas. “Pero cuando en una nación de 50 millones de
trabajadores,
hay 15 millones de hombres en paro”, la cuestión asume una
dimensión
muy diferente. Indica cuando menos un colapso parcial de la
estructura
social, y se convierte por lo tanto en un tema de interés público
y
político.
El
segundo ejemplo que nos cita demuestra una vez más la realidad
de la
transformación del elemento cuantitativo en cualitativo, que se
mantiene
incluso en lo que se refiere a las relaciones más íntimas entre
hombre y
mujer:
“Consideremos
el matrimonio. Dentro de su estructura, un hombre
y una
mujer pueden experimentar dificultades personales, pero cuando
* La imaginación sociológica, Fondo de Cultura Económica de
México.
contra Clase
el
índice de divorcios durante los primeros años de matrimonio alcanza
el
número de 250 de cada 1.000 parejas, esto nos indica que existen
problemas
estructurales relacionados con las instituciones del matrimonio
y la
familia y otras que se asientan sobre éstas”
Han
transcurrido 10 años desde que Mills escribió su obra, y entretanto
los
divorcios han ido en constante aumento. Ahora se separa uno de cada
tres
matrimonios, y en el estado de California el índice es aún más elevado:
un
matrimonio de cada dos acaba en divorcio. Estas cifras nos demuestran
que los
altibajos en las relaciones personales más íntimas entre hombre
y mujer
han traspasado actualmente los límites de una cuestión personal
y
representan un tema público de proporciones masivas. Como concluye
el
propio Mills, “la cuestión de un matrimonio satisfactorio no puede
mantenerse
dentro del ámbito de las soluciones puramente personales”.
Existe
todavía otro aspecto del problema. Dado que el matrimonio está
estrechamente
relacionado con la familia, sucede que lo que afecta a uno,
afecta
también vitalmente a la otra. Por lo tanto, la crisis del matrimonio a
gran
escala implica una crisis correspondiente para la familia. Esta evolución
contradice
la propaganda de la iglesia y del Estado, que sostienen que la
familia
es una unidad estable, indisoluble, que constituye el fundamento
de la
propia sociedad, sin la cual sería impensable toda vida humana.
La
crisis de la familia ha despertado un profundo interés entre muchas
mujeres
del movimiento de liberación, que han realizado estudios teóricos,
sobre la
historia y el papel de la familia. Esto les ha llevado a cuestionar
prácticamente
todas las antiguas creencias en torno a esta institución.
El
resultado es que hoy día el movimiento de liberación de la mujer
parte de
un nivel ideológico mucho más elevado y con una visión más
avanzada
de la que tenía su predecesor, el movimiento feminista del
siglo
pasado. En aquel entonces, incluso las mujeres más progresistas
limitaban
su lucha a reclamar derechos iguales a los de los hombres, en
lo que
se refiere a la propiedad y a la familia, iguales derechos civiles,
como el
derecho al voto, etc. Pero, salvo pocas excepciones, las primeras
feministas
no cuestionaron la institución del matrimonio y la familia
burguesa
más allá de su cuestiona-miento del propio sistema capitalista
y de la
propiedad privada. Para ellas, el matrimonio seguía siendo aún el
“sagrado
vínculo” y la familia era la “sagrada familia”, una relación humana
intocable,
incuestionable, eterna e indiscutible.
Hoy día,
sin embargo, estas actitudes y estos valores que antes eran
aceptados
comúnmente, están cambiando profundamente, tanto en la
vida
real como en el terreno de los nuevos valores morales que se están
difundiendo
a través del país. Las partidarias del movimiento de liberación
de la
mujer buscan nuevas respuestas, más científicas y documentadas,
para
sustituir los antiguos prejuicios y la propaganda sobre el problema
del
matrimonio y de la familia, que se han convertido desde entonces en
temas de
la más ardiente actualidad pública.
¿Cómo
iniciar esta investigación? Desde mi punto de vista, es necesario
ante
todo rechazar la opinión tan difundida pero errónea, de que la familia
es una
unidad «natural» que siempre ha existido y que existirá siempre,
porque
radica en las más profundas necesidades biológicas del sexo .y
de la
procreación, que sienten todos los seres humanos. La historia se
desarrolla
así: el hombre y la mujer se sienten recíprocamente atraídos
a través
de su necesidad natural urgente de tener relaciones sexuales,
y por
ello contraen matrimonio. Esto les lleva a la procreación cuando la
mujer da
a luz. El padre va a trabajar para proveer a las necesidades de su
familia,
mientras la mujer se queda en casa para cuidar de ella.
Este
cuadro simplista afirma o implica que no existe otro modo para
satisfacer
las necesidades y las funciones naturales más que a través del
matrimonio
y de la familia patriarcal.
Incluso
se dice que puesto que los animales, al igual que los hombres,
se
juntan y procrean, las raíces del matrimonio y de la familia trascienden
al mundo
animal. De este modo, dichas relaciones se convierten no
solamente
en un punto fijo e inamovible de-la vida humana, sino que al
ser
relaciones verificadas por el tiempo, representan el modo mejor y más
deseable
de satisfacer las necesidades naturales.
Estas afirmaciones
sin embargo, no resisten una investigación más
severa.
¿Cómo han podido ganar entonces tanta difusión?. El error
fundamental
consiste en identificar la necesidad natural del sexo y de
la
procreación que el ser humano comparte con los animales, con las
instituciones
sociales del matrimonio y la familia, que son exclusivos de la
humanidad.
Los fenómenos biológicos y los sociales están muy lejos de
ser
idénticos. Los biológicos son «naturales», los sociales son «hechos por
el
hombre».
Desde el
momento en que sólo el ser humano es capaz de condicionar
e
imponer un control sobre las necesidades naturales, es el único que
puede
crear una institución nacida de estas necesidades naturales, pero
que las,
gobierna y las controla. Las relaciones sexuales en la sociedad
están
gobernadas por el matrimonio, y la procreación por la familia. Estas
leyes
humanas no tienen su contrapartida en el mundo animal, en el cual
las
relaciones sexuales existen sin matrimonio, y la procreación existe sin
familia
patriarcal.
