Debates
Economía y política de los “fines de
ciclo” en América Latina
Eduardo Molina
Ideas de Izquierda, Número 24,
Octubre 2015
La situación en Brasil, donde el
gobierno de Dilma impulsa duras medidas de ajuste mientras busca pactar con la
derecha en respuesta a la aguda crisis económica y política, es signo elocuente
del salto en la decadencia de los gobiernos progresistas en América latina.
Junto con el cuadro electoral argentino, donde el futuro del “proyecto nacional
y popular” quedó en manos del noventista Daniel Scioli, uno de los tres jinetes
del ajuste que compiten por la presidencia, la profunda degradación del
chavismo en Venezuela y el curso de los gobiernos de Uruguay, Ecuador,
Nicaragua, Bolivia, etc., ilustra el “fin de ciclo progresista” [1]. No hay
márgenes para hacer concesiones significativas a las clases trabajadoras al
mismo tiempo que favorecer los negocios del capital. Es preciso pasar a los
“ajustes”, y con ello los gobiernos nacionalistas y de centroizquierda
profundizan un curso regresivo y de concesiones al capital y a la reacción.
Así, contra la tesis progresista de
que el único peligro es la “restauración conservadora”, para justificar el
apoyo al ajuste progresista y disciplinar a los críticos, el giro político
reaccionario que impulsan las clases dominantes se expresa por dos canales: el
propio curso de los gobiernos “populares”, y la presión de la derecha,
relativamente fortalecida pero que está lejos de asegurarse condiciones como para
imponer una nueva hegemonía reaccionaria.
Las bases materiales del viraje
conservador-progresista se encuadran en el escenario más amplio de “fines de
ciclo” que atraviesa América latina: la “década dorada”, de alto crecimiento,
en que los gobiernos posneoliberales pusieron su sello político ha quedado
atrás, se ingresa en una nueva fase bajo el signo de la crisis económica, la
inestabilidad política y la exasperación de las contradicciones sociales.
La crisis económica abarca al
conjunto de América latina
La “desaceleración” de las economías
latinoamericanas que viene desplegándose desde 2012 se ha convertido en un
virtual estancamiento, con importantes crisis en Brasil, Venezuela, Argentina y
otros países. Según la CEPAL, para 2015 “se espera una tasa de crecimiento
regional del 0,5 %, en crecimiento ponderado. América del Sur mostraría una
contracción del 0,4 %. Mientras Argentina apenas crecería un 0,5 %, Brasil se
contraerá un -1,5 % y Venezuela sufrirá una severa depresión del orden del -5,5
%”. En 2016 América Latina lograría apenas a un 2 % de incremento.
La crisis económica mundial está
transmitiéndose a la región a través de tres canales principales: la
inestabilidad de la débil recuperación norteamericana, por lo que ejerce escasa
tracción sobre América latina; la desaceleración que sufre China, y con ello,
la menor demanda y baja de precios de las materias primas que exporta la región
(por lo que estos bienes también pierden interés para la especulación
financiera en los “mercados a futuro”). A ello se suman la valorización del
dólar frente a otras divisas, que encarece en términos relativos las
exportaciones regionales, y la posibilidad de un alza de intereses por la FED,
que podría revertir el ya menguante flujo de capitales hacia el subcontinente.
Esto implica la reversión de las
condiciones internacionales excepcionales de que se nutrió la pasada década por
el boom de las materias primas y la disponibilidad de inversiones y
financiación barata. El “viento de cola” de entonces, se está transformando en
“viento de frente” [2]. Escribe The Economist: “las monedas latinoamericanas se
han debilitado de una manera particularmente dramática” [3]. Agrega que “el
hecho de que muchas de las mayores economías latinoamericanas sean grandes
productores de commodities ha empeorado el asunto”, ya que la aguda caída en la
mayoría de los precios de commodities desde mediados de 2014 “ha avivado los
temores de los mercados sobre el panorama económico en América latina, lo que
en muchos casos ha profundizado la venta de monedas locales” [4]. Así, el
crecimiento regional “se ha frenado bruscamente” al decir de la directora del
FMI [5].
