Por Pedro Campos y Armando
Chaguaceda
Fuente: Red Observatorio Crítico de Cuba
Obligada la izquierda socialista a poner en primer plano la lucha por
la democratización del sistema político, para poder defender libremente sus
ideales.
Resumen: Stalin asesinó a Trotsky, Bujarin, Zinoviev,
Kamenev y Tomsky, prominentes miembros del Buró Político de la época leninista
por discrepar de su línea ultracentralista y antidemocrática. La Perestroika de
Gorbachov fue sepultada por un golpe de estado de los tradicionales
neo-estalinistas, propiciando la restauración del capitalismo en Rusia. En China
el propio Partido Comunista había iniciado años antes la rehabilitación del
viejo régimen de explotación.
En Cuba, el capitalismo de estado instaurado en nombre del
socialismo trata de reforzarse con apoyo del capital nacional y extranjero. Las
modestas y positivas modificaciones del gobierno de Raúl Castro son
insuficientes para motorizar una renovación socialista. Las propuestas de la
izquierda socialista y democrática son tenidas en cuenta solo limitadamente y
la más importante ni rozada por los “lineamientos” aprobados por el VI Congreso
del PCC. Por nuestras posiciones, muchos hemos sido represaliados en distintas
formas y se trata de vincular nuestros análisis y sugerencias a los del enemigo
imperialista para tratar de desprestigiarnos.
Las conclusiones son obvias: En Cuba, el viejo y fracasado
modelo de socialismo de estado, tampoco da señales de estar dispuesto a
auto-renovarse y más bien como en China, sus tradicionales defensores aspiran a
“desarrollar la economía del país a partir de una restauración capitalista
controlada por el Partido”. La intolerancia a los cambios, el sectarismo
oficial y el control total del partido-gobierno sobre todas las palancas
económicas, políticas, sociales y mediáticas hace prácticamente imposible una
verdadera discusión para una renovación socialista en nuestro país.
Esa resistencia a los cambios, es lo que hizo, en la URSS y en
otros países socialistas, llevar el péndulo político al extremo contrario.
Serán ellos y únicamente ellos, los que obstaculizan todas las propuestas de la
izquierda democrática y socialista, los responsables de la restauración
capitalista en Cuba y su anexión real o virtual a EE.UU.
Como la incapacidad del “socialismo de estado”
para auto-renovarse se está demostrando también en Cuba, a la izquierda
socialista y democrática cubana no queda más alternativa que poner en primer
plano la lucha por la democratización del sistema político, a fin de poder
defender libremente sus ideales, como ha hecho el Laboratorio Casa Cuba.
Contenido:
Durante los primeros años del Poder Soviético en Rusia, después
de la muerte de Leinin, Stalin asesinó a Trotsky, Bujarin, Zinoviev, Kamenev y
Tomsky, prominentes miembros del Buró Político del Partido Bolchevique de la
época leninista, acusándolos de traición al poder soviético, por discrepar de
su línea ultra-centrista y antidemocrática y por proponer reformas consideradas
desviaciones capitalistas por el georgiano.
Miles de cuadros del Partido y las Fuerzas Armadas corrieron la
misma suerte o fueron enviados a la Siberia, a realizar trabajo forzado en los
campos de concentración.
En los 60´, Nikita Jrushov realizó una severa crítica del culto
a la personalidad de Stalin en el XX Congreso del PCUS, intentó una reforma
económica y una distensión en las relaciones internacionales que, a la postre,
le costaron el cargo de Secretario General y su condena al ostracismo.
Dos décadas después, bajo la dirección de Mijail Gorbachov, la
URSS inició un proceso de renovación –Perestroika- que fue sepultado por el
golpe de estado de los tradicionales defensores del modelo neo-estalinista,
coyuntura que aprovecharon Boris Yeltsyn, las fuerzas liberales y todos los que
querían cambiar aquel entuerto, por algo más aceptable para las mayorías. En
apenas medio año, el sistema vigente fue desmontado.