Mientras
que el matrimonio y la familia constituyen una fusión de
necesidades
naturales y factores sociales, son en cambio en realidad
los
factores sociales los que resultan decisivos para definir y determinar
sus
características. Según la ley del matrimonio monogámico, el hombre
adquiere
un poder legal para exigir la exclusividad sexual de su mujer y
la
prestación de sus servicios domésticos. El derecho familiar otorga al
padre la
obligación legal de proveer a la manutención de su mujer y de
sus
hijos. Siendo el proveedor principal en este sistema determinante de
la
economía .familiar, el hombre ocupa una posición central en la familia,
le da su
nombre, determina sus condiciones de vida según su nivel de
ocupación,
su clase y su estado.
Así
pues, la familia, como todas las demás instituciones sociales, es
un
producto de la historia humana y no de la biología. Está hecha por el
hombre y
no por la naturaleza. A la vez que se basa en las necesidades
biológicas
del sexo y de la procreación, las modela, domina y condiciona
mediante
factores legales, económicos y culturales.
En
segundo lugar, no es verdad que esta institución haya existido
siempre,
ni siquiera como medio humano y social para gobernar las
necesidades
naturales. El matrimonio y la familia no existían en la sociedad
pre-clasista
o matriarcal, que estaba organizada no sobre la base de la
unidad
familiar, sino sobre la base del clan materno. Lejos de ser primordial
y
eterna, esta institución ha tenido una vida relativamente breve en la
historia
de la humanidad .—y está ahora ya minada en sus cimientos.
Finalmente,
tampoco es verdad que la institución del matrimonio y de
la
familia represente para el ser humano el mejor modo de satisfacer sus
necesidades.
Según demuestran las estadísticas, las relaciones sexuales
institucionalizadas
y la familia se están disolviendo ante nuestros propios
ojos. Es
absurdo por lo tanto sostener que estas relaciones deben ser
estables
por naturaleza o por naturaleza humana, por mandamiento de
Dios o
del gobierno, como las más satisfactorias por toda la eternidad. La
amplitud
y la profundidad de su crisis demuestra precisamente lo contrario
.—que
esta institución no puede servir ya ni serle útil a las necesidades del
ser
humano. Por necesarias que puedan haber sido hasta nuestros días,
es
evidente que ahora han quedado vencidas por el tiempo.
Pero las
instituciones pueden cambiar. Cualquier cosa que haya sido
hecha
por el hombre en el transcurso de la historia, una vez ha perdido
su
utilidad, puede ser modificada, rehecha o totalmente sustituida por el
hombre y
por la mujer. Dado que las mujeres como «segundo sexo» son
hoy las
más frustradas y oprimidas por esta institución arcaica, podemos
esperar
que serán ellas las que tomen la iniciativa y promuevan los
cambios
necesarios, en la sociedad y en sus instituciones, que contribuyan
a su
liberación.
Reed
Este es
el motivo por el cual un número creciente de mujeres se revela
contra
el statu quo, buscando una clarificación teórica para las siguientes
cuestiones:
1) ¿Qué
tipo de sociedad necesita de la institución matrimonial y de la
familia
y por qué?
2) ¿Cómo
reprime esta institución las necesidades humanas y degrada
a la
mujer?
3)
¿Cuáles son sus perspectivas y qué debe hacerse para que la mujer
pueda
recuperar su autonomía?
En lo
que se refiere a la primera cuestión, muchas mujeres del
movimiento
de liberación conocen ya, al menos en parte, la respuesta.
Han
leído la obra clásica de Engels sobre el Origen de
la familia, de
la Propiedad Privada y del Estado que,
aunque fue escrita hace un
siglo,
goza hoy de notable difusión e influencia propia, por el deseo que
sienten
las mujeres radicalizadas de aprender todo lo que les sea posible
saber
sobre este tema. Por esta obra han podido comprender que fue la
sociedad
patriarcal clasista quien instituyó el matrimonio monogámico, y
que su
propósito original era servir los intereses de los ricos, por cuanto
protegía
y ayudaba a la conservación y a la transmisión de su propiedad
privada.
En la
antigua historia “de Grecia y de Roma, cuando se consolidaron
estas
instituciones, la base económica del matrimonio monogámico se
expresaba
con suficiente brutalidad. Los juristas romanos que formularon
el
principio de la patria potestad, codificaron también las leyes referentes a
la
propiedad, que forman la base de la ley matrimonial. Estas leyes siguen
siendo
fundamentalmente las mismas en los tres estados principales de la
sociedad
clasista: la esclavitud, el feudalismo y el capitalismo.
En el
primero de estos estados, el matrimonio era prerrogativa de los
patricios,
es decir, de las clases nobles y ricas únicamente. Los esclavos
no se
desposaban; incluso su cópula quedaba sometida al capricho y a la
voluntad
de su patrono. Pero tampoco los plebeyos se casaban, en aquel
estado
temprano de desarrollo social, en el sentido formal del término;
simplemente
cohabitaban por parejas, según las viejas costumbres y
tradiciones
populares.
El
matrimonio comenzó como una innovación introducida por las clases
superiores,
en exclusivo beneficio de los ricos propietarios de bienes.
Este
papel decisivo que juega la propiedad privada en la constitución del
matrimonio
como institución de clase, es resumido por Briffault como
sigue: “El
matrimonio patriarcal romano fue instituido deliberadamente se
por los
patricios para sus propios fines... Los patricios no reconocían los
pactos
matrimoniales de aquellos que no poseían nada, como matrimonio
propiamente
dicho. Los plebeyos no conocían a sus padres, y sus
“matrimonios”
eran poco más que una promiscuidad entre bestias... Pero
los
patricios no se limitaron a ridiculizar el matrimonio de los plebeyos; no
les
permitían adoptar el sistema matrimonial patricio, que consideraban
privilegio
suyo. Y este privilegio consistía en tener un heredero legal,
reconocido
como capacitado para heredar a su padre”. (The Mothers).
