martes, 28 de junio de 2011

A 93 años del grito de Córdoba, ahora ruge Chile.

José Ignacio Ponce, Estudiante de Ped. En Historia y Cs. Sociales U.V.

Los estudiantes de toda América latina, aunque movidos a la lucha por protestas peculiares de su propia vida, parecen hablar el mismo lenguaje” – (José Carlos Maríategui)

Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que quedan son las libertades que faltan. Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten, estamos pisando sobre una revolución.” – (Manifiesto de Córdoba, 1918)

El 21 de Junio de 1918, los estudiantes de la Universidad de Córdoba en Argentina estremecían a todo el continente América con un grito que demandaba el fin a la estructura oligárquica de las instituciones universitarias de ése país y de todo el continente. Este fenómeno estuvo permeado por todas las luchas transformadoras que comenzaba a vivir el mundo. La década de 1910 y 1920, eran los años de la crisis capitalista expresada en la Primera Guerra Mundial, con lo que gran parte de la humanidad comenzó a verse caminando al precipicio. Obviamente, los primeros en caer al infierno eran los sectores populares y medios de la sociedad. Eran los que debían ir a la guerra, los que pasaban hambrunas y los que morían diariamente.

En el contexto de esa crisis mundial, esos mismos condenados de la tierra, serán los que dirán ¡Basta!. El correr de esas décadas, mientras todo parecía derrumbarse, fueron los trabajadores, los campesinos, los estudiantes y sectores medios empobrecidos que impulsaron las más grandes reformas sociales y políticas del siglo XX. Desde América Latina, comandados por Emiliano Zapata emergía la Revolución Mexicana, en Rusia liderados por Lenin los trabajadores y campesinos de ese país apuntaban las armas entregadas por el Zar para la Guerra, contra el propio Zar. Imbuidos de este mundo que trataba de nacer mientras el viejo moría, los estudiantes cordobeses alzaban la voz sosteniendo que “las universidades han sido hasta aquí el refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes, la hospitalización segura de los inválidos y -lo que es peor aún- el lugar en donde todas las formas de tiranizar y de insensibilizar hallaron la cátedra que las dictara”.

La lucidez de los universitarios argentinos se demostró en la comprensión del problema de las instituciones en las que se formaba, viendo que en ellas habían llegado a ser “el reflejo de estas sociedades decadentes, que se empeñan en ofrecer el triste espectáculo de una inmovilidad senil”. Planteando así la necesidad de transformar completamente las Universidades, con fuertes tintes revolucionarios. En base a esto, lucharon por “un gobierno estrictamente democrático y sost(uvieron) que el DEMOS universitario, la soberanía, el derecho de darse el gobierno propio radica principalmente en los estudiantes”, lo que posibilitaría que desde ese momento “sólo podr(ían) ser maestros en la futura república universitaria los verdaderos constructores de almas, los creadores de verdad, de belleza y de bien”. Para dilucidar bien el tema, sostuvieron que “la juventud universitaria de Córdoba afirma que jamás hizo cuestión de nombres ni de empleos. Se levantó contra un régimen administrativo, contra un método docente, contra un concepto de autoridad. Las funciones públicas se ejercitaban en beneficio de determinadas camarillas”. Como vemos, los estudiantes veían como principal horizonte de su lucha la democratización de la Universidad para poder extraer los obstáculos que impedían ser instituciones que cumplieran un real rol científico al servicio de la comunidad.

Además de lo dicho, el Manifiesto de Córdoba destacaba: el rol transformador de los jóvenes y el profundo sentido latinoamericanista de su llamado. Veían claramente que la juventud del continente y de Argentina estaba llamada a impulsar cambios y develar los problemas sociales, para ellos “la juventud vive siempre en trance de heroísmo. Es desinteresada, es pura. No ha tenido tiempo aún de contaminarse.” Asignándose un rol político, sostenían que “La juventud universitaria de Córdoba cree que ha llegado la hora de plantear este grave problema a la consideración del país y de sus hombres representativos”. Es así, que los estudiantes de Córdoba se concebían como actores del desarrollo social y que podían ayudar a construir una sociedad mejor.

Por otro lado, retomando una larga línea de pensamiento continental, los líderes de este movimiento comprendieron las similitudes de los países latinoamericanos en el marco del sistema mundial y que las causas de los obstáculos para lograr un mayor bienestar social. Es así que desde Córdoba se les decía al resto de los americanos que “recojamos la lección, compañeros de toda América; acaso tenga el sentido de un presagio glorioso, la virtud a un llamamiento a la lucha suprema por la libertad”. Para terminar, manifestando que “la juventud universitaria de Córdoba, por intermedio de su federación, saluda a los compañeros de la América toda y les incita a colaborar en la obra de libertad que se inicia”.Es importante mencionar esto, porque gran parte de quienes generaron este movimiento universitario tanto en Argentina como Cuba, Perú y Chile pasaron a engrosar las filas de movimientos sociales y políticos anticapitalistas durante los años ´20.

Las causas de este enorme movimiento universitario de carácter enormemente rebelde que terminó siendo continental, fue la creciente pauperización de la vida que vivió gran parte de las sociedades latinoamericanas de la época. Los sectores medios o mesocráticos con expectativas en las universidades para el ascenso social, las vieron coartadas producto de la incapacidad de las instituciones educacionales de reaccionar a la debacle que comenzaba a experimentar el sistema capitalista y que terminó desatándose en 1929. Con ello, quedaron expresadas las contradicciones del mismo sistema económico y la imposibilidad de un sistema educacional democrático, de excelencia y al servicio del desarrollo autónomo de las sociedades latinoamericanas en el marco del capitalismo desigual y dependiente en el cual estaban inmersas. Sin embargo, la lucha por la reforma que se expresó durante casi toda la década del ´20 en muchos países del continente se fusionó con distintos conflictos antioligárquicos y anticapitalistas liberales de esa época, demostrando el impulso que le dieron las luchas universitarias y juveniles a las de obreros y campesinos para poner en cuestión la dominación de las clases en el poder. Aunque las revoluciones en las que terminaron dichos procesos no fueron triunfantes en toda su magnitud, sí lograron enormes cambios, en cuanto avances democratizadores tanto en derechos políticos como sociales, provocando que el Estado tuviera que garantizar muchos de ellos, tales como la educación.

Las enseñanzas del Grito de Córdoba para los universitarios chilenos del siglo XXI.

La importancia de conmemorar este hecho radica en la necesidad de reflexionar sobre las perspectivas del movimiento estudiantil que se desarrolla hoy en nuestro país. Primero, debemos decir que el contexto en el que estamos difiere enormemente al de principios del siglo XX. Sin embargo, debemos retomar que a lo largo de ese mismo siglo y también en la reforma del ´67-´68, los estudiantes jugaron un rol importantísimo en las luchas reivindicativas y democráticas de todos los países del mundo. En efecto, los estudiantes siempre estuvieron en las calles y contra las clases dominantes demandando que se terminara con las desigualdades sociales, propendiendo a una cada vez mayor democratización, de manera pluralista y libertaria. Es más, siempre los universitarios, buscaron ligarse a los sectores populares para apoyar sus reivindicaciones, ya que veían que la solución del problema radicaba en poder superar el sistema capitalista en el que estaban inmersos, entendiendo que en ese contexto los trabajadores jugaban un rol central. Así, se concibió que una educación democrática, de excelencia y al servicio de las comunidades en general no se podían lograr en un sistema donde estuviera controlado por la minoría de la sociedad, sino que por la gran mayoría social, expresada en los sectores populares y medios. Con lo cual, podemos ver que los estudiantes han jugado un rol dinamizador de las luchas sociales, haciéndole ver a los trabajadores el nivel de explotación en el cual están inmersos y que ellos también son parte de un sistema opresor, del cual deben deshacerse.

Por otro lado, no debemos desconocer que las demandas estudiantiles del siglo XXI son diferentes al del XX y que si bien la democratización juega un rol primordial, el raquítico estado de las Ues chilenas provoca que el tema del financiamiento sea otro gran eslabón del problema. Lo último, sólo confirma que en la actualidad más que nunca las Universidades están al servicio del sistema capitalista, superando el mero rol reproductivo de éste y pasado a ser directamente empresas de donde se lucra con ellas. El sistema capitalista ha provocado que los antiguamente valorados funcionarios del área de servicios ahora no sean más que la expresión moderna de la clase trabajadora con precarias condiciones laborales y que sea el futuro de gran cantidad de personas en las Ues, así como los llamados cesantes ilustrados. Todo causado por la enorme inserción de capitales para lucrar con el sueño de las familias de tener un trabajo digno para sus hijos.

Pero lo importante, es que los estudiantes chilenos se han aburrido de ese sistema, han dicho nuevamente ¡BASTA YA!. Cada vez es más fuerte la conciencia de los universitarios por cambiar hasta el fondo el sistema educacional, cuando se plantea la necesidad de darle un nuevo sentido al conjunto de las instituciones. Hoy son estudiantes universitarios y secundarios, como también los profesores los que se unen en esa lucha. Pero también durante la última semana, se sumaron distintos actores del mundo laboral para apoyar y profundizar la demanda de los estudiantes. En efecto, los días 15 y 16 de Junio del 2011 pasaran a la historia por haber marcado dos importantes hitos. El primero, por haber salido más de 20.000 estudiantes, trabajadores del ámbito privado y subcontratados de El Teniente a marchar juntos a la calle en la capital del país. El segundo, por haberse manifestado casi 200 mil personas en toda la nación por un mejor sistema educacional. Esto ratifica al progresiva transversalización de la lucha estudiantil y la enorme trascendencia que están logrando con su estado de ánimo combativo lo cual esta irradiando al conjunto de la sociedad. Con todo, se ha podido dilucidar que la única forma para construir una sociedad mejor en el contexto actual está criticando, proponiendo pero también luchando en las calles.

