Economía Crítica y Crítica Económica
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Más allá de hacer una definición técnica de la financiariación, el autor describe cómo este proceso ha acabado transformando el sistema económico mundial. Mediante un análisis de los diferentes mecanismos y protagonistas, Alberto Garzón demuestra cómo este proceso no es una evolución "casual" del sistema bancario, sino algo que obedece a unas pautas bien claras y con claras consecuencias para la economía productiva y el reparto de poder y riqueza.
Desde los años setenta se ha producido una radical transformación en la relación entre el sistema financiero y el sistema productivo, lo que ha tenido importantes consecuencias en todos los planos del sistema económico capitalista. Las formas de financiación de todos los agentes económicos han cambiado no sólo en su cuantía sino también en su naturaleza, y en última instancia todas estas transformaciones se han acabado materializando conjuntamente en distintas crisis financieras y económicas, cuya superación conlleva siempre un altísimo coste económico y social.
La función primordial que ha realizado tradicionalmente el sistema financiero dentro del sistema económico capitalista es la de canalizar los recursos ahorrados por los agentes económicos con superávit hacia las empresas que quieren invertir o hacia los hogares que quieren consumir por encima de sus recursos propios. Dentro de este esquema los bancos han sido los actores principales al funcionar como intermediarios financieros, recogiendo fondos ahorrados en forma de depósitos y destinándolos a la inversión y al consumo en forma de préstamos. Sin embargo, en las últimas décadas los cambios en la configuración de la economía mundial han provocado una serie de transformaciones que han afectado a este modo de funcionar, desvirtuándolo e introduciendo nuevos actores y mecanismos.
Las reformas estructurales llevadas a cabo a partir de la década de los setenta, así como el final de Bretton Woods, dieron inicio a un nuevo contexto internacional donde el ámbito financiero comenzó a dominar y determinar el funcionamiento del ámbito productivo. Esta nueva configuración de las relaciones entre el sistema productivo y el sistema financiero es el pilar de lo que muchos autores han llamado la financiarización. Sin embargo, no puede entenderse este fenómeno sin atender a los procesos constitutivos del mismo y los sujetos que se encuentran detrás. No en vano, la financiarización es un proceso alimentado por la ideología neoliberal y que se ha consolidado gracias a las políticas económicas y monetarias llevadas a cabo por los distintos gobiernos y bancos centrales.
Para comprender el origen es necesario remontarse a finales de los años sesenta, cuando la baja rentabilidad ofrecida por el sistema productivo provocó una crisis estructural que dio lugar a fuertes procesos inflacionarios. La inflación tenía como consecuencia fundamental la erosión de los patrimonios financieros, ya que bajo su efecto los prestatarios salen beneficiados y los prestamistas perjudicados, de modo que las clases más pudientes y con más ahorros financieros sufrieron con mayor intensidad los efectos de la inflación. La ideología neoliberal, tras la cual se parapetaron las clases más acomodadas y que tomó forma primeramente en los gobiernos de Pinochet, Reagan y Thatcher, supo dar respuesta a esta situación a través de la imposición de altísimos tipos de interés que provocaron dramáticos incrementos del desempleo y bajos niveles de crecimiento económico y tuvieron un impacto durísimo en las deudas externas contraídas por los países subdesarrollados.
A partir de ese momento todas las reformas políticas, económicas y monetarias han estado encaminadas a garantizar esta nueva configuración económica en la que las finanzas predominan sobre lo productivo. Las reformas políticas condujeron a las autonomías de los bancos centrales, que pasaron a preocuparse únicamente por los procesos inflacionarios y dejaron de lado problemas económicos como el empleo o la desigualdad. Dirigidos por tecnócratas, los bancos centrales logran mantenerse a salvo de los poderes públicos asestando así un duro golpe a la democracia. Las reformas económicas han estado orientadas a reformar el mercado laboral con el objetivo de controlar los salarios (a los que se culpa principalmente de la inflación) y recuperar las tasas de ganancias productivas, así como a desregular los mercados tanto del sistema productivo como del sistema financiero. Y las políticas monetarias, siempre en conjunción con las anteriores, se han movido siempre buscando garantizar tipos de interés reales positivos.