Otra
fuente nos dice que “cuando vemos que en Atenas, en el año 300
a. J.,
entre una población de 515.000 personas únicamente 9.000 tenían
el
derecho a esposarse, podemos deducir de ello que el matrimonio era
fundamentalmente
una institución de clase”. (“Sex and Social Struggle” de
V.F.
Cal-verton, ed. Calverton y Schmalhusen, Sex and Civilization).
Así
pues, en un principio, la base económica del matrimonio y de la
familia
patriarcal era mucho más evidente que ahora. Con las leyes del
matrimonio
monogámico, un hombre se aseguraba la posesión exclusiva
de su
mujer, que le generaba herederos legales, y la absoluta autoridad
sobre
ella y sus hijos. Para demostrar la evidente degradación de la mujer
en este
período, Engels cita una comedia de Eurípides, en la cual la mujer
es definida
como “oikurema”, un sustantivo neutro que indica un objeto
para el
hogar, y de hecho, aparte de dar a luz a sus hijos, no tenía para
los
atenienses otra utilidad que la de servir a su marido. (Origen de la
Familia).
La base
originaria del matrimonio resulta menos transparente en la
siguiente
fase de la sociedad de clases, en el periodo feudal, cuando se
extiende
a una parte de las clases inferiores. Los nobles y los aristócratas.
Para
ellos el matrimonio legal seguía siendo prerrogativa de los ricos. Sin
embargo,
al surgir el cristianismo, la iglesia consideró útil, por múltiples
razones,
extender el matrimonio a los pobres. Por la ley canónica, todos
los
cristianos quedaban obligados a servirse de este nuevo privilegio,
el sagrado
vínculo del matrimonio. De este modo, y aunque solo fuera
limitado
a los cristianos, una parte de la gente común fue llevada al seno
de la
institución matrimonial, conjuntamente con los ricos; sin embargo el
matrimonio
formal y legal todavía no había adquirido aplicación universal.
El
matrimonio generalizado, extendido a todas las clases, se impone
en la
civilización occidental cuando surgen relaciones de tipo burgués.
Incluso
entonces necesitó algún tiempo, sin embargo, para madurar como
obligación
legal. Los pobres y los desposeídos pasaron por un período
matrimonial
basado en la “ley común”, antes de adquirir y obtener las
mismas
leyes matrimoniales sancionadas por el Estado, que disfrutaba la
clase
rica. Hoy día, con o sin matrimonio eclesiástico, todas las parejas eed
obtienen
el mismo certificado matrimonial, legalizado por el Estado, que
las
convierte en oficial y legalmente casadas.
En este
estado de la evolución del matrimonio y la familia, la base
económica
originaria de la misma queda oscurecida por el hecho de que
los
pobres y desposeídos están tan obligados a ingresar en el estado
matrimonial
legal como lo están los ricos. El matrimonio se convirtió en
obligatorio
para todas las clases. El que no cumplía con esta obligación
se
exponía a penalizaciones legales de diverso género, como por ejemplo
la que
marcaba a la mujer no casada y la hacía ser considerada como
“prostituta”,
calificando de ilegítimos a sus hijos. La madre soltera y sus
hijos
llegaron a ser tratados como marginados sociales, condición que
frecuentemente
era considerada aun peor que la muerte.
Esto nos
lleva a preguntarnos cómo y por qué una institución creada
por la
clase rica para servir sus propios intereses económicos, ha podido
extenderse
a las masas trabajadoras que poco o nada poseen. Cómo
ha
podido suceder que una institución concebida como institución de
clase,
se haya convertido en una institución de masas en el curso de un
desarrollo
sucesivo. La respuesta debemos buscarla en el modo capitalista
de
explotación de clases.
El
capitalismo ha introducido la industrialización a gran escala, y
con ella
ha hecho surgir las masas proletarias que habitan las ciudades
y
aglomeraciones fabriles. Esto ha significado un cambio en la posición
económica
de la mujer. Mientras la agricultura y el pequeño artesanado
seguían
dominando en la producción, todos los miembros de una familia,
incluyendo
mujeres y niños, ayudaban en la labor que mantenía a la
familia
y a la comunidad. El trabajo en colaboración, dentro del ámbito
familiar,
era el modo característico de vida en las regiones agrícolas,
en los
pequeños talleres artesanales e industriales domésticos. Pero
con el
surgimiento del capitalismo industrial, la familia productiva de la
época
pre-industrial quedó desplazada por las familias consumidoras, no
productivas,
propias de las zonas urbanas. Al trasladar grandes masas
de
hombres desde las granjas y los pequeños talleres, y colocarlos como
obreros
asalariados en las ciudades industriales, las mujeres perdieron su
antiguo
puesto en el trabajo productivo, quedando relegadas a la crianza
de los
hijos y a las labores domésticas. Se convirtieron en consumidoras
totalmente
dependientes de que alguien ganara su sustento y “trajera el
pan a
casa”.
En estas
circunstancias, había que encargar a alguien la responsabilidad,
de por
vida, de cargar con el cuidado de las mujeres indefensas y los
hijos, y
esta responsabilidad fue atribuida al marido y padre por medio de
un
matrimonio generalizado, aunque, por otra parte, no se daba a estose
asalariados
garantía alguna de que tendrían siempre un trabajo o una
paga suficiente
para cumplir con sus obligaciones familiares.
Para
ocultar esta explotación económica se inventó un nuevo mito.
Según la
doctrina de la iglesia, los matrimonios se “celebraban en el cielo
“ y
disfrutaban de un reconocimiento divino. A partir de ahí se divulgó la
idea de
que la familia es una unidad “natural”, sin la cual el ser humano no
puede
satisfacer su necesidad normal de amor y de tener hijos. A partir
de
entonces se convirtió en obligación “natural” del padre y/o la madre el
proveer
a las necesidades de sus pequeños .—sin tener en cuenta el que
estuvieran
parados o incapacitados, o incluso muertos.