Después de 93 años, los estudiantes chilenos vuelven a gritar que se necesita un cambio profundo en nuestra sociedad, para despertarla del sueño neoliberal y que sólo se logrará por una lucha conjunta de la ciudadanía, pero que depende fundamentalmente del nivel de unidad que pueda alcanzar los trabajadores con los estudiantes, pero también que puedan manifestar una creciente radicalidad de sus demandas. Por ello, la consigna de RENACIONALIZAR el COBRE para una EDUCACIÓN GRATUITA para todos los CHILENOS, sea la expresión más potente y que pasará a la historia del GRITO chileno del 2011.

Porque ha llegado la hora de Chile,

Ha llegado el momento que los estudiantes deban LUCHAR, UNIR y VENCER.

José Ignacio Ponce López

Taller de Historia Política, Facultad de Humanidades, Universidad de Valparaíso
Miembro del Colectivo Estudiantes Movilizados, Universidad de Valparaíso

LA OPRESIÓN CIVILIZADA

Mario R. Fernández

Para explicarnos lo que vivimos diariamente en el mundo de la civilización occidental recurrimos a paradigmas conocidos de su historia, aprendidos o no, conscientes o inconscientes. La civilización occidental parte de la base de que es la elegida, nos cuenta la historia de la humanidad para imponérsenos como la única verdadera, para imponerse a otras civilizaciones, a otros pueblos del mundo. Para ello ha recurrido a todo tipo de recursos, invasiones y crímenes, que le han servido en su esfuerzo dominador y han influenciado cada rincón del planeta.

Desde aquellos tiempos en que los habitantes de la antigua Mesopotamia dejaron de ser pastores, cazadores y recolectores de frutos para darle nacimiento a la primera civilización, inventaron un sistema de poder monárquico que junto a la civilización egipcia llevarían a lo que hoy es Europa y el resto de Occidente.

Norman Canton, uno de los más prolíficos estudiosos de ese proceso histórico, en su popular trabajo La civilización de la Edad Media (“The civilization of the Middle Ages”) explica: “El sistema político monárquico que existió en Mesopotamia y Egipto 3000 años antes de Cristo no cambió sustancialmente durante la Edad Media, por lo que la teocracia fue un factor esencial en la historia occidental hasta el siglo 18.”

Sin embargo otros sistemas existieron en la antigüedad, como es el caso de Atenas del siglo 5 A.C. o de la república de los romanos del siglo 1A.C., pero ninguno perduró por mucho tiempo ni sirvió de modelo al mundo medieval que a su vez serviría de modelo al mundo moderno. Este sistema político y económico aristocrático, con dueños absolutos de la tierra, continuó dominando los recursos y la política aún al comienzo de la modernidad entre el 1500 y el 1700. Para muchos historiadores este sistema estuvo basado solamente en una clase, que incluyendo a un séquito de administradores, autoridades religiosas y militares, no sumaba más del cinco por ciento de la población total. El resto estaba formado por campesinos, servidumbre, artesanos e incluso por comerciantes –estos últimos aunque tenían importancia en la economía no tenían ningún poder y no podían crear el mundo a su elección. La clase dominante sabía y decidía sobre todo y era la que tenía consciencia como grupo en la sociedad.

El mundo occidental comienza su revolución industrial el siglo18 con esta herencia y mueve enormes cantidades de gentes desde los campos, donde habían vivido por generaciones, a las ciudades, donde serían la mano de obra barata para la manufactura, la minería, el transporte y los servicios. Las grandes mayorías en Europa y Norteamérica, y todas sus colonias y semi-colonias, comienzan a vivir una gran odisea de opresión y sufrimientos. Esta incluye desde jornadas de 16 horas de trabajo diario, a castigo físico, falta de sanitarios y horrendos abusos a los que no escaparon ni las mujeres ni los niños, reclutados estos como esclavos durante este “milagro de la modernidad” en que la ciencia, tecnología y teoría económica eran ajenas por completo al ser humano productor de plusvalía acumulada en manos de las nuevas clases dominantes.

Durante la revolución industrial la producción agrícola continuó en las colonias y semi-colonias, en los estados del sur de Estados Unidos se usa la esclavitud y explotación extrema de las poblaciones de africanos y sus descendientes. Sin duda en medio de esta situación de abuso y crimen aflora la rebeldía, los reclamos y levantamientos, a veces en condiciones extremadamente difíciles.

Aunque el mundo de la ciencia se hizo relevante, con los aportes pilares de Aristóteles, Newton y Darwin, el poder político y económico no era sustancialmente diferente de los tiempos en que la ciencia no era tan relevante. Las expresiones creativas en la historia, a través del arte, la ciencia, la tecnología y del mismo trabajo productivo de los seres humanos, no son intrínsecamente injustas. Pero, la civilización continúa siendo arrastrada a bajezas y colapsos muchas veces por hombres antisociales, que han sido y son venerados en el pasado y el presente, lo que nos muestra que ha existido y existe un espacio donde por variadas circunstancias los enemigos de la humanidad y de la vida se han desarrollado, y se continúan desarrollando y dominando.

Es para enfrentar la opresión “civilizada” de los ricos industriales, que los trabajadores se organizan como otros sectores de la sociedad buscando soluciones y mejoras básicas. Se encuentran en las ciudades y en los centros de trabajo. El lenguaje dominante habla de progreso y con el lenguaje emerge el liberalismo, ideología o filosofía que pronto se ve limitada en su capacidad de desarrollarse y adaptarse. Emerge también el marxismo, un conjunto sistemático de pensamientos, que se transforma en un increíble instrumento para la lucha, que definió el sistema imperante mostrando nuevas ideas, teorías y datos, con entendimiento histórico, de la naturaleza humana y de la realidad que rodeaba al mundo industrial. Emerge también el anarquismo, que con raíces en el siglo 17 organiza a los trabajadores.

El siglo 19 va tomando forma de campo de batalla, pues incluye por un lado a quienes producen riqueza y por otros a los dueños o usurpadores de esta riqueza. Muchas veces las luchas de los productores de riqueza no consiguieron más que represión y crimen, otras tuvieron logros históricos que hasta hoy nos benefician a nosotros, los productores descendientes. Como resultado de estas batallas se fueron creando estructuras de defensa y de lucha, como los sindicatos, los movimientos políticos y sociales y una tradición de sujetos de acción rebeldes. Muchos sujetos de dirección y acción de estas organizaciones traían consigo gérmenes del autoritarismo dominante también, algunos pecaban de la misma arrogancia que peca la civilización occidental toda.

Sin duda las luchas de los pueblos explotados desencadenaron revoluciones y reformas. Entre las revoluciones la más transcendental fué la Revolucion Rusa de 1917, un hecho histórico único pues en el nombre de los trabajadores se involucró un titánico esfuerzo de hombres y mujeres en la práctica y en la teoría. Si bien es cierto que apenas pasados 10 años las organizaciones de trabajadores ya no tomaban ninguna decisión relevante y casi todos los dirigentes revolucionarios habían sido asesinados o escapado al exilio responsabilidad de la nueva dirección de la revolución. Los ricos y burgueses del mundo perciben que además de las luchas reivindicativas que enfrenta, existe ahora, por primera vez en la historia, un estado constituido sobre bases contrarias a lo que ellos representan como clase dominante, a su acumulación y su divinidad milenaria de clase privilegiada.

Es por esto que a la represión habitual contra los trabajadores y la amenaza de fascismo se suma entonces una opción nueva, la posibilidad de reformas mínimas que se implementa más tarde particularmente en Europa Occidental. Se trata del principio del Estado de Bienestar que ya a fines del siglo 19 Otto Von Bismarck había implantado rudimentariamente en Alemania. Más tarde, a principios del siglo 20, ambos, el Reino Unido y Uruguay (el único país de lo que es hoy el tercer mundo que lo implementara) lo implementarían. Y para los años treinta otros países, como Suecia, Holanda y Nueva Zelandia, siguen el ejemplo de similares reformas.

Con la continuación de las crisis sistémicas las luchas aumentan. El fascismo es derrotado en Europa durante la Segunda Guerra Mundial y se consolida el poder y la influencia de la Unión Soviética, que acelera la implementación del proyecto de bienestar social, adoptado por la mayoría de los países europeos, Canadá y Estados Unidos durante los cuarenta. En Europa ese estado de bienestar tendió a ser más universal mientras que los partidos, movimientos y organizaciones laborales de izquierda continuaron siendo importantes. En Estados Unidos el “Fair Deal” del Harry Truman, quien tuvo fuerte oposición de parte de los conservadores, se impuso con beneficios sociales y económicos que no llegaron a todo el pueblo norteamericano, pues continuó la discriminación y opresión de los afroamericanos, de muchos inmigrantes de origen latinoamericano, de chicanos, de blancos pobres y aborígenes. En Canadá, la implantación del estado de bienestar fue por consenso, pero tampoco benefició a las naciones originarias ni a otras minorías. En ambos, Canadà y EEUU, se trató de atraer a liberales para aislar a la izquierda, lo que permitió que gracias a la ideología de la “Guerra Fría” se persiguiera y reprimiera a miles de activistas y simpatizantes de izqquierda como taqmbién pacifistas y a quienes continuaron luchando por los derechos de la mujer, de los afroamericanos, y de los pueblos aborígenes.

La implementación del estado de bienestar no modificó el enriquecimiento de las clases dominantes ni que continuara su poder milenario, pero si aumentó significantemente la clase media. Esto hizo la vida diaria más llevadera pero a la vez confundió la realidad de la pirámide social, e hizo olvidar a la mayoría de la población que el 90 por ciento de ella vive de su trabajo, aún cuando este sea bien remunerado y prestigioso. Los trabajadores también se confundieron mucho, pensando que viven en un mundo “naturalmente” menos opresor, y no que los beneficios que disfrutan son resultado de años de lucha y de contratos colectivos.

Hace ya más de treinta años que el estado de bienestar viene deteriorándose, porque está siendo desmantelado aunque no al mismo ritmo en todas partes. En Noruega, por ejemplo, es donde se lo ataca menos, en los EEUU se lo ha atacado tanto que es prácticamente inexistente. Vale decir, el recreo está terminando y este importante paréntesis en la historia del mundo “desarrollado” viene cerrándose definitivamente. Es que para los ricos tiene poco sentido mantenerlo, confiados como están en que su ideología de “arribismo y consumismo universal” ha llegado a todas partes, incluso al rinconcito más olvidado. Se sienten seguros. Ya nada queda al este de Europa que aunque sea ideológicamente los amenace, existe si, una clara posibilidad de fascismo.

