Prefacio a Nuevo libro de Editorial El Colectivo y
Ediciones Herramienta
Ecosocialismo. La alternativa radical a la catástrofe ecológica capitalista
Fuente: Revista Herramienta
Löwy, Michael. Nació en Brasil en 1938, hijo de
inmigrantes judíos vieneses. Se graduó en Ciencias Sociales en la Universidad
de San Pablo en 1960, y se doctoró en la Sorbona, bajo la dirección de Lucien
Goldmann, en 1964. Vive en París desde 1969. Es director de investigación
emérito en el Centre National de la Recherche Scientifique (Centro Nacional de
Investigación Científica); fue profesor en la École des Hautes Études en
Sciences Sociales (Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales). Sus obras
han sido publicadas en 24 idiomas. Entre sus libros más recientes se encuentran
Redención y utopía. El judaísmo libertario en Europa central (1988); Rebelión y
melancolía. El romanticismo como contracorriente de la modernidad (1992);
Walter Benjamin: aviso de incendio (2001); Kafka, soñador insumiso (2004);
Sociologías y religión. Aproximaciones insólitas (2009); Ediciones Herramienta
y El Colectivo publicaron, en 2010, su libro La teoría de la revolución en el
joven Marx. Es miembro del consejo editor de la Revista Herramienta, donde ha
realizado numerosas contribuciones.
Prefacio
El ecosocialismo es una corriente política basada en una constatación esencial: la protección de los equilibrios ecológicos del planeta, la preservación de un medio favorable para las especies vivientes –incluida la nuestra– son incompatibles con la lógica expansiva y destructiva del sistema capitalista. La búsqueda del “crecimiento” bajo la égida del capital nos conduce, en efecto, a corto plazo –los próximos decenios–, a una catástrofe sin precedentes en la historia de la humanidad: el calentamiento global.
El ecosocialismo es una corriente política basada en una constatación esencial: la protección de los equilibrios ecológicos del planeta, la preservación de un medio favorable para las especies vivientes –incluida la nuestra– son incompatibles con la lógica expansiva y destructiva del sistema capitalista. La búsqueda del “crecimiento” bajo la égida del capital nos conduce, en efecto, a corto plazo –los próximos decenios–, a una catástrofe sin precedentes en la historia de la humanidad: el calentamiento global.
James Hanson, climatólogo de la NASA,
uno de los mayores especialistas mundiales en la cuestión del cambio climático
–la administración Bush había intentado impedir, en vano, impedirle que hiciera
públicos sus diagnósticos–, escribe esto en el primer parágrafo de un libro
publicado en 2009:
El planeta Tierra, la creación, el
mundo en el que la civilización se desarrolló, el mundo con las normas
climáticas que conocemos, con su geografía costera estable, está en peligro, un
peligro inminente. La urgencia de la situación solo se cristalizó a lo largo de
los últimos años. Ahora tenemos pruebas evidentes de la crisis […].
La sorprendente conclusión es que la continuación de la explotación de todos
los combustibles fósiles de la Tierra no solo amenaza a millones de especies en
el planeta, sino también la supervivencia de la humanidad misma –y los plazos
son más cortos de lo que pensamos–.1
Esta comprobación es ampliamente
compartida. En su libro incisivo y bien informado, Comment les riches détruisent la plannète[Cómo los ricos destruyen el planeta] (2007), Hervé
Kempf presenta, sin eufemismos ni falsas apariencias, los acontecimientos del
desastre que se prepara: más allá de un cierto umbral, que podría alcanzarse
mucho mas rápido de lo previsto, el sistema climático podría exasperarse de
manera irreversible; ya no se puede excluir un cambio súbito y brutal, que
haría subir la temperatura global varios grados, a un nivel insoportable.
Frente a esta comprobación, confirmada por los científicos y compartida por
millones de ciudadanos del mundo entero conscientes del drama, ¿qué hacen los
poderosos, la oligarquía de los multimillonarios que dirige la economía
mundial? “El sistema mundial que rige actualmente la sociedad humana, el
capitalismo, se opone de manera ciega a los cambios que es indispensable
esperar si se quiere conservar para la existencia humana su dignidad y su promesa”.