Tenemos
aquí la respuesta a nuestra primera pregunta, acerca del
tipo de
sociedad que precisa de la institución matrimonial y de la familia
y para
qué fines. Es la sociedad clasista la que las necesita para servir
a los
intereses de los ricos. En su inicio, la institución servía a un único
propósito,
que se relaciona con la propiedad y la hereditariedad de la
propiedad
privada. Pero actualmente la familia sirve a un doble fin:
se ha
convertido en instrumento suplementario, en manos de la clase
explotadora,
para despojar a las masas trabajadores. El matrimonio
universal
impuesto por el Estado se ha convertido en un instrumento
ventajoso
para los especuladores, conforme ha ido surgiendo el sistema
industrial
de esclavitud asalariada. Esto descarga a los capitalistas de
toda
responsabilidad social en cuanto al bienestar de los obreros, y grava
con una
pesada carga económica a los pobres, en forma de obligaciones
familiares.
Cada una de estas pequeñas familias “nucleares” tiene que
sobrevivir
o perecer por su propio esfuerzo, con poca o ninguna asistencia
desde
afuera.
Una de
las diferencias entre la explotación en la fábrica y la que se
desarrolla
en la familia, es que la primera es fácilmente reconocible por
lo que
representa, mientras que la otra no lo es. No conseguiremos hacer
comprender
jamás a los obreros asalariados que su dependencia económica
de los
patronos es sagrada o natural; por el contrario, ellos saben muy
bien que
son explotados. Pero en el caso de la familia, la madre naturaleza
y la
divinidad son conjuradas para disfrazar la base económica que tiene,
declarando
que es tanto “sagrada” como “natural”. En realidad, lo único
sagrado
para la clase capitalista dominante es el omnipotente dólar y
el
derecho a la propiedad privada. En estas circunstancias, la necesidad
humana
de amor, sea sexual o materno o paterno, no se beneficia, sino
que se
aprovecha y distorsiona en una institución que no está basada en
el amor,
sino en consideraciones económicas.
Esto nos
lleva a una segunda cuestión: ¿cómo ha llegado la mujer
a ser
considerada como un ser inferior y degradado y cómo han sido
subvertidas
sus necesidades por esta institución?
Es digno
de observar que una de las demandas fundamentales de
los
movimientos de liberación de la mujer es el control de su propio
cuerpo.
Actualmente esta demanda se centra casi siempre en las
funciones
reproductoras y el derecho al aborto. Pero hay otros aspectos
relacionados
con el derecho de la mujer a la determinación de su propio
destino,
y entre éstos se incluye el derecho al desarrollo irrestringido de
su
inteligencia y su talento para la vida intelectual y cultural, como el
poder
desarrollar unas relaciones sexuales y afectivas satisfactorias. Todas
estas
necesidades humanas, sociales, sexuales e intelectuales, han sido
reprimidas
y mutiladas por el tipo de vida mezquina impuesta a la mujer a
través
del sistema del matrimonio y la familia.
Podemos
medir la importancia de esta privación, comparando la vida
social y
las relaciones sexuales libres que disfrutaba la mujer en la sociedad
preclasista,
con las rígidas restricciones a las cuales está sometida en
la
sociedad clasista. En la sociedad primitiva, basada en la producción
colectiva,
las mujeres sobresalían como seres productivos y culturales.
Ocupaban
una posición preeminente en los asuntos comunitarios de la
tribu, y
no existía limitación por parte de los hombres para su capacidad
intelectual
o su libertad sexual.
En este
tipo de sociedad, basada en derechos iguales para todos,
incluyendo
la igualdad sexual, no existía necesidad funcional de un
matrimonio
legal. Existía en su lugar una simple cohabitación de la pareja,
o “familia
apareada” según la denominan Morgan y Engels. Las mujeres al
igual
que los hombres, ejercían el derecho de su libre elección en cuestiones
de amor,
y la unión de la pareja persistía únicamente mientras resultara
satisfactoria
para los deseos de cada una de las partes. Las separaciones
no
afectaban los intereses de la mujer o de los hijos, ya que los mantenía
la
comunidad en que vivían, y no un sistema de “economía familiar”.
En
breves palabras, una mujer no necesitaba a un marido como medio
de
subsistencia; era económicamente independiente como miembro
productivo
de la comunidad. Esto proporcionaba a las mujeres, al igual
que a
los hombres la libertad de seguir sus inclinaciones personales en el
campo de
las relaciones sexuales. La mujer tenía opción de seguir durante
toda su
vida con el mismo marido, pero no existía obligación legal, moral
o
económica alguna que la forzara a ello.
Esta
libertad quedó destruida con el advenimiento de la sociedad
de
clase, la propiedad privada y el matrimonio monogámico. Una vez
perdida
su función productiva dentro de la comunidad, la mujer depende
del
matrimonio como medio de subsistencia. Fue entonces cuando el
matrimonio
se convirtió en la preocupación principal de la vida de una
mujer.
Entre las clases ricas fue considerado y utilizado como cualquier
otra
transacción comercial. El padre de la mujer entregaba al hombre
que se
había desposado con su hija, una propiedad llamada “dote”. Los
atenienses
“ofrecían una dote para inducir a los hombres a desposar a sus
hijas, y
toda la transacción del matrimonio griego se basaba en esta dote”,
dice
Briffault. Y añade que la dote era el punto crucial para la “elaboración
jurídica
de la institución matrimonial”.
La mujer
se convirtió en una propiedad del marido, junto con esta
dote:
quedaba obligada a someter su cuerpo y su cerebro, su matriz y
sus
servicios domésticos a disposición del marido. En esta transacción
matrimonial,
la mujer cedía el control sobre su cuerpo .—y también sobre
su
mente, convirtiéndose en “cuerpo y alma” en propiedad privada del
esposo,
que tomaba las decisiones importantes y decidía todo en su
nombre,
controlándola a ella y a su descendencia.