La clase política y muchas organizaciones sindicales, mayormente en el mundo “desarrollado,” se han vendido y están hoy al servicio de los poderosos. Hoy como antes todo depende de la capacidad y energía de los trabajadores y pueblos para volver a luchar; sin grandes luchas las clases dominantes no han de compartir absolutamente nada. Hoy politiqueros baratos (muchos de ellos ex-izquierdistas) y sus administradores se jactan hasta en tribunas públicas de los derechos que existen, de la justicia y del desarrollo humano alcanzado. Olvidan que estos se lograron en base a sacrificios pagados por otros luchadores, sindicalistas y políticos –y ellos mismos, tanto como sus amos ricos, son enemigos acérrimos de esos derechos aunque se disfracen de hombres y mujeres avanzados cuando hablan. Por ejemplo, el 28 de marzo de este año el presidente Obama, hablando de los últimos bombardeos de la OTAN en Libia que sabemos han causado muchas muertes civiles, decía: “Desde hace generaciones, EEUU juega un papel único de punto de anclaje de la seguridad mundial y defensor de la libertad.”

Aunque las clases dominantes en los países desarrollados aceptaron el estado de bienestar han sido enemigas acérrimas de reformas similares y hasta mucho menos pretensiosas en los nuestros. Su cultura racista y colonialista, encubierta por la cultura judeocristiana, les ha permitido oponerse a toda liberación de los pueblos del tercer mundo e incluso conspirar contra ellos, tramar y ejecutar crímenes y genocidios hasta cuando estábamos simplemente enfrascados en proyectos económicos y sociales reformadores poco ambiciosos. Puede que llegue el día en que los ricos europeos estén listos a ejecutar similares crímenes en países de Europa y Grecia viene a la mente particularmente por el lenguaje despectivo con que se la trata. Me hace pensar que si el pueblo griego pusiera en peligro los arreglos del poder podría enfrentar un golpe de estado a la usanza de los que se implementan en nuestros países o que Grecia fuera invadida por la OTAN.

Es imposible que confiemos en los ricos del mundo sabiendo lo que han hecho en la historia; han destruido gran parte del planeta, denigrado pueblos enteros, causado todas las guerras e invasiones, carnicerías humanas que nos aterrorizan y paralizan, frustrado los sueños de millones de seres humanos, dejado sin aliento y sin futuro a millones y millones de niños y niñas. ¿Donde está la civilización racional y dialéctica de los juristas, sociólogos, sicólogos, científicos, humanistas, filósofos, y supuestos piadosos? La civilización de la tecnología de las comunicaciones, de las Naciones Unidas…Si el destino de la humanidad está en manos de delincuentes, antisociales, absolutistas a quienes no les queda mas espacio en el mundo para destruirlo.

viernes, 24 de junio de 2011

ALIENACION Y FETICHISMO: ¿CATEGORIAS OCULTADAS?

Una mirada a los Manuscritos Económicos y Filosofía



CUARTO CONGRESO CHILENO DE SOCIOLOGIA





Valparaíso, abril de 2011







Juan Varela Reyes




ALIENACION Y FETICHISMO: ¿CATEGORIAS OCULTADAS?

Una mirada a los Manuscritos Económicos y Filosóficos


Juan Varela Reyes a*


Resumen:

Sobre el escenario de los procesos de globalización han ido emergiendo nuevas problemáticas asociadas y que condicionan y determinan la situación en que se desenvuelven millones de trabajadores. La precarización laboral, la flexibilidad laboral son algunos de esos fenómenos de los que damos cuenta. Emergen también nuevas conceptualizaciones para analizar estos hechos y la rapidez con que éstos van sucediendo, subsumen ciertas categorías que aparecen invisibilizadas u ocultadas tras esos escenarios.

Sin embargo, persisten viejos problemas de los cuales nos cuesta dar debida cuenta, producto más que nada de la velocidad en que se desenvuelve la vida en las actuales circunstancias, y de la presencia de un discurso dominante, único y cuyo objetivo es entregar una sola versión y visión de ese proceso.

En este trabajo se intenta, de manera abierta, escenificar dos fenómenos considerados como efectos de los procesos de producción: la alienación y el fetichismo de la mercancía Ellos se abordan, de una manera muy resumida, a partir de una lectura de los Manuscritos Económicos y Filosóficos de 1844, de Carlos Marx.

Palabras claves: alienación, fetichismo.















Presentación

“Sólo en un orden de cosas en el que ya no existan
clases y antagonismos de clases, las evoluciones
sociales dejarán de ser revoluciones políticas.
Hasta que ese momento llegue, en vísperas de toda
reorganización gen eral de la sociedad, la última
palabra de la Ciencia Social será siempre:
El combate o la muerte, la lucha sangrienta o la
nada. Así está planteado inexorablemente el
dilema”

(C. Marx: “Miseria de la Filosofía”)

.
¿Por qué preocuparnos, en las actuales circunstancias, por aquellas situaciones problemáticas referidas al alma o al espíritu de los hombres: la alienación o enajenación y el fetichismo de la mercancía?

¿Acaso estas categorías, tan poco estudiadas y consideradas, permitirían explicar lo que hay de oculto tras esta vorágine capitalista – neoliberal?

¿Por qué preocuparnos de ello en estos tiempos en que parece no haber otras explicaciones sobre lo que ocurre, que no sean aquellas que provienen de los discursos dominantes, que imponen una sola visión y una sola versión de los hechos y fenómenos, económicos, políticos, sociales?

¿Es suficiente el dar cuenta de los resultados y de los efectos – cuantitativos la más de las veces – de la aplicación de un determinado modelo – el neoliberalismo – es decir, justificarnos en presentar respuestas positivistas y funcionalistas?

¿Se hace necesario mirar esto desde otra lógica para tratar de ubicar sus causas reales y efectivas?

Preocupaciones e interrogantes que, a primera vista pareciera no tienen un suficiente mérito sociológico convencional, y probablemente así sea, nos las hacemos de cara a lo que estamos asistiendo y viendo:

La implantación, mantención y profundización de un modelo capitalista – neoliberal a escala global que, en el caso de la sociedad chilena, ha sido desplegado en todas sus dimensiones: económicas, políticas, ideológicas, sociales, culturales y que a estas alturas aparece consolidado y sin aparentes posibilidades de ser cambiado, dado su alto grado de madurez y para decirlo en lenguaje común, se presenta como el resultado exitoso de un experimento de laboratorio reconocido en distintas latitudes como tal.
El diseño de condiciones económicas, políticas, sociales y culturales que hace que hombres y mujeres en nuestra sociedad vivan una suerte de estado de alienación o enajenamiento, lo que gradualmente les va llevando a la adquisición de ciertas patologías que afectan su alma y su espíritu: la inseguridad, el sentido de culpabilidad y otras, son las manifestaciones visibles de esta situación, de ese estado de alienación.
Sin embargo, estas situaciones son convenientemente ocultadas, tanto por los dirigentes de los procesos que las generan, como por los que se sitúan en ciertos espacios políticos, culturales, que las han subsumido bajo otros discursos, creemos por el potencial que su visibilidad encierra, ya que pone encima de los análisis un problema central a la hora de explicar la dominación y de buscar salidas y caminos para transformar radicalmente el estado de cosas existente.

A partir de ello, nuestra intención es enunciar la sospecha de que detrás de todos estos fuegos de artificio neoliberales se encuentra oculto o subsumido un problema mayor. Por tanto, lo que queremos con este trabajo es iniciar una reflexión, abierta, sobre los efectos que tiene para todos: hombres y mujeres, este momento de la historia en que el triunfalismo imperante no permite ver que hay muchos que están siendo y sintiéndose derrotados: en sus condiciones de vida, en sus posibilidades de hacer efectivo su reconocimiento como seres humanos dignos.

Una reflexión abierta, pero no tan sólo a sus debates y alcances, sino y sobre todo a lo que estamos desafiados a hacer para aportar a la construcción de un mundo nuevo y mejor. En ese sentido, nuestro esfuerzo no es tan sólo teórico o intelectual, como se acostumbra a llamar a la reflexión, sino también y sobre todo político, en el sentido de un compromiso por ese cambio necesario, urgente y vital.


La Alienación: ¿Cuál es el problema?

“El trabajador se convierte en una mercancía tanto más barata cuanto más mercancías produce” (C. Marx 1985: 28)

Nuestra sociedad ha alcanzado un alto grado de desarrollo, consiguientemente altos niveles de crecimiento, indicadores que dan cuenta de ese proceso son demostrados incesantemente por los medios de comunicación como un triunfo de los sectores que dominan la economía y la política.

Sin embargo, esta situación oculta hechos que están por detrás de ese triunfalismo, que dicen relación con el estado en que se hallan cada una de las partes integrantes que se relacionan en todo proceso de producción de mercancías: trabajo y capital.

Hacemos notar que, en nuestro caso chileno, el análisis del desarrollo del capitalismo ha ido poco a poco dejando de acercarse a las causas de los fenómenos para relevar tan sólo ciertas explicaciones sobre los efectos que provoca, más que nada en algunos índices objetivos de su aplicación: aumento de la pobreza, exclusión social, marginalidad; situaciones que no dejan de ser importantes pero que no abordan el problema de fondo, el que, a lo más lo evidencian y es utilizado la más de las veces, para desplegar lo que eufemísticamente es conocido como “políticas de intervención social” “programas sociales”, que al final dejan intacto el problema de fondo: la explotación de los trabajadores, que a pesar de la ausencia sobre su análisis, sigue viva y ordenando la vida de los seres humanos, y su historia individual y colectiva.