El resultado es conocido: la restauración del capitalismo ruso
con todas sus consecuencias. Con una primera fase neoliberal, encabezada por
Yeltsyn, asociada a la corrupción, la privatización y la merma del poder del
estado y luego, otra autoritaria, donde se recuperan usos y símbolos del
nacionalismo y estatismo rusos, con Putin al timón. En ambas con no pocos
“capitalistas” y “demócratas” surgidos de la burocracia “socialista” ahora a
cargo de la nación.
En China, el propio Partido Comunista Chino desde mucho antes,
bajo la dirección del pragmático Den Siao Ping, comenzó un franco camino hacia
la restauración capitalista, tratando de mantener un disfraz socialista.
Hoy nadie tiene duda de que China es una potencia capitalista
más: exporta productos y capitales, anda a la caza (en Asia, África,
Latinoamérica, y hasta en los centros capitalistas de EEUU y Europa) de
mercados, empresas y recursos naturales; depreda el medio ambiente, participa
en el reparto geopolítico de esferas de influencia y en la carrera armamentista
y consagra la hegemonía (real y simbólica) del mercado capitalista.
Así, el intento socialista estatalista chino tampoco se renovó,
sino que evolucionó hacia más capitalismo privado, bajo un régimen autoritario.
***
En el seno del proceso revolucionario cubano se ha estado
discutiendo siempre sobre la forma de dar continuidad a la revolución de 1959.
Primero, entre quienes priorizaban la restauración democrática –con más o menos
contenidos redistributivos y justicieros- y aquellos que apostaban a un estado
fuerte que dirigiese reformas sociales. El líder de la Sierra, con los segundos
se impuso.
Los comunistas cubanos, que lo acompañaban e impulsaban,
olvidaron que Marx no estaba de acuerdo en sacrificar libertad por justicia, y
que la revolución popular del 59 se había hecho para restablecer el orden
democrático interrumpido por Batista. Ellos- y la propia dirección
revolucionaria- pronto “olvidaron” aquella promesa de “libertad con pan, pan
sin terror” enarbolada por el máximo líder en sus primeros discursos después
del triunfo (1).
Luego, escogido el camino hacia el “socialismo” tipo
estalinista, deslindadas las fuerzas de quienes insistían en restablecer la
democracia vulnerada en 1952 (pero ampliándola, -en diverso grado- con niveles
y formas de participación popular, conquistas sociales y soberanía nacional
inéditos dentro de la República burguesa) y las que –en general- rechazaban el
traslado a Cuba de aquella experiencia “comunista”, las discusiones en el seno
de las organizaciones que apoyaban el gobierno giraron en torno a la implantación
de un modelo de inspiración soviética de economía y política centralizadas.
Fue en ese contexto donde se desarrolló la polémica entre el Che
y Charles Betheleheim (comunista belga, partidario de la autonomía de las
empresas y una mayor racionalidad en la conducción macroeconómica, con uso de
la ley del valor y formas de participación de los trabajadores) y la sostenida
entre los promotores filo-jruschovianos del Cálculo Económico (encabezados por
Carlos Rafael Rodríguez) y los voluntaristas/idealistas del Sistema
Presupuestario de Financiamiento (dirigidos e inspirados por el Che).
Pero finalmente no emerge, ni una cosa ni la otra, sino un
estado dueño y señor, todo-poderoso, híper-centralizado, encabezado por el
líder conocido, hasta que en 1975 el Primer Congreso del 2do Partido Comunista
establece nuevas directrices para la sociedad y se vota la Constitución en
1976, una cuasi-copia de la neo-estalinista vigente en la URSS.
En lo económico, lo aprobado en el 75-76, conllevaba varias
fases que iban de la centralización a una mayor descentralización de las
empresas y las regiones (2).
Pero en 1986, en el 3er Congreso del PCC, cuando ya tocaba
avanzar a la descentralización y a la autonomía de las empresas y muchos
cuadros del partido y trabajadores en las bases clamaban por la concreción de
las medidas previstas en el SPDE (Sistema de Dirección y Planificación de la
Economía), el Presidente de los Consejos de Estado y de Ministros, Primer
Secretario del Partido y Comandante en Jefe, decretó la “Rectificación de
errores y tendencias negativas”.