Estos
aspectos ponen en evidencia el fundamento económico de esta
institución,
de la cual se deriva la degradación de la mujer. En la antigua
Grecia,
como dice Engels, la mujer se convertía en un bien propio del
marido,
que la encerraba y guardaba en las habitaciones destinadas a las
mujeres
dentro de su casa particular, para que estuviera durante toda su
vida a
su servicio.
En esta
situación, en la cual la matriz de la mujer era de importancia
decisiva,
evidentemente su cerebro no podía tener peso alguno. Como
nos
demuestra la historia de la sociedad clasista, la mente y el talento de
la mujer
tuvieron muy pocas oportunidades para desarrollarse. Una vez
quedó
reducida al angosto recinto doméstico, encerrada en el hogar, el
intelecto
de la mujer permanece en estado de subdesarro-11o, sufriendo
el sexo
femenino un bloqueo de su desarrollo cultural. Las mujeres como
sexo han
padecido la misma situación que los países coloniales han
experimentado
bajo el dominio imperialista.
Estas no
fueron las únicas desventajas infringidas a la mujer cuando
perdió
el control de su destino y su autonomía: también se vio privada
de una
vida afectiva y sexual satisfactoria. Como ha subrayado Engels,
la
monogamia, desde el principio, fue impuesta únicamente a la mujer.
Según un
código moral rígido, la mujer debe limitar sus relaciones
sexuales
al propio marido; pero mientras ella no puede tener relaciones
con otro
hombre y es severamente castigada por cualquier infidelidad,
no se
imponen las mismas restricciones al marido, que puede acostarse
libremente
con otras mujeres. A sus ojos, las mujeres se dividen en dos
categorías,
y la menos deseable de ellas son las esposas. En Grecia, las
mujeres
más atractivas eran las hetairas, que desdeñaban el matrimonioed
algunas
de las cuales han sido famosas por su talento intelectual y artístico;
después
venían las concubinas, también sexualmente accesibles, y como
último
recurso, la esposa.
De este
modo, aunque la mujer ocupa un lugar preferente según la
ley, es
la última a la hora de gozar de la compañía intelectual y sexual del
marido.
Demóstenes, el gran orador político griego, resumió esta situación
como
sigue: “Tenemos a la hetaira para nuestra delicia, a la concubina
para las
exigencias cotidianas de nuestro cuerpo, a la mujer para tener
hijos
legítimos y una casa ordenada (The Mothers)».
En estas
circunstancias, las relaciones sexuales entre un hombre y su
esposa,
desinteresada y limitada al hogar, quedan reducidas al mínimo.
Como
observa Engels, el hombre siente estas relaciones como una
«carga»,
como «un deber que ha de cumplir y nada más». No resulta
sorprendente,
por tanto, que a causa de este amplio desinterés por las
esposas,
«en Atenas la ley obligara, no solamente a contraer matrimonio,
sino
también a cumplir con un mínimo de los llamados deberes conyugales
por
parte del hombre».
Es
evidente que el matrimonio no ha sido introducido para favorecer
las
exigencias humanas normales de afecto sexual y de compañía, y
menos
aún para la mujer. El matrimonio ha sido establecido abierta y
declaradamente
para servir los intereses de los hombres poseedores de
propiedad
privada, y sigue manteniendo abiertamente esta función suya
en el
siguiente estado de la sociedad clasista: el medioevo.
En el
periodo del feudalismo, los señores y nobles establecían sus
tratos
sobre las tierras, y la mujer era entregada conjuntamente con la
tierra
que llevaba como dote, permaneciendo indisolublemente ligada a
esta.
Muchas veces estos matrimonios eran contratados cuando la mujer
era
todavía una niña. Veamos el ejemplo que nos ofrece Will Durant: «A
los
cuatro años de edad, Grace de Saleby fue entregada en matrimonio a
un noble
que pudiera administrar sus ricas propiedades; pero aquél murió
y
entonces fue desposada a los 6 años, con otro señor; a los 11 años
contrajo
matrimonio con un tercero... en estos negocios, el derecho de
la
propiedad privada predominaba sobre el amor y el matrimonio era una
cuestión
financiera» (The Age of Faith).
Es
cierto que los amores románticos florecieron durante todo el
periodo
feudal, pero siempre tenían lugar fuera del matrimonio. Incluso
las
esposas de los señores gozaban del placer de un amor ilícito, y aunque
se
esperaba de ellas cierto disimulo y discreción, la necesidad de mantener
el
secreto generalmente no pasaba de una-simple formalidad. En breves
palabras,
pocos esfuerzos se hacían para enmascarar el hecho de que el e
matrimonio
nada tenía que ver con el amor, y en el código caballeresco,
incluso
se consideraba vulgar que un amor culminara en matrimonio.
La
fusión entre amor y matrimonio llegó con las relaciones «libremente
contratadas»
que figuraban en la base del capitalismo, y con el surgimiento
de la
clase proletaria de trabajadores asalariados. Esto no significa que la
combinación
resultara un éxito brillante, porque el amor se enfrentaba con
muchos
factores adversos. Ciertamente es verdad que, normalmente, entre
la gente
trabajadora que posee poco o nada, la base para el matrimonio
son la
atracción recíproca y el amor. Pero no es verdad, según quieren
hacernos
creer los cuentos, que después del matrimonio la pareja viva
feliz
para siempre. Las estadísticas nos demuestran que los matrimonios
de la
gente trabajadora entran en crisis y fracasan con la misma frecuencia
y
rapidez que los de la clase media y rica.
