camiloruiztassinari / January 10, 2014
URSS, la Gran Purga, 1936-1938
Por Camilo Ruiz Tassinari
Publicado originalmente en la Revista Pluma #21, Nueva Época, año VIII, primavera 2013.
Entre los muchos crímenes del estalinismo, las purgas llevadas a cabo entre 1936 y 1938, son uno de los hechos históricos menos comprendidos y que más daño le han hecho a la imagen del comunismo. Durante esos dos años, Stalin y compañía asesinaron a un sinnúmero de antiguos líderes revolucionarios, primero; y luego desataron una represión silenciosa y masiva que cobró, según algunos cálculos, hasta alrededor de un millón de víctimas. Fue una contrarrevolución política que consolidó la dictadura de la burocracia.
La mayoría de periodistas de la época y los historiadores de las últimas décadas han visto en las Purgas la prueba de que el comunismo es esencialmente un sistema malvado que devora a sus hijos. Hay decenas de libros acerca del tema, y en general uno encuentra en ellos dos o tres ideas recurrentes y poco originales, pero que han tenido un gran impacto en la opinión pública. Una de ellas es que lo que hizo Stalin no fue sino una continuación de lo que ya había empezado Lenin, sólo que con más fuerza; y que por tanto las Purgas nacieron “naturalmente” del desarrollo del Estado soviético, que era represivo desde siempre. Otra más recurre a razones psicológicas, a algún delirio de persecución que Stalin supuestamente sufría o a su inclinación para que se le rindiese culto a su personalidad.
Los principales líderes de la revolución, acusados por Stalin
La Gran Purga comprende varios eventos distintos. Por un lado están los Juicios o Procesos de Moscú, tres grandes shows públicos donde los altos dirigentes bolcheviques de tiempos de Lenin fueron “encontrados” culpables de cargos a cual más surrealistas: los primeros 16 fueron sentenciados por pertenecer al “Bloque Contrarrevolucionario de Izquierda Trotskista-Zinonievista-Kamenevita”; otros fueron acusados de ser espías nazis, cuando varios de ellos eran judíos, etc. En esos tres juicios, Stalin mató a unos sesenta bolcheviques de la vieja guardia. Por ejemplo, de los siete miembros del Politburó durante la insurrección de Octubre –es decir, los personajes que dirigieron la revolución- dos murieron por enfermedad -Lenin y Stalin- y cinco fueron asesinados por el terror estaliniano.
Otro proceso distinto fue la purga en el sentido más amplio de la palabra. Después de los dos primeros juicios a los dirigentes hubo otra depuración, que incluyó asesinatos pero también deportaciones o simples expulsiones del partido en todos los niveles. Esta purga cobró la mayor cantidad de víctimas (la gran mayoría de ellas, desconocidas) y fue particularmente violenta contra los escritores, los científicos y los miembros de minorías nacionales. Dos ejemplos para ilustrar la extensión de las Purgas y su intención de generar terror: los científicos a cargo de una estación de meteorología fueron enjuiciados y fusilados, acusados de no prever una temporada de sequía. Otro caso casi cómico: un ferrocarrilero, A.A. Belski, fue acusado, juzgado y asesinado por haber sido conductor del tren que Trotski utilizó durante la guerra civil; tiempo después se supo que él solamente había trabajado en un tren que llevaba el nombre de “Trotski”, aunque León Trotsky nunca se había subido a éste.[1]
El tercer proceso se refiere a la purga dentro del ejército. Los nueve principales jefes del ejército fueron ejecutados en un juicio secreto. Al poco tiempo unos 40 000 oficiales de mediano y bajo rango fueron destituidos y unos 5 000 asesinados.
Lo anteriormente descrito parece difícilmente explicable, sobre todo si tomamos en cuenta que la sociedad rusa había peleado una larga guerra contra la contrarrevolución un par de décadas antes, y suscita no pocas preguntas. ¿Por qué una sociedad que había derrocado el capitalismo permitió tal masacre? ¿Qué lógica había detrás de todo esto?
Revolución y contrarrevolución
La perspectiva más adecuada desde la cual analizar las Purgas es la de entenderlas como la tercera guerra civil que vivió la URSS tras la Revolución de Octubre (siendo la primera la guerra contra la contrarrevolución, ganada en 1921, y la segunda, la guerra contra los campesinos tras la colectivización forzosa, terminada en 1933). En ese caso, la pregunta que surge es ¿Guerra civil entre quién y quién? En efecto, los cientos de miles de víctimas no estaban organizados, mucho menos militarmente, y tampoco tenían necesariamente los mismos objetivos; en muchos casos de hecho ni siquiera estaban involucrados en política. Habrá que volver atrás unos años para que esto empiece a cobrar sentido.