Algunos de los aspectos que se han ido dejando de lado en el análisis de la sociedad capitalista son: su desarrollo, sus crisis, y sobre todo el análisis contradictorio de los sujetos que la componen: el capital y el trabajo y las relaciones sociales históricas que la han ido configurando. Es ese divorcio, esa contradicción entre capital y trabajo lo que hoy día nos cuesta explicar suficientemente. Pero no tanto su racionalidad práctica sino sobre todo su sentido histórico y, al carecer de ello, tampoco se puede explicar la razón histórica de la alienación del trabajo, porque ese fenómeno hunde sus raíces en la oposición capital – trabajo, dentro de la sociedad capitalista.

Además, nos damos cuenta de que no se suele analizar en forma suficientemente crítica las relaciones sociales de producción, es decir, la contradicción capital – trabajo. De esta contradicción se deriva una relación invertida o perversa entre el ser humano y los objetos. Pues, debido a que la fuerza de trabajo interesa al capital sólo como valor de cambio, los objetos que ella produce bajo el dominio y la explotación del capital pierden su calidad de valor de uso (útil o estético) ante el trabajador, para convertirse en lo que son para el capitalista, es decir, meros valores de cambio (o “mercancías”).


La paradoja del capitalismo es que el obrero no tan sólo produce mercancías, sino que se produce a sí mismo como una mercancía más, lo que determina su enajenación y con ello va perdiendo el sentido de su tarea como productor y como ser humano, porque este proceso lo va privando de ser él mismo: un ser humano con vida histórica. La alienación es una realidad generada por el doble despojo de que es objeto el trabajador: 1º, despojo de su producto; 2º despojo de la plusvalía.

Iniciar el análisis sobre la alienación implica también abordar de alguna manera, a lo mejor superficialmente, otro problema que le va muy ligado: el fetichismo de la mercancía, que consiste básicamente en atribuirle propiedades mágicas a las mercancías no bien éstas son transadas en el mercado, una vez desplegado su valor de cambio.

El gran signo o problema de este tiempo es la separación del sujeto del objeto, este dualismo entre lo que los hombres aspiran y la realidad que día a día genera relaciones mediadas por el intercambio de cosas, objetos que se van personificando y personas que van cosificándose. Este dualismo se hace presente tanto en la alienación, en que el objeto se enfrenta como algo extraño a su productor como en el fetichismo, cuando le atribuimos cualidades misteriosas al producto del trabajo humano.

Es decir, el hombre va produciendo objetos que una vez integrados al espacio de intercambio, el mercado, se vuelven contra él, hasta el punto que esos objetos adquieren a sus propios ojos y a los ojos del común de la gente características “mágicas” y “misteriosas” o “sobre naturales”.

Pero, a su vez el hombre, el trabajador se relaciona con el fruto de su trabajo – el producto – de una manera extraña. Se le escapa, no sólo su trabajo se convierte en objeto, sino que éste existe fuera de él, cobra vida y se le vuelve una amenaza como se explicará más adelante.

Algunos aspectos sobre la Metodología.

Para tratar de abordar el problema de la alienación y del fetichismo y su vinculación con la realidad concreta se nos presentan varias vías, cada una de las cuales nos pone ante distintas interrogantes, para dar una cuenta de ello, sin embargo, la pregunta común y general en cada caso es: ¿desde dónde hablar?. Mencionaré tres posibles puntos de partida: (a) el positivismo, (b) el funcionalismo y (c) el realismo de la práctica y vida de los explotados por el sistema.

(a) Si partimos de ciertos presupuestos positivistas, nos toparíamos con la afirmación de que para abordar éste y otros problemas debemos dejar de lado la subjetividad y la ideología. Pero detrás de esa afirmación hay una postura ideológica

En esta misma línea se podría plantear que la alienación es una “cosa” que hay que explicar con suficientes datos y con unas “reglas” determinadas a priori; pero la alienación es el resultado de relaciones sociales que se sitúan en la realidad y producen formaciones y distorsiones que se sitúan en la mente de los trabajadores quienes son así inducidos a aceptarlas como algo natural, como pertenecientes a la propia esencia de los productos y, por tanto, inmodificables.

(b) La alienación o enajenación es un hecho histórico que se genera en la conflictiva y contradictoria relación capital – trabajo. Esta relación contradictoria es la expresión de un conflicto no resuelto entre las dos partes fundantes de esa relación. Sin embargo, desde la mirada funcionalista, se dirá simplemente que la sociedad capitalista es algo fundado en una suerte de armonía interna, mientras que los conflictos son siempre algo externo a ella, que ellos son generados por agentes externos que vienen a conflictuar esta armonía. No reconoce que la contradicción propia de la sociedad capitalista está dentro de ella misma.

La resolución de los conflictos se enfrenta muchas veces, por la vieja fórmula lógica: Tesis – Antítesis – Síntesis. Pero lo que se pasa por alto, intencionadamente en algunas ocasiones, es que en la propia tesis ya está encerrada la antítesis, en el nacimiento de la sociedad capitalista ya se expresa esa relación contradictoria, es más, si consideramos el capitalismo como relación social, él nace justamente porque la encierra.

(c) Para nuestro caso, trataremos de ser explícitos: nuestra ubicación, el lugar desde el que queremos hablar es desde el lado de los que sufren las consecuencias de un sistema que no considera al trabajador como ser humano, sino como una simple mercancía y a la vez productor de mercancía. Tenemos la sospecha de que todo lo que se ve como luces del capitalismo no es sino la contrapartida y el resultado de sus grandes lados oscuros, o que el triunfo momentáneo de unos pocos se hace merced a la derrota de los más.

Nuestra mirada tiene una intencionalidad y un sentido. Frente a este problema aspiramos a no ser neutrales. En el siguiente planteamiento de A. Gouldner, que compartimos, se afirma de alguna manera lo que hay detrás de nuestra intencionalidad “el teórico necesariamente tiene supuestos básicos subyacentes a la teoría, es decir, puntos de partida que son previos a la teoría, que están por debajo. Y no sólo están por debajo subyaciendo, sino que a la vez la condicionan” (A. Gouldner 1984: 57)

¿Y cuáles serían, en este caso para nosotros esos supuestos básicos subyacentes?

La ideología: la entendemos, resumidamente en este trabajo, como el medio que permite disolver, a través de la palabra y el pensamiento, contradicciones que se nos presentan como insolubles y, a partir de ello, su sentido es explicar de una manera no contradictoria un mundo de contradicciones y desde esa explicación devolver a los individuos, de forma ideal, una realidad que los hechos han enajenado.

La crítica: Nos planteamos acá la pregunta: ¿en nombre de qué se puede criticar? Los problemas que desarrollamos en este trabajo tienen su origen en un espacio determinado y buscan unos fines determinados. Ese espacio y esos fines se encarnan en lo que llamamos el poder, cuyo fin determinado es encontrar aquellas formas que le permitan mantener y perpetuar su dominación, es decir, hablamos del poder dominante.

Si partimos desde allí, entonces la respuesta a la interrogante sería: en nombre de un fin diferente del que persigue el poder, asumiendo que no podemos hablar solamente de un fin determinado, sino también de las condiciones de posibilidad desplegadas y de las acciones tendientes a lograr ese fin. Es por eso que asumimos una posición crítica que tiene como preocupación la realización de un fin diferente. No se tratará entonces de una crítica abstracta o moralizante o fundada en virtud de valores o principios absolutos. La enajenación, el fetichismo de la mercancía, junto con ser formas de mortificación de los hombres, son también formas mediante las cuales el poder busca dominar, por tanto la crítica la entendemos a partir de esa materialidad de la vida y sus efectos.

La sospecha: que detrás de las luces de los escenarios en que nos movemos hay una situación grave: de manera oculta, día a día se comete un asesinato, alguien está despojando a otro de lo más valioso, en las actuales circunstancias, alguien está siendo reducido a mercancía y se le está privando de su dignidad, el trabajador explotado y alienado en su condición de tal y, fundamentalmente, como ser humano.












La Alienación, una categoría Ocultada

“La sustancia es, de este modo espíritu, unidad autoconsciente del sí mismo y de la esencia, pero ambas tienen la significación del extrañamiento el uno con respecto al otro” (F. G. Hegel 1966:287)

Como problema, como distorsión, la alienación, se instala en la mente de las personas afecta a sujetos concretos. Decir que la alienación consiste básicamente en salir fuera. Un artesano o un artista fabrica un objeto, al fabricarlo, ha puesto algo de sí mismo en el producto de sus manos, pero, de pronto, ese producto escapa del control del artesano, cambia de dueño y pasa a ser de otro: el productor ya no se reconoce a sí mismo en el objeto por él fabricado, el producto se transforma en algo extraño y hostil para él.

Para Hegel, la alienación era un momento negativo, pero necesario en la historia del espíritu humano, mediante el cual éste iba llegando por etapas al saber absoluto. Para Marx, por el contrario, la alienación resulta de la explotación del trabajador por parte del capitalista, cuando éste le compra al obrero su fuerza de trabajo y lo despoja del objeto que produce.

De alguna manera, es esto lo que presenciamos en la actualidad. Sujetos embrutecidos por el trabajo y alguien tratándoles de hacer creer y entender que su situación de explotación se resuelve en otro espacio, por ejemplo, el espacio del consumo, donde se realiza lo que él produce: las mercancías. Sin dudas, el consumo exacerbado y su extrapolación, el consumismo, produce grados espurios de realización humana que no alcanzan para dar la idea de un hombre plenamente realizado en su condición.

Lo que nos interesa para nuestro caso es el análisis de la alienación que se genera como producto y resultado del trabajo enajenado. En este sentido, nuestra mirada se basará centralmente en lo que plantea Carlos Marx en los “Manuscritos Económicos y Filosóficos de 1844” y concretamente en el capítulo sobre “El Trabajo Enajenado”.

