LE MONDE diplomatique | enero-febrero
2012.
El 2011
chileno se caracterizó por un renacer de las movilizaciones sociales. Un
recuento parcial debe considerar entre las más significativas los paros y protestas
regionales y comunales de Magallanes, Arica y Calama; las marchas contra el
mega proyecto de HidroAysén, las manifestaciones a favor de los derechos de la diversidad
sexual; las huelgas de los trabajadores del cobre (de empresas estatales y
privadas); los paros de los empleados fiscales; las acciones del pueblo mapuche
por la libertad de sus presos políticos, por la recuperación de sus tierras y
por la reconquista de otros derechos conculcados; las protestas de los
pobladores de Dichato damnificados por el terremoto y maremoto de 2010 y, sobre
todo, el gran movimiento por la educación pública encabezado por los estudiantes
de todos los niveles de la enseñanza, que durante más de seis meses conmovió al
país, concitando interés en el mundo entero.
Este
movimiento fue, sin duda, el de más impacto social, político y cultural. Logró
muy poco, casi nada en el plano
reivindicativo porque el gobierno sólo “concedió” reformas cosméticas al modelo
de “educación de mercado” ya que no
podía satisfacer el petitorio de los estudiantes y sus aliados, so pena de
poner en riesgo todo el modelo neoliberal. Pero fue muy exitoso en términos de
instalar en la opinión pública la preocupación por la educación como tema de
prioridad nacional, cuestionando características esenciales del modelo
imperante como el lucro, la desigualdad y el rol meramente subsidiario del
Estado. Los componentes del movimiento por la educación pública, especialmente los
estudiantes, contribuyeron de manera notable durante el año 2011 a deslegitimar
uno de los aspectos del modelo neoliberal impuesto por la dictadura y
consolidado por los gobiernos de la Concertación.
Pero su
aporte no se limitó al plano de la educación, también significó una crítica implacable
-a veces demoledora- de la institucionalidad y de las prácticas políticas imperantes
en el Chile postdictatorial.
El
carácter tutelado, protegido y de baja intensidad de la democracia neoliberal chilena
quedó al desnudo en muchas oportunidades. La “clase política” sin distinciones
de partidos ni bloques fue sometida a la crítica más incisiva de las últimas
décadas y su nivel de desaprobación ciudadana alcanzó porcentajes récords (1).
Con todo,
los estudiantes no consiguieron los
puntos principales de sus petitorios. La intransigencia del gobierno, que apostó
a la represión, la manipulación mediática, las presiones políticas y
financieras sobre los establecimientos públicos educacionales, además del
cansancio y desgaste natural de estudiantes, profesores y funcionarios de la educación luego de largos
meses de paros, tomas, asambleas y manifestaciones, puso término a este primer período
de movilizaciones con resultados ambiguos y sentimientos encontrados de sus
protagonistas.
El
“empate” con el gobierno era predecible desde el momento en que fue evidente
que otros actores sociales no reforzarían al movimiento por la educación pública
y que éste, a pesar de las amplias simpatías que concitaba en la ciudadanía, no
se traduciría en movilizaciones masivas de trabajadores ni menos en paros
productivos. El fracaso del pseudo paro decretado por la cúpula de la Central Unitaria
de Trabajadores (CUT) a fines de agosto fue un indicio claro de que los
estudiantes no lograrían sumar refuerzos frescos en esa etapa. La ruptura de
conversaciones entre los dirigentes estudiantiles y el gobierno ocurrida
algunas semanas más tarde y el descenso escalonado de participantes en las
manifestaciones luego del receso de las Fiestas Patrias, fue el anuncio del
reflujo que se instaló a partir de octubre.
El repliegue: un respiro para agrupar
fuerzas
Venciendo
las resistencias de sus sectores maximalistas que proponían una política de
“todo o nada” y de inmolación ante la intransigencia gubernamental, el movimiento
estudiantil universitario inició en noviembre un repliegue que significó el
término de los paros y tomas a fin de salvar el año académico, evitar el
colapso de sus universidades, mantener becas y otros beneficios que estaban
siendo amenazados por las medidas del Ejecutivo.
En
diciembre, varios colegios “emblemáticos” optaron por una línea similar que
implica un respiro, la recomposición de fuerzas y la preparación para un nuevo
ciclo de movilizaciones durante el año 2012.
Estas
decisiones no fueron fáciles ni unánimes. Serias divisiones afloraron entre los
estudiantes, entre estos y los profesores y al interior de las comunidades y
estamentos involucrados. Sin embargo, los estudiantes universitarios mostraron mucha
madurez en la resolución de sus conflictos internos, procediendo a renovar las
directivas de sus principales federaciones en un clima de competencia regulada entre
distintas corrientes políticas, de acuerdo a normas y procedimientos incuestionablemente democráticos.
