lunes, 8 de agosto de 2011

Reflexiones en torno a un ensayo

¿Para qué escribir? ¿Por qué escribir?

Por: Hernán Montecinos

El año 1998, con motivo de conmemorarse los 50 años de la “Declaración Universal de los Derechos Humanos”, publiqué un ensayo de mi autoría titulado, “Derechos Humanos: Entre realidades y convencionalismos”. El lanzamiento oficial de este libro tuvo lugar en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, versión año 1999.

Agotado en el tiempo su primera y única edición, ese ensayo pareció quedar relegado en mis recuerdos como un paso más para dar inicio a otras aventuras ensayísticas. Pensando que ese capítulo se encontraba cerrado, empecé a recibir peticiones solicitándome antecedentes de ese trabajo, y más específicamente donde podría ubicársele. Las sucesivas peticiones sobre el particular (incluso, de otros países), me hicieron rondar la idea de poder publicar una reedición del mismo. Sin embargo, distintas circunstancias me han impedido así hacerlo, sobre todo, el hecho que las editoriales no muestran demasiado interés por publicar ensayos, según confiesan, por el poco interés que existe en los lectores de acceder a este tipo de género literario.

Los ensayistas estamos conscientes de esta realidad y sabemos lo incierto que significa para las editoriales invertir, por una parte, en un proyecto de lenta recuperación de la inversión comprometida y, por otra, lo incierto de poder obtener utilidades de acuerdo a las pretensiones que como asunto de negocios pretenden los editores.

¿Quiere decir esto que los que sentimos la necesidad de escribir no lo vamos hacer porque nuestros ensayos no se van a editar y, por tal, nuestras investigaciones y reflexiones corren el riesgo de que no se van a conocer más allá de un círculo intelectual estrecho?… Por cierto que no.

En lo personal este asunto no me quita el sueño, en tanto mi actividad literaria, lo llevo a cabo no motivado para obtener réditos comerciales sino motivado por necesidades propias que se encuentran intrínsecamente arraigadas en el espíritu del escritor, que no es otro que la necesidad de escribir. Más aún, en mi caso, cuando escribir lo hago haciendo carne de aquel espíritu nietzscheano que dice: “escribo para mí mismo”. O si se quiere, del espíritu marxiano: “De ninguna manera el escritor considera sus trabajos como un medio. Ellos son fines en sí… La primera libertad de prensa consiste en no ser una profesión…”.

Así, tanto Marx como Nietzsche vienen a responder la permanente encrucijada a que se debe enfrentar el escritor… ¿Para qué escribir?, ¿Por qué escribir?

Ahora bien, escribir para uno mismo tiene la ventaja de preservar la autonomía y libertad del escritor, origen en donde la creación se presenta en forma más auténtica. Distinto es escribir para darles el gusto a otros, transformando el escribir en un oficio o trabajo como cualquier otro. Sobre este punto soy de la idea que todo proceso de creación, en el mundo del arte (no olvidar que literatura es el arte de escribir), debe implicar un proceso libre y autónomo, no acicateado por presiones o necesidades exteriores. Cuando el escribir se transforma en un medio de vida, la obra que de allí surja necesariamente tendrá que hacerse para satisfacer el gusto de editoriales y lectores, que no necesariamente va a coincidir con el gusto propio.

Entonces, quien escribe con la intención de escalar posiciones dentro del mundo social y mercantil, es decir, hacer de la literatura un medio y no un fin, quiere decir que el oficio del escritor se desvirtúa de lo que debe ser su esencia. Por esta vía, llegamos a un punto en que el escritor aspira a lo mismo que un director de cine de Hollywood, quien más allá de los contenidos del film se va a preocupar más por los réditos comerciales a obtener de acuerdo a la publicidad y marketing previamente diseñados. Que el mensaje sea bueno o malo, o formador o no de conciencias, o acrecentar o no el acervo cultural del espectador, son elementos que poco importarán en tanto los beneficios comerciales sean los esperados.