Era su reacción preventiva, –envuelta en apelaciones al ideario
del Ché y a las sanas energías populares, imbuidas del idealismo de izquierda-,
ante la posibilidad de que ocurriera en Cuba el proceso de renovación que
estaba teniendo lugar en la URSS y en parte del “campo socialista”. En un
discurso fueron eliminados el SPDE y la JUCEPLAN, Junta Central de
Planificación, encargada de llevar a la práctica lo aprobado en el 1er Congreso
del PCC en 1975.
Desde entonces, se produjo un regreso pleno a la excesiva
centralización de las decisiones, fueran económicas, políticas o de otro tipo.
Se celebraban asambleas generales de todos los dirigentes empresariales con el
líder para dar orientaciones directas, se formaron los Contingentes de
trabajadores en las ramas económicas principales, que eran dirigidos
personalmente por Fidel a través de Jefes designados y servirían también para
“enfrentar” eventuales protestas y volvía la época de costosos
macro-experimentos, como los del plátano micro-jet.
Esta situación se acentuó con el llamado “Periodo Especial en
tiempo de paz” luego de la caída de la URSS y el campo socialista, cuando la
subsidiada economía cubana cayó, lógicamente, en banca rota. Entonces aumentó
la desesperación popular. Las salidas del país, como fuera posible, crecieron
masivamente. La culpa fue a parar al imperialismo y su amenaza real fue
hiperbolizada, para justificar las medidas de excepción. La filosofía de “en
plaza sitiada: toda disidencia es traición” se hizo más presente que nunca.
En vez de acelerar las reformas al sistema, la dirección del
país, desoyendo las opiniones y anhelos de sus militantes, sus ciudadanos y sus
intelectuales (expresadas en el debate nacional convocado en la antesala del IV
Congreso del PCC en 1991) trató de sustentar el modelo centralista sobre
medidas de austeridad y mecanismos represivos.
No fue sino hasta la revuelta del 5 de agosto de 1994 en el
Malecón habanero, que se impulsó la ejecución de un paquete de reformas económicas
que se estudiaban y algunas empezaban a aplicarse, pero siempre en forma
limitada y oscilante. Las cuales, luego, fueron retiradas o modificadas, cuando
aparecieron Chávez y el petróleo salvador.
Aquellas medidas, llamadas en su momento un mal necesario, no
llevaron a un cambio sustancial del modelo económico burocrático-centralizado,
mientras que nada significativo se modificó en el sistema político.
Esta situación ha persistido hasta que, luego de la enfermedad
del líder histórico, el nuevo gobierno de Raúl Castro empezó a estructurar lo
que ha dado en llamar “la actualización” del modelo económico, -una nueva
versión ampliada de aquel paquete truncado a fines de los 90´-, política
ratificada por el posterior VI Congreso del PCC.
La misma procura una mayor eficiencia del aparato productivo del
estado, a partir de una racionalización de las estructuras y el personal y una
centralización/descentralización relativa de la utilización de los recursos y
las finanzas del estado, según conveniencias de la alta burocracia.
Como necesidades del estado, -para desprenderse de actividades
que considera improductivas, para generar empleos y mejorar sus finanzas por la
vía de los impuestos-, se plantea una apertura limitada al trabajo por cuenta
propia, al pequeño y mediano capital nacional y al gran capital extranjero y en
menor medida la inserción subordinada de algunos tipos de cooperativas –en
experimento-, siempre bajo estricto control del estado monopolista.
Además, el gobierno de Raúl Castro ha puesto grandes esperanzas
en el turismo norteamericano y en servir de puente (Mariel) entre el mercado
norteamericano, el suramericano y parte del asiático, para tratar de reflotar
su economía, a la espera del levantamiento del bloqueo estadounidense.
Desde nuestro punto de vista, un grave error estratégico, pues
no creemos que tal levantamiento sea posible sin que antes se produzca un
cambio democrático en el sistema político, algo a lo que no parecen dispuestos
los llamados históricos. En todo caso confiar el desarrollo del “socialismo” a
la cooperación económica con el imperialismo, y mantener las restricciones a
las libertades y derechos ciudadanos, parece tan ilógico como neo-plattista.