La
decisión de continuar las movilizaciones de manera unitaria ha sido proclamada por
los líderes de todos los sectores representados en las organizaciones del
estudiantado universitario, independientemente de sus diferencias. El panorama es
más complejo entre los secundarios ya que a las discrepancias entre sus propios
referentes (como la ACES y la CONES) se ha sumado la sensación de haber sido “abandonados”
por los universitarios. Y hasta comienzos del verano 2011-2012 persiste la
ocupación de algunas decenas de colegios por alumnos que no tienen más
perspectiva que continuar su acción “hasta las últimas consecuencias” (léase el
desalojo policial).
Problemas y desafíos
Para
pasar a una nueva fase de la lucha contra la educación de mercado el movimiento
estudiantil necesita resolver varios problemas fundamentales. En primer lugar,
debe dotarse de un petitorio unificado que garantice la unidad de todos sus
componentes, base para un proyecto educacional alternativo al actual modelo y a
las reformas superficiales propuestas por el duopolio hegemónico del poder
político (Coalición y Concertación).
Al mismo
tiempo debe superar los peligros que lo acechan desde su derecha y desde su
“izquierda”. El movimiento estudiantil debe preservar su independencia frente a
los cantos de sirena que la Concertación redoblará en un año de
elecciones
para intentar ponerlo a su remolque y captar el capital político conquistado durante
las movilizaciones (2).
Sin
aislarse ni pretender una quimérica construcción de “poder” de espaldas a la política
real, los estudiantes deberían ser capaces de dotarse de sus propias formas de
representación política que, en conjunto con otros movimientos sociales, les permitan
proyectarse sobre el escenario nacional, sin descartar alianzas con referentes políticos
contestatarios del actual modelo de economía y sociedad imperante en Chile. La
convocatoria a una Asamblea Constituyente para proceder de manera democrática
-por primera vez en la historia nacional- a la refundación de las bases de la
institucionalidad, proporciona un horizonte político común para unir fuerzas y
movimientos (3). Las condiciones están dadas para trabajar seriamente en esa
perspectiva (4).
Pero los
estudiantes también deberán hacer un serio esfuerzo por criticar, aislar y
neutralizar políticamente a aquellas tendencias que surgen como excrecencias “maximalistas” en su propio seno. Los
cultores de la violencia ciega, sin más sentido que el desfogue como reacción a
su propia impotencia para formular propuestas y dar direccionalidad política, deben
ser objeto de una severa crítica. La pirotecnia “revolucionaria” de pequeños grupos
incapaces de asegurar conducción al movimiento y de ganar legítimamente representación
en sus organizaciones naturales, sustituyendo la acción colectiva por los actos
“heroicos” de minorías iluminadas, tiene que ser condenada por su colusión
objetiva con las políticas del poder. Igualmente es necesario que el movimiento
estudiantil supere aquellas visiones del “todo o nada”, incapaces de distinguir
etapas en el desarrollo de un movimiento y objetivos de corto, mediano y largo
plazo. Sin atribuirse roles mesiánicos, el movimiento estudiantil puede
desarrollar acciones pedagógicas de politización hacia el resto de la sociedad chilena. En
buena medida ya lo hizo durante las grandes movilizaciones del año pasado. De
allí la toma de conciencia ciudadana acerca de la necesidad de cambiar el injusto
y catastrófico sistema educacional imperante en el país. En la nueva fase que
se avecina, los estudiantes junto a los profesores y trabajadores de la
educación deberían profundizar la crítica al modelo, proponer soluciones
alternativas y establecer de manera muy didáctica el vínculo entre los males de
la educación, el modelo económico neoliberal en su totalidad y la democracia
tutelada y de baja intensidad que padece la mayoría de la población.
En este
vínculo reside, precisamente, la posibilidad de tender lazos solidarios entre
distintos movimientos sociales en base a plataformas convergentes en su oposición
al neoliberalismo y en torno a la reivindicación de una democracia plena y sin
cortapisas autoritarias. Sólo la conformación de un amplio frente de sectores
sociales y políticos opuestos al modelo neoliberal y partidarios de una efectiva
democracia política y social, puede aportar las fuerzas adicionales que
permitan derrotar al sistema de educación de mercado, ganando también la batalla
global contra el neoliberalismo.