Siguiendo la línea de esta reflexión, no creo, por ejemplo, que Miguel de Cervantes, en su época, o Pablo Neruda, más contemporáneamente, hallan escritos “El Quijote”, o el poema 15 y 20 respectivamente, acicateados por los objetivos del marketing. Lo mismo podemos decir de los escritos de la Antigüedad, desde la Ilíada y la Odisea de Homero, hasta los escritos de Platón y Aristóteles, y así sucesivamente. Del mismo modo, no creo tampoco que obras universales famosas, como por ejemplo el Ulises de Joyce, el Zaratustra de Nietzsche, el Capital de Marx, El extranjero de Camus, La Náusea de Sartre, El Proceso, de Kafka, etc., hayan sido escritos bajo ese mismo propósito. Que algunos de ellos hayan logrado éxito de ventas, ese es un hecho derivado, pero no la razón principal que los impulsó a escribir tales obras.

Ahora bien, en sentido estricto, el escribir para comer y vivir, es más bien un hecho nuevo, surgido en la Modernidad tardía y se encuentra profundamente arraigado en la mayoría de los escritores contemporáneos, particularmente en los del género de la novela y cuento. Es decir, el hecho que el mundo de la mercantilización, y la misma globalización hayan abarcado todas las actividades humanas, ello quiere decir que el mundo de la literatura no ha podido escapar a dicha impronta, salvo excepciones.

El año 1995, se realizó en la Sociedad de Escritores de Chile (SECH), un seminario literario con la participación de escritores extranjeros invitados especiales. Los innumerables testimonios que allí se dieron reflejaron, de algún modo, el deplorable estado de situación en que se encuentra hoy en el mundo la literatura y el libro, no sólo en cuanto a una merma drástica de lectores, comparado con décadas anteriores, sino sobre todo, como la calidad de los contenidos se ha deteriorado en extremo.

En este sentido, Mempo Gardinelli, escritor argentino, señalaba que en una entrega de los Premios Planeta en Argentina, fueron invitados a subir al escenario los cuatro autores más vendidos de la editorial, aquellos que lograron vender más de 100.000 ejemplares. Subieron al escenario: un humorista, un analista político, un especialista en auto ayuda y un autor de libros esotéricos. Según este escritor,, la “paraliteratura”, de dudoso contenido literario, estaba ganando la preferencia de los lectores, en desmedro de los géneros tradicionales.

En esta misma línea, Wolfango Montes, escritor boliviano, testimonia que un periódico de Porto Alegre da a conocer una estadística de los libros más vendidos en aquella época. En primer lugar figuran los libros didácticos, en segundo lugar los de autoayuda y esoterismo. Entender la primera preferencia no resulta difícil de explicar: los libros didácticos son aquellos que el comprador está obligado a adquirir, los indicados en las escuelas por los profesores. Respecto de la segunda preferencia, ello quiere decir que la gente anda en busca de conocimiento práctico para resolver sus angustiantes problemas de vida, sin ninguna base psicológica profunda, o a través de antiguas supersticiones o conductas de magia, en donde el charlatanismo encuentra su mejor caja de resonancia.

A su vez, Carlos Iturra, escritor chileno, da cuenta que hay casos paradójicos. Tal es el caso del libro “Blanca Elena”, de la escritora Luz Larraín, unánimemente criticado negativamente por la crítica de la época, sin embargo, logró posicionarse en los lugares de libros más vendidos.

Tanto en uno como en otro caso, una especie de milagro pareció producirse: libros con contenido de dudosa calidad literaria, lograron posicionarse en los lugares top de venta. Son sin duda, los efectos que producen ciertas externalidades que son ajenas a la literatura misma. Una contundente inversión en publicidad y marketing han gatillado este verdadero milagro. Se le preparan a la escritora/or publicitadas conferencias de prensa y se le abren coberturas en los espacios de la prensa especializada. Y si se le puede hacer aparecer en entrevistas en la televisión, tanto mejor.

Peor aún, sabemos de editoriales que suscriben contratos con escritoras/es más famosas para que en un determinado tiempo escriban una determinada cantidad de libros. En este punto se da el caso que el escritor tiene que escribir por obligación, para cumplir un compromiso contractual con la editorial. Aquí, la presión exterior sobre los escritores se hace más evidente aún. En efecto, se escribe a pie forzado y no como algo que fluya natural. En estos casos tanto el libro como el escritor pasan a ser manejados por los mass media, según los intereses del mercado y sus posibilidades dentro de éste. El punto de mira es la inversión, la calidad y la misma creación dejan de tener la relevancia que debieran tener. A este propósito sabemos que el marketing con su incesante bombardeo publicitario puede convencer hasta el lector más estoico, de que tal o cual libro hay que leerlo. Los estudios sociológicos que se han hecho sobre el particular demuestran, científicamente, y en forma inequívoca, el gran poder de la mass media para convencer al lector de cualquier cosa.