México, en medio de la crisis
política y estatal, enfrenta una clara “desaceleración”: este año su PBI
crecería apenas un 2 %, mientras que su moneda se viene depreciando y la baja
de los precios del petróleo afecta sus ingresos y pone en aprietos la
estrategia de “apertura energética” a que está jugado el gobierno de Peña Nieto
intentando profundizar las reformas neoliberales. Esto, junto a la
desaceleración de Colombia, Perú y Chile, afecta la propaganda sobre la
“Alianza del Pacífico” como alternativa neoliberal. Chile es el primer
exportador mundial de cobre, Perú el segundo, mientras que más de la mitad de
las exportaciones colombianas depende del petróleo y la minería. La baja de
precios los afecta directamente y retrae también las inversiones, induciendo su
“desaceleración”, y empuja devaluaciones y recortes presupuestarios además de
tensiones sociales y políticas como es el caso de Chile y Perú. Colombia en
2015 apenas crecería un 3 %, y en 2016 solo un 2,3 %. Sus exportaciones se
redujeron un 30 %, el peso colombiano perdió un tercio de su valor ante el
dólar, y las acciones de EcoPetrol se desplomaron a la mitad de su cotización.
Brasil marca un punto de inflexión en
el proceso latinoamericano. Su retroceso ejerce una considerable influencia
sobre sus vecinos, comenzando por su principal socio en el MERCOSUR, Argentina.
La economía brasileña se contrajo por tercer trimestre consecutivo, entrando
oficialmente en recesión. El PBI aumentó 1 % en 2012, 2,5 % en 2013 y apenas
0,1 % en 2014. Este año, la caída del PBI podría superar el -2 %. Se vienen
reduciendo las inversiones, la producción industrial y hasta el consumo de las
familias, mientras que el desempleo sube al 8,1 % y la inflación a casi un 10
%, cae la recaudación fiscal y el real alcanzó su punto más bajo frente al
dólar desde 2009. Las altas tasas de interés locales han atraído a los
especuladores, pero el deterioro fiscal, cambiario y financiero, así como el
temor a un alza de los intereses en EE. UU. podría derivar en la salida
de esos fondos.
En cuanto a Argentina, como tratan
otras notas en esta revista, el actual estancamiento y dificultades financieras
derivan en mayor incertidumbre bajo los efectos de la crisis de Brasil, su
principal mercado regional y destino de la mitad de sus exportaciones
industriales, y la devaluación del real y otras monedas.
La profunda recesión de Venezuela
desnuda la bancarrota de un “nacionalismo petrolero” que se insinuó a
principios de siglo pero nunca llegó a una plena nacionalización, ni mucho
menos fue capaz de impulsar la industrialización o el desarrollo
agrícola-alimentario con la cuantiosa renta petrolera que siguió consumiéndose
improductivamente o derramándose en beneficio de burgueses y burócratas que la
fugan masivamente al exterior. En cuanto a Ecuador y Bolivia, la depreciación
de los hidrocarburos también implica un severo golpe y está impulsando
restricciones presupuestarias y negociación con el FMI (en el caso de Correa) y
nuevas concesiones a las petroleras (en Bolivia).
De la “década dorada” a la
“restricción externa”
El importante crecimiento de la
década anterior, que permitió un aumento de un 80 % del PBI latinoamericano, disminución
de la pobreza y miseria extremas y del desempleo, además de acceso al consumo
de franjas ampliadas de la población trabajadora, no ha significado verdadero
“desarrollo”, ni “despegue”. Con la crisis quedan expuestos la persistencia del
atraso y dependencia históricos del capitalismo en América latina. Los
gobiernos progresistas ni siquiera encararon una ruptura de fondo con el
neoliberalismo. Los “modelos de crecimiento con inclusión” de sesgo
“neodesarrollista” se mantuvieron en los marcos de la continuidad con elementos
esenciales de la herencia de los ‘90: la orientación al mercado mundial según
las “ventajas comparativas”; un amplio grado de apertura al capital extranjero,
altos niveles de precarización laboral e informalidad, la “financierización” y
endeudamiento interno y externo, etc.
En suma, no se transformó la
ubicación regional subordinada en el mercado mundial, ratificándose su
condición básica como proveedora de materias primas, mercado secundario y
fuente de rentas monopólicas y valorización financiera. Más bien se profundizó
el sesgo primario-exportador y extractivista, el rezago industrial y la
dependencia del capital extranjero, sin poder revertir pese a esto la pérdida
sostenida de peso relativo de América latina en el comercio mundial. En este
plano no hay una diferencia cualitativa entre la evolución de los “modelos
neoliberales” y los “progresistas”.