Asumir
estas tareas implica superar ciertas concepciones que de manera dispersa pero
persistente se han difundido en el último tiempo. Las principales y más
perniciosas de estas ideas podrían sintetizarse en las siguientes proposiciones: “Vivimos un período pre
revolucionario, por ende nuestra política debe ser maximalista e intransigente.
Los movimientos sociales no deben participar en el juego político
institucional, tienen que construir su propio espacio de poder lejos del
Estado, en lo posible ignorándolo, para concentrarse en potenciar su identidad
y memoria y en el desarrollo de recursos propios. Los movimientos sociales
populares (en este caso el estudiantil) sólo deben deliberar (permanentemente),
concordar, imponer y no transar. Los partidos políticos no son necesarios -ni
ahora ni más tarde- desde el momento en que las ‘bases ciudadanas’ ejercen su
soberanía”.
Sería
absurdo negar que ante el descrédito de la política “oficial” representada por
los partidos insertos en el juego parlamentario de la actual democracia neoliberal,
este tipo de entelequias ha encontrado cierto eco en sectores estudiantiles. No
obstante su seductora retórica anti-sistema, este discurso oculta debilidades e
incongruencias que es preciso develar para evitar el desarme ideológico y
político de los movimientos sociales contestatarios, entre ellos el
estudiantil. El enclaustramiento en quiméricos “falansterios”, cultivando una
inmanente “memoria popular”, tejiendo pacientemente la tela de su micro “poder”
de espalda a las mediaciones y conflictos de la política realmente existente,
ignorando al Estado y las correlaciones de fuerza entre los actores sociales y
políticos, es un espejismo que sólo puede sembrar derrotas y generar impotencia
entre sus seguidores. Su único horizonte es la esterilidad política y el
cultivo de una eterna rebeldía que no puede transformarse en poder efectivo.
Para evitar ese callejón sin salida, conservando su autonomía, los movimientos
sociales pueden y deben abrirse al juego de la política, procurando generar sus
propios instrumentos políticos so pena de verse obligados a retirarse a las
áridas tierras de la Utopía fundamentalista o a delegar en otros la representación
de sus intereses.
Es
altamente probable que durante el presente año las movilizaciones por la educación
pública asuman formas distintas que en el 2011. Sacando lecciones de la
experiencia acumulada, varios líderes estudiantiles han estimado que la
estrategia basada en prolongados paros, tomas de establecimientos educacionales
y marchas, si bien dio sus frutos, tuvo sus
límites y no necesariamente constituirá la mejor línea de acción en los
próximos meses. Aunque las marchas y manifestaciones públicas pueden seguir
siendo efectivas medidas de presión, los paros de largos meses (acompañados o
no de ocupaciones de establecimientos) terminaron por ser inocuos ante la
decisión del gobierno de dejar que los colegios municipalizados y las
universidades estatales se “pudrieran” como resultado de tales acciones. Peor
aún, al cabo de varios meses, las tomas y paros, que habían servido para llamar
la atención de la opinión pública, comenzaron a convertirse en elementos funcionales
a la política gubernamental de erosión de las instituciones públicas de
educación. Las tácticas corresponden a determinados momentos de la lucha, no
pueden ser fetiches a los que hay que aferrarse a toda costa. El movimiento estudiantil
deberá, pues, inventar otras formas de presión. Creatividad tiene de sobra. g
1. Un breve
análisis sobre estos temas en Sergio Grez Toso, “Un nuevo amanecer de los
movimientos sociales en Chile”, en The Clinic, Nº409, Santiago, 1 de
septiembre de 2011.
2. Una buena
señal en este sentido la ha dado el nuevo Presidente de la Federación de
Estudiantes de la Universidad de Chile (FECH), quien ha asegurado que el
movimiento estudiantil no será el “comando juvenil” de la probable candidatura
de Bachelet a la Presidencia de la República.
3. Una
revisión histórica a los procesos constituyentes en Sergio Grez Toso, “La
ausencia de un poder constituyente democrático en la historia de Chile”, en
Varios autores, Asamblea
Constituyente. Nueva Constitución, Santiago, Editorial Aún Creemos en los
Sueños, 2009, págs. 35-58.
4. Definida
acertadamente por Jaime Massardo como la “de un nuevo Chile”, “una Segunda
República donde todos podamos vivir en condiciones mejores, forjando
un futuro
construido por todos”. Jaime Massardo, “Lecciones del movimiento estudiantil.
Nace una nueva forma de hacer política”, en Le Monde Diplomatique,
edición
chilena, N° 121, Santiago, agosto de 2011, pág. 11.
*Historiador,
académico de la Universidad de Chile. sergiogreztoso@gmail.com
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