Una vez
más, por lo tanto, las relaciones afectivas y sexuales
satisfactorias
o duraderas no se ven favorecidas por una institución que
se basa
en la explotación de la clase trabajadora a través de un sistema
de
«economía familiar». Esto resulta especialmente cierto en el caso de
la
mujer. Cuando poca cosa puede escoger una mujer como forma de
vida,
aparte de la de convertirse en esposa, el término «buen partido» se
convierte
en sinónimo del término «esposo». Hoy día, la mujer casada,
aunque
trabaja en gran número fuera del hogar, sigue soportando la carga
básica
de todas las tareas y responsabilidades domésticas. Representa el
sexo
doblemente oprimido, explotado en el trabajo por sus patronos y
oprimido
en el hogar a través de la servidumbre familiar.
Aquí
tenemos, pues, la respuesta a nuestra segunda pregunta, de
cómo y
por qué las necesidades humanas y la mujer se ven degradadas
por esta
institución. Creada por la clase rica para servir sus propios
intereses,
esta institución no fue en su origen ni es actualmente un medio
para
satisfacer las necesidades humanas, sobre todo las necesidades de
la mujer
trabajadora. Es un instrumento de explotación utilizado por una
sociedad
clasista explotadora.
Sin
embargo, es precisamente el hecho de que la mujer se vea
doblemente
oprimida, como obrera y como mujer, lo que ha dado nueva
vida y
vigor al actual movimiento de liberación de la mujer. Para decirlo
más
exactamente, la transformación de muchas mujeres en mujeres
trabajadoras
les ha proporcionado tanto los medios como el incentivo
para
poner en duda este sistema opresor. Ha sido el aflujo creciente de
la mujer
como trabajadora asalariada a la industria, a las oficinas y a
las
profesiones liberales, lo que ha introducido un factor nuevo en su
vida,
algo que la mayoría de sus predecesoras del siglo XIX jamás llegó a
poseer:
la independencia económica.
d
Es
cierto que la mujer en general se verá relegada a los trabajos más
humildes
y subalternos, con una paga inferior a la de los hombres, pero
su
inserción en la economía social se ha convertido en el punto de partida
que
necesitan las mujeres para alcanzar su liberación. Alcanzarán así la
posibilidad
de escoger una vida diferente a la de la dedicación total al
hogar y
a la familia, y diferente al aislamiento y a la dependencia a que
estaban
condenadas. Ello implica la posibilidad de reunirse y trabajar junto
con
otras mujeres y otros hombres, y descubrir que tienen aspiraciones y
problemas
comunes, tanto referentes al trabajo como a la familia. De este
modo, su
aflujo al mercado laboral ha significado un rechazo creciente de
un
género de vida social e intelectualmente estancado.
El número
de mujeres que trabajan fuera del hogar, casadas o no, ha
ido
aumentando constantemente a partir de la primera Guerra Mundial.
Las
mujeres trabajan, a plena jomada o a jomada parcial, o incluso sólo
durante
algún período de su vida. Considerando todas estas categorías,
el 90c)b
de las mujeres americanas trabajará, según un informe del
Ministerio
de Trabajo, aunque sólo sea durante algún periodo de su vida.
Estos
datos son citados por M. y J. Roundtree en su artículo publicado
en
«Monthly Review» en Enero 1970, y titulado «Algo más sobre la
política
económica del movimiento de liberación de la mujer». A modo
de
conclusión exponen: «El mantenimiento de un determinado nivel de
vida
para la familia, y en muchos casos la posibilidad de evitar la pobreza,
depende
ahora sustancialmente de que sean dos personas las que ganen
dinero
en la familia. Se trata de un proceso irreversible. La participación
de la
mujer en el trabajo asalariado no puede ser considerada ya por más
tiempo
como una situación «transitoria». Ha pasado el tiempo cuando la
mujer
todavía podía volver al hogar».
Estos
hechos son los que proporcionan su importancia y su contenido
a las
reivindicaciones del movimiento de liberación de la mujer. Significan
que ha
pasado el tiempo en que las mujeres se sometían silenciosas e
indefensas
a la desigualdad, a la discriminación y al estado de inferioridad
que les
tenía destinado, como sexo, la sociedad capitalista. Las militantes
han
desencadenado una ofensiva para recuperar el control de su cuerpo,
de su mente,
y de su propia vida, que durante muchos miles de años han
sacrificado
a los intereses de la propiedad privada. Yo creo y afirmo que
también
éste es un proceso irreversible, que se extenderá continuamente
a nuevas
capas de mujeres.
Hemos
llegado así a la última cuestión: cuáles son las perspectivas de la familia y
qué hay que hacer para que las mujeres reconquisten su autonomía. Resulta significativo
que casi todas las mujeres del movimiento de liberación, que reconocen la
necesidad de reestructurar la familia, se den cuenta también que este objetivo
está estrechamente ligado a la reestructuración de la propia sociedad. Al mismo
tiempo, no se limitan a esperar pasivamente la revolución social que les aporte
su liberación, sino que trabajan por conseguir este objetivo mediante una
presión constante sobre los poderes constituidos. Se han producido ya
importantes cambios en el terreno del sexo, del matrimonio y la familia.
Tomemos
como ejemplo una de las reivindicaciones más importantes que hoy avanza la mujer:
la legalización del aborto. Las mujeres dicen que hasta que no se descubra una
pildora completamente inocua y eficaz u otros medios de control de nacimientos,
deben tener el derecho a poner término a un embarazo no deseado. Se han
conseguido ya muchos e importantes éxitos legales como respuesta a esta
demanda, y podemos predecir que le seguirán otros. Pero existe otro aspecto más
profundo de esta batalla: las mujeres están contestando directamente el sistema
social actual, dominado por el hombre, en su lucha por adquirir el control de
sus propios procesos reproductivos.
Esta no
es la única ofensiva lanzada por las mujeres para recuperar el control de su
cuerpo. El aumento continuo de divorcios indica que la mujer empieza a disponer
de su vida sexual sin preocuparse mucho de su regularización matrimonial.