Como consecuencia de todo ello, el sistema financiero ha comenzado a arrojar mayores rentabilidades que el sistema productivo. Las desregulaciones en el mercado financiero han ensanchado los espacios de valorización, y los capitales se han dirigido fundamentalmente hacia el mercado financiero y han dejado así de fluir progresivamente hacia el ámbito productivo. Resultado de ello es el aumento de la liquidez en el ámbito financiero y la generación de episodios regulares de burbujas financieras que han permitido sostener el crecimiento económico hasta que han estallado y devenido en crisis.
Ese diferencial de rentabilidades entre el ámbito productivo y el ámbito financiero también provoca que las empresas prefieran financiarse en los mercados de capitales, emitiendo bonos o acciones, antes que vía préstamos bancarios, así como también que los hogares apuesten por destinar sus ahorros a los mercados bursátiles en vez de mantenerlos en forma de depósitos. Como consecuencia, los bancos han tenido que adaptarse a esta nueva situación y han abierto nuevas líneas de actividad financiera que incluyen la gestión de fondos de inversión colectiva y la masiva recogida de capitales provenientes de otros fondos de la misma naturaleza o de los ciudadanos a través de estrategias más agresivas. Aquí encontramos, por ejemplo, una de las razones clave para entender la crisis de las hipotecas subprime originada en el verano de 2007.
Los inversores institucionales (fondos de pensiones, fondos de inversión, compañías de seguros) han crecido enormemente en los últimos años, y se caracterizan por recoger capitales de otros inversores institucionales, fondos colectivos o particulares y destinarlos al mercado financiero en busca de espacios donde puedan revalorizarse.
De entre los mismos destacan en particular los fondos de pensiones, que son el resultado de las privatizaciones parciales o totales de los planes de pensiones públicos (práctica en la que fue pionero Chile bajo la dictadura de Pinochet y el asesoramiento de los "Chicago Boys") y de las menores contribuciones a los mismos como consecuencia de los menores salarios reales propios de las últimas décadas.
También cobran importancia los fondos alternativos (fondos de cobertura, fondos de capital riesgo, fondos soberanos...), que tienen un carácter puramente especulativo (los fondos de cobertura, por ejemplo, estuvieron prohibidos en Alemania hasta 2004) y gran capacidad de apalancamiento (operando y especulando con préstamos, con lo cual el riesgo sistémico es mucho más elevado). Los fondos de capital riesgo se constituyen para la compra de empresas, su posterior reestructuración (proceso que puede incluir el despido de los trabajadores, la optimización de los procesos organizativos de la empresa, la diversificación de sus actividades o sencillamente el cambio de nombre) y su final venta o salida en bolsa con la que obtienen sus beneficios.
Otros actores importantes son los fondos de riqueza privada, que se forman como fondos de las personas más ricas del mundo y que han aumentado en cantidad como resultado del crecientemente desigual reparto de la renta y en particular por las sucesivas reformas fiscales que han disminuido el carácter progresivo propio de los sistemas impositivos.
Por otra parte, los hogares han visto mermada en las últimas décadas sus rentas provenientes del trabajo, esto es, los ingresos salariales. Pero han logrado sostener el consumo gracias tanto a las rentas financieras, derivadas de las inversiones financieras en acciones o más generalmente en los inversores institucionales, como a un fuerte endeudamiento. Como consecuencia, en períodos de estallido bursátil la renta neta se ve perjudicada por el descenso de las rentas financieras, mientras que el mantenimiento de las deudas compromete seriamente el consumo y, por lo tanto, el esquema completo del capitalismo financiarizado.
Las empresas también han cambiado de naturaleza en los últimos tiempos como consecuencia de los efectos de la financiarización. Dado que uno de los mercados financieros donde los agentes financieros (bancos, inversores institucionales, etc.) invierten capital en busca de su revalorización es el mercado bursátil, donde se venden y compran acciones que otorgan derechos sobre la propiedad de las empresas, una nueva lógica ha inundado la actividad de las mismas. Más preocupadas por la creación de valor bursátil, a través de las presiones de sus accionistas, que por las estrategias productivas a medio y largo plazo, las empresas que cotizan en bolsa han quedado bajo el dominio de lo financiero.
