Andrés Figueroa Cornejo
Uno.
El viejo truco de anunciar ajustes económicos antipopulares
inmediatamente después de las elecciones presidenciales todavía funciona en
Argentina. El empleo de esa triquiñuela cobra sentido en una nación que ha sido
gobernada históricamente de manera vertical, sin participación ciudadana salvo
por el recurso de la fuerza ante la sordera del mando. Los gobiernos de turno
–y el actual al parecer, no quiere ser distinto- en el territorio de Maradona y
Perón, el paternalismo y, por tanto, la desconfianza en los trabajadores y el
pueblo es la relación predominante de los de arriba. ¿Qué encierra ello? Un
miedo severo de clase que, en consecuencia, justifica el ejercicio alienante de intentar infantilizar
políticamente a las grandes mayorías. Por eso desde el Ejecutivo yla oposición
tradicional se apela sistemáticamente a un populismo que procura fortalecer que
la historia la hacen ‘los personajes’ mediante frecuentes puestas en escena y
la reproducción simbólica de la autoridad unidimensional como “salvador” o
“demonio”. La práctica en cuestión facilita el éxito parcial y a corto plazo
del populismo; esa emotividad edulcorada para aplicar medidas de alto impacto,
y los guiños frecuentes, descafeinados, sin contexto ni proyecto, y vaciados de
contenido hasta del Che Guevara, independientemente de la simpatía o no que se
tenga por su legado.
Dos.
Pese a reunir más de 200 mil firmas en menos de 10 días
contra el alza de un 127 % del transporte subterráneo en la Ciudad de Buenos
Aires, los trabajadores de ese medio y las organizaciones sociales y políticas
que condenan el aumento del pasaje, la justicia, en primera instancia, desdeñó
tanto los recursos legales para detenerlo, como las firmas de los usuarios. La
medida adoptada por el gobernador de Buenos Aires, el ultraliberal Mauricio
Macri, tuvo su origen en el retiro de un 50 % del subsidio estatal al subterráneo
metropolitano. De esa manera, el gobierno nacional busca dañar la figura de uno
de los más bullados precandidatos a las próximas presidenciales. Si Macri es
coherente con el programa de los hijos
de la Escuela de Chicago, en el 2013, cuando se acabe incluso el subsidio del
50 % fiscal, el incremento de los viajes podría, al menos, duplicarse. En este
sentido, la ciudadanía no hará diferencia entre Macri y el Ejecutivo nacional.
Lo que se destruye, tanto con la argucia palaciega, como con el comportamiento
esperable de Macri es la credibilidad de la gente en los ‘políticos y partidos
profesionales’. Pero como los de arriba consideran a los trabajadores y sus
familias ‘seres incompletos’, ‘adolescentes’, clientela y objeto, hasta ahora,
hacen vista gorda e imponen simplemente. La manera en que un individuo, un
grupo de interés o una clase observa al que considera un otro- subordinado (para disciplinar,
castigar o ‘edificarle’), revela justamente la frontera de sus propias
habilidades políticas y cognitivas. Y la subestimación del otro no es una
categoría moral. Es bélica.
Tres.
El crecimiento de Argentina se funda sobre el precio en las
grandes bolsas financieras del mundo de la primarizada explotación primaria
agrominera (commodities, cuya parte de soya y granos está a la baja producto del
declive de la demanda y la sequía en los campos); la dependencia de sus exportaciones a Brasil, Europa y China; y los ahorros
previsionales estatizados de los asalariados. Conocido el panorama mundial, y
en particular, la intensificación de la
crisis del capital desde el centro hacia su entorno el 2012, el país se
encuentra ante un ciclo de contracción económica, caracterizado por el
agotamiento del superávit fiscal, la fuga de capitales e inversiones
dolarizadas, una de las mayores inflaciones del planeta y la precarización del
trabajo.