El comercio exterior, el mercado mayorista y la mayor parte del
minorista, siguen bajo administración de los monopolios estatales, más allá de
una racional y necesaria regulación nacional, deseable y comprensible por
razones de planificación y soberanía. Todo, manteniendo en lo esencial el
control estatal centralizado de la economía y sus empresas tradicionales, sean
rentables o no, produzcan para la exportación o el consumo nacional, funcionen
con esta o aquella moneda.
Las modestas y positivas modificaciones del gobierno de Raúl
Castro incluyen que los cubanos puedan acceder a los hoteles, a la telefonía
celular y a salidas al extranjero según la nueva ley migratoria, derechos todos
absurdamente conculcados por el anterior gobierno, a tenor con “la lucha de
clases y el enfrentamiento al imperialismo”. En resumen, pasos celebrables, pero
excesivamente demorados, lentos y, aun, insuficientes.
En la esfera política, se liberaron los presos que quedaban del
llamado grupo de los 75, pero los encarcelamientos sistemáticos de opositores y
el acoso a cualquier tipo de manifestación del pensamiento y activismo
autónomos (con independencia de su signo ideológico) se mantienen en un alto
nivel. La represión ha cambiado sus modalidades, pero no su esencia.
Se ha realizado una apertura a la diversidad sexual y cultural,
pero se mantiene la censura y represión sobre el pluralismo político, el cual
constituye una característica lógica y natural de una sociedad compleja y
madura como la cubana.
Pero esos pequeños pasos, todos ralentizados por la burocracia,
son muy poca cosa para poder motorizar una verdadera renovación socialista. Lo
hecho hasta ahora puede tributar más bien a una restauración capitalista, a una
especie de variante tropical de lo ocurrido en la China autoritaria.
Es preciso recordar que “la actualización” fue precedida por un
debate limitado y de tipo vertical en el seno del Partido Comunista y la
sociedad cubana, que se abrió desde que el dirigente principal del proceso
revolucionario dijo en la Universidad de la Habana en el 2005 que la revolución
podrían destruirla los propios revolucionarios, sino resolvían los graves
problemas de corrupción y burocratismo.
Participando como han podido y sobre todo desde medios
alternativos (3), dada la limitada presencia de espacios de participación que
brida el sistema centralizado, las fuerzas renovadoras de izquierda han venido
presentando una serie de propuestas para una salida democrática y socialista de
la crisis.
Las sugerencias han abarcado todo el espectro económico social y
político, pero el Partido-gobierno solo las ha acogido limitadamente y no ha
posibilitado su divulgación, ni discusión en el partido ni en la sociedad.
Muchos de sus promotores, en lugar de ser estimulados, hemos sido represaliados
en diversa forma; demostrando esto que no solo se reprime en Cuba a la
disidencia tradicional y que el móvil de tal proceder no es, como insiste la
propaganda oficial, tener vínculos probados con gobiernos extranjeros.
Ninguna figura de la izquierda renovadora (política,
intelectual) del país o del mundo fue invitada siquiera como oyente, al VI Congreso
del PCC. La medida económico-social más importante demandada por la izquierda
socialista,- la participación directa de los trabajadores en la dirección, la
gestión y en parte de las utilidades de las empresas estatales-, ni siquiera
fue rozada en los llamados “lineamientos”.
Personal de los órganos de la seguridad del estado y de los
aparatos de control de la información, fueron encargados de impedir la
publicación de los artículos escritos por la izquierda democrática surgida del
propio seno revolucionario, en cualquier órgano de la prensa nacional, de
limitarnos el acceso a los espacios alternativos y de acosarnos y calumniarnos
con comentarios tendenciosos y acusaciones falsas donde quiera que intentáramos
publicar.
Compañeros nuestros fueron cesados en sus trabajos, cambiados a
posiciones con menores posibilidades de influencia, licenciados tempranamente
de las FAR y el MININT y a otros le fueron cerradas sus cuentas en las redes
informáticas.