En sentido estricto, hoy existe una mayoría de escritores que escriben sus libros más motivados por vender, que por la necesidad intrínseca de escribir que le es propio al escritor. ¿Quiere decir que esto es intrínsecamente malo? Por supuesto que no. Sólo dejar constancia que impulsados por tales motivaciones, los escritores en conjunto con los editores, pasan a ser algo así como una especie de agentes industriales, que producen libros como si fueran zapatos, calcetines o refrigeradores.

Ejemplos hay por montones, entre los de ventas más conocidos: Corín Tellado, Agatha Cristi y nuestra Isabel Allende, entre tantas/os otros. Para el caso, estas autoras parten de un libro original que ha tenido éxito de ventas, cuyo sujeto temático después repiten en los siguientes, siguiendo el modelo o estereotipo de aquello que ya le ha traído éxito.

Me explico. Se toma un primer libro que ha tenido éxito de ventas, y se toma éste como modelo para seguir escribiendo los siguientes. Claro está, se cambian los nombres de los personajes, los lugares, los matices y las tramas, pero en el fondo permanece el estereotipo original ya probado su éxito. En el caso de Isabel Allende, por ejemplo, sus novelas responden a un estereotipo mujeril original (la casa de los espíritus) y de ahí para adelante sigue en la misma veta. Todo gira en torno a ese estereotipo, resultando los sucesivos libros más de lo mismo. Por cierto, entre una y otra novela se le acentúan o modifican los tonos, los énfasis, los colores, etc., cuestión que, por lo demás nuestra escritora lo hace con mucha habilidad. Pero es el caso, que cuando uno lee uno de sus libros, habiendo leído los anteriores, ya desde sus primeras páginas uno sabe para donde va la micro.

Para entender mejor esta idea, nada mejor que buscar su análogo. Me remito al otrora famoso pintor Pacheco Altamirano. Este pintor creó un estereotipo de pintura, todo un éxito de ventas, sobre todo, entre turistas, fundamentalmente, extranjeros. Su sujeto temático partía de la pintura de un barco, teniendo como fondo el paisaje de la bahía de Angelmó, en Puerto Montt. Cuadros preciosos, muy bien acabados, sin embargo, para el ojo avizor no puede pasar inadvertido que todos sus cuadros son más de lo mismo que obedecen a un estereotipo original que se repite en los demás cuadros: una vez, pintando un barco desde la popa, otra vez, desde la proa, y otra, inclinado o semi-hundido, y así sucesivamente. Se cae en más de lo mismo, todo es reiteración, la imitación de un modelo ya probado su éxito. Y bien sabemos, que no hay nada más contrario a la creación, que la reiteración, la imitación, los modelos que se repiten como estereotipos.

Por cierto, vender más no significa necesariamente mejor calidad, sólo da cuenta de un gusto mediatizado. Y esto no sólo sucede en el campo de la literatura, sino también en todas las manifestaciones del arte. ¿Quién no se hace agua con historias de amores y desencuentros, de sufrimientos arrebolados y de comidas eróticas y ciudades bestiales que más se asemejan a una selva? Para el caso de los ejemplos, el sub género mujeril resulta atrayente y hasta estar a la moda (pregúntenle a Almodóvar). Así y todo, los libros de Isabel Allende mucho me han gustado leerlos, pero eso ni quita ni pone al hecho que no pocos de los críticos dejen de tener razón, cuando señalan a ésta como una “escribidora”, antes que una escritora, en sentido estricto. Con todo, marco mi preferencia por María Luisa Bombal, escritora chilena, destacada por el mismo Jorge Luis Borges. Sí, aquella de “La Amortajada” y “Niebla”, la escritora alcohólica, la ninguneada por la sociedad de entonces. En mi opinión, ni las más famosa best seller chilena, le llega a los talones, metalingüísticamente hablando.

Por estas y otras razones es que desconfío de los libros best seller, de aquellos que encontramos a primera vista muy bien ubicados en los escaparates de las librerías, aquellos que son difundidos reiterativamente por los medios de comunicación, aquellos que hacen uso y abuso de flashes, luces y candilejas en sucesivas presentaciones o lanzamientos. Por mi experiencia, los mejores libros que han caído en mis manos, no son los que recurren al marketing para promocionarse. Los mejores libros han sido aquellos que me han sido datados por mis pares, en los cuales confío porque mucho saben de estas cosas. Muchos de ellos los encuentro después de una intensa búsqueda, allí escondidos, en la parte más alta de las repisas de los libreros, esperando que alguien se fije en ellos para sacarlos de su largo enclaustramiento.