Y Marx parte del hecho económico, siguiente:

“El obrero es más pobre cuanta más riqueza produce, cuanto más crece su producción en potencia y en volumen. El trabajador se convierte en una mercancía tanto más barata cuantas más mercancías produce. La desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas. El trabajo no sólo produce mercancías. Se produce también a sí mismo y al obrero como mercancía, y justamente en la proporción en que produce mercancías en general” (C. Marx 1985:32)

Este hecho demuestra lo siguiente: el trabajo del obrero se expresa en un objeto, este objeto producido objetiviza a su productor y lo esclaviza, ya que, al haberle sido arrebatado y convertido en valor de cambio o mercancía por el explotador capitalista, se enfrenta a él como un objeto extraño – pues ya ha dejado de tener para él un valor de uso – y el trabajador se vuelve extraño para consigo mismo, porque no se reconoce en el objeto que él mismo ha fabricado, al contrario, se enajena en él.

Como señalamos previamente, la paradoja de ello es que al mismo tiempo que el obrero produce mercancías se produce a sí mismo como mercancía, lo que le lleva a un estado de enajenación, perdiendo el sentido de para que produce y de su lugar en el mundo, mundo que le priva de ser él mismo, ya que como una cosa más no encuentra lo que le es distintivo, su esencia como ser humano. El obrero produce mercancías y como el fruto de su trabajo se convierte en una mercancía, más se enajena en esas cosas y hace que se sienta extraño, enajenado en ese mundo que ha producido y del cual ya no es parte integrante, sino una mercancía más.

En los Manuscritos Económicos y Filosóficos, Marx analiza las formas determinantes de la alienación: del obrero con respecto del producto de su trabajo, del trabajo como ajeno al trabajador, de la alienación del ser genérico del hombre y de la alienación del hombre con respecto a otro hombre.

1.- La alienación del obrero respecto al producto

Lo primero que analiza Marx es la alienación del trabajador con respecto al producto del trabajo, la mercancía, con respecto al obrero; es ese producto que escapa a su control y se convierte en algo hostil, independiente, autónomo, extraño y se enfrenta a su productor y adquiere una fuerza que es directamente proporcional al hecho del aumento de su pobreza. .

Este proceso de alienación con respecto al producto sobre su productor tiene dos sentidos:

Dominio del objeto sobre el sujeto, de lo inerte sobre lo que tiene vida.
Dominio de lo creado, la criatura sobre su creador.

Estas relaciones de dominio implican que las mercancías producen al obrero y el capital al trabajo. El obrero es una mercancía más que se ha objetivado en el producto de su trabajo.

Implican, también que mientras más se desarrolla la sociedad capitalista mayor es la dominación que los productos ejercen sobre sus productores directos y al final toda la base de la economía capitalista expresa más las necesidades o determinaciones atribuidas a los productos que las de sus productores, más las necesidades del mercado (cuánto producir) que las necesidades de los seres humanos (para qué producir)

Sólo a manera de complemento, porque ello no es parte de este trabajo, habría que decir que lo anterior tiene una importancia central en la teoría económica de Marx, pues remite al problema del valor de las mercancías. En un caso se trata de la pregunta por el aspecto cuantitativo, es decir cuánto es lo que vale una mercancía, en otro caso, más de aspecto cualitativo, la pregunta es el por qué del su valor.

En los Manuscritos Económicos y Filosóficos se expresa esto de la manera siguiente: “el objeto que el trabajo produce, su producto, se enfrenta a él como un ser extraño, como un poder independiente del productor. El producto del trabajo es el trabajo que se ha fijado en un objeto que se ha hecho cosa: el producto es la objetivación del trabajo” (C. Marx 1985:33)

En las actuales circunstancias el “mundo de las cosas” ejerce un poder sobre los seres humanos y les hace girar sobre el eje de los objetos, los domina y les programa con tal fuerza que todo su ser se cosifica y reifica. Toda su vida programada y cosificada gira por el motor de la producción de productos, que se le escapan y forman un mundo aparte: “el mundo de las cosas”

Y ese “mundo de las cosas” descansa sobre una contradicción: las relaciones sociales de producción, pues el trabajo de los obreros: “produce maravillas para los ricos, pero produce privaciones y penurias para los trabajadores. Produce palacios, pero aloja a los trabajadores en tugurios. Produce belleza, pero tulle y deforma a los trabajadores… produce espíritu, pero produce estupidez y cretinismo para los trabajadores”. (C. Marx 1985: 35) Es decir, los trabajadores producen cosas que, directamente son para satisfacer necesidades, pero no “necesariamente” las propias. Esto lo abordamos de forma más directa en el tema del fetichismo de la mercancía.

Con su trabajo, el obrero produce todo lo que se ve, pero ello no está al servicio de sus propias necesidades ni de su felicidad; las primeras necesidades que satisface son las necesidades de otros y, como decíamos, las necesidades atribuidas a los propios productos.

Con su trabajo, el obrero debiera producirse a sí mismo, tanto como trabajador, y fundamentalmente, como ser humano, un trabajador con su propia identidad Pero, el proceso al que se ve enfrentado le va quitando su sentido de pertenencia, su personalización y el sentido que tiene su vida; sentido que ahora es producir para otro. En las actuales circunstancias la identidad del trabajador, es centralmente la de productor, eludiendo la más de las veces su pertenencia a una clase determinada como patrón de su identidad.


2.- La enajenación del trabajo.

Si el producto del trabajo se convierte en algo extraño, ajeno al trabajador y lo aliena, si ese objeto inactivo se enfrenta a algo vivo, entonces la actividad misma es una actividad enajenada.

En los Manuscritos Económicos y Filosóficos Marx señala que: “el trabajo es externo al trabajador, es decir, no pertenece a su ser; en que en su trabajo, el trabajador no se afirma, sino que se niega; no se siente feliz, sino desgraciado; no desarrolla una libre energía física y espiritual, sino que mortifica su cuerpo y arruina su espíritu. Por eso el trabajador solo se siente en sí fuera del trabajo, y en el trabajo fuera de sí” (C. Marx 1985: 35)

Tenemos, entonces el problema que el trabajo no representa para el obrero una actividad que le haga feliz, ni le permita la satisfacción de sus propias necesidades, se ha transformado en un medio para satisfacer otras necesidades, que le son extrañas, por tanto su trabajo no le pertenece, sino que es propiedad de otro. Si el trabajo pertenece a otro, entonces el trabajador no se pertenece a sí mismo; es por ello que el hombre – trabajador sólo se siente libre en sus funciones animales y en sus funciones humanas se siente como un animal, es decir: “humano en lo animal y animal en lo humano”.

Si la vida es actividad, en el trabajador su actividad es el trabajo, y si éste se vuelve contra el trabajador, se independiza de su esencia, ya no le pertenece. Ahora, si el trabajo no le pertenece, y es algo que por el contrario le oprime, que le aliena, entonces el trabajador va perdiendo el derecho de ser libre y responsable de su vida, porque su actividad, aquella que debiera pertenecerle es de otro, por tanto su libertad y su responsabilidad de ser están alienadas.

3.- La alienación del “ser genérico del hombre”

“Aún hemos de extraer de las dos anteriores una tercera determinación del trabajo enajenado” (C. Marx 1985: 35)

El hombre no puede ser escindido en dos dimensiones, que se presentan generalmente como opuestas y antagónicas. Hay que partir del hecho de que el hombre es un ser a la vez histórico y natural, es decir, una sola unidad, o sea, considerando los dos aspectos de su totalidad, por una parte, el hombre como ser natural y, por otra, el hombre como ser social.

El individuo, concretamente, es un ser social, es parte de una sociedad, pertenece a ella y cuando esta sociedad se le presenta como algo separado de él y hostil, lo que ocurre en la sociedad capitalista, la relación establecida se invierte y entonces ese lugar (el espacio social) no es lugar de realización, sino de desrealización. Su conciencia social (conciencia que tiene su generación en esta sociedad capitalista) se le enfrenta y llega a sentir esa conciencia como algo extraño, algo que no es de él.

Para entender un poco más esta forma de alienación se hace necesario relacionarla con los otros dos tipos de alienación ya vistos:

i. En el primer caso: “el trabajo alienado, al arrebatarle al hombre el objeto de su producción, le arrebata su vida genérica, su real objetividad como especie, y convierte la superioridad del hombre sobre el animal en una inferioridad, puesto que le arrebata su vida inorgánica, la naturaleza” (C. Marx 1985: 36) Es decir, el trabajo alienado, junto con arrebatarle al trabajador su producto, le quita su lugar natural, en donde el hombre realiza su trabajo.
ii. La actividad del hombre debiera tener como horizonte el de crear más vida; toda la vida es actividad y en el caso del ser humano ésta es esencialmente una actividad productiva y creadora de vida, pero la alienación del trabajo, el trabajo alienado, está determinado sólo a crear más vida para otro, para el dueño del capital, crea muerte (privaciones) para el trabajador, de ahí que él no se realice como ser humano con la actividad productiva que realiza para otro, de ahí también se genera su desrealización en cuanto hombre, en cuanto perteneciente al género humano.

La alienación del ser genérico del hombre no viene a ser otra cosa que la degeneración del hombre. Trabajadores que no realizan en su actividad productiva sino los fines de los dueños del capital y no los propios.

La alienación del ser genérico del ser humano se ubica en el plano económico, se presenta como la alienación del trabajo social, en cuanto ese producto del trabajo se objetiviza como mercancía que tiene un valor de cambio y no como aquello que mediante su uso (práctico, estético o lúdico) permitiese su realización como ser humano. Si el producto del trabajo del obrero es algo que se le vuelve, se le presenta de manera invertida, algo ajeno a él, entonces el trabajo es también algo ajeno a su naturaleza. Teniendo como su base ello y considerando el trabajo productivo como actividad social, hecho para modificar y transformar la naturaleza en provecho propio y de la sociedad, la conciencia que de ello tiene es también una conciencia alienada, porque trabajo y producto no le pertenecen, son de otro: del capitalista que se apropia de ambos y le hace pensar y sentir de acuerdo con una conciencia ajena. Todo ello en un contexto específico: en una sociedad particularmente determinada: la sociedad capitalista; bajo unas relaciones sociales específicas: las relaciones capitalistas de producción.