En casos extremos, se ha intentado desmontar la realización de
actividades de la izquierda con la amenaza del uso de la “ira popular” o la
acusación de una descabellada “infiltración de agentes de la CIA” en las
mismas.
Algunos medios de la izquierda internacional, como Rebelión,
-presumiblemente bajo presión del gobierno cubano- dejaron de publicar a los
cubanos de la izquierda crítico-propositiva. En otros como en Kaosenlared, ha
aumentado bruscamente la presencia de oficialistas y defensores a ultranza del
modelo estatalista, para tratar de opacar la fuerte presencia internacional de
la izquierda silenciada dentro de Cuba.
Recientemente, el Laboratorio Casa Cuba, un grupo de
intelectuales jóvenes entre los que hay comunistas, republicanos socialistas,
anarquistas y católicos, hizo público un documento abogando por un debate
nacional sobre aspectos básicos de la vida política del país desde posiciones
francamente democráticas y socialistas.
Hasta hoy, la respuesta del gobierno-partido ha sido la callada,
pero su aparato de desinformación y desprestigio en los medios digitales
alternativos, arremetieron contra sus propuestas tratando de identificarlas con
“el enemigo”.
Aplican la lógica goebbelina-beriana: “La NED es una institución
del gobierno norteamericano, la NED brinda financiamiento a la revista digital
Cubaencuentro, el ex director de Cubaencuentro comenta positivamente las
propuestas del Laboratorio Casa Cuba. La conclusión es clara: El LCC está
vinculado al gobierno norteamericano”. Es uno de los métodos que han usado siempre
contra la izquierda democrática y socialista, los fascistas y los estalinistas
en todas partes del mundo, en todas las épocas.
Se ha hecho evidente que la burocracia dominante no desea
compartir el poder real, el económico y el político, con los trabajadores ni
con el resto del pueblo y, en cambio, prefiere colaborar en la explotación de
los trabajadores cubanos con el capital nacional y extranjero a cambio de apoyo
económico para continuar indefinidamente libando “las mieles del poder”
Las conclusiones son obvias: en Cuba, el viejo y fracasado
modelo de socialismo de estado, tampoco da señales de estar dispuesto a una
verdadera renovación y más bien como en China, sus tradicionales defensores
aspiran a “desarrollar la economía del país a partir de una restauración
capitalista controlada por el Partido”.
De esta forma se estaría buscando crear las condiciones para
que, una vez desaparecida la “dirección histórica”, se pueda transitar a un
capitalismo autocrático, tipo ruso, donde la democracia liberal y los derechos
ciudadanos se vean acotados por la hegemonía de un partido nacionalista y sus
elites aliadas, con la complacencia de las trasnacionales y demás potencias
imperialistas.
Para la dirección tradicional del partido-gobierno, todo lo que
no provenga de sus directrices, va contra ellas. Todo lo que no sea lo que
ellos crean, es tildado de servir al imperialismo. Cualquier demanda
democrática y de derechos conculcados por el modelo estatalista, venga de donde
venga, “solo sirve al enemigo”.
Igual, las conquistas populares alcanzadas en salud, educación y
deportes, las cuales deben ser preservadas de movidas privatizadoras y que se
deben a la entrega y al sacrificio de millones de ciudadanos honestos, son
presentadas como obra de la burocracia gobernante a la que el pueblo debe
rendir culto.
La intolerancia a los cambios del modelo sustentado en el
partido único y su control absoluto sobre casi toda la propiedad, sobre el
sistema jurídico, sobre las fuerzas armadas, de seguridad y orden interior,
sobre el sistema de organizaciones políticas paragubernamentales y sobre todos
los medios de divulgación, hace prácticamente imposible una verdadera discusión
para una renovación socialista en nuestro país.
La incapacidad del “socialismo de estado” para auto-renovarse se
está demostrando también en Cuba.
Esa resistencia a los cambios, es lo que hizo, en la URSS y en
otros países socialistas, llevar el péndulo político al extremo contrario.