De lo hasta aquí dicho se podrá comprender que admiro y adoro a los escritores de mejor pasta y laya, aquellos que están en las antípodas de los que usan al libro como una especie de agente para producir una suerte de proceso industrial en serie. Afortunadamente, para la dignificación del libro, la literatura y el mismo escritor, hay varios a los que debiéramos imitar como ejemplo. No sólo los escritores de la Antigüedad y el Medioevo nos han dado claro ejemplo de ello, en la modernidad también hay escritores que nos sirven de modelo. Para el caso a modo de ejemplo, cito el caso de Franz Kafka y Jean Paul Sartre, sin olvidar a muchos otros.

La biografía de Kafka nos señala que se gradúa en derecho, y durante algunos años logra emplearse en una compañía de seguros contra accidentes del trabajo. Pero su verdadera aspiración es encontrar el tiempo necesario para poder escribir. Vive así una doble vida, entre una rutina gris que le pesa y agobia, y un sentido de vocación interior que el burocratismo de la vida le impedía tener el tiempo necesario para poder dedicarse a escribir de pleno tal como íntimamente lo deseaba:

“Estoy empleado en una agencia de seguros sociales. Ahora bien, esas dos profesiones no pueden nunca conciliarse, ni conformarse con un trato equitativo. La menor felicidad en una de ellas equivale a una gran desgracia en la otra. Si una noche escribo algo bueno, al día siguiente ardo en la oficina y no puedo hacer nada. Este ir y venir me resulta cada día más nocivo. En la oficina cumplo exteriormente con mis obligaciones, pero no con mis obligaciones íntimas, y cada obligación íntima no cumplida se convierte en una desdicha perdurable”(F. Kafka, Diarios, Emecé Ed. Buenos Aires, pags. 41-42).

En este pensamiento Kafka nos señala inequívocamente el deseo íntimo siempre latente que se encuentra dentro del espíritu del escritor. Y esta naturaleza adquiere mayor altura cuando nos cercioramos de que, en vida su obra pasó prácticamente desapercibida hasta después de su muerte. Con anterioridad a su muerte, dio instrucciones a su amigo y albacea Max Brod para que destruyera todos sus manuscritos. Por fortuna, para la historia de la literatura Brod hizo caso omiso de dichas instrucciones y supervisó la publicación de la mayoría de sus obras.

El otro ejemplo, el de Jean Paul Sartre, no merece mayores comentarios, sólo basta consignar que una vez que se le otorgó el Premio Nobel de Literatura, públicamente lo rechazó, caso único, hasta donde se sepa, de un filósofo escritor que escribió no para ganar premios, sino porque su vida se encontraba atada a tan alto y digno oficio.

Sin embargo, no todo son sombras y oscuridades para aquellos que no acostumbramos hacer lobby y todas esas tonteras para que una editorial nos publique nuestros libros, La tecnología, a pesar de tener muchos efectos distorsionadores y alienantes, muestra su lado bueno para la difusión de nuestros libros, lo que nos hace prescindir de andar poco menos que rogando a las editoriales para que nos publiquen.

En efecto, han surgido un sinnúmero de páginas virtuales que han acudido en nuestra ayuda en momento en que la crisis parecía que nos iba hacer reventar de todos modos. Los libros digitales, de libre circulación están multiplicándose por todos lados. De esta forma el género ensayo, tan difícil de difundir por las editoriales, ahora pueden circular libremente para que accedan a él gratuitamente los lectores. Ya no más marketing, no más publicidad, no más lobby, no más flashes ni luces para lograr ganarse un espacio en el escaparate de los libreros. Mucho podrá criticársele al libro digital, pero lo cierto es que a nosotros los ensayistas, -la mayoría de los cuales escribimos sin más propósito de estar comprometidos con la investigación, el pensamiento crítico y la libertad de pensamiento-, nos ha venido a dar un magnífico espacio para que nuestros libros circulen libremente.