Una clase dirigente predadora y codiciosa obstaculiza cualquier veleidad de
transformación efectiva; casi todas las esferas de poder y de influencia están
sometidas a su pseudorrealismo, que pretende que cualquier alternativa es
imposible y que la única vía imaginable es la del “crecimiento”. Esta
oligarquía, obsesionada por el consumo ostentoso y la competencia suntuaria
–como ya lo demostraba el economista norteamericano Thorstein Veblen–,2 es indiferente a la degradación de las condiciones
de vida de la mayoría de los seres humanos, y ciega frente a la gravedad del
envenenamiento de la biosfera.3
Los “responsables” del planeta
–multimillonarios, directivos, banqueros, inversores, ministros, parlamentarios
y otros “expertos”–, motivados por la racionalidad limitada y miope del
sistema, obsesionados por los imperativos de crecimiento y de expansión, por la
lucha por las partes del mercado, por la competitividad, los márgenes de
ganancia y la rentabilidad, parecen obedecer al principio proclamado por Luis
XV: “Después de mí, el diluvio”. El diluvio del siglo XXI corre el riesgo de
tomar la forma, como aquel de la mitología bíblica, de un ascenso inexorable de
las aguas, que ahogará bajo las olas a las ciudades costeras de la civilización
humana.
El espectacular fracaso de las
conferencias internacionales sobre el cambio climático de Copenhague (2009) y
de Cancún (2010) ilustra esta ceguera: los poderosos del mundo, empezando por
los Estados Unidos y China, se negaron a cualquier compromiso con cifras y
concreto, incluso mínimo, de reducción de las emisiones de CO2. Las
medidas tomadas hasta ahora por los poderes capitalistas más “ilustrados”
–acuerdos de Kyoto, paquete clima / energía europea, con sus “mecanismos de
flexibilidad” y sus mercados de derechos a contaminar– dependen, como lo
demuestra el ecologista belga Daniel Tanuro, de una “política de mamarracho”,
incapaz de afrontar el desafío del cambio climático; lo mismo vale, a fortiori,
para las soluciones “tecnológicas”, que son las preferidas por el presidente
Obama y los gobiernos europeos: el “auto eléctrico”, los agrocarburantes, el “clean
carbon” y esta esa energía maravillosa, limpia y segura: la nuclear (esto
era antes de la catástrofe de Fukushima)…
Como lo había previsto Marx en La ideología alemana, las fuerzas productivas se están convirtiendo en
fuerzas destructivas, creando un riesgo de destrucción física para decenas de
millones de seres humanos –¡una situación peor que los “holocaustos tropicales”
del siglo XIX estudiados por Mike Davis.4
¿Cuál es, entonces, la solución
alternativa? ¿La penitencia y ascesis individual, como parecen proponer tantos
ecologistas? ¿La reducción drástica del consumo? El agrónomo Daniel Tanuro
constata con lucidez que la crítica cultural del consumismo propuesta por los
“objetores de crecimiento” es necesaria, pero insuficiente. Hay que atacar el
propio modo de producción. Solamente una acción colectiva y democrática
permitiría, al mismo tiempo, responder a las necesidades sociales reales,
reducir el tiempo de trabajo, suprimir las producciones inútiles y
perjudiciales, reemplazar las energías fósiles por la solar. Esto implica una
incursión profunda en el régimen de propiedad capitalista, una extensión
radical del sector público y de la gratuidad; en suma, un plan ecosocialista
coherente.5
Premisa central del ecosocialismo,
implícita en la elección misma de ese término: todo socialismo no ecológico es
un callejón sin salida. Corolario: una ecología no socialista es incapaz de
tomar en cuenta las apuestas actuales. La asociación del “rojo” –la crítica
marxista del capital y el proyecto de una sociedad alternativa– y del
“verde”–la crítica ecológica del productivismo que realiza– no tiene nada que
ver con las combinaciones gubernamentales denominadas “rojiverdes”; estas
coaliciones entre la socialdemocracia y ciertos partidos verdes se forman
alrededor de un programa social-liberal de gestión del capitalismo. El
ecosocialismo es, en consecuencia, una proposición radical –es
decir, que ataca la raíz de la crisis ecológica–, que se distingue tanto de las
variantes productivistas del socialismo del siglo XX (ya sea la
socialdemocracia o el “comunismo” de factura estalinista), como de las
corrientes ecológicas que se adaptan, de una manera o de otra, al sistema
capitalista. Es una proposición radical que no solo apunta a una transformación
de las relaciones de producción, a una mutación del aparato productivo y de los
modelos de consumo dominantes, sino también a crear un nuevo paradigma de
civilización, en ruptura con los fundamentos de la civilización capitalista /
industrial occidental moderna.