4.- La alienación del hombre respecto del hombre

Si consideramos las tres formulaciones anteriores cabría señalar que:

- El producto del trabajo está alienado, se separa de él, pero no es que ese producto no tenga dueño o que no pertenezca a nadie, pertenece a otro.
- Si la actividad productiva que realiza está alienada es porque pertenece a otro.
- Si se dice que el ser genérico del trabajador está alienado, se entiende que está alienado con respecto a sí mismo y con respecto a otro o, como se lo explicará en seguida, a los otros que con él deberían configurar la red social.
-
“La alienación del hombre, y en general toda relación del hombre consigo mismo sólo se realiza y se expresa en su relación con los demás hombres” (C. Marx 1985: 37)

Hasta ahora hemos hablado de otro a quien pertenece el producto del trabajo del obrero, a ese otro pertenece también la actividad productiva, o sea, el trabajo y también el ser genérico del hombre. Y conviene preguntarnos quien es ese alguien dueño del trabajo y de su producto y que determina una conciencia específica sobre la sociedad.

Distintas respuestas se dan a esta interrogante que es necesario analizar, ya que ahí se fundamenta esta determinación o forma de alienación desprendida de ese hecho económico: el trabajo enajenado.

Una respuesta proviene del campo religioso, es decir, ese otro “dueño de todo” sería la idea de Dios: Respuesta que refleja el punto de vista del cristianismo, de una iglesia jerárquica que con su discurso elogia la pobreza de los más pobres y la canoniza. Pero en nuestro caso se trata de un hecho concreto, material: alguien le arrebata el producto de su trabajo al obrero y ese alguien, en este caso, serían los dueños de los templos, los sacerdotes y la iglesia y no Dios o los dioses los posibles dueños. Esa sería una respuesta.

Otro posible dueño sería la propia naturaleza: la naturaleza dueña del producto y la actividad del obrero. A este respecto Marx señala que ello no deja de ser un contra sentido, ya que el hombre se valora más así mismo en cuanto dominador de la naturaleza por medio de su trabajo y no tendría sentido renunciar al “goce de la producción y al disfrute de su trabajo” como resultado de su trabajo.

No siendo entonces ni los dioses ni la naturaleza, Marx plantea que ese alguien, ese otro, el dueño del trabajo y su producto no es otro que el propio hombre. En el fondo toda alienación es de un hombre con respecto a otro hombre, de la expropiación de un hombre por otro. Pero sólo bajo sus formas concretas puede analizarse científicamente la alienación. Volviendo al inicio de la exposición estas formas son económicas en su base y en su raíz:

“En tanto el hombre no se reconozca como tal y no haya organizado humanamente su comunidad tendrá la forma de alienación, sujeto de esa, el hombre es un ser alienado de sí mismo. Los hombres son esos seres alienados, no en la abstracción, sino en tanto individuos reales, vivientes, particulares” (C. Marx 1985: 37)

A manera de resumen y siguiendo el hilo de los Manuscritos se podría señalar que la alienación en el pensamiento de Marx implica las ideas de usurpación e injusta suplantación. Así, a manera de ejemplo, en el ámbito económico, el dios del dinero suplanta a la dignidad el hombre, como consecuencia de la usurpación de la riqueza del trabajo; en la alienación religiosa al hombre se le arrebata su especificidad como centro del universo. Concibe la alienación del trabajo como una ruptura violenta de las relaciones normales del mismo, como una inversión arbitraria de la calidad esencial de la actividad humana. Frente a lo que el trabajo debiera ser aparece lo que es en realidad.

Bajo estas formas de alienación fundadas en un hecho real, se encubren otras formas de alienación ideológica.

i.- La de la Ciencia de la Economía que, en las actuales circunstancias, está alienada, alejada del espíritu científico, sólo entrega explicaciones ideológicas, muchas veces encubridoras de los verdaderos problemas económicos que afectan a los hombres, entre lo que se oculta: la alienación del trabajo.

¿Qué otra cosa son si no las explicaciones positivistas, subsumidas bajo el manto ideológico de lo cuantitativo y que encubren las verdaderas causas de los problemas económicos, sociales, haciendo diluir por la misma vía los efectos de la aplicación de modelos que no consideran la situación concreta y real de los trabajadores?

Ayudada por los datos y explicaciones positivistas, la ciencia económica en nuestra actualidad, disloca las claves del entendimiento que permitirían aproximarse a la esencia de la economía, al considerar que la clave estaría en como se distribuye el producto del trabajo en el consumo. En verdad la clave, a pesar de todo, sigue estando en el lugar en donde se produce, porque ahí, en ese nudo se generan los problemas centrales de explotación de los trabajadores y ahí se produce la alienación. Podemos relevar lo cuantitativo del proceso de producción, pero ello no resuelve ninguno de los problemas.

La explicación de la ciencia económica actual tiene esa trampa que se hace necesario poner encima de la mesa. Si el problema central estuviera en la distribución y no en la producción, entonces se deriva una implicancia política: los dominadores - o poderes dominantes) económicos, políticos – hablan en sus programas de una mejor distribución de la riqueza, dejando intacto el problema de fondo, el lugar, el modo de producción capitalista y los efectos que vemos.

Ii.- La alienación religiosa entendida como inversión de los valores.

En la sociedad capitalista la enajenación, cuya generación es un hecho material, la realidad se presenta distorsionada o invertida. Pero también las manifestaciones y creaciones del espíritu tienen esa misma característica. Los valores - ¿o los anti – valores? – aparecen invertidos. A manera de ejemplo, una de las patologías que más mortifica hoy a los hombres es su sentimiento de culpabilidad; se sienten culpables por no alcanzar el éxito que esta sociedad impone y exige como forma y contenido para lograr el reconocimiento social de los demás, pero en la práctica no se dice nada sobre los verdaderos culpables de que miles de trabajadores no consigan – aun con extensas jornadas de trabajo – siquiera satisfacer las mínimas necesidades y menos tendrán para cubrir otras necesidades, lo cual hace difícil, cuando no imposible alcanzar el éxito de una vida verdaderamente realizada o llena de sentido.

La sociedad capitalista invierte todo: la política, la religión, la cultura. Todo se presenta a los ojos de los hombres como algo invertido.

“Hegel parte del Estado y convierte al hombre en Estado objetivado, la democracia parte del hombre y convierte al Estado en un hombre objetivado. Así como la religión no crea al hombre, sino que es el hombre el que crea la religión, así también la Constitución no crea al pueblo, sino que es el pueblo el que crea la Constitución” (C. Marx 1987: 243)

iii.- Una alienación de las necesidades, como consecuencia de la alienación de la actividad productiva, las necesidades llegan a entenderse más como las necesidades del mercado que como necesidades de los seres humanos, necesidades de los productos y no de las personas.

Por último, es cierto que los trabajadores viven una situación de alienación: del producto de su trabajo, de su actividad productiva y de su ser genérico y ello con respecto a otro hombre. Nos proponemos la siguiente reflexión y sobre ella unas interrogantes.

Si hemos planteado que la situación o problema específico de la alienación atañe directamente al obrero y que hay un “otro”, el capitalista, dueño de los medios de producción y de su conciencia: ese otro: ¿está también alienado?

Intentaremos esbozar una respuesta, de forma atrevida. El empresario vive una contradicción: por una parte tiene intereses de clase que lo ligan a otros empresarios, por otra parte, esos mismos intereses lo oponen a los obreros y, de manera particular a la organización de éstos: los sindicatos. Pero, los otros empresarios son también sus competidores, entonces, sus intereses particulares (como empresario) lo oponen a ellos y sus intereses, llamémoslos privados (como persona pacífica) quiere entenderse con el otro (el trabajador).

¿Cuál sería la forma en que el empresario capitalista trata de suprimir o resolver esta contradicción?

Nuevamente, de manera atrevida, podríamos plantear que una respuesta sería: su negación como sujeto para enajenarse en el objeto que él mismo es para los demás. Tratará de escamotear e interpretar de manera distinta las realidades que molestan a los demás y que ellas (esas realidades) se enmarquen en una imagen aceptable del mundo y de sí mismo, dando cuenta de la realidad compleja y contradictoria de sus actos a través de intenciones y fines de las que él pueda ser el sujeto. En este sentido, la justificación es un acto ideológico, ya que se quiere justificar en el plano de los valores, intenciones y actos que son ajenos y alienados y que son reprochados por los otros.

































El Fetichismo de la mercancía.

“Al equiparar unos con otros en el cambio,
como valores, sus diversos productos, lo que
hacen es equiparar entre sí sus diversos
trabajos, como modalidades de trabajo humano.
No lo saben, pero lo hacen”

(C. Marx: “El Capital”)

Vivimos en una sociedad que avanza vertiginosamente, con cambios en todos los niveles y ámbitos de la vida social. Aparentemente, nuevas realidades y nuevos discursos y conceptos han ido emergiendo a la luz del acelerado proceso económico en curso, lo que ha dado lugar a que esas realidades se deban mirar y analizar con esos nuevos conceptos emergentes y sus luces. Sin embargo, tras toda esta acumulación de cambios y transformaciones subsisten y tienen lugar viejos fenómenos que, aunque se quiera ocultarlos u olvidarlos siguen ahí, presentes. En algunos casos se los quiere hacer aparecer como simples preocupaciones filosóficas sin ninguna relación con el carácter material de la realidad. En otros, se les relativiza, haciéndoles aparecer como meros resultantes, secundarios, de una situación que no guardaría en su seno grado alguno de conflictividad.

Es el caso del fetichismo de las mercancías, de los objetos, de las cosas. En este sentido, nos parece necesario tocarlo como problema, dada su estrecha relación con el tema de este trabajo, la alienación. Lo vemos importante a la hora de mirar esta realidad actual, en que los objetos aparecen como los principales mediadores de las relaciones entre los hombres, en que ellos adquieren tal grado de subjetividad que lindan con un carácter personificado. También es importante por que “la comprensión de este problema es condición necesaria para una clara visión de los problemas ideológicos del capitalismo y de su muerte” (G. Lukacs 1969: 90)

¿Pero, de qué se trata el fenómeno del fetichismo de las mercancías?