Tampoco en el comportamiento de un
indicador clave como es la productividad, factor esencial para mejorar la
posición en la economía internacional. La media latinoamericana ha seguido
siendo solo una fracción de la de los centros del capitalismo avanzado, e
inferior a la de China y Asia oriental, y además, su ritmo de crecimiento
también es más lento. Según la CEPAL, “durante el período entre 2002 y 2010 la
región logró algunos avances, con un incremento anual de la productividad
laboral del 1,5 %” [6]. Estos guarismos están sin embargo por debajo de otras
regiones como África subsahariana (2,1 %) y Asia oriental (8,3 %, excluidos el Japón
y la República de Corea) [7]. Solo ciertas ramas beneficiadas por los altos
precios e inversiones masivas, como la minería, el agrobusiness, ciertos
servicios modernos y algunos nichos industriales mostraron un dinamismo
superior pero que se combina con la baja productividad en amplias franjas de la
producción para el mercado interno y las actividades comerciales y de servicios
tradicionales. En suma, el factor de la productividad total ha sido débil. La
tasa de formación de capital ha sido relativamente baja, del orden del 20 %,
muy por debajo de las asiáticas.
Al invertirse el ciclo comercial,
esto recrudece la “restricción externa”, problema cíclico típico del
capitalismo dependiente latinoamericano que motoriza la recesión en un
movimiento de “stop and go” que hace evidente que el ciclo de los productores
de materias primas está subordinado al del centro industrializado, a la par que
evidencia la continuidad de la expoliación imperialista a través de la succión
de utilidades, la especulación financiera, el servicio de la deuda, etc.
En los años pasados, la
diversificación de socios comerciales, con China como segundo gran comprador
(después de EE. UU.), junto a la crisis de la hegemonía norteamericana,
ampliaron los márgenes de maniobra para regatear con el imperialismo.
Secundariamente, el comercio intrarregional amplió un poco los mercados para la
industria local. Sin embargo, estos factores además de contradictorios (como la
competencia industrial china) solo pueden ofrecer paliativos a la hora de la
crisis. La integración regional es superficial y endeble, y la crisis exacerba
la competencia interburguesa por atraerse la inversión extranjera, en defensa
de sus propios mercados e intereses, como muestra la escalada de devaluaciones
reciente y las medidas proteccionistas entre países vecinos, de lo que son
muestra las fuertes tensiones del Mercosur que la crisis brasileña agudiza. Por
ello crecen también los intentos de negociación individual con el imperialismo,
como la insistencia de la burguesía paulista en un acercamiento a Estados
Unidos, los contactos con la Unión Europea, el intento de Uruguay de avanzar en
un TISA con el imperialismo “cortándose” de sus socios regionales, el intento
argentino de recostarse más en China, etc.
Algunas consecuencias
político-sociales de la degradación nacionalista y progresista
La “economía política progresista”
imaginó que el Estado “regulador” podría canalizar el excedente generado en la
exportación a la acumulación capitalista a escala nacional, asociando al capital
extranjero y poniendo un relativo énfasis en la “demanda” [8] para generar un
“círculo virtuoso” de “desarrollo con inclusión”. Pero la dura realidad del
“capitalismo realmente existente” demolió estas expectativas. Ahora hay que
estimular la “oferta” del capital. Como dice la CEPAL, es preciso “impulsar el
ciclo de inversión con miras a reactivar el crecimiento”; mientras el FMI
insiste por su parte en estimular el “ahorro, la inversión y la productividad”,
además de “tipos de cambio reales más competitivos” e inversión en
infraestructura para abaratar las exportaciones [9].
Todo el establishment reclama este
cambio de “partitura” en los Ministerios de Economía. Pero esto significa, por
un lado, nuevas concesiones al imperialismo y sus instituciones financieras,
además de la “disciplina fiscal” necesaria para garantizar financiación estatal
y solventar un mayor endeudamiento externo, y por otro, avanzar en una
“redistribución negativa de la riqueza”, bajando el salario y también, ese
“salario indirecto” a través de los servicios sociales, salud, educación,
transporte, etc.
Sobre esta base no hay conciliación
de clases posible. Si la capacidad de mediación y arbitraje de los gobiernos
progresistas ya venía dañada –“desfinanciada” en el nuevo contexto económico–,
ahora deben encarar la ingrata administración de la crisis a través de ajustes,
sin por ello calmar las exigencias del gran capital, que preferiría gestores
más confiables que asuman abierta y completamente su programa.
La crisis económica ya se está
transformando en una extendida inestabilidad política, y si bien ésta asume
rasgos más notables en la crisis de los gobiernos “populares”, no deja indemnes
a los gobiernos de derecha: la caída de Otto Pérez en medio de grandes
movilizaciones en Guatemala, la profunda crisis estatal que corroe a México, el
debilitamiento del régimen chileno, son muestras de ello. Nuevamente, es
relevante el ejemplo brasileño donde la crisis del gobierno petista deja en
evidencia la continuidad de las más reaccionarias instituciones y formas de
dominación política burguesa; o en Argentina, donde el ocaso kirchnerista lleva
a primer plano los rasgos más abyectos y corruptos del régimen y sus partidos.