Para finalizar, vuelvo al primer párrafo de este artículo. Mi ensayo “Derechos humanos, entre realidades y convencionalismos” ya se encuentra a disposición de los lectores que se interesan por este tema, en mi web: www.hernanmontecinos.com . En su página de inicio, en el costado izquierdo ubicar “Selección de categorías”, y en su listado buscar el título en “Libros libres. A manera de anticipo, incluyo su prólogo en donde resumo la idea central que está explícito e implícito en el mismo.

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PRÓLOGO

Pudiera parecer demasiada pretensión que, desde mi modesto ambiente de ensayista —medido en la pequeñez de la inmensa órbita de las humanidades— me arrogue el derecho de estar hablando respecto de los derechos que les conciernen a los demás hombres. Digo esto, al tener conciencia que incursiono en un tema respecto del cual mucha gente no lo puede hacer porque no ha tenido acceso, en el orden del pensamiento, a la posibilidad del discurso sobre la universalidad de los derechos declarados.

Y más fundamentalmente cuando miles y miles mueren cada año sin siquiera haber tenido la posibilidad de gozar, en lo más mínimo, los derechos de los cuales son sujetos.

De allí que el problema principal se planteará en saber cómo llegar a esa inmensa porción de humanidad sin reducir el tema en una visión unilateral de las tantas que pueden darse. Porque en América Latina, por ejemplo, a propósito de las dictaduras militares, se ha acostumbrado a estacionar el problema de los Derecho Humanos sólo en sus manifestaciones finales, sin entrar a hacer un examen profundo de las estructuras del sistema en cuyas redes, sin duda, lograremos encontrar muchas de las respuestas del por qué a una inmensa mayoría le son negados derechos considerados fundamentales.

En este marco trataré de aportar elementos de juicios que, por extraña coincidencia, no se encuentran muy presentes en los diversos documentos investigativos que se han publicado en nuestro medio. Ello, porque gran parte de los que conformaban el mundo intelectual progresista han terminado por abdicar de su función crítica para pasar a institucionalizarse en las complejas redes institucionales del actual sistema imperante. Una tendencia siempre presente porque, “si examinamos el campo donde se forjan y defienden las ideas, es innegable que siempre encontraremos un buen número de hombres que venden su pluma o su cerebro al mejor postor o modifican imperceptiblemente la trayectoria de su pensamiento, en el momento que éste pueda constituir un freno para su éxito personal” (Ernest Mandel).

Entonces, si partimos del reconocimiento que el trabajo crítico intelectual se ha debilitado en extremo, esa es una razón más que suficiente para redoblar nuestros esfuerzos en la perspectiva de volver a retomar la función crítica, justamente, porque la realidad social de nuestro tiempo nos indica que cada día ésta se nos presenta más enmascarada que antes. Una crítica que debe alcanzar, fundamentalmente, a las concepciones del poder y del mando que han agotado sus propias funciones progresistas.

Por eso, aún consciente de todas las limitaciones y complejidades que pueda significar abordar el sujeto temático propuesto, y aún a riesgo de equívocos o interpretaciones injustas, el espíritu del ensayista y la curiosidad del escritor han podido más para motivarme a aceptar este reto, induciéndome a incursionar en este apasionante campo.

Sin embargo, advierto, en el presente caso no me detendré —como se acostumbra hacerlo— a particularizar, por ejemplo, en temas tales como la tortura, los encarcelamientos, el exilio, la impunidad o las leyes injustas sobre el régimen laboral, entre tantos otros. Ello, no por desmerecer a los mismos, sino porque un buen número de destacados tratadistas relacionados con el campo del Derecho o vinculados directamente con organizaciones sobre los Derechos Humanos, han abundado con acopio de antecedente sobre dichos tópicos.

En este marco, mi intención será la de comprometer una visión mucho más amplia, en el sentido de poder captar desde la praxis misma de los Derechos Humanos, el papel que entran a jugar esferas tan significativas como lo son, por ejemplo, la ideología, la filosofía, el poder económico, el pragmatismo político, los medios de comunicación, los intereses geopolíticos, la ética, el humanismo, la religión, etc.

De otra parte, si sabemos que la actividad intelectual no es más que una acción teórica sintetizadora de la experiencia y la práctica social humana, podemos concluir, que el primer rol del intelectual, en las condiciones presentes, no podría dejar de lado la desmitificación de las relaciones existentes en el actual sistema económico, político, social y cultural, imperantes. Además, si por su naturaleza la doctrina sobre los Derechos Humanos es eminentemente dialéctica, el esfuerzo de su reconstrucción no podrá ser pasivo sino que activo, en cuyo caso el esfuerzo investigativo consistirá en extraer de la realidad los factores, fuerzas y variables considerados importantes para la comprensión cabal de su doctrina.