La Revolución de Octubre en 1917 inauguró una década de revoluciones en Europa que movilizó energías que no se veían desde la Revolución Francesa. En el caso de Rusia, este potente movimiento de las masas se encontró también con un partido socialista experimentado que tuvo la capacidad de tomar el poder. Estos dos elementos confluyeron como en pocos momentos de la historia lo han hecho otra vez: por un lado la energía desbocada de las masas y por otro un partido organizado, disciplinado e ideológicamente muy firme, el partido bolchevique.
Pero el fracaso de la revolución en Europa Occidental aisló a la joven república socialista, que pasó por tres o cuatro años de guerra, invasión militar por más de una decena de países y hambruna. Las energías populares se toparon con el muro de contención de la contrarrevolución mundial y nacional. Aislada y hambrienta, con la pequeña vanguardia de obreros revolucionarios muertos en la guerra civil, una capa de burócratas y administradores venidos en su mayoría del antiguo aparato estatal zarista se hizo con el poder, encabezada por Stalin. A la época de radical revolución que extenuó las fuerzas y se llevó tantas vidas le siguió otra donde las masas se retiraron –y fueron retiradas mediante el terror- de la vida pública. La muerte de Lenin en 1924 y el ascenso de Stalin al poder en medio de una tremenda lucha dentro del partido bolchevique, sella este período.
Una tercera guerra civil que consolida una contrarrevolución política
Pero este triunfo de Stalin y el posterior exilio de Trotsky en 1927 no significaba, de ningún modo, que la pelea hubiera terminado. A pesar de que el primero estaba a la cabeza del Estado soviético, quedaban todavía otras tendencias con las que Stalin tenía que lidiar; instituciones apenas tocadas por la contrarrevolución política -como el ejército-; una oposición trotskista ilegal pero ciertamente influyente (se calcula que hacia 1927 el partido trotskista en Rusia era tan grande como era el partido bolchevique en el momento de la revolución; es decir, tenía unos 23 000 militantes) y, sobre todo, la idea de la Revolución como un recuerdo glorioso y fresco en la mente de millones de personas que habían participado en ella. La época de 1922-1924, entre la enfermedad que llevó a la tumba a Lenin y el “coronamiento” de Stalin no fueron sino los primeros pasos de la contrarrevolución política que vivió la URSS. En ese sentido, la Gran Purga a partir de 1936 puede ser vista como una guerra por parte de la burocracia comandada por Stalin contra todo aquello que le recordaba a las masas la revolución y que podía hacer estallar una nueva. Fue una guerra civil preventiva.
Naturalmente, el principal acusado en todo este proceso fue León Trotski, el símbolo vivo de lo que quedaba de la revolución y el líder de una oposición organizada cuya mera existencia era un peligro para el régimen -y más en la perspectiva de una larga guerra contra el fascismo. De ahí el carácter público y espectacular de los primeros juicios y los cargos hechos contra los acusados, tachados de trotskistas, terroristas y conspiradores apoyados por los nazis o los japoneses para derrocar al gobierno. Había pues, en el discurso de Stalin, que unir los opuestos: a Trotski con la contrarrevolución y con el nazismo. El adjetivo “trotskista” se volvió un insulto dentro del movimiento revolucionario.
Desde el exilio, Trotski y León Sedov (hijo de éste, que escribió el principal libro acerca de los Juicios de Moscú) entendieron estos procesos judiciales como una reacción impulsada por el miedo de la burocracia estalinista a una nueva edición de la Revolución de Octubre, ésta vez contra la nueva élite.
La mayoría de los historiadores anglosajones (Robert Conquest, Robert Service, Richard Pipes) han negado la existencia, o el peso político de una oposición organizada contra Stalin, y por tanto la necesidad de eliminarla. Como hemos dicho antes, la oposición trotskista era políticamente importante en algunas regiones, pero es cierto que en 1936 no estaba de ningún modo en la posibilidad de organizar una nueva revolución. La “oposición” a la que nos referimos es también una un tanto subconsciente, encarnada en los ideales igualitarios de la población y de los cuadros comunistas que habían pasado por la guerra. El caso del juicio contra los generales muestra este punto de una manera bastante clara.
La purga de los militares
Los dirigentes del ejército en 1936 eran los mismos que habían peleado y ganado la guerra contra la contrarrevolución quince años antes bajo las órdenes de Trotski, cuando éste era el jefe del Ejército rojo. El estado mayor del ejército se había mantenido al margen de las luchas intestinas durante todos esos años y ninguno de ellos era trotskista. Esta neutralidad había mantenido al ejército como una institución casi intacta en la Unión Soviética. En el ejército rojo, los cuadros no eran nombrados azarosamente por un burócrata en el Kremlin y era una de las pocas instituciones que tenía un prestigio verdadero y enraizado entre el pueblo ruso. Su principal líder, el general Tujachevsky, tenía una conocida aversión hacia Stalin.