Lo que está cuestionado no son solo ciertos gobiernos, se trata de un extendido
descrédito de los partidos políticos y las instituciones.
Pero podrían ser más profundos los
realineamientos de clase al crecer el malestar social. En la región del mundo
que sigue siendo la más desigual por la concentración de la riqueza, la
distribución del ingreso y la propiedad de la tierra, la crisis pone en
cuestión las modestas conquistas de “inclusión” y la llamada
“clasemediatización” que apuntalaron la relativa paz social en la “década
ganada”.
Decenas o cientos de millones de
latinoamericanos pueden ser empujados de nuevo a la pobreza abierta y la
miseria. Otros millones de trabajadores calificados o con conquistas como
empleo efectivo más o menos bien pago, a los que se pretendía “disolver” en ese
heterogéneo y difuso conglomerado de las “capas medias” (junto a cuadros de
producción, profesionales, jerárquicos, comerciantes, etc.), confrontan no solo
la creciente disparidad entre sus ilusiones y aspiraciones y la realidad del
deterioro de las condiciones de trabajo y de vida, sino también la perspectiva
de ataques más directos en los centros de producción, donde las empresas
pretenderán aumentar la rentabilidad a costa del salario.
Después de una década de crecimiento,
el ingreso de millones a puestos de trabajo, cierta recomposición del consumo,
cambios educativos y culturales y promesas progresistas al pueblo trabajador,
se ha naturalizado un nuevo piso o nivel histórico-moral del salario, como
decía Marx, para una vasta masa de trabajadores que no carga sobre sus espaldas
el peso de las derrotas anteriores y difícilmente esté dispuesto a resignar sin
lucha sus posiciones actuales, lo que puede colocar en el centro de la escena,
de una manera inédita en largos años, el enfrentamiento entre el capital y el
trabajo.
Las luchas del movimiento obrero y la
movilización estudiantil y juvenil de estos años pueden ser un síntoma de
nuevos cauces de la lucha de clases. Desde fines de 2012 grandes paros
nacionales y procesos huelguísticos en Brasil y el Cono Sur, vienen
manifestando la fuerza del movimiento obrero y adelantan la posibilidad de
mayor resistencia en la próxima etapa. Junto con ella, como muestra del
despertar de nuevas generaciones, vienen dándose importantes procesos de
movilización estudiantil y de sectores de la juventud precarizada, desde las
permanentes luchas estudiantiles en Chile, las protestas de junio de 2013 en
Brasil, los procesos en México del “#yosoy132” a la lucha por los 43 de
Ayotzinapa, o las recientes movilizaciones estudiantiles en Uruguay y Paraguay,
además de diversas luchas campesinas e indígenas y populares.
En un previsible horizonte de
resistencia obrera y popular y experiencia política de los trabajadores, las
fisuras políticas e ideológicas a izquierda del progresismo abren un nuevo
escenario para la construcción de una fuerza social y política de los
trabajadores, con una estrategia de independencia de clase y un programa para
que la crisis la paguen los capitalistas y el imperialismo, pues la alternativa
a la restauración conservadora no es el apoyo al ajuste progresista, sino la
lucha por una salida obrera y popular.
Notas
[1] Hay un debate sobre el “fin de
ciclo progresista” al que no podemos referirnos en esta nota. Hace unos días en
Página/12, Emir Sader, referente intelectual de la centroizquierda, se
indignaba contra la idea misma de que pueda hablarse de un fin de ciclo
progresista.
[2] La crisis capitalista
internacional abierta a fines de 2007 golpeó a la región con la recesión de
2009. Pero salió pronto de ésta, favorecida por la continuidad de la expansión
china y de los “mercados emergentes”. Sin embargo, la recuperación se dio sobre
bases más débiles e inestables. El precio de las materias primas creció todavía
hasta 2011-12, pero ya con un fuerte componente especulativo en los “mercados a
futuro”. Mientras, la expansión de los mercados internos comenzó a chocar con
su “techo” estructural.
[3] The outlook for Latin America 4,
The Economist Intelligence Unit, 2015.
[4] Ídem.
[5] El País, 30/09/2015.
[6] CEPAL/OIT, Coyuntura laboral en
América Latina y el Caribe 6, mayo de 2012.
[7] Ídem.
[8] Énfasis relativo, puesto que a
pesar del discurso progresista, nunca se alteró cualitativamente el nivel de
los salarios ni su participación en la renta nacional.
[9] Exportar un container desde
Brasil cuesta más del doble que en China y 1,5 veces que en la India, mientras
que las demoras de embarque en sus puertos son temibles.
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