Como las últimas administraciones no renacionalizaron el
capital financiero ni las principales industrias privatizadas durante los años
del menemismo; tampoco reindustrializaron nacionalmente ni elevaron de modo
sustantivo el importe alas utilidades del capital y al abuso del suelo,
entonces ahora, con cierta desesperación ambiental, mediante leyes y
solicitudes a los dueños de casi todo, buscan controlar su política cambiaria a
través de la compra y ahorro de divisas y a costa del recorte de las
iniciativas subsidiarias y populistas que, como un todo, golpean a la mayoría
argentina.
Según la Encuesta Permanente de Hogares del desacreditado
Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC, intervenido desde el 2007)
del tercer trimestre de 2011, casi un 28 % de habitantes vive con $ 27 pesos
diarios (US$ 6), y la mitad de esas personas sobrevive con $ 18 pesos al día
(US$ 4). Es verdad, la sal cuesta menos de $ 2 pesos. Pero el kilo de manteca,
$ 35 pesos. El calzado en una tienda cualquiera no baja de los $ 180 pesos y un
kilo de pollo vale $ 10pesos. Ni hablar de vestuario, artículos informáticos,
tecnología, recreación y de la enorme especulación inmobiliaria en un país
donde escasean 3 millones de viviendas, cifra que suma y sigue diariamente. Y
para el organismo gubernamental, una familia de 4 personas no es pobre si
cuenta con más de $ 45 pesos al día (US$10). De acuerdo al informe, de los 17
millones de ocupados del país, casi 12millones obtienen un ingreso menor a $
2.300 pesos al mes (US$ 535). Y de los ocupados, por lo bajo, el 35 % trabaja
informalmente, sin derechos laborales ni seguridad social (el Observatorio
Social de la Universidad Católica de Argentina arroja que, en realidad, más de
un 50 % de la fuerza de trabajo está ‘en negro’).
Como toda sociedad capitalista ‘de verdad’, los números del
INDEC dicen que la concentración de la riqueza y las desigualdades sociales
tienen su primavera. El 20 % más
empobrecido de la población percibe el 4,2 % del excedente socialmente
producido, y el 20 % más rico se queda casi con la mitad del total.
Naturalmente que al ir acortando los porcentajes extremos, las diferencias de
concentración versus miseria se disparan con mayor violencia.
La deuda pública externa (según guarismos de septiembre de
2011) supera los US$ 230 mil millones, que el gobierno cancela acudiendo a
nuevos préstamos, pero esta vez salidos de entidades nativas y que corresponden
a puro trabajo argentino acumulado sin mediaciones, como el Banco Central y la
Administración Nacional de la Seguridad Social (ANSeS) que administra los
ahorros previsionales y jubilatorios de los asalariados. Es decir, se está
frente a una colosal y genuina deuda ‘nacional y popular’.
Debido a la inflación, el venidero aumento del transporte
(entre otros factores, por el sobre precio coludido del oligopolio petrolero
privado) y el incremento próximo de los servicios básicos debido a la retirada
de subsidios a las industrias asociadas (que como queda demostrado, jamás fue
una solución de mediano aliento siquiera), hasta las dirigencias de las
centrales sindicales que votaron a la actual Presidenta (como la Central de
Trabajadores de Argentina que lidera Hugo Yasky) anunciaron que no lucharán por
un reajuste salarial inferior al 25 % durante las negociaciones que se
desarrollarán en el primer tercio de 2012, toda vez que el gobierno central ha
dictado más o menos claramente que la demanda salarial sólo debe bordear el 18
%. De este modo, muchos dirigentes sociales se explican bien la aprobación de
la impopular Ley Antiterrorista impacientemente propugnada por el Ejecutivo, y
sus consecuencias contra el movimiento de los trabajadores y el pueblo.
Desde arriba, ya existe la
precautoria cubierta jurídica ante el temor de un período explícito de
lucha de clases. Desde abajo, comienza a organizarse con celeridad la
indignación frente al empeoramiento general de la vida.
Enero 17 de 2012
Andrés Figueroa Cornejo
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