En la presente obra se tratará
principalmente la corriente ecomarxista. De todos modos, se encuentra, en la ecología
social de inspiración anarquista del norteamericano Murria Bookchin, en la
ecología profunda del noruego Arne Naess y en los escritos de varios “objetores
de crecimiento”, entre los que está el francés Paul Ariès, análisis
radicalmente anticapitalistas y proposiciones alternativas que son cercanas al
ecosocialismo.
Este no es este el lugar de
desarrollar una historia del ecosocialismo. Recordemos, no obstante, algunos
hitos.
La idea de un socialismo ecológico –o
de una ecología socialista– nace verdaderamente en los años 1970, bajo formas
muy diversas, en los escritos de varios pioneros de la reflexión “roja y
verde”: Manuel Sacristán (España), Raymond Williams (Reino Unido), André Gorz y
Jean-Paul Deléage (Francia) y Barry Commoner (Estados Unidos). El término
“ecosocialismo”, aparenetemente, recién empieza a ser utilizado a partir de los
años 1980, cuando el partido Die Grünen alemán, una corriente de izquierda, se
designa como “ecosocialista”; sus principales portavoces son Rainer Trampert y
Thomas Ebermann. Hacia esta época se publica el libro L’Alternative [La
alternativa],6 escrito por disidente socialista de la Alemania del
Este, Rudolf Bahro,7 el cual desarrolla una crítica radical del modelo
soviético y de Alemania del Este, en nombre de un socialismo ecológico. En el
curso de loa años 1980, el investigador norteamericano James O’Connor teoriza
su concepción de un marxismo ecológico y funda la revista Capitalism, Nature and Socialism, mientras que Frieder Otto Wolf, diputado europeo
y dirigente de una corriente a la izquierda de Partido Verde alemán, y Pierre
Juquin, ex dirigente comunista, reformista converso a las perspectivas
rojiverdes, redactan juntos el libro Europe’s
Green Alternative,8 especie de intento de manifiesto ecosocialista
europeo. Paralelamente en España, en torno a la revista de Barcelona Mientras Tanto,
discípulos de Manuel Sacristán, como Francisco Fernández Buey, también
desarrollan una reflexión ecológica socialista. En 2003, la IVa Internacional
adopta, durante su congreso, el documento “Ecología y Revolución socialista”,
de inspiración claramente ecosocialista. En 2001, el filósofo norteamericano
Joel Kovel y yo mismo publicamos un Manifeste
écosocialiste [Manifiesto ecosocialista], que servirá de
referencia para la fundación, en París en 2007, de la Red ecosocialista
internacional –que distribuirá, durante el Foro social mundial de Belén
(Brasil), la Declaración de Belén, un nuevo manifiesto ecosocialista sobre el
calentamiento global. Agreguemos a esto los trabajos de John Bellamy Foster y
de sus amigos de la muy conocida revista de izquierda norteamericana Monthly Review,
que apelan a una revolución ecológica con un programa socialista; los escritos
de las ecosocialistas feministas Ariel Salleh y Terisa Turner; la revista Canadian Dimension, creada por los ecosocialistas Ian Angus y Cy
Gornik; las reflexiones del revolucionario peruano Hugo Blanco sobre las
relaciones entre indigenismo y ecosocialismo; los trabajos del investigador
belga Daniel Tanuro sobre el cambio climático y los callejones sin salida del
“capitalismo verde”; los trabajos de autores franceses cercanos a la corriente
altermundialista como Jean-Marie Harribey; los escritos del filósofo (discípulo
de Ernst Bloch y de André Gorz) Arno Münster; las redes ecosocialistas de
Brasil y de Turquía, las conferencias ecosocialistas que comienzan a orgnizarse
en China, etc.