Para alinear los incentivos de los directivos y los accionistas, nuevos instrumentos financieros como las "stocks options" han conseguido sutilmente que toda la gestión empresarial esté enfocada única y exclusivamente a la creación de valor. Y dado que la extensión de los agentes financieros es espectacular, la presión de la competencia obliga a todas las empresas a sucumbir ante este tipo de comportamiento, que muchas veces incluye prácticas que transgreden la legalidad establecida. Los casos de contabilidad creativa, por ejemplo, no son sino el resultado de este tipo de lógica que presiona a las empresas a maximizar el valor creado en el menor plazo posible. Para más inri, muchas de las operaciones que estas empresas realizan (por ejemplo utilizando vehículos de inversión) tienen lugar en paraísos fiscales donde no existen regulaciones ni nacionales ni internacionales.
La presión de los accionistas, además, no sólo se limita a la creación de valor bursátil sino también al reparto de dividendos, de tal forma que la reinversión productiva (la parte de los beneficios que se destinan a reproducir la actividad productiva) es la que sale perjudicada en este nuevo esquema de funcionamiento.
En definitiva, este nuevo marco de funcionamiento de la economía revela que el capitalismo ni siquiera es capaz de asegurar su propia supervivencia y que el sistema financiero no está ejerciendo su función, crucial, en el mismo. Precisamente para evitar esto último se hace necesario crear mecanismos públicos, libres de la presión de la competencia, que aseguren al sistema productivo los flujos de capitales que necesita. Si el sistema financiero sigue ofreciendo rentabilidades más altas que el sistema productivo será imposible evitar que la actividad económica quede subsumida en procesos de especulación y crisis.
Esto no significa, no obstante, que la salida a la crisis vaya a venir por la izquierda. Es posible y, dada la relación de fuerzas actual, muy probable una nueva regresión social en forma de reformas laborales que contraigan aún más los salarios a favor de los beneficios empresariales. Dichas medidas pueden servir para recuperar las tasas de ganancia en el sector productivo, mientras que probablemente los mercados emergentes pueden dar espacio aún para que la producción encuentre salida a pesar de los bajos salarios en los países desarrollados. En todo caso esta segunda salida no será sino una huída hacia delante con consecuencias aún más desastrosas que hay que evitar desde ya.
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Esta seria derrota electoral, tras 16 años de hegemonía chavista, es un duro golpe político para Maduro y el oficialismo en su conjunto y abre una nueva fase en el cuadro de crisis económica y política que marca la declinación del chavismo. Está por verse, en las próximas semanas cómo se reacomodan gobierno y oposición de cara a la nueva composición de la Asamblea Nacional con mayoría opositora, si bien cabe recordar que las instituciones de la República Bolivariana reservan amplias facultades para la presidencia, dentro de los rasgos fuertemente bonapartistas del régimen.
El debilitamiento político de Maduro, las divisiones del oficialismo y la erosión de su base social, al mismo tiempo que la oposición tiene divisiones internas, abre un escenario de incertidumbre en el que un factor a considerar será la posición de las influyentes Fuerzas Armadas.
Los camaradas de nuestra organización hermana en Venezuela, la Liga de Trabajadores por el Socialismo, dieron un primer análisis de la situación. Es obvio que las secuelas del 6D representan no sólo un punto de inflexión en la situación venezolana sino también un factor influyente en el cuadro latinoamericano.
Ecos internacionales
El imperialismo y la derecha continental saludaron el triunfo opositor por el que trabajaron abiertamente. En este marco, se insinúan dos variantes estratégicas sobre cómo aprovechar la conquista de una mayoría legislativa opositora: presionar a Maduro y buscar pactos con sectores del chavismo para una transición gradual, a lo que se inclinan los sectores de la derecha “renovada” como se postula Henrique Capriles (que declaró “no queremos una guerra”); y la línea más confrontativa, “destituyente”, de los seguidores de Leopoldo López, Corina machado, etc.
En una rápida revisión de algunos medios internacionales, en la mañana del día 7, es posible advertir estos matices.
La Unión Europea declaró desde Bruselas que “los venezolanos han votado por el cambio y pidió a todos los políticos que dialoguen y cooperen para hacer frente a los retos...” en consonancia con sectores de la oposición y elementos del chavismo disidente dispuestos a explorar “consensos mínimos”. En el Estado Español, mientras el Partido Popular apoya abiertamente al ala dura opositora, el socialdemócrata PSOE, también saludó que el triunfo opositor abra “una nueva etapa de futuro y esperanza”.