Durante años la «revolución sexual», como ha sido denominada, ha avanzado más o
menos secretamente. Ha quedado ahora plenamente expuesta a la luz, gracias al
movimiento de liberación de la mujer.
Las mujeres
desprecian y rechazan hoy la hipocresía de «la doble moral», que garantiza a
los hombres una libertad sexual que niega a la mujer. Esta «explosión sexual»
ha alcanzado a casi todos los sectores de nuestra sociedad. Unas relaciones
sexuales prematrimoniales, extramatrimoniales y no matrimoniales son hoy algo
tan corriente que, como ha dicho Marya Mannes en la televisión, en un programa
sobre educación: «El matrimonio yace en ruinas en torno a nosotros».
Se
registra un progreso notable en comparación con las actitudes y las
perspectivas de las mujeres, incluso las más avanzadas, del siglo XIX, que
luchaban por sus derechos civiles, pero seguían siendo conservadoras en
cuestiones de sexualidad femenina. La mayoría de ellas sostenía aún la validez
de la ética puritana, que condenaba el amor fuera del lecho matrimonial como
una «lujuria», como algo inmoral y pecaminoso.
Hoy día,
sin embargo, las cartas han sido puestas boca arriba. Las mujeres del
movimiento de liberación no solamente luchan por poseer el control de su cuerpo
y de su mente, sino que reclaman un tipo completamente nuevo de moralidad
sexual y social. Rechazan la hipocresía,
la culpa
y la vergüenza, en relación con sus necesidades sexuales, con quese pretende
mantenerlas ligadas así al matrimonio. Como dijo una mujer
«la
gente debe sentirse ligada por el amor y no por un contrato».
Del
mismo modo, la mujer ha desencadenado una ofensiva contra su degradación sexual
en la publicidad y en los medios comerciales, destinados a vender cantidades de
bienes de consumo. Denuncian a sus explotadores, que para vender su mercancía,
envilecen el sexo femenino con todos los trucos pornográficos que tienen a su
disposición.
Este es
otro de los aspectos de la campaña lanzada por la mujer para poner en evidencia
el moralismo hipócrita de la sociedad capitalista. Otro aspecto es el que
constituye su rechazo de aquellos hombres que intentan aprovecharse de la
libertad sexual de la mujer únicamente para satisfacer su propio egoísmo
machista.
Y esto
no es todo: la tendencia hacia nuevas normas sociales y sexuales impulsada por
las mujeres del movimiento de liberación, se ha extendido al campo de la
moralidad familiar. Durante años las mujeres han oído decir, y muchas se lo han
creído, que la más elevada y más satisfactoria expresión de amor es la que se
encuentra en la unidad y en el afecto familiar. Muchas descubren ahora que
también esto es una falsificación de la realidad. El amor familiar ha salido
dañado y mutilado por una sociedad basada en el consumo, en la competencia
brutal en las distinciones clasistas y racistas, y en la alienación que estas
condiciones comportan.
Las
mujeres, a la búsqueda de una nueva moralidad familiar, están articulando y
comprendiendo qué es lo que está equivocado actualmente en esta institución. En
nuestra sociedad comercializada, especialmente en los hogares de la clase
media, el amor se mide por el número de cosas que los padres compran a sus
hijos y por lo que hacen por ellos, bajo la forma de privilegios especiales.
Esto, por otra parte, hace que los niños se conviertan en propiedad privada de
sus padres, y permanezcan bajo su control como cualquier otra forma de
propiedad. Esto ha sido expuesto así: «El amor es una palabra que exige una
nueva definición... es un arma de control. Es el intento por parte de uno para
convertir al otro en objeto que satisfaga el propio egoísmo y las necesidades
propias de seguridad. De este modo uno se convierte en una especie de mueble
costoso y muy elaborado en la vida del otro» (Carola Hanisch y Elisabeth
Sutherland Martínez, «The Militant», 26 diciembre 1969).
Un punto
de vista análogo es expuesto por Linda Gordon en una excelente revista teórica
publicada en Baltimore, «Women: a Journal of Liberation». Ella escribe: «El
hecho de que frecuentemente confundamos el amor materno o paterno con la
propiedad, nos hace comprender hasta qué punto el amor mismo se ha convertido
en un artículo de consumo en nuestra sociedad capitalista. Amor no significa
propiedad. La propiedad, cuando afecta a un ser humano, se llama esclavitud».
El
núcleo familiar, restringido, paralizado, frecuentemente amargado, en que las
disputas y la animosidad recíproca prevalecen muchas veces sobre la armonía,
está muy lejos de ser la mejor muestra de relaciones humanas. La conocida «rivalidad
entre hermanos» que algunos nos quieren hacer creer que sale de los propios
genes, es simplemente un reflejo, dentro de la unidad familiar, de la
competitividad, el temor, la inseguridad, los celos y la envidia que prevalecen
en toda la sociedad capitalista. Los mismos factores que llevan a la alienación
a los miembros de la familia, convirtiéndolos en extraños el uno para el otro,
dividen también a una familia de la otra, impidiéndoles reconocer quién es su
enemigo común y emprender una acción común para combatirlo. Para que descubran
todos estos aspectos reaccionarios de la familia, que ha sido durante tanto tiempo
glorificada como la mejor de todas las instituciones posibles, y resulten
transparentes a las masas femeninas, tendrá que pasar bastante tiempo todavía.
Las dificultades
con que se encuentra la mujer blanca se multiplican cuando se trata de mujeres
negras y procedentes del tercer mundo.
Francés
Beal, coordinadora nacional del Comité de Liberación de Mujeres de Color del
SNCC, ha realizado un excelente análisis de lo que significa ser mujer y ser
negra en esta sociedad, en un artículo publicado en la antología The Black
Woman, editada por Toni Cade. E. Maxine Williams, de la Alianza de Jóvenes
Socialistas de Nueva York, y de la Alianza de Mujeres Negras, nos ha
proporcionado un análisis clarificador sobre La mujer negra y la lucha por la
liberación, en «The Militant» del 3 de julio de 1970.