¿Cuáles son las convergencias y los
desacuerdos entre el ecosocialismo y la corriente del decrecimiento, cuya
influencia es Francia no es despreciable? En primer lugar, recordemos que esta
corriente, inspirada por las críticas a la sociedad de consumo –debidas,
principalmente, a Henri Lefebvre, Guy Debord y Jean Baudrillard– y al “sistema
técnico” –descripto por Jacques Ellul– está lejos de ser homogénea. Se trata de
una esfera de influencia plural, que se organiza entre dos polos: por un lado,
los antioccidentalistas tentados por el relativismo cultural (Serge Latouche);
por el otro, ecologistas republicanos / universalistas (Vincent Cheynet, Paul
Ariès).
El economista Serge Latouche es, sin
duda, el más controvertido de los partidarios del “decrecimiento”. Sin duda,
una parte de sus argumentos está justificada, y uno puede suscribir a su
empresa de demistificación del “desarrollo durable”, de crítica de la religión
del crecimiento y del progreso, y a su llamado a un cambio cultural. Pero su
rechazo en bloque del humanismo occidental, del pensamiento de la Ilustración y
de la democracia representativa, así como su relativismo cultural, son muy
discutibles: a pesar de lo que anuncia, no se ve bien cómo sus preconizaciones
no nos llevarían a la Edad de Piedra. En cuanto a su denuncia de las
proposiciones de Attac (Jean-Marie Harribey) para los países del Sur
–desarrollar las redes de aducción del agua, las escuelas y los centros de
atención–, en virtud de que serían “etnocéntricas”, “occidentalistas” y
“destructoras de los modos de vida locales”, es difícilmente soportable.
Finalmente, su argumento para no hablar del capitalismo –o hacerlo tan poco,
dado que no sería descubrir nada nuevo, en la medida en que esta crítica ya
“fue hecha –y bien hecha– por Marx”– no es serio: es como si no tuviéramos la
necesidad de denunciar la destrucción productivista del planeta porque Gorz ya
hizo esa crítica, la “hizo bien”…
Más interesante es la corriente
universalista, representada por la revista La
Décroissance, incluso si las ilusiones
“republicanas” de Cheynet y Ariès pueden ser criticadas. Contrariamente al
primero, este último polo tiene muchos puntos de convergencia –a pesar de las
polémicas– con los altermundialistas de Attac, los ecosocialistas y la
izquierda de la izquierda francesa (PG y NPA) por las temáticas que defiende:
extensión de la gratuidad, predominio del valor de uso por sobre el valor de
cambio, reducción del tiempo de trabajo y de las desigualdades sociales,
ampliación de lo “sin fines de lucro”, reorganización de la producción de
acuerdo con las necesidades sociales y la protección del medio ambiente.
En una obra reciente,9 el ex periodista y pastor Stéphane Lavignotte
esboza un balance del debate entre los “objetores de crecimiento” y los
ecosocialistas. ¿Hay que privilegiar la crítica de las relaciones sociales de
clase y la lucha contra las desigualdades o la denuncia del crecimiento
ilimitado de las fuerzas productivas? ¿El esfuerzo debe recaer sobre las
iniciativas individuales, las experimentaciones locales, la simplicidad
voluntaria o sobre el cambio del aparato productivo y de la “megamáquina”
capitalista? El autor se niega a elegir y propone más bien asociar estos dos
recorridos complementarios. El desafío, desde su punto de vista, es combinar la
lucha por el interés ecológico de clase de la mayoría, es decir, de los no
propietarios del capital, y la política de las minorías activas por un cambio
cultural radical. En otras palabras, lograr –sin ocultar las divergencias ni
los desacuerdos inevitables– una “composición política” que reuniría a todos
aquellos que saben que un planeta y una humanidad habitables son
contradictorios con el capitalismo y el productivismo, y que buscan el camino
para salir de nuestro sistema inhumano.