Por otra parte, desde Estados Unidos el conocido diario The Washington Post escribe que “La victoria de la coalición opositora sienta las bases para mayor confrontación y puede alentar un movimiento para alejar a Maduro del poder antes del final de su mandato en 2019”. Por su parte, The New York Times prevé que “La victoria altera significativamente el balance político en este profundamente dividido país y augura una lucha por el poder entre la largamente marginalizada oposición y el gobierno del Presidente Nicolás Maduro”, recogiendo declaraciones de líderes opositores como Enrique Ramos, quien afirma que “Hemos entrado en un período de transición” y también predice que “Maduro podría no llegar al final de su mandato en 2019 y podría ser removido por “medios constitucionales” como un referéndum revocatorio, un cambio en la Constitución o siendo forzado a renunciar”, lo que podría ser una hipótesis plausible para Washington.
Como contraparte, desde China, importante socio comercial y aliado político del gobierno de Maduro, declaró a través de voceros de su Ministerio de Relaciones Exteriores esperar que “se puedan mantener la estabilidad y el desarrollo nacionales” de Venezuela y reafirmó su disposición a seguir trabajando “para consolidar nuestra tradicional amistad y expandir nuestra cooperación en comercio y en otras áreas”, reflejando la estrategia de alianzas internacionales por la “multipolaridad” frente al imperialismo.
La reacción en los gobiernos latinoamericanos ha sido cautelosa. La situación venezolana es uno de los focos de disputa centrales a nivel regional, en la pugna entre el progresismo en retirada y la “nueva derecha” que trata de consolidar sus avances alentada por el triunfo de Macri en Argentina y por la descomposición del gobierno de Dilma en Brasil y la apertura del proceso de impeachment (destitución).
La derecha más recalcitrante, con referentes como Vargas Llosa, ex presidentes de dudosas credenciales democráticas como el neoliberal “Tuto” Quiroga, de Bolivia, el español Felipe González y otros, militaron por la oposición y trataron en vano de lograr una injerencia de la OEA, bloqueada por la oposición de la mayoría de los países sudamericanos.
El diario Folha de Sao Paulo señala que se trató de una “victoria arrasadora que reequilibra fuerzas en un país donde el gobierno chavista ejerce poder hegemónico desde hace 16 años” y que “el resultado del domingo es ampliamente visto como el rechazo en masa a un gobierno que, a pesar de las innegables conquistas sociales bajo la presidencia de Hugo Chávez (1999-2103) es responsabilizado por la degradación abrupta de las condiciones de vida”.
El gobierno de Dilma, que parece preferir un “equilibrio moderado” en Caracas, había rechazado las pretensiones del nuevo presidente argentino, Macri, de suspender a Venezuela del MERCOSUR hasta que se liberara a Leopoldo López y otros dirigentes derechistas condenados a penas de cárcel. Declaraciones de la nueva canciller argentina, Susana Malcorra, posteriores al triunfo del MUD parecen moderar esta línea, al admitir que “no hay motivos para aplicar la cláusula democrática a Venezuela”, lo cual no niega que la política del macrismo apunte a presionar y aislar a Venezuela, en consonancia con su línea de acercamiento y “relaciones fluidas” con Estados Unidos.
El 6D y el giro a derecha en Sudamérica
Obviamente, el éxito de la derecha venezolana es un impulso para la reacción continental. La crisis brasileña, el triunfo de Macri y el resultado del 6D son expresiones de un importante cambio en el tablero político sudamericano.
La relativa hegemonía progresista de la última década y media se está desintegrando. A lo largo de 2015, jalones del viraje reaccionario en la región fueron la recepción al “nuevo diálogo” que planteó Obama en la cumbre de Panamá, el posterior “deshielo” con Cuba que derivó en nuevos canales para la injerencia norteamericana en el proceso de restauración capitalista en la Isla, el proceso de “paz” en Colombia que avanza hacia la “rendición negociada” de la guerrilla, la adopción de unprograma de ajuste por Dilma, así como la apertura contra ella del proceso de impeachment, y el “cambio” a la centroderecha en Argentina.