¿Qué
contribución han aportado estos artículos? El elemento fundamental que impulsa
el movimiento de liberación es, para las mujeres, la reconquista de su
autonomía. Para alcanzarla se ven obligadas, por un lado, a continuar la
batalla por sus derechos como mujeres trabajadoras, y por la completa igualdad
de trabajo y de salario con los hombres. Por otra parte, como mujeres, se ven
obligadas a criticar severamente la institucióndel matrimonio y de la familia,
que les había sido descrita como natural y eterna. Han empezado a llegar a la
inevitable conclusión de que una institución que sirve a los intereses de los
capitalistas, no puede servir a los de la clase obrera o a los intereses de la
mujer.
Más aún,
las mujeres del movimiento de liberación miran más allá de la unidad familiar
hacia el propio sistema capitalista, y cuestionan su existencia. Al menos en
los sectores más avanzados se aceptan las premisas básicas de Engels, que son
premisas marxistas, acerca de la naturaleza de la sociedad capitalista.
Conforme van madurando las jóvenes rebeldes, al igual que los hombres, ven que
es indudablemente el sistema más inmoral y degenerado de toda la historia.
Vivimos en una sociedad de guerras exterminadoras, de opresión racial y sexual,
de embrutecimiento del pobre y del indefenso; una sociedad que poluciona su
cielo, su alimento, su aire y su agua, que genera políticos corruptos. En
breves palabras, es un sistema en el cual todo está subordinado y sacrificado a
la propiedad privada y al beneficio.
Todo
esto es tan revulsivo para las mujeres rebeldes, que el movimiento de
liberación arranca con una fuerte componente anticapitalista. Como dice la
editorial de la publicación de Baltimore: «Las mujeres no piden nada menos que
la transformación total del mundo». Esta corriente anticapitalista y filosocialista
probablemente irá aumentando.
El punto
en el cual la mayoría de estas mujeres se muestran indecisas, es el del tipo de
sociedad que sustituirá al capitalismo, y los medios y las fuerzas necesarias
para este cambio. Algunas se han «desviado» hacia los diferentes grupos
«radicales» que no son genuinamente marxistas, y no comprenden lo que significa
el movimiento de liberación de la mujer.
Se
muestran correctamente críticas frente a las burocracias de los países postcapitalistas,
como la Unión Soviética, que no han puesto en práctica un programa orgánico por
la liberación de la mujer. Muchas, sin embargo, descubrirán en breve, y
bastantes lo han hecho ya, que el programa y las tradiciones de Marx y Engels
siguen estando presentes, incluso hoy, en las organizaciones revolucionarias de
la Alianza de Jóvenes Socialistas y del Socialist Workers Party.
Entretanto,
en el breve espacio de un año, el movimiento de liberación de la mujer ha dado
pasos gigantescos, tanto que el intento inicial de ridiculizar a las mujeres
empeñadas en la lucha ha fallado y en algunos terrenos ha desaparecido
totalmente. Crece en su lugar el respeto por el movimiento, y crece, incluso,
la esperanza por parte de algunos hombres simpatizantes, de que la lucha por la
liberación de la mujer pueda apoyarles en la lucha por su propia liberación.
Richard E. Farson se ha expresado en este sentido en un artículo titulado «La
rabia de las mujeres», publicado en «Look» del 16 de diciembre 1969:
«Podría
haber una salida magnífica a todo esto», escribe, refiriéndose al papel
«humanizante» que las mujeres han tenido en la historia. «El efecto sobre los
hombres puede ser realmente saludable. Puede ser que incluso él sea liberado».
Y concluye: «La revolución de la mujer puede conducir a una real y genuina
revolución humana, en la cual no aceptaremos ya sistemas inferiores a nuestro
potencial, no permitiremos que seamos explotados y decepcionados, no
admitiremos ya la contaminación de nuestro ambiente ni el peligro a que están
expuestos nuestros hijos, en la cual no soportaremos la vanidad y la superficialidad
de las relaciones humanas, en las cuales no toleraremos más que la guerra y la
violencia resuelvan los conflictos humanos».
De
hecho, este llamamiento a la «revolución humana» no es otra cosa que un
llamamiento por la revolución socialista, que nosotros, militantes del
movimiento marxista, nos hemos empeñado en llevar adelante con cualquier medio
a nuestra disposición. Sabemos que la lucha por la liberación de la mujer no
podrá conducir por sí misma a la solución de nuestro dilema actual. Las
mujeres, tienen necesidad de aliados en la lucha cruel por una nueva y mejor
sociedad. Los encontraremos entre los obreros militantes, entre los estudiantes
rebeldes, entre los negros y entre otros sectores oprimidos.
Al mismo
tiempo, conforme el movimiento de liberación de la mujer adquiere mayor
credibilidad y penetra más profundamente entre las mujeres trabajadores, puede
actuar como catalizador para poner en movimiento el potencial anticapitalista
de las fuerzas de la clase obrera.
Como
resultados de estas experiencias y luchas conjuntas, adquirirá nuevo significado
la vieja consigna marxista: «No tenemos nada que perder más que nuestras
cadenas, y tenemos todo un mundo por ganar».
(Este
informe fue presentado, entre otros, en la Conferencia Meridional para la
Liberación de la Mujer, celebrada en M. Beulah, Mississipi, del 8 al 10 de Mayo
1970).
Evelyn Reed
Sex
o contra Sexo
o Clase contra Clase
INDICE GENERAL
Prefacio
Nota de
la autora a la quinta edición norteamericana
La
mujer: ¿Casta, clase o sexo oprimido?
¿Sexo
contra sexo o clase contra clase?
La mujer
y la familia: una visión histórica
El mito
de la inferioridad de la mujer
¿Es el
factor biológico el que ha condicionado a la mujer?
Cómo
perdió la mujer su autonomía y cómo podrá reconquistarla
Evelyn Reed