Como conclusión de este breve prefacio,
digamos, por último, que el ecosocialismo es un proyecto de futuro, una utopía
radical, un horizonte de lo posible, pero también, de manera inseparable, una
acción hic et nunc,
aquí y ahora, que se propone objetivos concretos e inmediatos. La primera
esperanza para el futuro reside en movilizaciones como la de Seattle en 1999,
que vio la convergencia de los ecologistas y de los sindicalistas, antes de dar
nacimiento al movimiento altermundialista; o las protestas de cien mil personas
en Copenhague en 2009, alrededor de la consigna “Cambiemos el sistema, no el
clima”; o la conferencia de los pueblos sobre el cambio climático y la defensa
de la madre Tierra, en Cochabamba, Bolivia, en abril de 2010, que vio la
confluencia de treinta mil delegados de movimientos indígenas, campesinos y
ecológicos del mundo entero.
La presente obra no es una
sistematización de las ideas o prácticas ecosocialistas. Retomando varios
artículos que yo había publicado, se propone, más modestamente, explorar
algunos aspectos, algunos campos y algunas experiencias del ecosocialismo. Solo
representa, por supuesto, la opinión de su autor, que no coincide
necesariamente con la de otros pensadores o redes que proclaman su pertenencia
a esta corriente. No aspira a codificar una doctrina nueva ni a fijar una
ortodoxia cualquiera. Una de las virtudes del ecosocialismo es, precisamente,
su diversidad, su pluralidad, la multiplicidad de las perspectivas y de los
abordajes, a menudo convergentes o complementarios –como lo demuestran los documentos
publicados como anexo, que emanan de diferentes redes ecosocialistas–, pero
también, a veces, divergentes o, incluso, contradictorios.
M.
L.
Marzo
de 2011
Postscriptum:
En el momento de mandar a imprenta,
llegan las aterradoras noticias de la catástrofe nuclear de Fukushima, en
Japón. Por segunda vez en su historia, el pueblo japonés es víctima de la
locura nuclear. Aún no se sabe la magnitud del desastre, pero es evidente que
constituye un hito. En la historia de la energía nuclear civil, habrá un antes
y un después de Fukushima.
Después de Chernóbil, le lobby nuclear
occidental había encontrado la defensa: la catástrofe de Ucrania era el
resultado de la gestión burocrática, incompetente e ineficaz, propia del
sistema soviético. “Esto no podría ocurrirnos a nosotros”, nos habían repetido.
¿De qué vale este argumento hoy, cuando está involucrado el florón de la
industria privada japonesa?
Los medios pusieron en evidencia la
irresponsabilidad, la falta de preparación y las mentiras de la Tokyo Electric
Power Company (TEPCO) –con la complicidad activa de las autoridades locales y
nacionales y de los organismos de control japoneses–, más preocupada por la
rentabilidad que por la seguridad. Estos hechos son indiscutibles. Pero, por
insistir mucho sobre este aspecto, se corre el riesgo de perder de vista lo
esencial: la inseguridad es inherente a la energía nuclear. No solo –no más en este campo que en otros– no
hay riesgo cero, sino que cualquier incidente amenaza con tener consecuencias
incontrolables y desastrosas, irremediables. Estadísticamente, los accidentes
son inevitables. El sistema nuclear es en sí insostenible. Tarde o temprano
ocurrirán otros Chernóbil y otros Fukushima, provocados por errores humanos,
por disfunciones internas, terremotos, accidentes de aviación, atentados o
hechos imprevisibles. Para parafrasear a Jean Jaurès, podríamos decir que lo
nuclear conlleva la catástrofe como el nubarrón, la tormenta.