Desde la izquierda socialista hemos tratado de hacer nuestro
aporte. Hemos llamado a un debate leal y democrático, por las vías posibles y
también “en la forma, lugar y momento correctos”, como tanto defienden el
actual gobierno y sus partidarios. Se nos ha respondido una y otra vez con
portazos en la cara.
En nuestro país, la consigna tácita de la propaganda oficial
sigue siendo: “con la revolución o contra la revolución”, identificando la
revolución, con la dirección del gobierno/partido; “con Cuba o con el
imperialismo norteamericano”, identificando a Cuba con la dirección del gobierno/partido.
Dos disparates que no dejan salida: o se está con el modelo fracasado (hasta la
debacle), o se es cómplice del imperialismo.
Pero para los socialistas democráticos cubanos el asunto está
claro: ni una, ni la otra.
En sus campañas difamatorias contra esa amplia izquierda
democrática cubana, tratan de presentar nuestras críticas como correspondientes
a las posiciones del enemigo imperialista, para acusarnos de contubernio con el
mismo, obviando que nuestras propuestas de soluciones nada tienen que ver con
el capitalismo y que hemos rechazado intentos de acercamiento de entidades del
gobierno de los EEUU (como consta en testimonios disponibles en prensa),
mientras sostenemos posturas críticas sobre las políticas exterior e interna de
las principales potencias capitalistas. A la vez que sostenemos debates sobre
nuestras diferencias con representantes de la ideología liberal, en las formas
que corresponden a un intercambio cívico.
Los únicos responsables de que Cuba termine en el capitalismo
mondo y lirondo, y de una u otra forma anexada real o virtualmente al
Imperialismo Norteamericano, serán los que desde las altas esferas del
gobierno-partido, se resisten a los cambios necesarios que demandan el pueblo,
la izquierda y todos los patriotas cubanos partidarios de la democratización
del sistema político y de la socialización de la propiedad.
Semejante actitud refuerza, en amplios sectores de la población,
la idea de la incorregibilidad del socialismo, de la imposibilidad de
alternativas de izquierda a la crisis vigente y de superioridad de los valores
democráticos del modelo liberal y, por extensión, del capitalismo.
Con esa intolerancia, con ese sectarismo, con esos niveles de
represión contra todo lo que no sea progubernamental, es prácticamente imposible
-por mucho que queramos y por mucho que lo intentemos- cualquier entendimiento
o colaboración con los actuales gobernantes.
Simple: ellos no quieren, no les interesa. Se creen
todo-poderosos, infalibles y eternos.
No somos reacios al encuentro con representantes del
partido-gobierno para sostener un diálogo serio sobre el futuro de Cuba; es
más, lo hemos buscado insistentemente, pero solo nos envían gente de la
seguridad, sin autoridad para discutir cuestiones políticas. Todos nuestros
escritos y nuestras propuestas son del conocimiento de la dirección del
Partido. Pero muchos en la izquierda socialista, ya hemos perdido las
esperanzas de que tal encuentro sea posible.
No criticamos ni nos oponemos a los que, en la diversa izquierda
cubana, insisten en que es posible avanzar a una renovación socialista desde
las actuales estructuras políticas y gubernamentales. Ojala y fuera posible.
Desearíamos de todo corazón que ello sucediera, que nuestro diagnóstico (basado
en la dura realidad y la experiencia histórica y personal) fuera errado.
Pero creemos que primero los actuales gobernantes necesitarían
reconocer el fracaso pleno del modelo estatalista y aceptar que todo el sistema
de concepciones, métodos y estructuras en que se fundamentó debe ser democráticamente
transformado.
No es posible avanzar en nuestras demandas socialistas mientras
siga vigente el modelo actual de capitalismo de estado, de control absoluto del
partido/gobierno sobre la economía, la política, la información, las
elecciones, el sistema jurídico y demás instituciones que deben responder al
pueblo y no a un grupo de personas.