Por lo mismo, más allá del mínimo conocimiento intelectual, esta reflexión debe converger con la gran diversidad de experiencias humanas reflexionadas en diversos grados con aquellos mismos que la van desplegando. Porque, sólo asimilando y recogiendo el gran caudal que entrega la experiencia podrá surgir el pensamiento y el concepto y, sólo en referencia a esta relación, el trabajo intelectual logrará cristalizarse y proyectarse en el más amplio de los sentidos.

Ahora bien, enfrentados en nuestra hora a un tema tan contradictorio como paradojal, dos imágenes, dos opciones de reflexión podrán servirnos de guía y apoyo. Por un lado, una imagen que nos revelan sólo las manifestaciones finales de los fenómenos que operan en la sociedad, por otro, una imagen que nos pueda llevar por las corrientes subterráneas, por las causas profundas que explican todos los fenómenos que nos toca enfrentar en el nuevo contexto. De seguro, quiénes podamos incursionar por la segunda vía, podremos estar en mejores condiciones para poder percibir las complejidades y contradicciones que representa el dinamismo de nuestra época y estar preparados para asumir más responsablemente nuestro papel en el acontecer que nos toca ser protagonista.

Finalmente, debo dejar en claro que al señalarle a la Declaración Universal factores que la limitan y condicionan, no ha sido mi ánimo desmerecer el valor intrínseco que ésta representa, sólo que al hacerlas presentes, estoy señalando la necesidad de proseguir una lucha que se muestra ya secular, desplegándola ahora con más vigor que antes. Ese es el verdadero sentido, el verdadero alcance a que nos convoca, en las condiciones presentes, el compromiso con los contenidos de la Declaración Universal. Pues, si bien todos los movimientos promovidos en pos de la conquista de tales o cuales derechos han irrumpido bajo distintos denominadores, no todos han sabido implementar los mejores procedimientos para alcanzar sus logros.

Porque en no pocas ocasiones, éstos han quedado expresados en acciones meramente funcionalistas, o en simples gestos de protestas, remitidos a actitudes de inconformismos, a prácticas y experiencias que se reproducen en la particularidad de cada uno de los acontecimientos. Pero en lo fundamental, no han entrado a examinar el por qué de la inhumanidad de los regímenes que nos gobiernan, o el por qué de las estructuras injustas de la sociedad, ni menos, se han planteado el cómo y el cuándo se podrá ejercer una acción que nos conduzca definitivamente a una sociedad verdaderamente humanizada.

De este modo, los vagos y líricos llamados a la defensa de una mejor vida para el hombre que no tomen en cuenta las causas profundas del actual orden social, no serán suficientes para hacer realidad los Derechos Humanos en el mundo. En este marco, la lucha por los mismos debe comprender un compromiso que no se funde en una historia de la especulación sino en el mundo de los hechos, en la experiencia concreta que nos muestran los acontecimientos. Conviene, por tanto, imponer un hilo conductor para el tratamiento del tema. En lo principal, tratar de vencer todo aquel círculo vicioso de imágenes que reflejan superficialmente los fenómenos que acontecen en la realidad social, sin detenerse mayormente en el análisis de las estructuras del sistema de las que derivan todos los problemas contemporáneos.

De ello, el interés que despiertan actualmente los grandes temas que se relacionan con la defensa de los Derechos Humanos, la atención que prestan a ellos ingentes conglomerados de personas que se han comprometido con esta causa, expresan una necesidad que debe darse tanto en las ideas como en la praxis de los acontecimientos que día a día se van dando.

Porque así como todas las causas por las cuales la humanidad ha luchado, la defensa de los Derechos Humanos, no solamente debe encontrarse señalizada por políticas que respondan puntualmente a tal o cual acontecimiento, sino que, también, debe representar una concepción coherente y lúcida que tenga presente las necesidades de una humanidad que no tiene otro fin que ella misma y que no encuentra sino en ella sus medios de conocimiento y de acción.

HERNÁN MONTECINOS

Año 1998, año de la conmemoración del cincuentenario de la “Declaración Universal de los Derechos Humanos”

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