Sabemos que todos los objetos, que todas las mercancías que los individuos producen con su trabajo consideran dos tipos de valores. Por una parte, su valor de uso, es decir, la producción de mercancías tiene el objetivo de satisfacer determinadas necesidades humanas: comer, vestirse, abrigarse. En su esencialidad, los objetos están destinados a que los hombres produzcan determinados bienes necesarios para la vida. En ese mismo sentido, si consideramos el valor de uso de una mercancía, tendremos en cuenta su aspecto cualitativo, o sea, que es producto del trabajo humano.

Por otra parte, las mercancías tienen un valor de cambio, es decir, les asignamos un determinado valor que permite que éstas sean vendidas o compradas en un espacio determinado que llamamos mercado. Y es aquí donde surge el problema del fetichismo, cuando los productos adquieren la forma de mercancía:

“¿De dónde procede, entonces, el carácter misterioso que presenta el producto del trabajo tan pronto como reviste la forma de mercancía? Procede, evidentemente, de esta misma forma” (C. Marx 1973: 37)

Es decir, los productos frutos del trabajo adquieren un halo misterioso, “fantasmagórico” no bien se ubican en las vitrinas, en los escaparates de las grandes tiendas y ahí se llenan de “sutilezas metafísicas y resabios teológicos” (C. Marx 1973 36)

Queremos profundizar un poco más en el tema, ya que con lo dicho hasta aquí: pareciera que el carácter metafísico de las mercancías se originara recién en el mercado. Indudablemente, allí se expresa, pero no es allí donde se origina el problema.

El proceso de producción de mercancías es, en últimas, una relación social, vale decir, productores que producen objetos y dueños del capital que se han apropiado del trabajo y del producto de éste (alienación)

En el caso primero, habría que distinguir “esencialmente a la forma mercancía de otras formas generales de la riqueza es que su utilidad inmediata no se presenta para el individuo o el cuerpo social que la ha hecho surgir, su valor de uso es para alguien que no es su poseedor, la mercancía existe en tanto es valor de uso para otros, en tanto su utilidad directa no es para su productor” (A. García L. 2004: 46)

Pudiera caber la impresión que cuando el trabajador produce una determinada mercancía, en ese solo acto afirmara que está resolviendo el problema de la satisfacción de sus necesidades; la antigua fórmula “ganarás el pan con el sudor de tu frente” enuncia esta suerte de igualdad entre la acción del trabajo y el satisfacer necesidades. En realidad, con su trabajo, el trabajador crea mercancías que contienen en sí valores de uso, pero no son necesariamente para que él las use y las disfrute, sino que son otros los que harán uso de ellas.

En el caso y considerando su valor de cambio ellos, los productos “asumen la forma de mercancía en la medida en que son algo intercambiable en general, o sea, expresiones de la misma tercera cosa” (G. Lukacs 1969: 92)

La producción de mercancías está basada en la relación social: capital y trabajo. El fetichismo surge cuando esta relación se presenta como una relación social entre objetos y pareciera existe al margen de ellos. Los objetos adquieren vida propia en el lugar en que se intercambian, es allí donde se transforman en algo fantasmal, metafísico. Este hecho demuestra lo siguiente: el hombre se enfrenta a través de los productos, “con su propia actividad, con su propio trabajo, como con algo objetivo, independiente de él, como algo que lo domina a él mismo, por obra de leyes ajenas a lo humano” (G. Lukacs 1969: 93)

A ambas dimensiones del valor de la mercancía corresponden dos aspectos distintos del trabajo que la ha producido; el mismo trabajo produce, por un lado, utilidad (una cosa útil) y, por el otro, valor (una cosa inútil); por un lado, lo concreto y, por otro, lo abstracto. Se trata, entonces, de un trabajo ambivalente, es al mismo tiempo concreto y abstracto.

En esta sociedad capitalista la actividad productiva (alienada) se denomina trabajo. Y éste se desdobla en lo concreto y útil (puede ser usado) y en lo abstracto (algo que puede ser cambiado por su equivalente universal: el dinero). Combinando ambos aspectos del trabajo humano tenemos el resultado: la mercancía y el problema, el fetichismo, esa forma invertida de presentar el trabajo humano, a través de objetos que no le son propios al trabajador, por el contrario, le oprimen y le esclavizan.

Por ello las respuestas al problema del fetichismo de la mercancía debemos ubicarlas básicamente en la actividad productiva, el trabajo humano, en cuanto fuerza de trabajo que no le pertenece al productor directo, sino a quien lo explota mediante la extracción de plusvalía. Es cierto que las mercancías danzan en los escaparates, adquieren ribetes metafísicos, generan relaciones entre ellos, pero la explicación de ese fenómeno fetichista no está en el mercado, lugar en donde ellas se recubren, a decir de Marx, de sus formas “fantasmagóricas”, sino en el lugar en el que se producen, se visibilizan. Ello tiene una importancia, ya que las explicaciones de las que nos hemos hecho hasta hoy día, de lo que ocurre con los procesos económicos y sus causas y efectos las hemos invertido, hacemos el camino al revés.

De lo que se trataría es empezar a invertir, poner de cabeza las explicaciones dadas y sentadas, ello posibilita la comprensión real de los problemas, enfrentar ciertas trampas ideológicas y pensar en aportar a la transformación de este estado de cosas y construcción de lo nuevo y lo distinto.

Hemos planteado que en la producción material de sus vidas, los hombres producen bienes que les permiten satisfacer sus necesidades y que las mercancías tienen un valor ambivalente: de uso y de cambio, concreto y abstracto. Queremos agregar, brevemente, una reflexión sobre otros ámbitos de esta situación que tiene su punto de apoyo en el tema de las necesidades.

Las necesidades son un hecho histórico y el primer hecho histórico de los hombres es la satisfacción de sus necesidades básicas: comer, vestirse, abrigarse y produce bienes que le sirven para ello, pero que a la vez, cuando son producidos bajo el régimen de contratación de la fuerza de trabajo por el capital, esos bienes adquieren un carácter fetichista, adquieren características metafísicas.

Siguiendo ese hilo, una vez que el hombre ha satisfecho las necesidades vitales básicas, es conducido a nuevas necesidades que surgen de su relación con los demás: su necesidad de reconocimiento social, la de identidad, su reconocimiento como habitantes de un espacio o territorio determinado u otros y para ello produce ciertos bienes, conocimientos que le permiten afirmarse como tal, como perteneciente a algo, a algún lugar.


Si tratamos de visualizar esa situación de producción de bienes ahora desde lo cultural lo subjetivo se podría señalar que la generalización de las relaciones mercantiles, los modos de reificación relacionados con el fetichismo de la mercancía se irradian desde el reino de la producción de objetos al de la producción de identidades sociales. Señales típicas de las identidades colectivas, tales como territorio, cultura, historia o religión aparecen como entidades autónomas. Identificados mediante esas señales, pueblos interconectados llegan a vivir vidas separadas, cuyas propiedades definitorias parecen surgir de los atributos intrínsecos de sus “historias”, “culturas” o “patrias”


En la medida que el fetichismo de la mercancía se enraíza profundamente en la sociedad, funciona como un esquema cultural que permean otros dominios socio – culturales.

Algunas reflexiones al final.


- Lo que se ha intentado con este trabajo es entregar una visión, aunque vaga pero abierta, sobre algunos de los problemas asociados al desarrollo capitalista en nuestra sociedad. Creemos que nuestra desordenada reflexión ha contribuido solamente a poner en escena la alienación del ser humano y el fetichismo de la mercancía. Se trata de problemas asociados al quehacer universal, material, real de los hombres: su actividad productiva, la producción de mercancías que se da en este “capitalismo moderno”.
- Vivimos en una sociedad capitalista que ha hecho del valor de cambio el centro de las preocupaciones del ser humano. En ella todo se intercambia, lo material, las cosas, los objetos, como también las distintas manifestaciones del arte, la cultura, en suma del espíritu humano.
- Pero también se trata de una sociedad capitalista en crisis. Sus propias crisis de crecimiento, de reproducción de todo lo que produce. Están en crisis las expectativas de los seres humanos por alcanzar su emancipación en una sociedad que lo tiene todo regulado y normado.
- Pero no está en crisis la idea de que es necesario una sociedad nueva y mejor. Frente a las promesas no cumplidas de una modernidad para todos, sigue en pie la idea que es necesario soñar y construir nuevas utopías en donde los sujetos tengan la capacidad de ser dueños de su historia y su devenir.
- Sobre ese marco de expectativas, el abordar estos problemas tiene sentido, al menos para el que escribe, porque ello permite abrir otras ventanas y otras puertas al entendimiento y comprensión de lo que ocurre y no tan sólo las ventanas que hacen ver solo una parte de la realidad y no su totalidad. .








BIBLIOGRAFIA


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Gouldner, Alvin: “La crisis de la Sociología Occidental” AMORRORTU, Buenos Aires, Argentina

Hegel, George: “Fenomenología del Espíritu” FCE, México, 1966

Lukacs, Georg: “Historia y Consciencia de Clase” Editorial GRIJALBO, México D. F. 1969

Marx, Carlos: “Manuscritos Económicos y Filosóficos de 1844” Editorial Progreso. Moscú 1985

Marx, Carlos: “El Capital” Crítica de la Economía Política” FCE México 1973

Marx, Carlos: “Escritos de Juventud” FCE, México 1987


* Sociólogo, Magíster en Ciencias Sociales. Equipo de Investigación EN CAMINO


* Sociólogo, Magíster en Ciencias Sociales. Equipo de Investigación EN CAMINO

martes, 21 de junio de 2011

España - 19-J/ himno a la alegría

Miguel Romero *
-“Oye, ¿dónde está nuestra gente?”
-“¿Cuál de ellas?”

1. El que pregunta buscaba al cortejo de Lavapiés que se le había despistado entre calle y calle. El que responde está mirando a la muchedumbre de cortejos, grupos, colegas… hermanados como nunca, que abarrotan la Ronda de Atocha camino de la Plaza de Neptuno, convencidos por primera vez en ni se sabe los años de que, como dice uno de lemas más hermosos y subversivos del 15-M: “Dormíamos. Nos hemos despertado”. Toda aquella gente era, efectivamente, nuestra gente.