Desde un par de años atrás, en 1934, Stalin había presionado a la cúpula del ejército, intentando remover a los miembros del Estado Mayor, en quienes no confiaba y sospechaba de su pasado “trotskista”. Algunos de los generales fueron enviados durante algunos meses a “misiones” al este de Rusia, con el objetivo de apartarlos de la toma de decisiones, y Stalin intentó nombrar a sus vasallos al Estado Mayor. Estos intentos no funcionaron; Stalin no pudo consolidar una base de poder dentro del ejército de la misma manera en que lo estaba haciendo dentro del Partido. Lo que exactamente sucedió durante las pocas semanas antes del 22 de mayo de 1937, día de la ejecución de los generales, es uno de los principales misterios de la historia soviética. Mientras que los otros juicios habían sido públicos y habían sido precedidos por meses o años de encarcelamiento y difamación; los generales fueron repentinamente capturados, torturados durante dos semanas y luego juzgados en secreto, para ser ejecutados al día siguiente.
Stalin fue espía zarista, de acuerdo con Orlov y Rogovin
La versión relatada a continuación sobre los Juicios a los militares soviéticos es la de Alexander Orlov, publicada por primera vez en la revista Time de abril 1956 y recogida por el historiador Vadim Rogovin en su libro 1937: Stalin’s Year of Terror. Es la versión que mejor concuerda con la realidad y la que ata buena parte de los cabos, aunque no existe prueba documental que la sostenga.
Durante la preparación de los primeros juicios de Moscú, Stalin le ordenó a Yagoda, jefe de la NKVD -la policía secreta estalinista- que acusara a algunos de los enjuiciados de haber pertenecido a la Okhrana, la policía secreta zarista, y de haber espiado a los bolcheviques para ésta. Stalin pensaba simplemente en fabricar documentos que probaran tal cosa, pero Yagoda pensó que si los juicios serían grandes shows públicos, analizados por la prensa internacional, era poco inteligente fabricar documentos que al poco tiempo se sabrían falsos. Por tanto Yagoda decidió buscar en los archivos de la Okhrana a algún antiguo espía que siguiera vivo, conseguir una confesión forzada de éste donde acusara a las víctimas del primer juicio de haber sido espías y, al torturar a las víctimas, hacerlas admitir que habían sido espías. Pero encontrar a un antiguo espía zarista más de veinte años después resultó más difícil de lo que parecía. La tarea le quedó encomendada a un joven oficial de la NKVD llamado Stein, que encontró en los antiguos archivos de la Okhrana el secreto más peligroso y mejor guardado de Stalin: largas cartas entre éste y el jefe de la policía zarista, en donde el ahora dictador denunciaba a los bolcheviques y daba reportes acerca del partido. Stalin se había vuelto bolchevique como agente del zarismo, y de acuerdo a los documentos había permanecido como tal hasta 1913. Las cartas mostraban que Stalin le tenía celos a Malinovsky, el principal espía zarista en el partido bolchevique y uno de los hombres de más confianza de Lenin durante su exilio; y quería que lo removieran. Malinovsky fue encontrado culpable de espionaje a finales de 1917 y fue fusilado inmediatamente; pero en los años antes de 1913, en pleno esplendor (fue el jefe de los diputados bolcheviques en la Duma), Stalin escribió varias cartas a los oficiales de la Okhrana pidiendo su destitución, acusándolo de tener dobles simpatías y de estar del lado de los bolcheviques. Los oficiales zaristas, felices por la ascensión e influencia dentro del partido de Malinovsky, se hartaron de Stalin y cuando fue capturado por la policía en 1913 y mandado al norte de Rusia, decidieron sacarlo de la plantilla de espías.
Stein le comunicó estos descubrimientos a sus superiores, quienes a su vez se los hicieron llegar a Tujachevsky. Los generales del ejército empezaron entonces a conspirar, ahora que tenían una prueba determinante contra el dictador, para derrocarlo. Pero el proceso de reunir fuerzas entre hombres de confianza del ejército para llevar a cabo tal cosa necesariamente implicaba compartir la información con más y más personas. Al parecer, mientras se encontraban en esta etapa, alguno de los convocados a la conspiración los traicionó y le hizo saber a Stalin de los planes, quien atacó antes, los detuvo, los juzgó en secreto inmediatamente y finalmente los fusiló.