No es sorprendente, entonces, que el
movimiento antinuclear se vuelva a movilizar a gran escala, ya con algunos
resultados positivos, principalmente en Alemania. “Salida inmediata de lo
nuclear”: esta consigna se expande como un reguero de pólvora. No obstante, la
reacción de la mayoría de los gobiernos –en primer lugar, en Europa y en los
Estados Unidos–, es el rechazo de la salida de la trampa nuclear. Se intenta
calmar a la opinión pública con la promesa de una “seria revisión de la
seguridad de nuestras centrales”. La Moan,10 Medalla de oro de la ceguera nuclear, retorna
incontestablemente al gobierno francés. Uno de los consejeros del presidente,
el señor Henri Guaino, recientemente declaró: “El accidente nuclear japonés
podría favorecer a la industria francesa, cuya seguridad es una marca de
fábrica”. No comment…
Los nucleócratas –una oligarquía
particularmente obtusa e impermeable– pretenden que el fin de lo nuclear en el
mundo significará el regreso a las velas o a la lámpara de aceite. La pura
verdad es que el 13,4 % de la electricidad mundial es producida por centrales
nucleares. Se podría prescindir de esta fuente energética. Es posible, e
incluso probable, que, bajo la presión de la opinión pública, se reduzcan
considerablemente los proyectos delirantes de expansión ilimitada de las
capacidades nucleares y la construcción de nuevas centrales en muchos países.
No obstante, podemos temer que este golpe de freno esté acompañado por una
huida hacia delante en las energías fósiles más “sucias”: el carbón, el
petróleo offshore,
las arenas bituminosas, el gas de esquisto. El capitalismo no puede limitar su
expansión y, en consecuencia, su consumo de energía. Y como la conversión a las
energías renovables no es “competitiva”, se puede prever una nueva y rápida
subida de las emisiones de gas con efecto invernadero. Primer hito en la
batalla socioecológica para una transición energética: es necesario rechazar
este falso dilema, imposible de zanjar entre una bella muerte radioactiva y una
lenta asfixia consecuencia del calentamiento global. ¡Otro mundo es posible!
Michael
Löwy
París,
abril de 2011
Agradezco calurosamente a Luis
Martínez Andrade por su ayuda con la preparación de esta obra.
1 James
E. Hansen, Storms of my Grandchildren. The Truth About the
Coming Climate Catastrophe and our Last Chance to Save Humanity. Nueva York: Bloomsbury, 2009, p. IX.
2 Thorstein
B. Veblen, Théorie de la classe de loisir (1899).
París: Gallimard, colección “Tell”, 1979.
3 Hervé
Kempf, Comment les riches détruisent la planète. París: Le Seuil, 2007. Ver también su otra obra
igualmente interesante, Pour sauver la planète, sortez du capitalisme. París: Le Seuil, 2009.
4 Mike
Davis, Génocides tropicaux. Catastrophes naturelles et
famines coloniales. Aux origines du sous-développement. París: La Découverte, 2003.
5 Daniel
Tanuro, L’Impossible Capitalisme vert. París: La Découverte, colección “Les empêcheurs
de penser en rond”, 2010. Ver también la compilación colectiva dirigida por
Vincent Gay, Pistes pour un anticapitalime vert. París: Syllepse, 2010, con las contribuciones de
Daniel Tanuro, François Chesnais, Laurent Garrouste, entre otros. También se
encuentra una crítica argumentada y precisa del capitalismo verde en los
trabajos de los ecomarxistas norteamericanos: Richard Smith, “Green capitalism:
the god that failed”, Real-World Economics Review, nº 56, 2011, y John Bellamy Foster, Brett Clark y
Richard York,The Ecological Rift. Nueva York, Monthly Review Press,
2010.
6 Rudolf
Bahro, Die Alternative. Zur Kritik des real existierenden
Sozialismus. Europäische Verlagsanstalt, 1977; L’Alternative: pour une critique du socialisme
existant rééllement, trad. bajo la dirección de Patrick
Charbonneau. París : Stock 2, colección “Lutter”, 1979.
7 Penny
Kemp, Frieder Otto Wolf, Pierre Juquin, Carlos Antunes, Isabelle Stengers,
Wilfried Telkamper, Europe’s Green Alternative: A Manifesto For a New
World. Montreal: Black Rose Books, 1992.