¿Cuanta gente? Era especialmente importante que después de la tremenda campaña intimidatoria política y mediática desencadenada tras el 15-J catalán hubiera mucha gente en la calle, especialmente el Barcelona. Y ha habido muchísima gente en Barcelona, lo que constituye la mejor noticia del 19-J, en sí misma y para el futuro del movimiento. Pero también, proporcionalmente a las posibilidades de cada lugar, en todas partes: en Canarias, en Galicia, en Ávila… Y hasta 8.000 en Bilbao y 5.000 en Donostia; si no lo veo, no lo creo.

¿Y en Madrid? En Madrid, tenemos a Lynce, el no va más del conteo “científico” de manifestantes. En esta ocasión, el conteo “cabeza a cabeza (sic)”, ha dado “37.742 personas, con un margen de error del 12% (resic)”. Dividiendo por seis, sale a poco más de 6.000 personas por columna. Ni hablar. Hasta 6.000 sabemos contar sin necesidad de fotografías aéreas. La cifra real de manifestantes estuvo mucho más cerca de los 150.000 que dio la acampada, que de los cálculos de estos Standard & Poor´s de la medida de manifestaciones. A ver cómo cuentan cuando venga el Papa.

2. Si esta vez era especialmente importante el número de manifestantes, como prueba del crecimiento y la extensión del movimiento, hay también otros avances en el contenido y las formas de acción.

En Madrid, ha sido una idea genial la organización de columnas de manifestantes desde barrios y pueblos, como un enramado de afluentes que desembocaron en la reunión general en la Plaza de Neptuno. Una idea que, por cierto, viene del ala militante del movimiento obrero madrileño (http://marchasanticrisis.wordpress.com/), a la que el 15-M tuvo la inteligencia de sumarse; los resultados de la sinergia han sido espectaculares.

Esta forma de marcha ha creado por sí sola una conciencia de movimiento y de causa común potentísima. Ha propiciado también una intensa emoción y alegría compartidas –imposible describir con palabras lo que se sintió en la columna que venía del Sur cuando volviendo la cabeza vimos aproximarse a la multitud que venía desde el Este- sentimientos que no son en absoluto ajenos a la política entendida como una práctica emancipatoria; tantos miles de abrazos auténticos entre la gente son la imagen antagónica de las risas y las carantoñas estúpidas de los políticos profesionales cuando posan para las cámaras. Terminar la concentración masiva de la Plaza de Neptuno con el Himno a la Alegría de la 9ª sinfonía de Beethoven, secuestrado como "himno oficial" de la Unión Europea, sido una bonita idea.

Ha habido también un ambiente más “popular”, menos protagonizado por jóvenes, una participación mucho más numerosa que en otras ocasiones de gente “mayor”. En este sector, la idea de: “Dormíamos. Nos hemos despertado”, toma un sentido especial, que se expresa en muchas declaraciones: algo así, como un “arrepentimiento” de la pasividad del pasado -de los “años de plomo” de tantas batallas perdidas, porque no se dieron, desde mediados de los 80 - junto con un compromiso de no aceptar más somníferos, vengan de donde vengan.

Se abre así la posibilidad de afrontar una cuestión central para el movimiento: la plena incorporación a él de las clases trabajadoras. Es un objetivo y un desafío muy difícil. La iniciativa que se está considerando de convocar una huelga general con autonomía de los sindicatos es muy arriesgada, pero no es desdeñable. Sin moverles la silla a los sindicatos mayoritarios no vamos a ninguna parte. Moviéndola, quizás incluso pueda haber un margen de acuerdo con ellos y, en todo caso, se puede potenciar el crecimiento de la simpatía hacia el 15-M y la participación en él de militantes y dirigentes sindicales –que existe desde el primer día en los sindicatos “alternativos” y ya se está impulsando por militantes de CC OO-, así como la formación algunos nacientes “grupos 15-M” en centros de trabajo: una idea magnífica.

Ha crecido también la participación de inmigrantes, especialmente latinoamericanos que cuentan con la ventaja para la participación del idioma común. Queda mucho por hacer, pero es vital que el movimiento sea capaz de ser solidario en las "distancias cortas", con quienes sufren los golpes más duros de la ausencia de derechos, la represión y la crisis.

Un movimiento en construcción necesita éxitos prácticos. Ya lo es, y de grandes dimensiones, haber conseguido en poco más de un mes constituir una expresión política, con creciente apoyo social, de la indignación popular contra el sistema político y la dictadura de los mercados. Pero hacía falta algo más tangible, que se pudiera tocar con los dedos. En este sentido, la contribución a la extensión de las agrupaciones de afectados(as) por las hipotecas y las acciones de solidaridad contra los desahucios, que están consiguiendo detenerlos, (http://afectadosporlahipoteca.wordpress.com/) han fortalecido la confianza y la moral del movimiento y su carácter solidario con las víctimas, frecuentemente inmigrantes, de la gigantesca estafa bancaria que exige cantidades impagables, además de la dación del piso, ante el impago de hipotecas-timo, comprometidas ingenuamente y sin leer la letra pequeña en los tiempos de la “burbuja inmobiliaria”. Por cierto, estas acciones anti-desahucio no están contando con la solidaridad, ni siquiera formal de los sindicatos de Banca. Sería muy útil que esta solidaridad se expresara urgentemente, lo que serviría también para desmentir las siniestras noticias de que CC OO de Banca apoya a la patronal bancaria en nombre de la “estabilidad del sistema financiero”.

3. Un nuevo movimiento social, y más aún un proyecto de nuevo movimiento social, entra difícilmente en las clasificaciones políticas habituales. En todo caso, el 19-J ha concluido el debate, muy poco interesante, sobre si el movimiento era “de izquierdas”, o se limitaba a la presión sobre el sistema en nombre de reformas democráticas y una difusa demanda de justicia social. Estamos, en realidad, ante el nacimiento de un “pueblo de izquierdas” que ha estado ausente de la realidad española, o al menos no ha tenido conciencia de sí mismo, desde los tiempos de la República. La diversidad política, ideológica, de experiencias, aspiraciones y tradiciones, es enorme como no podía ser menos. Pero llama la atención la dinámica vertiginosa de maduración política común. No sé si valora cómo se merece, la capacidad de respuesta al ataque político y mediático posterior al 15-J. No sólo no han conseguido amedrentar a la gente, sino que tampoco la han alejado un milímetro de la desobediencia civil pacífica que es su identidad y su método de acción fundamental, sin necesidad de directrices o consignas de ninguna parte, como fruto natural de la reflexión y la determinación de las personas que participan o simpatizan con el movimiento.

Los medios destacan el carácter “pacifico” del 19-J, después de haber manipulado hasta la náusea los conflictos de la Ciutadella. Pero no destacan lo fundamental: que después de cuatro días de machaque sobre la sagrada “soberanía popular” y de los “representantes elegidos por el pueblo”, el movimiento ha seguido con su desafío al sistema político gritando con total convicción: “¡No nos representan!”. Una convicción que el 19-J ha extendido a la Unión Europea, con un rechazo radical del Pacto del Euro.

Todo esto, a lo que habría que añadir las aportaciones de grupos como Economía y Feminismos, en poco más de un mes y cuando el punto de partida de las reivindicaciones era la reforma de la Ley Electoral (un objetivo que, a mi parecer, sigue siendo bastante confuso, no porque la ley electoral actual no sea escandalosamente antidemocrática, que por supuesto lo es, sino porque caben muchas “reformas” que, por ejemplo, sólo afecten al reparto de las cuotas de poder entre los partidos parlamentarios o pre-parlamentarios, como Equo; también, porque hasta la mejor ley electoral tendría un efecto muy limitado en el sistema político, si no viene precedida de cambios profundos en las relaciones de fuerzas sociales, que no vendrán de las instituciones parlamentarias; y finalmente porque apenas se está considerando la reciente reforma de la ley, pactada discretamente entre PP y PSOE, mientras los diputados de izquierda miraban al techo, que establece una barrera de recogida de miles de firmas para permitir la participación electoral de candidaturas sin previa representación parlamentaria).

4. Es un pronóstico razonable pensar que esta dinámica de maduración, o si se quiere de “radicalización” unitaria, no podrá mantenerse durante mucho tiempo más, máxime con la perspectiva de unas elecciones generales. Por eso fortalecer el “cemento común” para que pueda convivir con debates y con opciones diferentes de sectores del movimiento en determinadas circunstancias es una tarea muy importante, que debería nacer de abajo a arriba, echando raíces en las asamblea de barrios y pueblos.

Pienso que ese cemento necesita para fortalecerse, sobre todo, acción y comunicación. Por eso el activismo actual, que puede parecer excesivo, con decenas de iniciativas en estudio o en marcha, creo que es positivo. Y el trabajo de toda la gente de comunicación: hackers, periodistas por escrito, fotografía, video… está haciendo ya una contribución magnífica al desarrollo del movimiento, pero tienen aún mucho tajo por delante; porque de ellas y ellos depende que se fortalezca la autonomía del movimiento respecto a los medios convencionales (muy necesaria, como hemos podido comprobar con la campaña orquestada tras el 15-J) y se creen espacios de debate compatibles con la marcha general del movimiento que, como hasta ahora, tendría que seguir basada en la acción.

5. No hay duda: ya nada será como antes y todo será mejor que antes. No ya mejor de lo que existía antes: eso era fácil de mejorar. Mejor de lo que podíamos haber imaginado.

La izquierda social y política necesitaba un cambio radical en la movilización y las expectativas de la gente “de abajo”, especialmente la gente joven, para poder un salto adelante en cantidad y calidad, para que pudiera plantearse como una tarea actual la construcción de un referente político anticapitalista con influencia social. Pues ahí está la posibilidad material, no sólo la ilusión o la esperanza, para ese cambio.

También está ahí un desafío. Porque lo que ha ocurrido no sólo es mejor de lo que podíamos haber imaginado. Es también, y sobre todo, diferente a como podíamos haberlo imaginado. Y lo que toca ahora es aprender a jugar cuando “el movimiento real que critica el orden existente” está cambiando las reglas del juego.

* Editor de Viento Sur