La represalia de Stalin no se detuvo en asesinar a la decena de generales que estaban involucrados en el complot, sino que su miedo de que el rumor de su pasado se hubiera extendido a sectores más bajos de la oficialidad lo llevó a asesinar a toda persona que tuviera cualquier lazo de amistad o profesional con los generales; lo cual terminó en el asesinato de unos 5000 oficiales y soldados.
Es imposible probar documentalmente esta versión porque las pruebas contra Stalin que Stein había encontrado seguramente fueron destruidas, en el caso en que hayan existido. Pero Orlov era el más importante espía estalinista de los 30, y su testimonio debe ser tratado, por lo menos, con cuidado. Esta versión se ve confirmada por otras fuentes que sabían directamente del asunto, o sus servicios de inteligencia se los hicieron saber. Como Winston Churchill, o Benes, el embajador checo en Moscú, entre otros.
Lo que aquí queremos mostrar es que había un descontento y una oposición sorda pero viva de parte no sólo de sectores de la población, sino también del propio régimen. la Rusia posrevolucionaria era una sociedad educada en los sufrimientos de la Guerra Civil que no iba a dejar ir sus conquistas sin pelear una última guerra contra el estalinismo. Stalin peleó también: asesinó a miles de militares, mandó a campos de concentración a miles de trotskistas, encarceló a los militantes comunistas de las antiguas oposiciones, aunque se hubieran rendido ante él en su momento; asesinó a decenas de miles de técnicos, científicos e intelectuales que difícilmente hubieran seguido sus órdenes a rajatabla. Stalin ganó esta lucha a costa de la Unión Soviética: las terribles derrotas de este país durante los primeros meses de la segunda guerra mundial son consecuencias directas de esto.
El día de hoy, ante el sinnúmero de teorías que ven en las Purgas la prueba de la maldad inherente al comunismo o la irracionalidad de un loco, es necesario ver esto como un proceso relativamente simple en el que una élite burocrática atemorizada ante su frágil posición política intentaba mantenerse en el poder, apoyándose sobre las bayonetas y el terror.
((RECUADRO))
Las torturas estalinistas
Al analizar los juicios de Moscú y las confesiones de los acusados, todos ellos revolucionarios que hicieron innumerables sacrificios en décadas de militancia, hay que hacerse algunas preguntas, “¿por qué el acusado confesó? ¿por qué terminaron admitiendo haber cometido los peores crímenes y alabando a Stalin, el “jefe genial” que “guía al país con mano firme”[2]? Hay dos respuestas, no excluyentes. Una de ellas, la más obvia, es que los Juicios fueron celebrados después de meses de tortura física y psicológica. El estalinismo hizo escuela en este terreno: los acusados fueron dejados por días sin comer, en celdas oscuras, incomunicados, sometidos a golpizas y a interrogatorios constantes. Como los shows serían públicos, no era posible dejar señales de tortura a la vista; de cualquier forma, durante varios meses se les golpeaba y se les torturaba de otros modos: obligándolos a mantenerse en pie durante horas y horas, despertándolos con agua helada a la mitad de la noche, etcétera. Se dice que Bujarin resistió a todas estas torturas hasta el momento en que le dijeron que si no confesaba torturarían y matarían a su esposa y a su hijo recién nacido.
Hay, sin embargo, otra respuesta en lo que respecta a los juicios a los viejos bolcheviques. No se les puede culpar -estando sometidos a torturas- de haber confesado crímenes que ellos no cometieron, pero el nivel grosero de sometimiento y alabanza a Stalin al que casi todos ellos llegaron no se puede explicar exclusivamente por el suplicio físico. Casi todos estos bolcheviques de la vieja guardia habían pasado por un largo período de involución ideológica y moral. Los que habían sido miembros de la oposición trotskista, habían dejado de serlo años antes. Los acusados habían dejado muy atrás sus épocas de rebeldía y buscaban un arreglo con Stalin, creyendo que oponerse a éste en tiempos de guerra -como lo hacía Trotsky- era irresponsable; y que en la guerra contra el fascismo que se avecinaba había que callar todas las críticas y apoyar incondicionalmente al régimen. Este deterioro moral, el pretexto políticamente justificado de apoyar a la dictadura estalinista -combinada, por supuesto, con el miedo a la muerte y a la tortura- se ve más claramente en Bujarin, cuya reticencia a confesar se ve quebrada eventualmente: cuando estaban por asesinarlo, le escribió una última carta a Stalin, diciéndole: “Si se me perdonase la vida permíteme exiliarme a Estados Unidos. Pelearé una guerra a muerte contra Trotsky y ganaré para nosotros a grandes sectores de la intelectualidad indecisa (…) Podrás mandar a un oficial para asegurarse de que estoy golpeando a Trotsky y compañía directo en la nariz.”
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