Y por supuesto, los cambios que defendemos desde esa izquierda
diversa, no son, como dicen desde las oscuras filas de los encapuchados del
gobierno, para restablecer el capitalismo en Cuba, ni para que la derecha de
Miami y el imperialismo se apropien de nuestro país, -como sí lograrán ellos
con su abulia, cerrazón e intolerancia-, sino para que sean el pueblo y sus
colectivos laborales y sociales, los que decidan, quienes elijan a los
encargados de ejecutar las políticas aprobadas por los referendos populares,
hagan y aprueben las leyes y determinen sobre la apropiación y distribución de
los resultante del sistema de producción.
Pero no dejamos de reconocer el derecho de todos los cubanos, no
importan sus pareceres políticos ni el lugar donde se encuentren, a asociarse,
a expresarse abiertamente y a participar en la vida política, social y
económica del país. La libertad es para todos, o es mentira.
Así que, pese a la incomprensión de algunos al respecto, nuestra
postura supone la necesidad de que todas las expresiones de la sociedad y
política cubanas se puedan exponer libremente, con apego a derecho; y que sea
en ese contexto donde los socialistas nos ganemos, con persuasión y sin
trancazos, la confianza de la ciudadanía para impulsar un programa democratizador,
justiciero y defensor de la soberanía nacional y popular.
¿A qué teme el partido-gobierno? Si están tan seguros de contar
con la amplia mayoría que siempre ha votado por ellos en las elecciones, no
tendrían que preocuparse por la libertad de expresión y asociación ni por el
desarrollo de elecciones plenamente libres y democráticas.
Por eso pensamos que la lucha por la democratización de la
sociedad debe pasar al primer plano en las tareas de la izquierda socialista
cubana, como bien ha hecho el Laboratorio Casa Cuba. Nos vemos obligados a
ello, por las circunstancias y la actitud sectaria del partido/gobierno.
Hay que cambiar el modelo, pero no parece posible desde arriba,
desde las estructuras del viejo sistema. Será necesario trabajar por la
democratización desde abajo, en las bases, en los barrios, en los centros de
trabajado, desde la prensa alternativa, luchando cada espacio de participación
popular en cada ocasión, en cada lugar donde sea posible, para cambiar aspectos
de la Constitución, de la ley de procedimiento penal, de la ley electoral, de
las leyes que sostienen el monopolio político y económico del
estado-partido-gobierno.
Rechazamos toda injerencia extranjera en nuestros asuntos
internos; pero de la misma forma que los revolucionarios cubanos hemos sido
solidarios con otros pueblos del mundo, nada de extraño tiene que la comunidad
internacional se solidarice con los reprimidos en Cuba.
No abogamos, ni mucho menos, por acciones violentas, ni nada por
el estilo. Todo lo contrario, siempre desde posiciones pacificas,
constructivas, integrales. El socialismo verdadero, el natural, no el impuesto,
el humanista, el democrático, el de la solidaridad humana, el inclusivo, solo
podría lograrse por métodos afines, nunca por imposiciones absurdas.
La izquierda democrática y socialista cubana en su conjunto, si
quiere que algún día sus ideas se publiquen en Cuba y se puedan extender por
todo el caimán verde, si quiere poder luchar libremente por sus ideales, debe
dejar atrás todo tipo de sectarismo y subordinar sus intereses a las luchas
generales del pueblo cubano por la plena restauración de la democracia, en toda
la extensión de su acepción: poder del pueblo.
No a la “democracia” controlada por los poderosos, los que
controlan el capital, particulares o estatales, los que exploten al pueblo. Sí
a la democracia real, directa, en la que sea el pueblo el que decida sobre
todos los aspectos que le conciernen.
Sin democracia, no hay socialismo posible.
Notas:
2-Ver Resoluciones del 1er
Congreso del Partido sobre el Sistema de Dirección y Planificación de la
Economía y también el más reciente texto de Carmelo Mesa Lago , “Cuba en la era
de Raúl Castro”, publicado en 2012 por la editorial Colibrí.
3- Foros ciudadanos en casas y
comunidades, páginas webs de la izquierda internacional, blog de colectivos
autónomos, algunos (contadísimos) espacios de debate de instituciones
oficiales, sobre todo del mundo cultural.
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