Este viraje fue compartido y alentado por el curso de los propios gobiernos progresistas. El rumbo del gobierno de CFK en Argentina y su apuesta por el centro-derechista Scioli, como fracasado recambio prepararon el terreno para el ascenso de Macri. Las medidas antipopulares de Dilma y sus pactos con sectores oscurantistas de la política brasileña envalentonaron el avance de la derecha. En Venezuela, toda la política de Maduro desmoralizó y desmovilizó a amplios sectores obreros y populares y abonó el terreno para el éxito opositor.
No es casual que la nueva derecha pueda escudarse tras pretensiones de “cambio”.
Se lo habilitan nacionalistas y progresistas, que en más de una década de gobiernos que se proclamaron “populares”, no condujeron una “democratización real”, ni el “desarrollo e industrialización” ni la reconquista de la “soberanía” y la construcción de una “Patria grande” unida económica y políticamente. Por el contrario, al calor de los altos ingresos de la época de buenos precios para las materias primas, profundizaron el sesgo primario-exportador y extractivista de la economía, apostaron a la asociación con las transnacionales, protegieron a la banca, las empresas y terratenientes y siguieron pagando la deuda externa al imperialismo.
En suma, se limitaron a la “gestión progresista” del capitalismo dependiente latinoamericano, “realmente existente”. Con ello, preservaron el poder económico y social de la clase dominante, y contribuyeron a generar las condiciones para que esta pudiera aspirar a gobiernos con “personal político propio”.
Con el impacto de la crisis internacional, el crecimiento llegó a su fin y la posibilidad de sostener a la vez los planes sociales de contención de la pobreza y la buena marcha de los negocios capitalistas se agotó. La declinación y “fines de ciclo” kirchnerista, petista o chavista, con sus distintos ritmos y particularidades, está ligada a esto. Atados a los estrechos límites de su reformismo y a su carácter de clase, devinieron en administradores de la crisis. Cuando no adoptaron medidas directas de ajuste en función de los reclamos del capital, mantuvieron políticas inflacionarias que erosionan el nivel de vida obrero y popular y criminalizaron las huelgas obreras y reclamos populares.
Está por verse si la burguesía logra transformar los éxitos políticos derechistas en una nueva relación de fuerzas de clase como para imponer su reaccionario proyecto. Al intentar avanzar en sus ataques al pueblo trabajador puede terminar exacerbando la polarización social y chocar con una renovada resistencia obrera y popular.
Es que a diferencia de los 90, el avance conservador enfrenta a una clase obrera y sectores populares que han acumulado fuerzas y mantienen aspiraciones que están muy lejos de augurar un dócil sometimiento a los designios de la derecha y el imperialismo, como tampoco, a los “ajustes progresistas”.
Es que a diferencia de los 90, el avance conservador enfrenta a una clase obrera y sectores populares que han acumulado fuerzas y mantienen aspiraciones que están muy lejos de augurar un dócil sometimiento a los designios de la derecha y el imperialismo, como tampoco, a los “ajustes progresistas”.
Por una estrategia obrera independiente para enfrentar a los ataques capitalistas
Ante este horizonte, la preparación política de la resistencia obrera y popular necesita dotarse de un nuevo programa, para que la crisis la paguen los ricos y por la expulsión del imperialismo, pero también de un balance claro de las experiencias “posneoliberales”, delimitándose frente al kirchnerismo, el chavismo, el gobierno de Evo Morales, Correa, el PT o el Frente Amplio uruguayo. El apoyo al “mal menor” progresista significa contribuir a ocultar tras una cortina de humo el perverso mecanismo del cual se benefician las fuerzas de la reacción, gracias a los buenos oficios del progresismo, sea en funciones de gobierno, sea colaborando en la “gobernabilidad” desde la oposición.
Un nuevo cuadro de avances reaccionarios, polarización y posiblemente, mayores tensiones en la lucha de clases, coloca ante nuevos desafíos y replantea las tareas estratégicas de la izquierda socialista y de los trabajadores en América latina, en la perspectiva de que la clase obrera continental pueda encabezar la lucha contra el ajuste capitalista y el imperialismo.